viernes, 10 de febrero de 2023

Me llamo Lucy Barton (2016), Elizabeth Strout

 

 Supongo se escuchará pretencioso si digo que llegué a esta novela por casualidad, y esto no me suele pasar porque yo raramente salgo de mis clásicos o del ensayo. Entre los muchos libros que catalogo al cabo del mes, este no pasó desapercibido, y fue porque lo tenía otras dos veces repetido. En la búsqueda de un precio para la venta leí la contraportada, ojeé los premios, la editorial, y me tentó, y la verdad que ha sido una grata sorpresa que dudo que se vuelva a repetir en mucho tiempo.

Al parecer no se trata de contenido autobiográfico, pues la protagonista de la novela enarbola un difícil destino, mientras que la biografía de la escritora que cuelga de la Wikipedia parece bastante bondadosa. Esto tampoco es concluyente. En todo caso, se detecta en la voz de la autora cierta, como lo diría yo, voz de confesión. Puede que no sea nada más que un artificio; si así lo es, bien traído.

El caso que su prosa engancha. No hace falta que nos cuente grandes hechos, la autora rebosa confianza, y con esa voz tan personal nos lleva y nos trae por donde le da la gana. La protagonista convalece en un hospital. Recibe la visita de su madre, que prende la llama de los recuerdos. Nos cuenta lo que considera oportuno, va y viene en el tiempo, lo mismo pasado que futuro.

 

La novela contiene además un sinfín de guiños al mundillo de la escritura. La protagonista, Lucy Barton, además de una vida difícil, tiene dotes como escritora. Y Para más inri, conocerá a una persona que también es escritora y dirige un taller de escritura.

 

Sarah Payne dijo: Si hay algún punto débil en tu historia, plántale cara, agárralo fuerte y plántale ara antes de que el lector se dé realmente cuenta. Así es como tendrás autoridad, dijo, en una de esas clases en las que su cara se inundaba del cansancio de enseñar. Me da la impresión de que la gente quizá no entienda que mi madre no fuera capaz de pronunciar las palabras te quiero. Me da la impresión de que la gente quizá no lo entienda: no importaba.

 

Lenguaje conciso, sencillo, exacto, confesiones por doquier y técnica literaria, buena mezcla. No sé qué más se le puede pedir a una novela.

Muchos consejos para los novelistas en ciernes, muy acertados.

 

…ahora he pensado en algo que dijo Sarah Payne en la clase de escritura de Arizona: «Sólo tendréis una historia», dijo. «Escribiréis esa única historia de muchas maneras. No os preocupéis por la historia. Sólo tenéis una.»

 

Y esto no es más que un pequeño fragmento. Se trata de una novela más bien corta pero intensa, como a mí me gustan. Prefiero no decir nada más, mejor en una próxima relectura.

 

 

lunes, 6 de febrero de 2023

Confesiones de una máscara (1949), Yukio Mishima.

 

Mi primera incursión en una literatura, la japonesa, que desconozco por completo.

Buena primera impresión, pues me gusta la literatura intimista, y me he encontrado con un escritor que habla de sí mismo, del descubrimiento de la homosexualidad y de las dificultades de adaptación social.

Ideas atrevidas expresadas con un lenguaje muy cuidado. Tuvo un éxito enorme, que podríamos considerar sorprendente si tenemos en cuenta el conservadurismo japonés, aunque es de suponer que la sociedad necesitaba urgentemente cambios.

 

Un arce que crecía junto a la ventana proyectaba sobre todas las cosas un resplandeciente reflejo, lo proyectaba sobre un tintero, sobre mis libros escolares y mis apuntes, sobre el diccionario, sobre el cuadro de San Sebastián. Había salpicaduras blancas como las nubes en todas partes, en el título de letras doradas de un libro de texto, en el cuello del tintero, en un ángulo del diccionario. En algunos objetos las salpicaduras resbalaban perezosamente, con plúmbea pesadez, en otros lanzaban un brillo mate, como los ojos del pescado. Afortunadamente mi mano, en movimiento reflejo, protegió el cuadro, evitando que el libro se manchara.

Ésa fue mi primera eyaculación. Y también fue el principio, torpe y totalmente imprevisto, de mi vicio.

 

La introspección es la clave. Diríase que estamos ante un bildungsroman al más puro estilo germano. A lo largo del relato transcurre la guerra, pero no es más que el marco en el cual se analiza el desarrollo de la propia personalidad. A ver si acierto con un fragmento. El análisis psicológico alcanza un altísimo nivel:

 

Cuando un muchacho de catorce o quince años descubre que es más dado a la introspección y a la conciencia de sí mismo que la mayoría de los chicos de su misma edad, incurre fácilmente en el error de creer que ello se debe a que ha alcanzado una madurez superior a la de sus compañeros. Ciertamente, yo cometí ese error. En realidad, aquella tendencia a la introspección se debía, en mi caso, a que yo tenía mayor necesidad que los demás de comprenderme a mí mismo. Ellos podían comportarse de acuerdo con su natural manera de ser, mientras que yo debía interpretar un papel, lo que exigía notable comprensión y estudio de mí mismo. En consecuencia, no se debía a madurez, sino a una sensación de incertidumbre, de incomodidad, que era lo que me obligaba a tener pleno conocimiento de mí.

 

Nunca es clara la aceptación de la homosexualidad, así que se alterna con la búsqueda de experiencias heterosexuales en pos de una vida normal. Es aquí donde se hace patente el uso de la máscara.

 

Me dije que mi comedia había llegado a ser parte integrante de mi naturaleza. Y ahora ya no es una comedia. Mi conciencia de ir disfrazado de persona normal ha llegado a corroer incluso aquella parte de normalidad que originariamente tenía, y ha acabado por obligarme a decirme una y otra vez que aquella parte de normalidad no era más que normalidad fingida. Dicho en otras palabras, me estoy convirtiendo en esa clase de persona que en nada puede creer salvo en lo falso.

 

Un relato interesante, sí, que sorprendente por su desgarro al tiempo que por su calidad expresiva. Las contradicciones del autor se aprecian en su biografía. Al tiempo que disfruta del conocimiento de la cultura europea, repudia todo lo occidental, que considera contaminación del Japón. Todavía estoy asombrado de la planificación tan meticulosa que llevó a cabo para su propio suicidio ritual. Dice Mishima:

 

Los japoneses siempre han sido un pueblo con una severa conciencia de la muerte bajo la superficie de sus vidas cotidianas. Más el concepto japonés de la muerte es puro y claro, y en ese sentido es diferente de la muerte como algo repugnante y terrible tal como es percibida por los occidentales. La muerte (…) tiene el brillo infrecuente, claro y fresco del cielo azul entre las nubes.

 

lunes, 23 de enero de 2023

Curso de literatura europea (1980?), Nabokov

 

No sé cuándo ni cómo fue publicado este libro, pues en realidad no es otra cosa que una recopilación, o reconstrucción, de los apuntes de que se servía el maestro como apoyo en sus clases de la Universidad donde se ganaba la vida antes de llegar al estrellato. Casi que mejor no saberlo porque seguro que entra el dinero en escena.

Haciendo a un lado el mito (hercúlea tarea entre personas civilizadas), me atrevo a decir que el Nabokov profesor tuvo que ser un hombre tan apasionado como difícil. Me pongo en la piel de unos muchachos de más o menos 20 años, a los cuales seguro les gustaba leer, por lo menos a unos cuantos. Tampoco pongo en duda que Nabokov fuera capaz de contagiar su entusiasmo. Sin embargo, y visto el tipo de análisis que hace Nabokov de las novelas que escoge, entiendo que debió de ser muy complicado seguirle la pista. Yo no lo he conseguido, y eso que analiza algunas novelas que ya he leído, algunas de ellas más de una vez.

El prefacio escogido es relevante.

 

Mi curso es, entre otras cosas, una especie de investigación detectivesca en torno al misterio de las estructuras literarias.

 

Luego comienza el curso con un breve ensayo titulado “Buenos lectores y buenos escritores”, que comienza tal que así:

 

«Cómo ser un buen lector», o «Amabilidad para con los autores».

 

Y casi a continuación:

 

Al leer, debemos fijarnos en los detalles, acariciarlos.

 

Y sigue así, línea tras línea, soltando perlas en un ensayo que mi edición de bruguera completa en 10 páginas. Poco texto pero denso. No se lee, de degusta.

 

… el buen lector es aquel que tiene imaginación, memoria, un diccionario y cierto sentido artístico…

 

… los libros no se deben leer: se deben releer. Un buen lector, un lector de primera, un lector activo y creador, es un «relector». Y os diré por qué. Cuando leemos un libro por primera vez, la operación de mover laboriosamente los ojos de izquierda a derecha, línea tras línea, página tras página, actividad que supone un complicado trabajo físico con el libro, el proceso mismo de averiguar en el espacio y en el tiempo de qué trata, todo esto se interpone entre nosotros y la apreciación artística. Cuando miramos un cuadro, no movemos los ojos de manera especial; ni siquiera cuando, como en el caso del libro, el cuadro contiene ciertos elementos de profundidad y desarrollo. El factor tiempo no interviene realmente en un primer contacto con el cuadro. Al leer un libro, en cambio, necesitamos tiempo para familiarizarnos con él. No poseemos ningún órgano físico (como los ojos respecto a la pintura) que abarque el conjunto entero y pueda apreciar luego los detalles. Pero en una segunda, o tercera, o cuarta lectura, nos comportamos con respecto al libro, en cierto modo, de la misma manera que ante un cuadro. Sin embargo, no debemos confundir el ojo físico, esa prodigiosa obra maestra de la evolución, con la mente, consecución más prodigiosa aún….

 

Me ha recordado al insuperable análisis de la lectura de C. S. Lewis, que también compara el arte de la lectura con las otras artes.

Continúa:

 

La literatura es invención. La ficción es ficción. Calificar un relato de historia verídica es un insulto al arte y a la verdad. Todo gran escritor es un gran embaucador, como lo es la architramposa Naturaleza.

 

Hay tres puntos de vista desde los que podemos considerar a un escritor: como narrador, como maestro, y como encantador. Un buen escritor combina las tres facetas; pero es la de encantador la que predomina y la que le hace ser un gran escritor.

 

El grueso del curso está dedicado a 7 novelas: Mansfield Park, de Jane Austen; Casa desolada, de Charles Dickens; Madame Bovary, de Gustave Flaubert; El extraño caso del Dr. Jekyll y Mr. Hyde, de Robert Louis Stevenson; Por el camino de Swan, de Marcel Proust; La metamorfosis, de Franz Kafka; Ulises, de James Joyce.

No he leído tres de estas novelas, a lo cual no tardaré en poner remedio.

Se trata de un análisis poco ortodoxo de los clásicos, aunque pudiera parecer aquí pecaminoso mencionar la palabra ortodoxia.

Por último, finaliza el curso otro pequeño ensayo, igual de imprescindible que el introductorio, El arte de la literatura y el sentido común, que no es otra cosa que un alegato contra el sentido común en literatura.

Todos esos lectores que disponen hoy de tanto tiempo como para atreverse a escribir sus propias novelas, harían bien en detenerse, regodearse, degustar con calma, placentero paréntesis, las teorías que Nabokov nos brinda sobre la lectura y la escritura.

 

De modo que ahora está preparado para escribirla. Se encuentra completamente equipado. Tiene la estilográfica llena, la casa está tranquila, el tabaco y las cerillas a un lado, la noche es joven… y nosotros le dejamos en su grata ocupación, salimos furtivamente, cerramos la puerta, y al marcharnos, echamos de la casa al monstruo ceñudo del sentido común que subía pesadamente a gimotear que el libro no es para el público en general, que el libro nunca nunca se… Y entonces, antes de que ese falso sentido común profiera la palabra v-e-n-d-e-r-á, tendremos que pegarle un tiro.