lunes, 28 de mayo de 2018

Juan de Mairena (1936), de Antonio Machado




Escasean en el blog los escritores españoles, no porque no los haya sino porque en estos momentos son otros los que llaman mi atención. Cierto que nuestra novela no está para fiestas, y que los siglos XIX y XX refulgieron con más brillo en otros lares. Tenemos, sin embargo, una poesía de enorme calidad, y tenemos a Antonio Machado.
No me pude resistir a esta bagatela, cuyo subtítulo reza tal que así: «Sentencias, donaires, apuntes y recuerdos de un profesor apócrifo».
Libro curioso donde los haya, recopilación de artículos periodísticos de Machado en el período republicano, publicado justo en el sangriento verano que empieza la guerra civil. Un profesor y sus alumnos constituyen una buena excusa para analizar la sociedad, la política, el arte, la vida en general, desde un punto de vista a veces grave, por lo general satírico y humorístico.
No es necesario leerlo entero, mejor picotear aquí y allá, dónde más nos plazca, gastando lapiceros y alternando con otras lecturas. Así al menos hice yo.
El humanismo de Machado está presente aquí o allá, su apertura de mente, el interrogarse por las cosas y tratar de adoptar puntos de vista diferentes. Pero, en definitiva, se palpa reposo, paz y moderación en tiempos de guerra, un vivir la vida breve con provecho, el gusto por la conversación y la disputa dialéctica, siempre abierto a los contrarios, a la polémica constructiva, a la ironía, ahora estoico, ahora cínico, escéptico siempre, con un puntito de humor. Quizás por eso lo utilizó Pablo Iglesias como regalo para el Presidente Mariano Rajoy.

Podrían entresacarse millares de fragmentos, porque el libro es extenso y esconde riquezas en cualquier rincón. Hay referencias al arte y a la filosofía, naturalmente que a la literatura, hay retruécanos, explicación de frases hechas, crítica taurina, sociedad, y por supuesto educación, mucha educación, eso que tanta falta nos hace.

Pero el poeta debe apartarse respetuosamente ante el filósofo, hombre de pura reflexión, al cual compete la ponencia y explanación metódica de los grandes problemas del pensamiento. El poeta tiene su metafísica para andar por casa, quiero decir el poema inevitable de sus creencias últimas, todo él de raíces y de asombros.
 
Vosotros sabéis que yo no pretendo enseñaros nada, y que sólo me aplico a sacudir la inercia de vuestras almas, a arar el barbecho empedernido de vuestro pensamiento, a sembrar inquietudes, como se ha dicho muy razonablemente, y yo diría, mejor, a sembrar preocupaciones y prejuicios; quiero decir juicios y ocupaciones previos y antepuestos a toda ocupación zapatera y a todo juicio de pan llevar.

De todas las máquinas que ha construido el hombre, la más interesante, a mi juicio, el reloj, artefacto específicamente humano, que la mera animalidad no hubiera inventado nunca. El llamado homo faber no sería realmente homo, si no hubiera fabricado relojes. Y en verdad, tampoco importa mucho que los fabrique; basta con que los use; menos todavía: basta con que los necesite. Porque el hombre es el animal que mide su tiempo.

Toda incomprensión es fecunda, como os he dicho muchas veces, siempre que vaya acompañada de un deseo de comprender. Porque en el camino de lo incomprendido comprendemos siempre algo importante, aunque sólo sea que incomprendíamos profundamente otra cosa que creíamos comprender.

"Nada os importe ser inactuales..., huid de los novedosos..., de cada diez novedades que pretenden descubrirnos, nueve son tonterías. La décima y última, que no es una necedad, resulta a última hora que tampoco es nueva.

Que cada cual hable de sí mismo lo mejor que pueda, con esa advertencia a su prójimo: si por casualidad entiende usted algo de lo que digo, puede usted asegurar que yo lo entiendo de otro modo.

Juan de Mairena hacía advertencias demasiado elementales a los sus alumnos. No olvidemos que estos eran muy jóvenes, casi niños, apenas bachilleres, que Mairena colocaba en el primer banco de su clase a los más torpes, y que casi siempre se dirigía a ellos.

Para que la palabra «entelequia» signifique algo en castellano ha sido preciso que la empleen los que no saben griego ni han leído a Aristóteles. De este modo, la ignorancia, o, si queréis, la pedantería de los ignorantes, puede ser fecunda. Y lo sería mucho más sin la pedantería de los sabios, que frecuentemente le sale al paso.

lunes, 21 de mayo de 2018

Almas muertas (1842), de Nikolái Gógol




Todavía impresionado, no me siento capaz de reseñar una obra tan fresca y novedosa como la que os presento. Son los prejuicios; a veces sucede que afrontas una lectura con bajas expectativas y te preguntas el porqué de no haberla conocido antes. A la dama del perrito, a Ana Karenina o Iván Ilich, a Roskolnikov, a todos estos héroes rusos se suma ahora Pável Ivánovich Chichikov.
Chichikov se nos presenta en una capital de provincias como un viajero amable y circunstancial. Dice hacer un alto en el camino mientras presenta sus respetos a la flor y nata de la provincia, pero lo que en realidad pretende es comprar “almas muertas”. Almas es el nombre que se les da a los siervos en Rusia, y la causa de querer comprarlos ya bien muertecitos es debido a los agujeros legales que habitan en el irregular censo ruso. Nuestro buen Chichikov es un majadero. Si consigue un importante número de almas muertas podrá aspirar a tierras y dinero porque el gigantesco Estado Ruso no alcanza a averiguar el estado vital de sus siervos y estará dispuesto a concederle un préstamo para promover la colonización de nuevas tierras.
Gógol es consciente de que ha encontrado un argumento verdaderamente rico e ingenioso, pero la explotación del filón es la que demuestra su absoluta maestría. Gógol convierte sutilmente el argumento en perfecta excusa para exponer a los protagonistas de la sociedad rusa a una situación peculiar, por lucrativa y desconcertante, que no es otra que la avaricia, la venta de unos siervos que ya no están, porque han muerto. Si el protagonista es un antihéroe, el resto de personajes le van a la zaga.
El sarcasmo de este párrafo resulta paradigmático:

No le faltaba nada a la fiesta. Al entrar en el salón inundado de luz, Chichikov tuvo que cerrar un instante sus ojos, cegados por los destellos violentos de las velas, de las lámparas, de los atuendos. Los trajes de etiqueta negros parecían mariposas revoloteando de aquí para allá, como moscas sobre un pan de azúcar partido por una anciana, una tarde cálida del mes de julio, en trozos brillantes cerca de una ventana abierta. Los niños que la rodean observan atentamente los movimientos de su brazo nudoso que alza el martillo, mientras un enjambre de moscas se arremolina en el aire y se lanza sobre los trozos apetitosos, contando con la complicidad del sol que ciega a la anciana, de vista ya cansada. Ahítas por los alimentos sabrosos que el estío generoso les ofrece, piensan más en lucirse que en comer de verdad. Vuelan sobre el montón de azúcar, frotan sus patas una contra otra, se hacen cosquillas debajo de las alas, acarician sus cabezas con sus patas delanteras extendidas y se van volando, por fin, para regresar otra vez con importantes escuadrones de refresco.

Al decir de la crítica, Gógol se arrepintió cuando fue consciente del alcance social de su novela. No entro aquí a valorar la naturaleza del carácter del autor, que al parecer sufría de arrebatos religiosos o místicos, pero desde luego que tanta genialidad no puede ser sino resultado de un violento intento por conocer los límites del alma humana y del propio yo.
El mismo Gógol habla de la sorpresa que provoca en sí mismo su propia novela cuando se la lee a Pushkin:

Me bastará decirte que, cuando leí a Pushkin, en su forma primitiva, los primeros capítulos de mis Almas muertas, este que gustaba reír y sonreía siempre, al oírme leer se puso serio. Su cara se fue crispando poco a poco. Cuando acabé, me dijo con voz triste: «¡Dios mío, qué triste es nuestra Rusia!»

Y es que solamente las grandes novelas admiten diferentes lecturas.
Gógol se decidió por romper la segunda parte de esta novela, lo cual da lugar a una novela inacabada. Pero no os llevéis a engaño; podéis prescindir de leer la segunda parte, incompleta y corta, pero no es necesario que la historia resulte acabada. Se cumple aquí, como en pocas novelas, aquello que se dice que lo mejor del viaje es el camino y no llegar a destino. Podemos detenernos en cualquier pasaje, cualquier digresión o giro de la historia y disfrutar del enorme sentido del humor que desborda Gógol, del sarcasmo más absoluto, de ese desapego con el que pinta a sus inolvidables personajes. Gógol es un narrador que participa en la historia, que se inmiscuye constantemente comentando aquí y allá, añadiendo interesantes digresiones. Y sin embargo es neutral, o trata de serlo. Describe a los personajes con una verosimilitud asombrosa y nos deja a nosotros decidir dónde reside el mal o el bien, si es que acaso podemos juzgar a sus personajes con puntos de vista éstos tan insuficientes y maniqueos, y es que nadie está libre de pecado, nadie está libre de la corrupción que conlleva toda vida en sociedad.
Chichikov_and_Sobakevich.
 
Pese a todo lo dicho, no os vayáis a pensar que la presente novela es un tostón; ¡ni mucho menos! Aunque el final nos lo tengamos que imaginar la trama nos atrapa en todo momento, escena tras escena, como en una gigantesca obra de teatro.
Para qué decir más. Aún estoy tocado por la varita mágica de Gógol. En unos años volveré a leerla y a buen seguro que mi mirada cambiará. No os perdáis esta novela aquellos que amáis los clásicos. Casi sin pretenderlo Gógol penetra, a través de su templado escepticismo, en lo más abyecto y natural que habita en el ser humano, y lo hace con una gracia y una perfección inusitadas.

Difícil me resulta seleccionar unos fragmentos concluyentes, así que aquí dejo caer un par de ellos, prescindibles, al azar.

Hasta entonces, aun reconociendo justamente su perfecta educación, las señoras de la ciudad de N… se habían ocupado poco de Chichikov, pero en cuanto lo hicieron millonario empezaron a encontrarle otras cualidades. Sin embargo, no eran interesadas. Pero dejando aparte la cuestión del dinero, el encanto secreto de la palabra millonario opera sobre la gente honrada igual que sobre los patanes. El millonario tiene el privilegio de conocer la bajeza desinteresada, conocerla al desnudo. Mucha gente sabe que no puede esperar nada de él y, sin embargo, vuelan a su encuentro, lo saludan, le sonríen y no paran hasta que le invita el millonario a cenar en su compañía.

Las dos se cogieron de las manos, se besaron, dieron gritos de alegría, como dos amigas de colegio a las que sus mamás todavía no han dicho que el padre de la una es inferior en rango y fortuna al de la otra.

viernes, 11 de mayo de 2018

Cuentos de amor de locura y de muerte (1917), de Horacio Quiroga



 
Llego a este autor atraído por el atractivo título y por el aura que despliegan sus circunstancias vitales, la muerte trágica de su padre, de su padrastro, de su mejor amigo, de su primera mujer, y finalmente de él mismo.
Guiado por un extenso prólogo de Andrés Neuman me voy directamente a los relatos que éste recomienda. Doy de bruces con un relato titulado “La gallina degollada” y quedo rendido a sus pies. Quiero ver reminiscencias de Maupassant, ¡de Poe!, quizás simplemente porque lo dice el propio Horacio en el «Decálogo del perfecto cuentista»:

Cree en un maestro – Poe, Maupassant, Kipling, Chejov – como en un Dios mismo.

Su concisión y profundidad me encandilan. Horacio Quiroga huye del amaneramiento, a contracorriente del buen gusto académico y de los jurados de los premios literarios (que adoran aquello que no entienden pero suena bonito). Gusta a menudo el lector de los juegos retóricos, de aquellos fuegos de artificio de los que se siente incapaz; no llega a entender el lector que los cantos de sirena que le encaminan a la lectura están hechos de argumentos, aquello que nos distrae por una vertiente paralela pero a la vez distante de la realidad. Quiroga, en cambio, corre el riesgo de pasar inadvertido por su sencilla prosa.

Un matrimonio tiene cuatro hermosos hijos, pero al poco de nacer acude una enfermedad, como una maldición, que los deja deficientes. La suerte de la familia cambia con el quinto bebé, una hija sana a la que malcrían provocando la envidia de los demás, lo cual provocará un final trágico, como el de “la gallina degollada”.
No paro de subrayar. Lo que parece un argumento nuclear que puede ser contado en un solo párrafo esconde la podredumbre interior de un matrimonio hundido en la miseria.

El médico lo examinó con esa atención profesional que está visiblemente buscando la causa del mal en las enfermedades de los padres.



Hasta ese momento cada cual había tomado sobre sí la parte que le correspondía en la miseria de sus hijos; pero la desesperanza de redención ante las cuatro bestias que habían nacido de ellos, echó afuera esa imperiosa necesidad de culpar a los otros, que es patrimonio específico de los corazones inferiores.



Desde el primer disgusto emponzoñado habíanse perdido el respeto; y si hay algo a que el hombre se siente arrastrado con cruel fruición, es, cuando ya se comenzó, a humillar del todo a una persona.

Luego los relatos varían mucho. “A la deriva” nos muestra un repentino camino hacia la muerte, los pensamientos que atribulan a un personaje inconsciente. La vida en estado puro. Este es otro de los relatos que subrayo.
“La insolación”, “Yaguaí” o “El alambre de púa” tienen como protagonistas a animales, perros, caballos. Son relatos de riesgo, que nos extrañan por su aparente inverosimilitud pero que son eficaces. Nada que envidiar a George Orwell.

Los relatos de amor son extraños, a veces marcados por la enfermedad, o cuando menos por una necesidad malsana. Algunos buscan un golpe de efecto final, como “El almohadón de pluma”, que es posiblemente uno de los que menos me han gustado por el brusco final imprevisible y en exceso fantasioso. De todas maneras está entre sus relatos más afamados, y tiene su aquel.
Otros son más previsibles pero no por ello menos perturbadores, como es el caso de “La meningitis y su sombra”, que es de los más largos y que, sin embargo, se lee de un tirón y de forma amena porque mantiene una intriga amorosa difícil de imaginar. El amable final contrasta con la mayoría de los finales de Quiroga, marcados por la tragedia, la muerte y la injusticia que acecha a los débiles.

También hay relatos en los que la selva, el calor, el clima en sí mismo adquiere protagonismo, aunque se pueden ver también como la excusa para la reflexión sobre el mundo interior de un personaje en concreto, porque, en definitiva, en Quiroga, la psicología lo es todo.
También hay relatos peores, en fin, altibajos, como en todo compendio de relatos. O sea que uno contribuye con su criba y selecciona los que más o menos le han gustado.
Desde luego que Quiroga me ha sorprendido. “La gallina degollada” permanecerá en mi memoria como uno de los mejores relatos que he leído. No hay miedo a seguir citándolo; fijaos cómo comienza:

Todo el día, sentados en el patio en un banco, estaban los cuatro hijos idiotas del matrimonio Mazzini-Ferraz. Tenían la lengua entre los labios, los ojos estúpidos y volvían la cabeza con la boca abierta.

El patio era de tierra, cerrado al oeste por un cerco de ladrillos. El banco quedaba paralelo a él, a cinco metros, y allí se mantenían inmóviles, fijos los ojos en los ladrillos. Como el sol se ocultaba tras el cerco, al declinar los idiotas tenían fiesta. La luz enceguecedora llamaba su atención al principio, poco a poco sus ojos se animaban; se reían al fin estrepitosamente, congestionados por la misma hilaridad ansiosa, mirando el sol con alegría bestial, como si fuera comida.