Esta
novela ha llegado a mí en una vieja y mediocre edición del 72 con una
traducción que, desde mi corto alcance, deja mucho que desear (como ejemplo el
abuso de la locución “a la sazón”). Pero tengo que decir que aquesto son
minucias y que la novela me ha sorprendido gratamente, quizás porque el
prejuicio se había manifestado como siempre, silenciosamente, en forma de una
crítica que hablaba de una obra menor.
Conocemos
a Veltchaninov, un hombre rico venido a menos en todos los aspectos. El aumento
de los años se correspondió con la disminución de la riqueza, dando en un
carácter pesado e hipocondríaco.
…
conservaba ese aplomo imperturbable, esa confianza en sí mismo que llegaba
hasta la insolencia, de la que él, acaso, no sospechaba la magnitud, aun siendo
un hombre, no sólo inteligente, sino a veces sutil, bastante culto y, sin
disputa, bien dotado.
Me
ha sorprendido desde el inicio esa descripción, el hecho de que Dostoievski no comenzara
con la acción para luego ir definiendo al protagonista. De hecho tenemos que
seguir la estela de Veltchaninov para hacernos con su verdadero carácter:
Sí,
Veltchaninov había llegado a eso; luchaba a la sazón con razones “superiores”
en las que antes no se hubiera detenido. En su mente, en su conciencia,
entendía por “razones superiores” todas aquellas de las que (con grande asombro
suyo) le era imposible reírse en su interior. ¡Oh! En sociedad era muy
distinto. Sabía perfectamente que en la primera ocasión favorable renunciaría
en voz alta, desde el día siguiente, a todas esas “razones superiores”, a
despecho de las resoluciones secretas y piadosas de su conciencia, y que él
sería el primero en burlarse de ellas, aunque, naturalmente, guardándose de
confesárselo.
Luego,
sin duda, lo conocemos mejor a través de sus actos, o de sus pensamientos más
profundos. Cierto que a veces sentí que el personaje se desbarataba, que
comenzaba a dudar de su verosimilitud, pero es que los personajes de
Dostoievski son como los hombres de carne y hueso, contradictorios, versátiles,
imprevisibles.
De
lo que no nos cabe duda alguna es que la psicología de cada personaje, el
interior de su conciencia, lo ocupa todo.
Veltchaninov
se quejaba desde hacía largo tiempo, por ejemplo, de su pérdida de memoria.
Olvidaba el rostro de las personas que conocía, y éstas se ofendían cuando él
las encontraba. A veces no recordaba nada de un libro leído seis meses antes.
Ahora bien; pese a esta pérdida evidente y cotidiana de la memoria (que le
preocupaba mucho), todo cuanto se refería a su pasado lejano, sucesos
completamente olvidados desde hacía diez o quince años, todo eso resucitaba, a
menudo repentinamente, con una precisión de detalles y una vivacidad de
impresión tales, que era como si lo viviese de nuevo. Algunos de esos recuerdos
habían sido tan completamente olvidados que el hecho de haber podido
recordarlos le parecía que tenía algo de milagroso.
Semejantes
olvidos nos hacen dudar del protagonista, pero la hipocondría, los continuos
cambios de estado de ánimo, la inestabilidad emocional, todo apunta a un estado
mental depresivo que puede explicar perfectamente las contradicciones que
anidan en la conducta del protagonista. Eso sí, Dostoievski nos obliga, quizás
sin pretenderlo, a hacer una lectura activa que complete a los personajes y que
nos explique la naturaleza de las motivaciones que empujan sus actos.
Podemos
preguntarnos, dudar, y con razón, ¿cómo puede olvidar el protagonista una
pasión tan crucial y que lo llegó a trastornar tanto? No esperemos normalidad
en Dostoievski porque los genios atraviesan los cauces habituales de la
conciencia. Por algo son genios.
Dostoievski
es plenamente consciente de lo que hace:
¿Había
querido de veras a aquella mujer o bien eso no era sino una especie de hechizo?
“Sí,
me amaba… odiándome, y éste es precisamente el amor más grande…”
A
ella no la conocemos sino por lo que Veltchaninov recuerda de ella:
Tenía
los modales de provinciana mundana; pero, con ellos, mucho tacto, es cierto.
Tenía buen gusto, pero sólo se manifestaba en su manera de vestir. Tenía un
carácter resuelto y dominante; jamás podía uno entenderse a medias con ella:
“Todo o nada”. Su firmeza y perseverancia en las situaciones difíciles eran
asombrosas.
Complacíase
en hacerles sufrir, aunque los premiaba en seguida. Era una naturaleza
apasionada, cruel y sensual.
Ella
no está ya en este mundo, pero su presencia es la que mueve los hilos, las
vidas de los protagonistas de la novela. De hecho bien podría haberse titulado
la novela “Natalia Vassilievna”. Me da que la elección del título le llevaría a
Dostoievski auténticos quebraderos de cabeza.
En
realidad “el eterno marido” no es sino una conjetura, una teoría, de
Veltchaninov, que no de Dostoievski. Cuidado con la confusión.
Veltchaninov
estaba convencido de que realmente existía ese tipo de mujer; pero estaba
seguro también de la existencia de un tipo de marido correspondiente a las
mujeres de ese género, cuya única razón de ser es acomodarse a ese tipo de
mujer. A su parecer, el carácter esencial de tales hombres consiste en ser, por
decirlo así, “maridos eternos”, o, para decirlo con más exactitud, en no ser,
en toda su vida, otra cosa más que maridos.
Tal
hombre no nace ni se desarrolla sino para casarse y hacerse al mismo tiempo el
complemento de su esposa, aún si indiscutiblemente posee carácter propio. La
marca distintiva de tal hombre es cierto adorno. Le es tan imposible no llevar
cuernos como imposible le es al sol no alumbrar, y, no solamente lo ignora siempre,
sino que, con arreglo a las leyes de la naturaleza, debe ignorarlo.
El
eterno marido es una especie de cornudo atado por el destino. Esto no me ha
llevado a la reflexión, que viene de la mano del hipocondríaco Veltchaninov. No
voy a entrar en más conclusiones, no les voy a quitar el trabajo a los
profesores de universidad. A mí me da que a Dostoievski no le interesa resolver
cuestiones sino solamente abrirlas, dar pábulo a la duda, obligar a pensar al
lector.
Como
muchas otras veces las consideradas obras menores de un autor me han dado pie a
la reflexión, a una lectura rica en matices y de infinitas posibilidades.
La
novela está llena de pasajes enormes. El enfrentamiento de los dos
protagonistas es tremendo.
―Es
usted un iluso ―dijo al fin Pavel con una sonrisa muy fez.
―Y usted
está muy desagradable hoy ―replicó Veltchaninov con mal humor.
―¿Y por
qué no he de ser malo como todo el mundo? ―estalló de improviso Pavel
Pavlovitch, como movido por un resorte.
El
debate entre el bien y el mal está siempre presente en Dostoievski; el enfoque
es siniestro y fabuloso:
Sí;
la vida no ama a los monstruos y se deshace de ellos mediante “soluciones
naturales”. El más monstruo de los monstruos es el que tiene sentimientos
nobles. ¡Yo sé esto por experiencia, Pavel Pavlovitch! La Naturaleza no es una
madre, sino una madrasta para los monstruos. La Naturaleza produce un monstruo
y, en vez de tenerle lástima, lo condena.
Sí,
es una novela extraña, como lo son todas las de Dostoievski, no podía ser menos
tratándose de uno de los más grandes. Y si con todo no os animáis a su lectura,
os dejo estos párrafos en los que la magia del maestro transforma lo difícil en
fácil.
Conocía
a fondo el arte de la conversación mundana, ese arte que consiste en parecer
absolutamente sencillo y sincero y en manifestar al propio tiempo que uno
también considera a sus oyentes como personas absolutamente sinceras y
sencillas. Cuando era menester, sabía hacer muy bien el papel de hombre jovial
y dichoso. Sabía también decir en el momento oportuno un chiste, hacer una
alusión jocosa o un bonito retruécano como por casualidad y sin parecer
pensarlo, aunque el chiste, el retruécano y hasta todo su discurso hubiesen
sido preparados de largo tiempo, se los hubiese aprendido de memoria y los
hubiera puesto en circulación, por así decirlo, muchas veces…
Tenía
la absoluta certeza, triunfante, de que, al cabo de unos minutos, todos los
ojos se volverían hacia él, que todas aquellas personas solamente le
escucharían a él, que no hablarían más que con él y que no les haría reír sino
lo que él dijera. En efecto, se oyeron risas aquí y allá. Poco a poco la
conversación se hizo general. Tenía, en grado superlativo, la habilidad de
hacer que las personas se pusieran a conversar; oíanse ya tres o cuatro voces
que hablaban a la vez.