jueves, 21 de abril de 2016

Carta al padre (1919). Franz Kafka.



Leer a Kafka resulta saludable en múltiples aspectos. “No soy más que literatura y no puedo ni quiero ser otra cosa”, nos dice. Cierto que su fama puede llegar a obnubilar al lector inexperto, al que necesita de otro criterio, porque hoy la fama de Kafka resuena ya de tal manera que a ver quién es el guapo que cuestiona su literatura. Pero yo tengo muy presente que en su día su prosa no fue tenida en cuenta y, no me cabe la menor duda de que hoy pasaría igual de desapercibida entre la muchedumbre.

Quizás, cada vez que mencionamos a Kafka, la gente imagina un monstruoso insecto espatarrado en una cama, y Kafka es más, mucho más.



El reproche al padre es un tema muy común en el interior de nuestra conciencia. Somos, más de lo que creemos, aquello que estamos destinados a ser. De tal palo tal astilla, dice la Biblia. Supongo que habrá quien piense que estas cosas no se dicen, que se guardan para sí, pero ¿qué es literatura? ¿qué es lo que trasciende y supera las barreras del tiempo para permanecer? Como todas las obras maestras, admite diversas interpretaciones. ¿Se trata de un acto de malevolencia y venganza o simplemente se trata de un ejercicio de introspección? Desde luego que, si somos realistas y consecuentes, llegaremos a la conclusión de que su padre no es un ogro, sino que es, nos guste o no, una persona común, a primera vista egocéntrico e interesado, o sea normal.

Antes de iniciar sus ataques a la descubierta, Kafka se disculpa con su padre:
 
Con todo, reitero aquí mi súplica de que no olvides que nunca he creído ni remotamente en una culpabilidad tuya.

Sólo puedes tratar a un niño según te han hecho a ti mismo, con dureza, gritos y cólera, y en tu caso, este trato te parecía además muy adecuado, porque querías que de mí saliese un muchacho fuerte y valeroso.

Por otro lado, e independientemente de aquello que nos transmite la carta, que probablemente es lo único que interesará a la mayoría de los lectores, yo me he fijado, por lo que me toca como escritor, en la audacia de la forma. Según Max Brod, se trata de una carta real que Kafka entregó a su madre para que la hiciera llegar a su padre, aunque cualquiera diría que se trata de una carta escrita con el fin de dotar de sentido al pasado y, por ende, entenderse a sí mismo. Me resisto; no puedo entender este escrito de otra manera. Si se trata de una carta dirigida a sí mismo, la solución técnica es audaz, clásica e innovadora al mismo tiempo. Aparentemente no hay armazón estructural, pero las reflexiones no caen sin orden ni concierto sino que están dotadas de un recorrido estudiado y lógico, muy trabajado.

En esta tesitura, ¿qué más da si la obra es autobiografía o ficción? Lo que el lector debería preguntarse es cuánto de verdad hay en las numerosas memorias que se ponen a la venta al público, y si en realidad han sido escritas por sus supuestos autores. Al César lo que es del César…
En conclusión, buenas vibraciones las que me ha dejado esta pequeña novela de Kafka, y ganas de abordar alguno de los relatos que me faltan. Leer a Kafka significa conocerlo, y eso hay que valorarlo en su justa medida. Rara vez los hombres utilizan la literatura para la introspección y la búsqueda de sí mismos; se trata del espinoso camino de la sabiduría.

lunes, 4 de abril de 2016

Cicerón. Cartas a Ático.




No me quiero alargar demasiado criticando el sistema educativo presente que, a mi modo de ver, no ha mejorado mucho en los últimos 30 años por mucho que le hayamos cambiado a todo de nombre. Desde luego que los resultados obtenidos no son muy allá si aplicamos un método comparativo y ponemos sobre la mesa los ratios de inversión.
Pero de lo que yo vengo a quejarme aquí es de la pérdida de tiempo y de motivación que me supuso el verme obligado a estudiar durante el bachillerato a los clásicos de la antigüedad sin tener la oportunidad de leerlos. Tampoco me detengo mucho aquí porque ya le dediqué un post acullá.
El caso que tenía ganas de leer algo de Cicerón, y sin una guía cierta di con las Cartas a Ático. No vengo a recomendar su lectura, que no es, ni de lejos, para todos los públicos. Requiere, en primer lugar, un conocimiento más que básico de la historia de la República Romana, y si se cumple dicho requisito entonces se podrá disfrutar no solo de la prosa de Cicerón sino que también de la teletransportación a otra época.
Cierto que no hay que tener prisa para leer este tipo de escritos. Son cartas, en definitiva, que no fueron escritas para ser publicadas. Son escritos vivos y frescos, espontáneos, que siguen la marcha de los acontecimientos vitales de Cicerón al tiempo que los avatares políticos del fin de la República. En el centro de todo está la guerra civil protagonizada por Pompeyo y César, en la que Cicerón no es mero espectador sino uno de sus principales protagonistas.
No son mis cartas de las que, caso de no llegar a entregarse, deje ello de causarme algún perjuicio; tienen tantos secretos que casi no me atrevo a confiárselas ni siquiera a mis sectarios, no sea que algo se deslice…

Evidentemente Cicerón no pretendía dar a conocer esta correspondencia privada porque da lugar a efusiones personales y otras indiscreciones que de conocerse le hubieran acarreado grandes disgustos. De ahí también su valor. Fueron conservadas por Ático (no en cambio las cartas de su puño y letra) y publicadas en época de Nerón.

Como curiosidad decir que Tito Pomponio Ático se trata del primer editor que se conoce. Se le llamó Atticus por su amor a la cultura griega y de hecho vivió en Grecia por más de 20 años. Al contrario que Cicerón, fue un epicúreo convencido que se alejó de las ambiciones políticas. Disponía de esclavos especializados en traducir y copiar manuscritos, y su labor en el terreno fue conocida y apreciada. El amor por los libros de Cicerón es mencionado a menudo:
Conserva tus libros y no desesperes de que pueda hacerlos míos. Si lo consigo, supero en riquezas a Craso y desprecio las fincas y predios de todos.

Guárdate también de ceder tus libros a nadie; resérvamelos como me escribes. Me domina el mayor interés por ellos, lo mismo que mi repugnancia ya por todo lo demás, que resulta increíble cuán empeorado lo encontrarás en tan breve tiempo con relación a cómo lo dejaste.

Uno de los temas más tratados es la crisis de la República y el advenimiento de la Tiranía, como no podía ser de otro modo tratándose de Cicerón, que ha pasado a la historia como un hombre de leyes pero cuyo cursus honorum alcanza las más altas cotas de la República con el consulado.
Observa los dineros repartidos abiertamente por tribus en un solo lugar antes de las elecciones; observa la absolución de Gabinio; percibe el tufo a dictadura; disfruta la suspensión de las actividades públicas y el libertinaje general.

Cicerón se muestra, por lo general, escéptico:
Unos nada son; a otros nada preocupa.

La segunda parte se enreda en la Guerra Civil. A decir de los expertos Cicerón no queda muy bien retratado. Sus vaivenes y dudas a la hora de decantarse por Pompeyo y al mismo tiempo no enemistarse con César son evidentes. No es lo mismo vivir los hechos que valorarlos desde nuestra óptica presente. Quizás la explicación la da Cicerón en sus cartas:
La pelea es por reinar.

No recomiendo pues la lectura de estas Cartas sino a curiosos avezados que ya han gustado de conocer esta excepcional y apasionante época de la historia de Roma. A mí, personalmente, me gusta mucho más la historia de la República que la del Imperio.