martes, 21 de febrero de 2017

El hombre que fue Jueves, de Gilbert K. Chesterton (1908)






 Uno se da cuenta realmente de la novela que tiene entre manos bien pronto. Fíjense en este diálogo que aparece a las primeras de cambio:

―Mi querida Miss Gregory, hay muchas maneras de sinceridad y de insinceridad. Cuando, por ejemplo, da usted las gracias al que le acerca el salero, ¿piensa usted en lo que dice? No. Cuando dice usted que el mundo es redondo, ¿lo piensa usted? Tampoco. No es que deje de ser verdad, pero usted no lo está pensando. A veces, sin embargo, los hombres, como su hermano hace un instante, dicen algo en que realmente están pensando y entonces lo que dicen puede que sea una media, un tercio, un cuarto y hasta un décimo de verdad; pero el caso es que dicen más de lo que piensan, a fuerza de pensar realmente lo que dicen.

Entramos en una novela de difícil descripción. Quizás podríamos describir la trama a partir del reclutamiento por Scotland Yard de nuestro protagonista Gabriel Syme para luchar contra la propagación del Anarquismo, pero todo lo que nos encontramos por el camino es en extremo surrealista. Nos podemos dejar llevar por la trama sin prestar atención a lo que Chesterton pretende transmitirnos, que a decir verdad no resulta muy claro.

La descripción del protagonista, Gabriel Syme, es deliciosa:

Su padre cultivaba las artes, y la realización de su propio yo.



Rodeado desde la infancia por todas las formas de la revolución, Gabriel no podía menos de revolucionar en nombre de algo, y tuvo que hacerlo en nombre de lo único que quedaba: la cordura. Pero no podía negar su sangre de fanático, en el exceso de convicción, bastante ostensible, con que defendía el sentido común.



“El Gobierno ―se decía― lucha solo y en situación desesperada.” De otro modo, como él era muy quijote, nunca se hubiera puesto del lado del Gobierno.

Aquí y allá, a través de los personajes se van exponiendo multitud de ideas, de sentencias con las que podemos estar o no de acuerdo pero que no nos queda otro remedio que reconocer que están expuestas de manera genial. La duda está siempre presente, entre el sarcasmo más absurdo y la genialidad más grandilocuente.

Afirmamos que el criminal peligroso es el criminal culto; que hoy por hoy, el más peligroso de los criminales es el filósofo moderno que ha roto con todas las leyes. En comparación con él, los ladrones y los bígamos casi resultan de una perfecta moralidad, y mi corazón está con ellos. Por lo menos, aceptan el ideal humano fundamental, si bien lo procuran por caminos equivocados. Los ladrones creen en la propiedad y si procuran apropiársela es sólo por el excesivo amor que les inspira. Pero al filósofo, la idea misma de la propiedad le disgusta, y quisiera destruir hasta la idea de posesión personal.

Hay un personaje central alrededor del cual basculan todos los demás magnéticamente, el Domingo, un personaje tan misterioso como total, ¿será un hombre? En los últimos peldaños de la historia dice Domingo, sirviendo, quizás, como perplejo colofón a esta historia tan extraña e irreal como versátil:

Oigan ustedes lo que les digo: antes descubrirán el secreto del último árbol y de la nube más remota que mi secreto. Antes entenderán ustedes lo que son las estrellas; no averiguarán lo que soy yo. Desde el principio del mundo todos los hombres me han perseguido como a un lobo, los reyes y los sabios, los poetas como los legisladores, todas las Iglesias y todas las filosofías. Pero nadie ha logrado cazarme. Los cielos se desplomarán antes que yo me vea reducido a los últimos aullidos. A todos los he hecho correr más de la cuenta. Y voy a seguir haciéndolo.

En fin, un rompecabezas que da mucho de sí. Lo único que podemos sujetar con las dos manos son los escenarios, reales. Lo demás, personajes y acciones, surrealistas, una excusa para la exposición de un ideario filosófico tan sencillo y tan complejo como lo es definir la convivencia del bien y el mal.

martes, 14 de febrero de 2017

El rey Lear, de Shakespeare (1605)




Me dejo sorprender cada vez que leo a Shakespeare. Curioso, diréis, pues podría decirse que Shakespeare es cualquier cosa menos sorprendente debido a su trascendencia en todos los ámbitos de la sociedad.
Ya sabréis que mis análisis son superficiales y que apenas entro a analizar una técnica que desconozco, pero me veo en la obligación de repetirlo cada vez que hablo del gran maestro por lo afinado de su lenguaje, por las innumerables ramificaciones de cada uno de los temas que toca, por su profundidad, por su humor mordaz en la tragedia más grave.
El argumento es más o menos inverosímil pero hace su función de hilo conductor que empuja a seguir leyendo (asistiendo a la escena en un teatro). Como sucede en las andanzas de Don Quijote, grandilocuentes sucesos y casualidades encadenadas dan lugar a las consecuencias más asombrosas, y es que los grandes escritores trabajan con la pretensión de abarcar al mayor número posible de lectores y por lo tanto siguen las modas, los gustos de su tiempo.
Lápiz en mano, tomo notas constantemente para dejar constancia de todos y cada uno de los magistrales juegos con los que me encuentro, de la sutil ironía que enhebra la hipócrita conducta de cada uno de los personajes.

REGAN. Pensaremos con más calma en ello.
GONERILL. Hemos de hacer algo y golpear el hierro mientras está caliente.

            Fabulosa me parece la manera de reírse de la influencia de los astros en la conducta de los personajes.

EDMUND.
¡Asombrosa excusa, la del aficionado a las putas, que culpa a un astro de sus tendencias de sátiro! ¡Mi padre cohabitó con mi madre bajo la cola del Dragón y yo nací bajo la Osa Mayor, de lo cual resulta que he de ser brutal y lujurioso. ¡Bah! Habría sido como soy, aunque la estrella más virginal del firmamento hubiera hecho guiños mientras me concebían bastardo.

O el doble sentido, el hábil uso del sarcasmo.

KENT. Me dedico a no ser menos de lo que aparento, a servir fielmente a quien confíe en mí, a amar al que es honrado, a tratar con el que es sabio y habla poco, a temer el Juicio de Dios, a luchar cuando no tengo elección y a no comer pescado.

Las palabras del Bufón esconden la sabiduría:

BUFÓN. La verdad es un perro que ha de ir a su perrera; han de sacarlo a latigazos, mientras la Señora Perra puede quedarse junto al fuego y apestar.

BUFÓN. Está loco quien confía en la docilidad de un lobo, en la salud de un caballo, el amor de un muchacho o la promesa de una puta.

            El Rey pasa de la ignorancia a la sabiduría a través del dolor:

LEAR. ¡Oh, no razonéis con la necesidad! Hasta nuestros más miserables mendigos tienen, en sus pobres bienes, algo superfluo. No deis a la naturaleza más de lo que la naturaleza necesita y la vida del hombre se volverá tan inútil como la de un animal.

También hay filosofía, la herencia de Séneca a través de Montaigne:

EDGAR. Cuando vemos a nuestros superiores soportar nuestras mismas miserias, apenas pensamos que nuestros dolores sean enemigos nuestros. El que sufre solo sufre más en su espíritu, al dejar tras de sí libertad e imágenes felices; pero la mente olvida los grandes sufrimientos cuando el dolor tiene amigos y la pena compañía.

Y es que en realidad Shakespeare mete en una bolsa todas las inquietudes de su tiempo, el orden, la autoridad real y la renovación de la sociedad capitalista, la virtud o el maquiavelismo político, el comercio y la tierra, el ansia de guerra y las virtudes de la paz, la religión o la filosofía. Agita enérgicamente todas estas inquietudes y el resultado es “El Rey Lear”. El desenlace de la obra deja claro que Shakespeare, al igual que Cervantes, busca el afecto del público pero sin llegar a la adulación.

lunes, 6 de febrero de 2017

El club de los suicidas, de R. L. Stevenson (1880).




Una vida corta y tremendamente fructífera la de el gran Stevenson, 1850, Escocia-1894, Samoa. Sus obras completas ocupan docenas de volúmenes, ensayos, poesía, crónicas de viaje, novelas de aventuras, históricas… Y lo que es más, mala salud. Poco antes de morir escribía en una carta: «Durante catorce años no he conocido un solo día efectivo de salud. He escrito con hemorragias, he escrito enfermo, entre estertores de tos, he escrito con la cabeza dando tumbos».
Pocos de nosotros no habremos disfrutado en una o más ocasiones de La isla del tesoro. Los que no se han acercado a sus libros lo conocen a través de la gran pantalla. En mi caso no hace mucho que lo redescubrí gracias a la lectura de El extraño caso del doctor Jeckyll y el señor Hyde, novela que recomiendo encarecidamente, que despertó en mí muchísimas cuestiones y que más pronto que tarde volveré a releer y analizar. En cambio la novela que nos ocupa no me ha abierto tantos interrogantes, pero eso no quiere decir que no haya encontrado constantemente puntos de contacto y polos de atracción, lo cual no me ha impedido sino que, al contrario, me ha incitado a devorarla de cabo a rabo, disfrutando de su estilo aventurero y caballeresco al mismo tiempo que de engañosa superficialidad.
Como ejemplo este fragmento:

La sucesión de rostros bajo la luz de los faroles inquietó su imaginación; tuvo la sensación de que podría caminar eternamente en la atmósfera estimulante de la ciudad, rodeado por cuatro millones de misteriosas vidas privadas. Miraba las casas al pasar, maravillándose de lo que ocurría detrás de las ventanas tan bien iluminadas; ponía los ojos en los rostros de la gente con que se cruzaba, y veía cada una de ellos animado por un interés desconocido, criminal o generoso.
«Se habla mucho de la guerra ―pensó―, pero he aquí el gran campo de batalla de la humanidad.»

Destaco también la impresionante descripción de un suicida:

Desciendo de mis antepasados por generación común y de ellos heredé un alojamiento muy aceptable, que todavía ocupo, y una renta de trescientas libras al año. También me dejaron un temperamento atolondrado al cual he cedido siempre con el mayor placer.

…un loco, pero coherente en su locura y, pueden ustedes creerme, un hombre que no se queja ni es un cobarde.
Por el tono en que el joven hizo su declaración era claro que se consideraba a sí mismo con desprecio y amargura.

O el hondo sentido del honor que anida en su narrativa.

El hombre que faltase a una promesa tan atroz perdería todo su honor y los consuelos de la religión.