domingo, 28 de enero de 2018

Las olas (1931), de Virginia Woolf




Seis personajes, seis soliloquios consecutivos: Bernard, Susan, Rhoda, Neville, Jinny, Louis… y también Percival, que no se pronuncia pero que participa como uno más en boca de los protagonistas.

Qué más nos da a nosotros si se pueda identificar a Bernard con el escritor E. M. Foster, o con quién podemos identificar a los demás. Quizás valga la pena para los académicos; así se ganan el pan. Los mortales nos conformamos con dejarnos llevar por las olas que fluctúan, que vienen y van, como los diálogos interiores de los personajes.

Novela experimental. No es el flujo de conciencia a la manera de Joyce, no se trata del tipo de diálogo que mantenemos con nosotros mismos. Las frases son cortas, punzantes, irreales, oníricas; no hablamos poéticamente con nosotros mismos.

Me he negado a tirar de lápiz y subrayados, me he limitado a leer. No he pretendido dominar cada uno de los personajes. He confiado en Virginia Woolf, he confiado en que no me soltara la mano, que no me obligara a abandonar la difícil lectura. La trama resulta enrarecida por inexistente, es todo una travesura, una especie de onanismo literario, un extravagante e introvertido espectáculo.



…¿Quieren una trama verdad? ¿Quieren razones? No les basta esta escena normal y corriente. No basta esperar que se diga algo, como si estuviera escrito; no basta ver cómo la frase pone su rastro de arcilla exactamente en el lugar adecuado, dando carácter.



Perlas como esta mantienen en pie al lector a duras penas:



¿Quién es capaz de expresar el significado de algo? ¿Quién puede prever el vuelo de una palabra? Las palabras son como globos que navegan sobre las copas de los árboles. Hablar de saberes es una inútil frivolidad.



Quizás esto se trate de una alusión, pistas para leer la novela, o quizás sea solo mi imaginación calenturienta:



Para leer este poema es preciso tener miríadas de ojos, como una de esas lámparas que giran impulsadas por las raudas aguas, a medianoche, en el Atlántico, cuando quizá tan solo un puñado de algas asoma a la superficie, o de repente se separan las olas, y abriéndose paso con los hombros surge un monstruo… El poeta que ha escrito esta página (la que leo mientras la gente habla) se ha retractado. No hay comas ni punto y comas. Los versos no tienen la longitud que deben: En gran parte, es pura tontería. Uno debe ser escéptico, pero prescindir de toda precaución, y, cuando la puerta se abre, aceptar sin reservas. Y también alguna que otra vez, uno debe llorar, así como limpiar sin piedad, blandiendo la afilada hoja, el hollín, la corteza y todo género de excrecencias. Y de esta manera (mientras hablan) hundir más y más la red, tirar suavemente de ella y sacar a la superficie lo que éste dijo, lo que ésta dijo, y hacer poesía.



Los Diarios de Virginia Woolf me han ayudado a la interpretación (imagino). Tampoco los tomo al pie de la letra. ¡Mucho menos toméis en serio mis comentarios! Virginia Woolf habla de Cervantes y le “reprocha” que busque el entretenimiento de los lectores, así como le reprocha a Joyce eso mismo pero al contrario, que no logre enganchar a la lectura. De todas maneras Virginia, pese a ser una lectora enormemente confiada de su juicio lector no se muestra categórica en sus afirmaciones, siempre duda, lo cual es de agradecer.

De todo esto infiero que Virginia Woolf escribe para sí, escribe solamente aquello que le apetece escribir y de la manera que le sale. No le inquieta en demasía que el lector sea o no capaz de seguirla, (a través de sus diarios constantemente se reafirma en la seguridad de que escribe solamente para unos pocos), pero es tan novedoso su  estilo que necesita de la crítica de los demás para convencerse de la calidad de lo que escribe, y durante determinados momentos del proceso de la escritura incluso duda de si será una novela fallida. De todas maneras la duda acompaña, por lo general, a todo escritor.



No encuentro temas fundamentales, son los personajes expuestos a nuestro escrutinio, con sus seguridades, aspiraciones, temores, arrepentimientos, insatisfacciones, culpas, los egos de cada uno de los personajes proyectados a un futuro más o menos inmediato.

Me ha requerido un esfuerzo terminarla y he dado multitud de saltos. El tiempo narrativo me ha tenido despistado. Una serie de introducciones poéticas a cada grupo de soliloquios (a modo de entreactos) describen un mismo paisaje marino a lo largo de un día, lo cual se corresponde con las etapas de la vida del hombre: amanecer / infancia, luz del mediodía / adolescencia, tarde / edad adulta, caída de la tarde / vejez, sombras de la noche / la muerte. Conocemos a los niños jugando en el prado, luego adolescentes, el último día de un fin de ciclo de estudios. Se reúnen en torno a una mesa para despedir a Percival, que se marcha a la India. Luego Percival muere en un accidente; no me queda muy claro. Nos sumergimos en una extraña monotonía que fluye preñada de melancolía. Maduran, adquieren compromisos, trabajos, matrimonios, hijos. Luego Bernard, Susan, Rhoda, Neville, Jinny, Louis, vuelven a reunirse en torno a una mesa y la escritura no nos muestra sus conversaciones sino que nos obliga a reconocerlos de nuevo bajo extraños soliloquios. Sí, es una novela extraña, única, y Virginia lo sabe, y se regodea.

Finalmente Bernard adquiere protagonismo. Es el personaje que muestra mayores aspiraciones literarias. Tiene el pelo blanco ya, lo que nos asegura que el tiempo llega a su final. Nos regala un vago soliloquio a través del cual alude a la situación de los demás. De dicho soliloquio se desprende un sinsentido, un aire de vaguedad y tiempo desaprovechado, de culpa, de muerte, de vaciedad, de absurdo, de melancolía, espíritu que acompaña en realidad toda la obra.



Es una obra que como mínimo te deja perplejo. La he leído con intensidad pero he dado algunos saltos. Algunos ya han dicho, sin paliativos: ¡es una obra maestra! Yo no llego a tanto. Considero que se trata de una novela que los escritores con pretensiones deben leer, y subrayo el deber porque nos es útil, nos abre la mente al uso del tiempo narrativo y la expresión. Con respecto a los lectores que pretendan el sano entretenimiento, que la dejen pasar a no ser que sean capaces de quedarse sentados observando el monótono vaivén de las olas.



Tuve conciencia de mi vaga y neblinosa manera de ser, llena de sedimentos, llena de dudas, llena de frases y de notas que apuntar en libretitas.



Mi cuerpo ha sido usado a diario, correctamente, como una herramienta manejada por un buen artesano, y en todas sus partes. La hoja es limpia, cortante, y está gastada en la parte central. (Luchamos como bestias en el campo, como ciervos entrechocando sus cuernos).


lunes, 22 de enero de 2018

Diario de una escritora (1918-1941), de Virginia Woolf




Leonard Woolf, marido de Virginia Woolf, hace aquí una selección de sus diarios entresacando todo lo que tiene relación con la literatura. Dicho diario tiene, pues, valor, no solo para los seguidores de Virginia, sino también para aquellos que gustan de dar vueltas alrededor de los problemas que conlleva la construcción de una novela, la forma, la trama, la caracterización de los personajes, la corrección de un texto o los avatares de la publicación editorial. Además, está la crítica literaria, a la que Virginia Woolf dedicó una parte importantísima de sus esfuerzos, y es esta precisamente la que a mí, personalmente, más me ha llamado la atención. A lo largo de los diarios la escritora comenta todos aquellos libros que lee y pretende leer, la gran mayoría de ellos clásicos, y los comentarios que vierte a bote pronto me parecen de una gran agudeza, los correspondientes a un buen lector. Virginia Woolf simplemente vierte sus opiniones sobre Cervantes, Conrad, Shakespeare, Sófocles, Milton, Joyce, Tolstoi o Proust, entre muchos otros. Se muestra como una lectura confiada pero con matices. Para los que no gustan de su prosa pero quieren conocer a la autora, recomiendo estos diarios.




En los momentos literarios que vivimos, acá por el 2018, bien sabemos que todo el mundo escribe, incluido un servidor. Ya de esto se quejaba Cicerón, pero digamos que hoy en día se trata de una realidad tan sorprendente que se ha convertido en fructífero negocio. Proliferan los tratados que pretenden enseñar a escribir (no seré yo quien niegue su relativa utilidad, pero la mayoría terminan guardando paralelismos con los tan denostados como exitosos tratados de “autoayuda”), y con más o menos fortuna se anima a afrontar la que unos consideran sana, y otros insana, actividad. Pero, en definitiva, no hay otra manera de aprender a escribir que leyendo y escribiendo. Esto ya lo saben tanto aspirantes como escritores pero, por lo general, se acostumbra a leer mal y consecuentemente a escribir mal. Es como la pescadilla que se muerde la cola. Es tan baja la calidad de lo que publican los grandes sellos editoriales que todos consideran que son capaces de escribir bien o, cuando menos, igual de mal; tiene su lógica el asunto, y difícil solución.



Entrando de lleno en los diarios de Virginia Woolf, no creo que se trate de una lectura que haya que seguir de forma lineal. Se puede leer a saltos, o según convenga. Virginia comenta las lecturas que tiene sobre la mesa, la aceptación de sus difíciles obras por parte de la crítica y la sociedad, los avatares de la escritura y la corrección, Virginia vive la literatura a flor de piel, ¡vive para escribir y leer!

Me da a mí que es un libro que merece la pena tener en propiedad, y subrayar. A mí personalmente me ha provocado a seguir conociendo la obra de la artista (hasta el momento solamente había leído, con aprovechamiento, La señora Dalloway). Ella ofrece “pautas”, mejor diría indicios, para leer su obra, pues quién mejor que la propia escritora para valorar la jerarquía de sus obras. Quizás sea Las olas la que más recomienda, y no digo más, os dejo unos fragmentos cualesquiera y comienzo a leerla.



Me doy cuenta de que esto me está ocurriendo más y más a menudo, y me pregunto qué debo hacer para solucionarlo, ¿dar explicaciones, o contemporizar, o seguir escribiendo contra corriente.



Vale la pena consignar, en vistas al futuro, que el poder creador que tan agradablemente burbujea al comenzar un nuevo libro disminuye al cabo de cierto tiempo, y sigue produciéndose con serenidad y constancia. Aparecen dudas. Luego una se resigna. Lo que más influye en que una siga escribiendo es la decisión de no cejar y la sensación de que se va a conseguir una forma. Estoy un poco angustiada. ¿Cómo voy a plasmar esta concepción? Cuando una se pone a trabajar, inmediatamente se asemeja a una persona que va de paseo, y que ya ha visto el paisaje extendiéndose ante ella, antes. En este libro no quiero escribir nada que no me guste escribir. Pero escribir siempre es difícil.



La prueba de la bondad de un libro (para el escritor) consiste en ver si ofrece un espacio en el que, de forma perfectamente natural, una pueda decir lo que quiere decir. Tal y como esta mañana he podido decir lo que Rhoda dice. Esto demuestra que el libro tiene vida propia; porque no ha aplastado lo que yo quería decir, sino que me ha permitido deslizarlo, sin presiones ni alteraciones.



La prosa de X es muy fluida. La he estado leyendo y ello me obliga a esgrimir la pluma. Después de haber leído un clásico me siento agobiada y… no castrada, castrada no sino todo lo contrario; en fin, por el momento no se me ocurre la palabra.



Para terminar, un fragmento que bien podría encabezar este blog:



Sí, hay que tener siempre los clásicos al alcance de la mano, para evitar la decadencia.

lunes, 15 de enero de 2018

Electra (circa 415 a.C.), de Sófocles





El tema central de esta obra, la venganza impuesta a Orestes por la tradición legal y religiosa del crimen cometido por Clitemnestra y Egisto contra el Rey Agamenón, ya era un tema viejo cuando lo tocó Sófocles. Venía de los primeros pasos del teatro, de la épica y la lírica coral, y luego adquirió líneas más precisas con Esquilo. De hecho no es del todo seguro, aunque sí verosímil, que sea anterior a la homónima de Eurípides, contemporáneo de Sófocles.
Es curioso que los tres grandes de la tragedia griega tocan los mismos temas pero los singularizan con su propia impronta y los tres logran el aplauso de la crítica y del espectador. Al decir de la crítica Sófocles seculariza la temática, de tal manera que los asuntos divinos devienen en humanos. Las guerras Médicas y las posteriores del Peloponeso con las consabidas perturbaciones para el mundo griego debieron tener parte de razón en ello.
La crítica considera que a esta obra le falta grandeza épica porque trata de personajes de condición normal pero al mismo tiempo coincide en apuntar que es la que alcanza mayor perfección estructural. Al mismo tiempo la crítica se explaya en las similitudes que guarda con Edipo Rey, no sólo en la estructura sino, y es lo que más importa para mi lectura, en el uso profuso que hace de la ambigüedad.

ELECTRA. ―En verdad que es terrible expresarse una tan bien para luego errar por completo!
CRISOTEMIS. ―Has interpretado correctamente el mal de que eres víctima.
ELECTRA. ―Pero ¿cómo? ¿No te parece que lo enjuicio con razón?
CRISOTEMIS. ―Pero es que a veces incluso la razón trae malas consecuencias.

La locura y la cordura van de la mano:

ELECTRA. ―Incluso ya está dando sus resultados en lo que a mí toca, pues con el tiempo aprendí cordura, con el resultado de avenirme a los más poderosos.

Las tensiones que viven los personajes son tremendas. El padre que tiene que sacrificar a un hijo, la venganza posterior de la madre, el odio visceral que surge consecuentemente entre madre e hijos, las tensiones entre los hijos motivadas por la actitud que cada uno piensa que se debe adoptar. Las hijas de Clitemnestra viven con ella, y mientras una aborrece abiertamente a su madre, Electra, la otra, Crisotemis, mantiene las apariencias. Dicha situación la puede extrapolar el espectador a las circunstancias peculiares de su propia familia, de manera tal que se da la identificación del espectador con los personajes. Sófocles consigue así no sólo sobrecoger al espectador sino incluso sonsacarle la lágrima a partir de una conclusión que ya conoce antes de comenzar el drama. Es la grandeza del teatro, de la literatura, del cine.

El núcleo de la historia lo veo yo en la diferente actitud de las dos hermanas, Crisotemis y Electra.

CRISOTEMIS. ―Pero ahora en medio de la tempestad me parece conveniente navegar con velas recogidas y no hacerme la ilusión de que, sí, de que estoy creándoles dificultades y de que, en cambio, no los molesto. Otro tanto me gusta que hagas también tú. Y, sin embargo, lo correcto es no como yo propugno sino como tú lo interpretas. Pero si he de vivir libre hay que obedecer en todo a los que mandan.

La honestidad roza la locura, mientras que la hipocresía representa la supervivencia, la cordura. El espectador tendrá dudas y basculará entre uno y otro parecer.

CRISOTEMIS. ―¿Para experimentar qué sensación? ¿En qué locura estás inmersa?
ELECTRA. ― Para escapar lo más lejos posible de vosotros.
CRISOTEMIS. ―¿No tienes añoranza de la vida presente?
ELECTRA. ―¡Claro, mi existencia es hermosa, como para admirarla!
CRISOTEMIS. ―Pero lo sería si te entrara en la cabeza ser sensata.
ELECTRA. ―No me enseñes a ser ruin con los seres queridos.
CRISOTEMIS. ―Es que no te lo enseño, sino sólo a rebajarte a los que mandan.
ELECTRA. ―Tú, halágales con esa sumisión. Hablas de comportamientos que no son los míos.
CRISOTEMIS. ―Sin embargo es sumamente inteligente no sucumbir por irreflexión.
ELECTRA. ―Sucumbiremos, si es preciso, vengando el honor de padre.
CRISOTEMIS. ―Padre, lo sé, tiene comprensión por este proceder que sustento.
ELECTRA. ―Esas son presunciones buenas para ser aprobadas por los ruines.
CRISOTEMIS. ―Pero ¿tú no me harás caso de ninguna manera ni aprobarás mis proposiciones?
ELECTRA. ―No, por cierto. ¡No sea todavía tan privada de juicio!

El sarcasmo está presente de la mano de Clitemnestra, cuando recibe la noticia (falsa) de la muerte de su hijo Orestes, que no sabe muy bien si celebrar:

CLITEMNESTRA. ―¡Oh Zeus! ¿Cómo son estos hechos? ¿En cuál de los dos sentidos los interpreto, afortunados o espantosos, pero ganancia al fin? Por lo demás es triste si salvo mi vida a costa de mis propias desgracias.
AYO. ―¿Por qué, oh mujer, te desanimas tanto por este mi mensaje?
CLITEMNESTRA. ―Cosa formidable es dar a luz, pues ni siquiera recibiendo mal le entra a una odio contra los que da a luz.

Perfecta lectura, breve, para compaginar con otras de mayor extensión que a veces nos ocupan, para disfrutar conociendo los inicios de nuestra literatura, de la civilización occidental.