miércoles, 31 de julio de 2019

Los dos húsares (1856), León Tolstói


 A principios del siglo XIX, cuando no había ferrocarriles, carreteras, alumbrado de gas, velas de estearina, divanes de muelles, ni más muebles que los pintados de laca; cuando no existían los jóvenes desengañados con monóculo, las mujeres filosófico-liberales ni las damas de las camelias que tanto abundan en nuestros días; en esa época ingenua en que, para ir de Moscú a San Petersburgo se utilizaba un carro o un coche de caballos y se viajaba ocho días con sus respectivas noches por caminos polvorientos o cubiertos de barro, con toda una provisión de platos caseros; cuando en las largas veladas de otoño, familias formadas por veinte o treinta personas se alumbraban con bujías de sebo; cuando se colocaban simétricamente los muebles; en esa época en que nuestros padres no sólo eran jóvenes, por no tener arrugas ni cabellos grises, sino porque estaban dispuestos a suicidarse por una mujer y se precipitaban al extremo opuesto del salón para recoger pañuelitos que no siempre caían por casualidad; cuando nuestras madres llevaban el talle alto y mangas enormes, y resolvían los problemas familiares echándolos a suerte, y las encantadoras damas de las camelias se ocultaban de la luz del día; en esa ingenua época de las logias masónicas y de los martinistas, en los días de los Miloradovich, de los Daydov y de los Pushkin…


            Hay ocasiones en que hacer una simple reseña puede modificar por completo la opinión que uno se forma sobre un escrito. Quizás se parezca a una segunda lectura. Por eso disfruto escribiendo este blog. Estaba dispuesto a decir que no está, ni mucho menos, entre mis preferidos del maestro, y sin embargo ahora estoy reconsiderando las fortalezas del relato, que son tremendas. Valga este comentario, además, para que minusvaloréis mi opinión y no las tengáis, cuando menos, en más de lo que yo la tengo.
El relato trata de mostrar un contraste generacional, la variación de la idiosincrasia de una generación a la otra, cuestión probablemente prejuiciosa, la típica idealización del pasado (cualquier tiempo pasado fue mejor). Y sin embargo, una vez planteadas las pegas vienen los aplausos. Se trata de un relato fabuloso, que se lee de un tirón, cien por cien recomendable. Solamente la introducción arriba transcrita es una absoluta maravilla.
            La primera parte del relato sigue al Conde Turbin, un oficial y noble ruso bien dotado de lo que más importa, carácter y atractivo. Es un hombre repleto de presencia física, impulsivo, violento si hace falta, pasional pero justo, que se hace querer, digamos que es un hombre afortunado.
En contraste, su hijo, en la segunda parte del relato, sigue casualmente los pasos de su padre, pero “no hay color”.

Han transcurrido aproximadamente veinte años. Mucha agua ha corrido desde entonces; han muerto muchas personas; muchas otras han nacido; muchas han llegado a mayores y muchas han envejecido. Pero han sido aún más numerosas las ideas que han nacido y han muerto, han desaparecido muchas cosas malas y buenas de los tiempos antiguos, y han aparecido muchas nuevas y magníficas.
Hacía tiempo que el conde Turbin había muerto en un duelo con un extranjero, al que había azotado con la fusta en plena calle. Su hijo, que se parecía a él como se parecen dos gotas de agua, era ya un oficial de caballería de veintitrés años. Sus cualidades morales eran muy diferentes a las de su padre. No tenía la menor sombra de las inclinaciones turbulentas, pasionales y, a decir verdad, depravadas de la pasada generación. Sus rasgos característicos eran la inteligencia, la cultura, el talento y, junto con eso, el buen sentido y la previsión.

            Como podéis ver, estos dos párrafos definen perfectamente el relato. No hace falta extenderse mucho más (¡mejor leerlo!). Ambas partes reflejan el transcurso de un par de días. En la primera parte la casualidad lleva a Turbin a hacer noche en una pequeña ciudad de provincias. Baile, juego, y como colofón una orgía desenfrenada en la que incluso participa un clan de gitanos. Obligatorio mencionar que Turbin no abandona la ciudad sin dejar su semilla en la joven más hermosa del lugar.

La segunda parte otra casualidad, pero ahora es el hijo el que da a parar en la misma localidad y con la misma familia. Se trata de una simple parada del regimiento de húsares al que pertenece el joven y apuesto Conde Turbin.

Sólo una cosa me desagrada, y es que esa señora haya conocido a mi padre; siempre tengo que avergonzarme de él; siempre hay por medio alguna aventura escandalosa o alguna deuda, ―continuó Tubin con una sonrisa que dejó al descubierto sus dientes, de un blanco deslumbrador―. Por eso no soporto el trato con personas que lo conocieron. Pero, por otra parte, así era aquella época ―añadió en tono serio.

Una tensa intriga envuelve el relato. Cualquiera diría que un relato no da para gran cosa, y sin embargo, con pocos trazos, nos son definidos multitud de personajes secundarios. Un personaje que me ha fascinado es Liza, ¿el nexo de unión entre las dos familias?

Al tercer vaso de té, después de haberse encontrado los tímidos ojos de Liza con los de turbin y de haber sostenido éste su mirada con una sonrisa imperceptible y expresión tranquila, la muchacha experimentó hostilidad hacia él: Pensó que no tenía nada de particular y que no se distinguía en nada de los hombres que había conocido hasta entonces. Se dijo que no tenía por qué intimidarse ante él. Ni siquiera era guapo; lo único era que tenía las uñas largas y  muy pulcras. Liza acabó tranquilizándose al decidirse abandonar su sueño, no sin cierta pena en su fuero interno. Sólo la inquietaba ligeramente la mirada del silencioso corneta, que sentía fija sobre sí. «Tal vez no sea éste, sino el otro», pensó.

Uno de los trabajos más tempranos de Tolstói, una muestra válida de su enorme genio. Si hoy me preguntaran cuál es mi escritor favorito, diría, sin dudar, Tolstói.


martes, 30 de julio de 2019

Emma (1815), Jane Austen



Esta novela me ha dejado un tanto perplejo. Presa de los prejuicios imaginé que las novelas de Jane Austen ofrecían una cómoda lectura, apta para mayorías. Inocentemente creí a otros que decían haberla leído y disfrutado. A mí en cambio me parece que Jane Austen es difícil de leer. Requiere una lectura concentrada y atenta, pues cualquier despiste te desplaza del sagaz conjunto que forman un limitado escenario pueblerino y un reducido elenco de personajes.

Durante la primera mitad de la novela anduve despistado y dubitativo. La presencia de Jane Austen era obsesiva, hablaba sin parar, me contaba puntillosamente, de manera omnisciente todo lo que pasaba, además del carácter, rasgos físicos y raigambre de cada persona. Tantas cosas me explicaba, mucho más de lo que a mí me apetecía saber, que temía perderme en la madeja que se estaba enredando a mi alrededor.



Harriet, ciertamente, no era lista, pero tenía un carácter dulce y dócil; estaba totalmente libre de presunción y solo deseaba ser guiada por cualquiera que le pareciera importante. Su rápido apego a Emma fue muy cariñoso, y su inclinación a la buena compañía y su capacidad para apreciar lo que era elegante e ingenioso mostraban que no tenía falta de gusto, aunque no debía esperarse de ella fuerza de comprensión. En conjunto, Emma estaba muy convencida de que Harriet Smith era exactamente la joven amiga que necesitaba; exactamente ese algo que requería su hogar. Una amiga tal como la señora Weston estaba fuera de cuestión. No se podía contar con dos personas así. Era una cosa muy diferente, un sentimiento distinto e independiente. La señora Weston era objeto de una consideración que se basaba en la gratitud y la estima. Harriet recibiría cariño como alguien a quien ella podía ser útil. Por la señora Weston no había nada que se pudiera hacer; por Harriet todo.



No es fácil encontrar el fragmento adecuado para reflejar mis pensamientos. Austen es densa, espesa. El ritmo de la lectura resultaba lento, pesado, cadencioso. A menudo me encontraba con párrafos que ocupaban páginas enteras. Cierto que mostraba aspectos positivos, ausencia de errores, descripciones logradas de los ambientes y de las sencillas inquietudes de las personas que los habitaban, pero la intriga se me ofrecía con cuentagotas. En realidad todo era cuestión de casarse bien o de relacionarse adecuadamente, un ambiente exquisito, casi perfecto, ¿inglés?



―Mi idea de él es que sabe adaptar su conversación al gusto de cada cual, y que tienen tanta capacidad como deseo de ser agradable a todos. Con usted, hablará de agricultura, conmigo, de dibujo o de música; y así con todo el mundo, teniendo esa información general sobre todos los temas que le permite seguir una orientación, o tomar la orientación, según lo requiera la propiedad, y hablar muy bien en cada caso; esa es mi idea de él.

―Y la mía ―dijo el señor Knightley, calentándose―, es que si resulta ser tal cosa, será el tipo más insoportable del mundo. ¡Cómo! ¡A los veintitrés años ser el rey de su sociedad, ese gran hombre, ese político experto, que lee el carácter de cada cual, y hace que los talentos de todos lleven a la exhibición de su propia superioridad; concediendo por ahí sus adulaciones para poder dejar a todos como tontos comparados con él mismo!



Y es que la trama es sencilla, ordinaria incluso, y sin embargo progresivamente el ambiente se carga de humanidad, palpamos a los personajes, nos los creemos, entrevemos ironía, el retrato de una sociedad con sus virtudes y defectos.



―Pero sin embargo, ¡será una solterona! ¡Eso es terrible!

―No te preocupes, Harriet, no seré una pobre solterona; y es solo la pobreza lo que hace despreciable la soltería a un público generoso. Una mujer sola, con una renta muy estrecha, debe de ser una solterona ridícula, desagradable; la burla apropiada de niños y niñas; pero una mujer sola con buena fortuna siempre es respetable, y puede ser tan sensata y agradable como cualquier otra. Y la diferencia no habla tanto contra la imparcialidad y el sentido común del mundo como parece al principio; pues una renta muy estrecha tiene tendencia a estrechar el ánimo y a agriar el carácter. Los que apenas pueden vivir, y viven forzosamente en una sociedad muy reducida, y generalmente muy inferior, pueden muy bien ser estrechos y malhumorados.



A veces la extensión de los diálogos es abrumadora y tediosa, todo tan falso como en la vida real. No hay apenas salidas de tono (resultarían aberrantes) y cuando las hay no alcanzan a traspasar los elevados muros de la hipocresía. No me queda otra sino asombrarme de la inmensidad de los diálogos, que me fueron envolviendo de tal manera que cuando alcanzaba la mitad ya me hallaba rendido a los pies de la escritora.

Cierto que la lectura me ha dejado un poso extraña (bien podría haber dicho cara de tonto). No ha pasado nada pero ha pasado de todo. No sé si Austen pretende reflejar la realidad o evadirnos de la misma. Todavía no sé si es más importante lo que no se dice que lo que se dice. Quizás suceda que el sobrecargado ambiente no es sino un guiño, una irónica panorámica del mundo que nos rodea, ¿un gran sarcasmo?

Por eso apuntaba arriba mi sorpresa, porque tengo entendido que Austen disfruta de abundancia de lectores, y si algo me ha quedado claro de la lectura (ahora mismo tengo más dudas que certezas) es que la maestra destaca por pintar caracteres, no por crear tramas adictivas.

A mi parecer se trata de una novela densa, nada recomendable para esa gran mayoría de lectores que buscan lecturas fáciles que les sirvan de evasión de las banalidades del día a día. Austen exige de una lectura intensa. A través de escenas cotidianas, insulsas incluso, se nos define a una serie de personajes en toda su extensión emocional. Todo, los diálogos, las descripciones farragosas, los pensamientos, todo está pensado para redondear caracteres.




La novela encierra tal complejidad que no hay manera de hacer una sinopsis adecuada. Sucede así que las sinopsis de las contraportadas (he ojeado más de una editorial) hablan de Emma como si se tratara de una aprendiz de celestina a la que todo le sale al revés. A mi modo de ver no se acerca a la realidad. Emma, una persona envidiable y privilegiada, a veces más pagada de sí misma de lo que ella misma se cree, nos muestra sus virtudes y sus defectos en un momento nuclear de la vida, que no es otro que la elección de pareja. De hecho solo en esta búsqueda, y su feliz consecución, se logra cierta intriga.



¡Que el señor Knightley no viniera ya para consolarles en el anochecer! ¿Qué ya no entrara a cualquier hora, como deseando siempre cambiar su propio hogar por el de ellos! ¿Cómo se podía soportar aquello? Y si le perdían por causa de Harriet; si después hubiera que pensar que encontraba todo lo que quería en la compañía de Harriet; si iba a ser Harriet la elegida, la primera, la más querida, la amiga, la esposa de quien él esperara las mejores bendiciones de la existencia ¿qué podía aumentar la desgracia de Emma sino la reflexión, nunca lejana de su mente, de que había sido obra suya?



De seguro que no tardaré en leer más novelas de Austen.

Me he quedado con una frase curiosa del prólogo, que comparto, en la que dice Virginia Woolf, a propósito de Los Watson, novela inacabada de Jane Austen:



Vale la pena leer las obras menores de un gran escritor porque detentan la mejor crítica de sus obras maestras.


martes, 23 de julio de 2019

La Divina Comedia (Circa 1304-1321), Dante Alighieri






Se puede leer a Dante de muchas maneras. Yo lo he hecho sin grandes pretensiones, de la misma manera que afronto los clásicos grecolatinos, llevado por el afán de conocer y con la intención única de disfrutar por el camino.

Tengo que reconocer que la lectura guiada por el blog El infierno de Barbusse ha sido el acicate. Por un lado me hubiera gustado participar de tan magnífica lectura, pero por otro no voy a negar el placer que me procura navegar en solitario.

También tengo que reconocer que mi lectura ha sido imperfecta y poco satisfactoria. Con la poesía me cuesta, además que la temática expuesta y esa división tan cristiana entre justos y pecadores me provoca repelús. Sin embargo sí que he disfrutado picoteando aquí y allá entre las escenas históricas que rodearon al escritor, a Dante.

Mi edición era la de Cátedra, con bastantes notas al pie que se esfuerzan (con poco éxito) de no perturbar en demasía la lectura, pero es que si no te detienes en las notas aclaratorias es imposible captar al menos una reducida fracción de todo aquello que la obra sugiere.

El conflicto entre Güelfos y Gibelinos es el telón de fondo, el Sacro Imperio Germánico, el Papado, Francia, las dinámicas pero divididas ciudades de la Toscana, los pequeños reinos que pueblan la península itálica.

Comencé la lectura con fuerza y el “Infierno” me lo leí de cabo a rabo, deteniéndome en cada terceto, tomando pausas refrescantes y acudiendo a menudo a fuentes complementarias. El “Purgatorio” se me hizo cuesta arriba, y apenas iniciado el “Paraíso” di por terminada la lectura.

La trascendencia de Dante es incuestionable, aunque su popular trayectoria ha sufrido de innúmeros altibajos. Quizás haya tenido que ver en ello la dificultad de su lectura. Es, y ha sido siempre, qué duda cabe, una lectura para minorías. Ni quiero imaginar que los imberbes italianos se vean obligados a leerla en el colegio. Entiendo que lo más normal es enfrentarse a fragmentos comentados y tirar de ellos para hilvanar la sociedad en la que Dante desarrolla su talento.

Primer renacimiento, transición del duocento al trecento. A través del “dolce stil novo” de los trovadores (Dante escribe en italiano y no en latín) se lleva a cabo un acercamiento, una extraña fusión entre la antigüedad clásica greco-romana y la cultura cristiana occidental. Perdonen mi ignorancia académica, igual solo a mí me extraña y resulta que estoy hablando de obviedades, pero es que desde un principio lo que más me ha sorprendido de la lectura es dicha mezcla; lo cristiano y lo pagano se funden con ¿naturalidad? Curiosamente los personajes del mundo grecolatino suelen aparecer en el infierno o el purgatorio porque vivieron después de Cristo y no les alcanzó la salvación. Es el propio Virgilio el que lleva de la mano a Dante a través de los diferentes mundos.




Dante se nos aparece como un católico convencido, ¿acaso había otra posibilidad en la época? Incluso Galileo Galilei, Newton o el mismo Darwin fueron devotos católicos, según dejaron plasmado en sus escritos, lo cual, según ellos, no debía ser impedimento para el desarrollo de una verdad paralela y no contradictoria con la Sagrada Biblia, la verdad de la naturaleza.

De hecho Dante se expresa como si su alma hubiera sufrido una experiencia religiosa, ascética. Al mismo tiempo que describe su experiencia nos ofrece su propia interpretación moral de los asuntos humanos, de los problemas que sacuden a los hombres de su tiempo y en especial la relación entre el poder político y el divino. Abundan los personajes con nombres y apellidos, y aquí también nos sorprende Dante impartiendo su propia justicia y colocando a los hombres a un lado o al otro de la balanza, lo cual también me ha resultado un tanto chocante.

Dante, cómo no, pertenecía al grupo de los privilegiados. Quizás no ocupaba la primera fila de los asuntos de estado, pero sí una segunda fila, y no vacila a la hora de participar, hasta el punto que vivirá gran parte de su vida, la más fructífera en lo literario, en el exilio de su querida Florencia.



Casi al azar destaco estos tercetos, primera estrofas del “Purgatorio”


Por surcar mejor agua alza las velas

ahora la navecilla de mi ingenio,

que un mar tan cruel detrás de sí abandona;



y cantaré de aquel segundo reino

donde el humano espíritu se purga

y de subir al cielo se hace digno.



Más renazca la muerta poesía,

oh, santas musas, pues que vuestro soy;

y Calíope un poco se levante,



mi canto acompañando con las voces

que a las urracas míseras tal golpe

dieron, que del perdón desesperaron.