lunes, 31 de octubre de 2016

Otra vuelta de tuerca (1898), de Henry James.



Apenas me considero otra cosa que un “iniciado” en lo que respecta a la obra de Henry James. Nada más que he leído algunas de sus novelas cortas y he quedado prendado de su estilo, diríase magnetizado, hechizado para ser más exactos (qué menos que buscar la palabra apropiada para homenajear al maestro). Dirán algunos; “su estilo no es para mí”, otros directamente: “es un peñazo”, y yo pienso: “ustedes se lo pierden”, porque las historias de James están tocadas por una varita mágica y naturalmente que alcanzar a percibir su magia requiere de un esfuerzo por parte del lector.
No, no se pueden leer sus novelas de un tirón, pasando por alto el detalle o saltándose un párrafo con tal de llegar cuanto antes a la resolución de la trama que nos mantiene en vilo. Y no será porque James se despreocupe del lector o de la intriga, porque James nos mima, de alguna manera nos hipnotiza para llevarnos allá donde quiere que en cada momento nos situemos.
O así cuando menos pienso yo. Afortunadamente queda camino por recorrer, y tiempo tengo para conducir mi opinión, y digo afortunadamente porque cada vez que comienzo una nouvelle de James disfruto de sensaciones semejantes. Después de los primeros párrafos, páginas e incluso capítulos, ando algo perdido. James comienza con sus exigencias, me obliga a parar, a concentrarme, y yo, obediente, vuelvo atrás, y lo hago incluso a sabiendas de que no preciso hacerlo porque James me está dando en todo momento la información suficiente para acceder, tarde o temprano, a aquello que pretende transmitir. Quizás sea esta la causa de que muchos lectores se rindan con James a la primera de cambio, o quizás sea su prosa; no soy quién para decirlo porque no soy lector de grandes seguridades ni pretendo llegar a serlo.
También tengo que hacer hincapié en que se trata de una pequeña historia de fantasmas. He leído poco más que una centésima parte de todo lo que James ha escrito y no estoy en posición, ni mucho menos, de aconsejar, pero me atrevo a advertir al lector que no se deje vencer si no es esta nouvelle de su gusto, porque tiene muchas otras, tantas que no he alcanzado a averiguar con precisión su número, y todas (las que yo he tenido la oportunidad de leer) de una calidad superior. Quizás sea esta la que mayor gloria ha alcanzado pero eso no quiere decir nada más que lo transcrito. A mí, particularmente, me han gustado más otras nouvelle de James.

Para qué explicaros la trama si podéis conocerla a través de la Wikipedia o de la multitud de reseñas que pululan por doquier, para qué elogiar al maestro a través de sus ya tan ensalzadas virtudes. ¡Leedlo!

Me dieron tan pocos problemas, eran de una gentileza tan extraordinaria, que acostumbraba a especular ―pero incluso esto con una cierta inconexión― cómo los trataría el áspero futuro (¡porque todos los futuros son ásperos!), y si podría llegar a herirles.

Me había dicho, poco a poco, bajo presión, gran cosa; pero aún había un punto que se me escapaba y a veces rozaba mi frente como el ala de un murciélago;

Por último os dejo aquí el enlace a una fantástica reseña de José María Guelbenzu que analiza a fondo el buen hacer de James con los personajes. Yo, por mi parte, trataré de seguir aprendiendo a su lado y me voy preparando para afrontar sus novelas largas.

jueves, 27 de octubre de 2016

Hamlet, de William Shakespeare (1600)



 Supongo que abrir un blog para hablar de clásicos, y para más inri albergar la intención de hacerlo sin academicismos, roza la locura. Por lo menos Hamlet solamente pretende desenmascarar, como sagaz detective, al asesino, porque lo que es yo, ni por asomo barrunto darle un impulso a la literatura.
Si apenas dispongo de herramientas para desmenuzar la novela, desarmado me hallo con respecto a la dramaturgia. Supongo que me pasa como al albañil cuando se enfrenta con las chispas o el plomo, que se incomoda. En definitiva, el teatro es un arte escrito destinado a ser representado.
Estamos además ante una de las obras maestras más alabadas y mencionadas, una de esas lecturas obligatorias que a los muchachos les toca leer, a más tardar, en el Bachillerato. A mí me ha gustado, y es que se lee en ratos muertos, aunque no sé yo si a los muchachos preferiría presentarles a Beckett o Ibsen, lo mismo que prefiero ofrecerles a Mihura antes que a Lope de Vega para que luego ellos, cuando se hayan formado una opinión, puedan hacer una incursión en solitario y a la descubierta contra clásicos de mayor empaque.
Hamlet es venganza. Tras la muerte de su padre se le aparece un espectro para advertirle de que el asesino es su tío Claudio, el Rey reinante. El príncipe Hamlet se ve en la tesitura de tener que vengarle, pero naturalmente que duda, del propio espectro, de sí mismo y del asesino. Comienza entonces su labor detectivesca porque toca desenmascarar al culpable. Por el camino van cayendo unos y otros, hasta la matanza final.
Yo, en mi lectura, no me he ido por las frondosas ramas del superego o del complejo edípico a la manera de los críticos freudianos que campan por doquier. Por qué me iba a sorprender la duda si yo nado continuamente en ella. Sí que me he quedado con otros detalles; me he visto sorprendido, como ejemplo, por el humor negro:

Algo podrido hay en Dinamarca.


REY
Bien, Hamlet, ¿dónde está Polonio?
HAMLET
De cena.
REY
¿De cena? ¿Dónde?
HAMLET
No donde come, sino donde es comido: tiene encima una asamblea de gusanos políticos. El gusano es el gran emperador de la dieta.

 
COMPAÑERO
¿Adán fue caballero?
ENTERRADOR
El primero en armarse.
COMPAÑERO
¡Pero si no tenía armas!
ENTERRADOR
¿Tú es que eres pagano? ¿No dice la Biblia que Adán tuvo que labrar la Tierra? Luego se armó de paciencia.


HAMLET
Le hacía ceremonias a la teta antes de mamar.


También encontré algo de crítica literaria, pues Shakespeare, muy hábilmente, introduce en la trama una representación teatral y un interesantísimo diálogo con los actores que aporta, y mucho:

HAMLET
Te oí una vez recitar un fragmento que nunca se representó; a lo sumo, una sola vez. La obra, lo recuerdo bien, no gustó a la multitud, era caviar para el público. Pero, en mi sentir y en el de otros cuyo juicio de la materia pesa más que el mío, era una obra magnífica, bien concertada, y compuesta con tanta mesura como arte.

lunes, 24 de octubre de 2016

La lección del maestro, de Henry James






Henry James dispone de tal capacidad creativa que no deja de sorprendernos con cada una de sus nouvelle.
      
Lo ambiguo de todo lo que James nos cuenta hace pasar a segundo plano la contestación a la pregunta que todo lector se hará, ¿cuál es la verdadera lección del maestro? En realidad no es importante la respuesta, a mi modo de ver, sino el hecho de que James nos lleva a interrogarnos sobre esa tan extraña faceta humana que esconde el Arte.
Fíjense en esta conversación en la que aparecen dos de los tres protagonistas de la novela:

―Al fin y al cabo, ¿por qué tratar de convertirse en artista? ―insistió el joven―. Es ser tan poco, es tan poco…

―No entiendo a qué se refiere ―repuso ella con un punto de gravedad.

―Quiero decir que resulta insustancial si se compara con la gente de acción, con aquellos cuya vida es su obra.

―¿Y qué es el arte, cuando es verdadero, sino la más intensa forma de vida?»

La lección del maestro es la que ofrece un escritor afamado, Henry St. George, a otro muy prometedor, Paul Overt. En el medio una maravillosa mujer, Marian Fancourt. En definitiva se trata de someterse al arte o a la vida, darlo todo, sacrificar todo para lograr una maravillosa obra de arte o entregarse a la vida.
Las interpretaciones que se han hecho de esta novela son muchas y variadas. Yo me quedo con esa obsesión de James por teorizar acerca de la vida del escritor, de lo que supone para la vida de una artista la vida en matrimonio y los hijos, de los sacrificios que hay que hacer para lograr una verdadera obra de arte.
Lo que más me impresiona en Henry James es lo, aparentemente, más sencillo, cómo nos presenta a los personajes, cómo los dota de movimiento y los enfrenta a unos con otros a través de conversaciones inteligentes. Todo lo ordena de forma magistral para construir una trama que nos convierta en cómplices.

Estaba escasamente dotado de desenvoltura para la vida en sociedad ―era una de sus flaquezas―, así que, al adolecer de la falta de toda familiaridad con las cuatro personas que veía a lo lejos, se decantó por un movimiento que no lo comprometiese a una aproximación demasiado entusiasta.

Cierto que deja detalles a resolver para el lector, haciéndole partícipe de su propia historia, obligándole a completarla con su interpretación. Esto que a unos lectores entusiasma a otros los hace huir en desbandada.
Probablemente no estamos ante la novela más recomendable para iniciarse con Henry James, pero se trata de una novela “obligatoria” para los escritores en ciernes, mucho más cuando gran parte de la crítica la etiqueta, para bien o para mal, como una novela escrita para escritores.

lunes, 17 de octubre de 2016

Solaris, de Stanislaw Lem (1961)





Stanislaw Lem fue nombrado miembro honorario de la Asociación de escritores norteamericanos de ciencia-ficción y fantasía en 1973, y expulsado en 1976 tras declarar que la ciencia-ficción estadounidense era de baja calidad literaria y estaba más interesada en el aspecto comercial que en desarrollar nuevas ideas o formas literarias.
¿No es curioso? A mí desde luego que me lo parece, y no seré yo quien pueda decir que Lem carece de calidad literaria. Apenas hace un par de semanas que quedé sobrecogido tras leer El hospital de la transfiguración y heme aquí ahora comentando una novela de ciencia-ficción como es Solaris y encajándola sin pudor en un blog de clásicos literarios. Estaba convencido de que al tiempo que retomaba lecturas que me apasionaron en la adolescencia abordaba a uno de los escritores más sorprendentes e incisivos de todo el siglo XX, y es que podemos encasillar a Stanislaw Lem en la ciencia-ficción pero una y otra vez se nos escapará cada vez que plantea, desde inverosímiles puntos de vista, todas aquellas preguntas fundamentales que acosan al hombre como individuo al mismo tiempo que como especie inteligente en un entorno universal.
No, Solaris no tiene nada que ver con esos subproductos almibarados que nos ofrece la ciencia-ficción de consumo. Solaris cumple perfectamente con esa dicotomía que a veces falla, Solaris ofrece ciencia y ofrece ficción a partes iguales, y lo hace desde planteamientos técnicamente poco reprochables.
Solaris es una más de entre las novelas que analizan un posible “contacto” con otra especie inteligente. Alguna que otra cosa he leído al efecto; a quién que guste de leer y aprender no le llama la curiosidad. Desde luego que Lem hace un análisis espectacular sobre la materia:

No necesitamos otros mundos. Necesitamos espejos. No sabemos qué hacer con otros mundos. Con uno, ya nos atragantamos. Aspiramos a dar con nuestra propia e idealizada imagen: habrá planetas y civilizaciones más perfectas que la nuestra; en otras, en cambio, esperamos encontrar el reflejo de nuestro primitivo pasado.



El ser humano ha emprendido el viaje en busca de otros mundos, otras civilizaciones, sin haber conocido a fondo sus propios escondrijos, sus callejones sin salida, sus pozos, o sus oscuras puertas atrancadas.

Desde luego que Solaris, más que resolver incógnitas, nos pondrá en la tesitura de hacernos preguntas.

Fue entonces cuando, de pronto, una niña regordeta, de unos quince años, de mirada inteligente y resolutiva tras los cristales de sus gafas, preguntó:

―¿Y para qué sirve todo esto?

En medio del incómodo silencio que siguió a la pregunta, únicamente la profesora miró con severidad a su insubordinada alumna; ninguno de los solaristas que realizaban la visita guiada, y entre los cuales estaba yo, supimos responderle.

El hombre ha pasado milenios anhelando el “contacto” con otra inteligencia y cuando se da nos encontramos con que dicho “contacto” quizás no sea posible:

―Sí. Del Contacto. Creo que, en esencia, es increíblemente sencillo. El Contacto significa un intercambio de experiencias, de términos o, al menos, de resultados, de ciertos estados, pero ¿y si no hay nada que intercambiar? Si un elefante no es una enorme bacteria, un océano no puede, por tanto, ser un cerebro muy grande.



Entre las fórmulas de la teoría de la relatividad, del teorema de campos magnéticos, de la paraestática y en la hipótesis del campo cósmico unificado buscó indicios del cuerpo humano, de la estructura de nuestro organismo, de las limitaciones e imperfecciones de la fisiología animal del hombre; aquello llevó a Grattenstrom a la conclusión definitiva de que el contacto del hombre con una civilización no antropomorfa ni humanoide nunca había sido, ni sería posible.

O, aunque sí sea posible, ¿merecerá la pena?

―¿Existen más planetas de este tipo?

―No se sabe. Tal vez sí, pero solo conocemos uno. En cualquier caso, este es muy poco frecuente, al contrario que la Tierra. Nosotros somos de lo más común, ¡somos el césped del universo! Y nos enorgullecemos de nuestra ordinariez, de que sea tan vulgar; creíamos que podíamos abarcarlo todo. Es un esquema con el que emprendimos, alegremente y con osadía, el camino: ¡otros mundos! ¿Qué son, pues, aquellos otros mundos? Los dominaremos o seremos dominados, no había nada más en esos desgraciados cerebros; ¡bah, no merece la pena! No vale la pena.
 

En fin, si nos embarcamos en Solaris debemos hacerlo con la mente abierta y libre de prejuicios, dispuestos a preguntarnos por las cuestiones últimas. Se trata de filosofía, ¿de religión?:

La solarística, decía Muntius, es un sucedáneo de religión de la era cósmica, fe disfrazada de ciencia; el Contacto, el objetivo que pretende, no es menos vago y oscuro que el trato con los santos o el sacrificio del Mesías. Empleando fórmulas metodológicas, la exploración equivale a liturgia, el humilde trabajo de los investigadores se traduce en espera de una epifanía, de una Anunciación, ya que no existen, ni deben existir puentes entre Solaris y la Tierra.

Sí, Solaris es una novela extraña, extraña para los que nunca leen ciencia-ficción pero también para aquellos que no leen prácticamente otra cosa. Solaris supone un abordaje directo y fabuloso a las preguntas últimas, esas que todos alguna vez nos hemos hecho acerca de lo absurdo del Universo.