martes, 26 de septiembre de 2017

Una mirada atrás, autobiografía, de Edith Wharton (1934)




Mi vida de niña pequeña, segura, protegida, monótona, tuvo su cuna en el único mundo sobre el cual, según Goethe, es imposible escribir poesía. La reducida sociedad en cuyo seno nací era “buena” en el sentido más prosaico de la palabra, y su interés, para la generalidad de los lectores, reside exclusivamente en el hecho de su súbita y total extinción, y para la minoría más imaginativa en el reconocimiento de los tesoros morales que la acompañaron. Permitidme que intente evocarla…


Nada más lejos que la realidad hostil con la que se enfrentaron escritores desgarrados como Poe, Dostoievski o Kafka. Los prefiero con mucho a estos últimos, pero, ¿es necesario que el escritor sufra una vida turbulenta para generar esa literatura a la que pretendemos ponerle mayúsculas? No os pido que contestéis porque no es precisa una respuesta. Por eso he escogido este párrafo, especialmente significativo, para definir la autobiografía de Edith. Yo, en lo primordial, estoy completamente de acuerdo con Goethe, no se puede alcanzar la sabiduría sino por el camino del sufrimiento.

Edith Wharton es una mujer no solo rica sino también afortunada en todas las facetas de la vida, lo cual ella, cabalmente, reconoce. Dedica su vida a lo que le apasiona, la lectura, el arte, los viajes. De hecho pasa media parte de su vida viajando. Tengo que reconocer que me ha resultado francamente insoportable el relato de sus estancias en mansiones y hoteles de lujo de la Toscana, la Riviera Francesa, Londres o cualquier otro punto altisonante del planeta. Al mismo tiempo también me ha chirriado que la gente humilde sea ignorada por completo y que con motivo de la Primera Guerra Mundial Edith se autorretrate como heroína ayudando a las víctimas de la guerra. Ni le falta el dinero ni el amor, mucho menos las amistades, pues vive rodeada de personajes poderosos, famosos e influyentes. De hecho alcanza un éxito literario meteórico debido a libros completamente alejados de la literatura. Obvio que camina por llano.

Aún me queda por leer a Edith, y tengo que decir aquí que Ethan Frome me parece una fantástica nouvelle, que quizás baste por sí sola para otorgarle un nicho en el olimpo de los clásicos. En el resto de su obra, que apenas he ojeado, encuentro atractivos oblicuos para el público femenino. Como ejemplo, la propia Edith reconoce la influencia materna:

…y mi madre, cuya memoria para los detalles del vestir era inagotable, me contó que ella se tocaba con un sombrero de castor que tenía prendida al sesgo una pluma de avestruz, más un velo verde para protegerse el cutis,…

Por lo demás, me encanta de esta autobiografía que lo literario ocupe el centro de todo. Solamente importa lo literario. Si un asunto de su vida no tiene relación con su trabajo como escritora pasa desapercibido. La creación, todos los aspectos que la rodean y todos los amigos que contribuyen a su fundamento ocupan un lugar central. Su relación con Henry James merece un capítulo extra, y en definitiva fue esta relación la que me llevó a ahondar en Edith.

Es particularmente lamentable, tratándose de Henry James, que nadie entre sus íntimos tuviese mentalidad de cronista, o más bien que quienes la tenían no la aplicasen a anotar su conversación, pues yo nunca he conocido otro caso en el cual lo que un autor dice de palabra y lo que escribe en sus libros se amplíe y complemente de manera recíproca. El talento es muchas veces una excrecencia ornamental; pero la cualidad vagamente llamada genio usualmente irradia a todo el personaje. «Con sólo que se cortara las uñas ―fue la llana frase que Goethe dedicó a Schiller―, uno veía al instante que era un hombre superior a los demás.»

Termino con una fabulosa crítica de Henry James a parte de los trabajos de Edith y que sirve como alabanza y simpatía para con la gente sincera:

«Te felicito de corazón, querida, por la forma en que has recogido las frases literarias más viejas y gastadas que han pasado los últimos veinte años tiradas por las calles de París, y has conseguido meterlas todas en esas pocas páginas.» Pero a esta desoladora repulsa, comentando posteriormente la narración con uno de mis amigos, añadió con más seriedad y singular buen sentido: «Un horroroso episodio en su carrera. Pero no debe volver a hacerlo nunca.»