martes, 17 de septiembre de 2019

Arte de prudencia (1647), Baltasar Gracián



         
      Solamente le falta el contenido moralizante para decir que Gracián escribió en el siglo XVII un tratado de autoayuda. Se le puede comparar perfectamente con El Príncipe, de Maquiavelo, pues, a través de sus aforismos, nos conmina a conducirnos de forma “prudente” en sociedad, y por prudencia entiendo, más que nada, hipocresía.

            Este fragmento de Maquiavelo define a la perfección el arte de la prudencia:



Porque hay tanta diferencia de cómo se vive a cómo se debería vivir, que quien deja a un lado lo que se hace por lo que se debería hacer aprende antes su ruina que su preservación: porque un hombre que quiera hacer en todos los puntos profesión de bueno labrará necesariamente su ruina entre tantos que no lo son. Por todo ello es necesario a un príncipe, si se quiere mantener, que aprenda a poder ser no bueno y a usar o no usar de esta capacidad en función de la necesidad…



            En la iconografía religiosa la prudencia es representada con el espejo y la serpiente, que definen la doblez del término. El prudente debe moverse por la vida con precaución y astucia. No hay sitio para la moral. ¿Prudencia es sinónimo de sabiduría? Desde luego que hablamos de una sabiduría eminentemente práctica.



Nunca por la compasión del infeliz se ha de incurrir en la desgracia del afortunado. Es desventura para unos la que suele ser ventura para otros, que no fuera uno dichoso si no fueran muchos otros desdichados.



            A ver, seamos realistas, si pretendemos que un libro solucione nuestros problemas cotidianos estamos listos. Gracián se limita a exponer una serie de aforismos que, a mi juicio, son fiel reflejo de la realidad, del funcionamiento de la sociedad. A ver si consigo explicarme. Lo que pretendo decir es que Gracián no nos ofrece un tratado de autoayuda, ni siquiera denuncia, solamente un reflejo de la realidad, y no encuentra mejor manera de hacerlo que a través del aforismo, de la ironía y el sarcasmo.

            Hay quien piensa que los que triunfan en sociedad lo hacen gracias a su sagacidad y astucia, gracias a su inteligencia. Son estos los defensores del libre albedrío. Otros piensan, al contrario, que el libre albedrío es muy limitado, que es el destino el que marca nuestras vidas, llámese a éste herencia genética y social si se prefiere. Es una dicotomía que existe desde los primeros tiempos, hoy velada por el predominio absoluto de la ciencias exactas sobre las del espíritu. Quizás desbarro.


            Supongo que todos sabemos que la vida en sociedad es una pugna constante de los unos para imponerse sobre los otros. Por supuesto que todos sabemos que para la lucha diaria es conveniente disponer de amistades. Obvio. No se trata de un consejo sino de la corroboración de una realidad:



Saber usar de los amigos. Hay en esto su arte de discreción; unos son buenos para de lejos, y otros para de cerca. Búsquense tales que hayan de durar, y aunque al principio sean nuevos, baste para satisfacción que podrán hacerse viejos. No hay desierto como vivir sin amigos. La amistad multiplica los bienes y reparte los males, es único remedio contra la adversa fortuna y un desahogo del alma.



Nunca acompañarse con quien le pueda deslucir, tanto por más cuanto por menos. Lo que excede en perfección excede en estimación. Hará el otro el primer papel siempre, y él el segundo; y si le alcanzare algo de aprecio, serán las sobras de aquél. Campea la luna, mientras una, entre las estrellas; pero en saliendo el sol, o no parece o desaparece. Nunca se arrime a quien le eclipse, sino a quien le realce.



Cierto que estos aforismos nos pueden servir para estar atentos y no bajar la guardia, para que no nos pillen desprevenidos.



Nunca descomponerse. Gran asunto de la cordura nunca desbaratarse. Son las pasiones los humores del ánimo, y cualquier exceso en ellas causa indisposición de cordura; y si el mal saliere a la boca, peligrará la reputación. Sea, pues, tan señor de sí, y tan grande, que ni en lo más próspero, ni en lo más adverso pueda alguno censurarle perturbado, sí admirarle superior.



A mí, personalmente, me ha parecido una lectura enriquecedora. Como habéis observado, ha sido motivo para la reflexión. He intuido en Gracián una tremenda ironía. A menudo utiliza el término “cuerdo” para referirse a las mayorías, y en este mundo de cuerdos quede claro que no impera la justicia sino la ley del más fuerte, del sagaz.



Son tontos todos los que lo parecen y la mitad de los que no lo parecen. Alzóse con el mundo la necedad, y si hay algo de sabiduría, es estulticia con la del Cielo; pero el mayor necio es el que no se lo piensa y a todos los otros define. Para ser sabio no basta parecerlo, menos parecérselo: aquél sabe que piensa que no sabe, y aquél no ve que no ve que los otros ven. Con estar todo el mundo lleno de necios, ninguno hay que se lo piense, ni aun lo recele.



Tener un punto de negociante. No todo sea especulación, haya también acción. Los muy sabios son fáciles de engañar, porque aunque saben lo extraordinario, ignoran lo ordinario del vivir, que es más preciso. La contemplación de las cosas sublimes no les da lugar para las manuales. Procure, pues, el varón sabio tener algo de negociante, lo que baste para no ser engañado, y aún reído ¿De qué sirve el saber si no es práctico?



Para terminar esta horrible reseña una cita de Elogio de la locura, de Erasmo de Rotterdam. Sirva como enlace a una próxima lectura:



Nada más insensato que una sabiduría a destiempo, ni nada más imprudente que una prudencia fuera de lugar. Obra mal el que no toma las cosas como vienen, el que no baja a andar por la calle, el que no quiere acordarse, al menos, de aquella sabia norma de los banquetes «O bebes, o te vas»; o el que pretende que la comedia no sea comedia. Es, por el contrario, signo del hombre prudente, como mortal que es, no querer una sabiduría superior a su condición humana común, estar dispuesto a hacer la vista gorda, y a reírse de sus desaciertos con todos los demás.

Pero esto precisamente ―se me dirá― es de necios. No intentaré negarlo, con tal que se admita que en esto consiste la representación de la comedia de la vida.

lunes, 16 de septiembre de 2019

Desgracia, (1999), Coetzee






Sigue dedicándose a la enseñanza porque le proporciona un medio para ganarse la vida, pero también porque así aprende la virtud de la humildad, porque así comprende con toda claridad cuál es su lugar en el mundo. No se le escapa la ironía, a saber, que el que va a enseñar aprende la lección más profunda, mientras que quienes van a aprender no aprenden nada.



Quien piensa que la novela está periclitada es porque no entiende la novela como un motivo para la reflexión, para el camino interior.

Coetzee ofrece múltiples lecturas.

Yo suelo afrontar las lecturas sin el apoyo de la crítica literaria. Sin embargo, a veces ojeo por internet o mejor aún si tengo algún libro al respecto a mano. En esta ocasión he dado con una reseña interesante, la de Liliana Costa, aquí: https://lilianacosta.com/desgracia/

No es necesario que la leáis, aunque a buen seguro os va a ofrecer mucho más contenido que yo. Se trata de una crítica académica, que analiza el texto como pudiera hacerse en la Universidad. Con esto quiero decir que un lector mínimamente atento no es capaz de ver todo lo que ve un analista. Lógicamente, pues el estudioso se enfrenta a la novela con herramientas y tiempo por delante. Supongo que lee la novela no una sino varias veces.

Pero los lectores comunes no leemos las novelas para analizarlas, leemos por razones distintas, cada cual las suyas, y yo no estoy en condiciones de exponer las mías porque ni siquiera alcanzo a definirlas.

Desde luego que mi lectura ha sido reflexiva. Rara vez un escritor vivo me empuja de tal manera a la reflexión. Por supuesto que yo me he detenido en aquellos asuntos que me sirven para interpretar mi propia realidad. Por supuesto que yo no he sido capaz de ver todo lo que Liliana Costa ha visto, pero ¿acaso importa? Si hubiera leído la novela sin la crítica de Liliana estoy seguro que hubiera sido esta igual de satisfactoria.

Por poner un par de ejemplos, yo no había visto una evolución en las desgracias: desde la primera, la menor, cuando nuestro héroe, David Lurie, tras dos matrimonios fallidos, pierde de vista a la prostituta que le proporciona un único remanso de paz durante un par de horas a la semana. ¿Dicha desgracia desencadena el resto?

La verdad que el comienzo de la novela es envidiable. La trama, el argumento, es la telaraña que nos impele a seguir adelante, la reflexión es el material con el cual se teje la novela.

A mi modo de ver el buen escritor no puede perder de vista estos dos elementos, entretenimiento y reflexión. Ya lo hizo Cervantes.

La geografía, la situación sociopolítica de Sudáfrica, no constituyen más que el telón de fondo de la novela, un telón muy interesante por cierto. Los temas son variopintos, el paso de la edad y el enfoque del deseo sexual, el prejuicio, la moral, el conflicto generacional, la resolución de conflictos, el interés, la hipocresía, en definitiva la conducta humana, Coetzee lo tiene todo.

Otro ejemplo está en el tema del lenguaje, que a mí me hubiera pasado del todo desapercibido de no ser por la crítica de Liliana Costa. También, vía you tube, he descubierto que Coetzee es lingüista y que desconfía de las estructuras mentales que procura cada lengua. También que los españoles pronunciamos mal su nombre: “Cotzía”.



Cada vez está más convencido de que el inglés es un medio inadecuado para plasmar la verdad de Sudáfrica. Hay trechos del código lingüístico inglés, frases enteras que hace tiempo se han atrofiado, han perdido sus articulaciones, su capacidad articulatoria, sus posibilidades de articularse. Como un dinosaurio que expira hundido en el fango, la lengua se ha quedado envarada.



Tampoco hubiera apreciado la dicotomía campo – ciudad. En fin, que apenas he apreciado la estructura del relato. Sin embargo, me pregunto, ¿y qué más da? Es más, incluso me ha dado por pensar si acaso Coetzee tampoco se haya dado cuenta de algunos detalles que no han pasado desapercibidos a la crítica literaria. Por ejemplo esa dicotomía campo ciudad, ¿estaría en la mente del escritor o es tan solo una interpretación de un individuo? A veces incluso me da la sensación de que la interpretación de un solo individuo se repite tantas veces que termina por convertirse en verdad.



Sirva una frase en boca del protagonista, David Lurie, para acompañar mis reflexiones.



―No, no he solicitado asesoramiento alguno, y tampoco tengo intención de hacerlo. Soy un hombre adulto. No soy receptivo a los consejos. Me encuentro al margen del alcance que puedan tener los consejos.



Como sucede con las grandes novelas son los personajes los que nos engatusan, los que nos atrapan. Llevo dos novelas de Coetzee y estoy encantado con sus protagonistas, una copia deformada a conveniencia del propio Coetzee. Son personajes un tanto quijotescos, aparentemente absurdos pero que sirven muy bien para reflejar el absurdo de la propia sociedad.

También imagino que los protagonistas de Coetzee desagradarán sobremanera a muchos lectores. El nobel ayuda.



No le agradan las mujeres que no se esfuerzan por resultar atractivas. Es una reticencia que ha tenido antes con las amigas de Lucy. No es que se sienta orgulloso: es un prejuicio que se ha hecho sitio en su ánimo, que se ha instalado en él. Su ánimo se ha tornado un refugio para los pensamientos viejos, vagos, indigentes, que no tienen otro sitio al que ir.



En fin, y vosotros ¿qué preferís? ¿Qué os den el texto desmenuzado o labrar vuestro camino propio? ¿quizás una mezcla de ambos?


miércoles, 4 de septiembre de 2019

El último encuentro (1942), Sándor Márai





Que la literatura no da tanto dinero como el fútbol es una obviedad. A eso debemos añadir que escribir no es fácil cuando lo que se pretende es remover conciencias. Hay que ser cuidadosos a la hora de mencionar a personas vivas, incluso a la hora de gestionar las referencias. En la Edad Media no se puede ofender a Dios, en la Edad Moderna no se puede poner en tela de juicio el poder absoluto de la Monarquía, y en la Edad Contemporánea son los principios fascistas y comunistas los que marcan el límite de la censura. A saber los caminos que tomará la censura en el futuro…

Después de la Segunda Guerra Mundial Sándor Márai tiene que huir de Hungría para establecerse en los Estados Unidos. La obra del que es considerado uno de los mejores escritores de Centroeuropa es censurada y, en cierta manera, olvidada.

De casualidad he penetrado en la lectura de esta novela, que me ha dejado unas fantásticas sensaciones. De alguna manera me ha recordado a Joseph Roth. Obviamente los dos escriben en el contexto del Imperio Austrohúngaro pero las obsesiones de cada uno son bien distintas.

Lo primero que uno agradece es el talento narrativo. Se trata de un escritor que pretende atraparte en sus redes, que te agarra de la mano y te lleva allá donde quiere que estés. Te ofrece reflexión, filosofía, pero al mismo tiempo trata de abarcar el abanico de lectores más amplio posible ofreciendo dramatismo, una trama ágil con giros y sorpresas. Las maneras son clásicas. Su forma de introducir los temas la hemos visto ya en multitud de ocasiones, pero eso da igual porque Márai lo hace todo con maestría.

El tema puede no parecer en exceso llamativo. La novela podría ser resumida en una sola frase. Dos grandes amigos ven truncada su amistad por una mujer y después de 41 años se reencuentran.

Como ya he dicho, el tratamiento es clásico, incluso puede parecer rudimentario porque Márai utiliza procedimientos obvios para hablarnos del pasado de los personajes principales. Sin embargo la lectura es deliciosa y profunda. Los temas que se encuentran esparcidos por doquier están tratados de forma magistral, la amistad, la soledad, la lealtad, la traición, la pasión, la música, la búsqueda de uno mismo. Alejado de todo maniqueísmo y a través de un largo diálogo, con todo su sentido, Márai nos regala su sabiduría.

Quizás alguno de estos párrafos pueda servir para que os iniciéis con este magnífico escritor. Por mi parte volveré a él sin dudar.



Los gemelos, como sabes, incluso en la edad adulta, y hasta separados por grandes distancias, lo saben todo el uno del otro. Obedeciendo las órdenes ocultas de su metabolismo, enferman al mismo tiempo, de la misma dolencia, aunque uno viva en Londres y el otro lejos, en otro país. No se escriben, no se hablan, viven en circunstancias muy distintas, comen alimentos diferentes, los separan miles y miles de kilómetros. Sin embargo, a la edad de treinta o de cuarenta años, sufren al mismo tiempo la misma enfermedad, un cólico hepático o una apendicitis, y les quedan las mimas posibilidades de vivir y de morir. Los dos cuerpos viven en simbiosis, como en el útero materno… los dos aman y odian a las mismas personas. Es así, es una ley de la naturaleza. No ocurre muchas veces… pero tampoco es tan raro como algunos creen. Yo he llegado a pensar que la amistad es un lazo parecido a la unión fatal de los gemelos. Esa peculiar correspondencia de las vocaciones, de las simpatías, de los gustos, de los aprendizajes, de las emociones ata a dos personas y les asigna un mismo destino.



Uno siempre responde con su vida entera a las preguntas más importantes. No importa lo que diga, no importa con qué palabras y con qué argumentos pretende defenderse. Al final, al final de todo, uno responde a las preguntas con los hechos de su vida: a las preguntas que el mundo le ha hecho una y otra vez. Las preguntas son éstas: ¿Quién eres?... ¿Qué has querido de verdad?... ¿Qué has sabido de verdad?... ¿A qué has sido fiel o infiel?... ¿Con qué y con quién te has comportado con valentía o con cobardía?... Estas son las preguntas. Uno responde como puede, diciendo la verdad o mintiendo: eso no importa. Lo que sí importa es que uno al final responde con su vida entera.



Tú siempre has sido el más culto, el artista, el más aplicado, el más virtuoso, el que tenía talento, el que tenía un instrumento de música, el que tenía un secreto y además literalmente: tu secreto era la música. Pero en el fondo de tu alma habitaba una emoción convulsa, un deseo constante, el deseo de ser diferente de lo que eras. Es la mayor tragedia con que el destino puede castigar a una persona. El deseo de ser diferentes de quienes somos: no puede latir otro deseo más doloroso en el corazón humano. Porque la vida no se puede soportar de otra manera que sabiendo que nos conformamos con lo que significamos para nosotros mismos y para el mundo. Tenemos que conformarnos con lo que somos, y ser conscientes de que a cambio de esta sabiduría no recibiremos ningún galardón de la vida: no nos pondrán ninguna condecoración por saber y aceptar que somos vanidosos, egoístas, calvos y tripudos: no, hemos de saber que por nada de eso recibiremos galardones ni condecoraciones. Tenemos que soportarlo, éste es el único secreto.



¿Qué significa la fidelidad, qué esperamos de la persona a quien amamos? Yo ya soy viejo, y he reflexionado mucho sobre esto. ¿Exigir fidelidad no sería acaso un grado extremo de la egolatría, del egoísmo y de la vanidad, como la mayoría de las cosas y de los deseos de los seres humanos? Cuando exigimos a alguien fidelidad, ¿es acaso nuestro propósito que la otra persona sea feliz? Y si la otra persona no es feliz en la sutil esclavitud de la fidelidad, ¿amamos a la persona a quien se la exigimos? Y si no amamos a esa persona ni la hacemos feliz, ¿tenemos derecho a exigirle fidelidad y sacrificio?