La novela que
presento es una de las más peculiares que he leído últimamente. Andaba tras
ella desde hace tiempo, llamado por su extravagante título pero desconocedor de
aquello que escondía entre sus páginas.
Lo primero es
destacar su carácter novelesco, no vaya a ser que alguien piense que se trata
de un ensayo. Sorprende en su inicio una prosa extraordinariamente rica a
través de la cual Thomas de Quincey se confiesa para nosotros. Justifica desde
el inicio De Quincey el consumo del opio a partir de las penalidades que
experimenta durante una reducida etapa de su vida. Dice ser De Quincey hijo de
un rico comerciante, el cual muere cuando contaba con tan solo 7 años de edad,
marcando definitivamente su vida y obra. A partir de entonces recibe una
esmerada educación en internados, de la que se encargan los rígidos administradores
de la fortuna paterna. A los 17 años De Quincey se escapa del colegio con lo
puesto y comienza, primero en Gales y luego en Londres, una temporada de
penalidades en la que sufrirá el hambre y el frío. A menudo dirá De Quincey que
debido a estas penalidades sufrirá de problemas estomacales durante toda su
vida, y que por tal razón recurrió al opio, aunque luego también nos dice que
fue un dolor de muelas la causa directa de que acudiera por primera vez a su
consumo. Lo más probable es que sus dolores estomacales provinieran del abuso
del opio, pero quién seré yo para juzgarle. Eso sí, desde este preciso momento
comienzo yo a dudar de De Quincey, pero no es más que una apreciación personal.
No está de más decir aquí que será muy admirado por los ambientes culturales de
su tiempo, y muchos otros escritores tratarán de seguir la corriente por él
iniciada explicando sus experiencias con otras drogas como el hachís. No es
impedimento que Quincey se permita ciertas licencias en sus confesiones, pero
también me está permitido a mi como lector creerle o no en todo aquello que nos
cuenta. En su defensa digo que las circunstancias en que escribió la obra no
debieron de ser las mejores, primero las prisas para editar y luego el abuso en
el consumo de opio.
De Quincey comienza
consumiendo opio de manera muy moderada, aproximadamente 20 gotas de láudano
una vez cada tres semanas, pero después su consumo irá en crescendo hasta
convertirse probablemente en el consumidor de opio más famoso de la historia
(unas 8.000 gotas de láudano diarias, suficientes para matar a un caballo),
hasta decir:
Un
comedor de opio confirmado y habitual, a quien preguntarle si tal día en
particular había o no había tomado opio equivaldría a preguntarle si sus
pulmones habían respirado, o si su corazón había cumplido sus funciones.
Empieza aquí la parte
más esperada de la novela, el consumo real del opio, y sin embargo es la parte
que menos me ha entretenido. Me ha gustado mucho más el relato de su vida y
penalidades. De pronto De Quincey se reconcilia con su familia y comienza el
relato de su flirteo con el opio. Sí que es cierto que varias cosas me han
llamado la atención en esta parte, y De Quincey ha logrado abrir una veta de
curiosidad en mí, y es probable que pronto aborde lecturas para profundizar en
asuntos como las guerras del opio en las que participa Gran Bretaña a lo largo
de la segunda mitad del XIX
(Es Gran Bretaña la que explota en su interés el
consumo de opio en China, y son los intentos del Gobierno chino por impedir
este comercio el origen de las guerras), así como asuntos más cotidianos como
el consumo particular del opio que se hacía en Gran Bretaña, mezcla de láudano
(alcohol) con granos de opio, o la demonización que se llevó a cabo por la
opinión pública para erradicar su consumo, y esto lo digo porque al parecer se
popularizó su consumo entre las capas más bajas de la sociedad:
En
tal grado, que los sábados por la tarde los mostradores de las boticas se
llenaban de píldoras de uno, dos o tres granos, en previsión de la demanda
esperada por la noche. La causa inmediata de esta costumbre era la estrechez de
los salarios, que en aquel momento no les permitía concederse cerveza o
licores.
¿Acaso no os
sorprenden las costumbres de la Inglaterra victoriana? A mi desde luego, que no
soy un experto, sí me ha sorprendido.
De Quincey asegura
que no sólo es que sus efectos fueran superiores en placer y profundidad a los
que produce el alcohol, sino que al comienzo del siglo XIX el acceso al opio en
Inglaterra era tan amplio como fomentado por las Instituciones.
La visión de De
Quincey al respecto es muy interesante, libre de posicionamientos éticos o
médicos, mucho menos legales con respecto al consumo del opio. De Quincey
apuntará luego los efectos positivos y negativos con respecto al consumo del
opio, aunque casi siempre desde la perspectiva de la creación literaria, con
los efectos que produce en la mente humana. A mi desde luego que me han quedado
las ganas de probarlo, pero también le sucedió lo mismo a otros como Flaubert,
que confesó que no lo probó por puro miedo o cobardía.
Es sorprendente que
nos habla bien de él, tanto que cuando nos habla de sus efectos negativos pasa
desapercibido, o por lo menos así me ha parecido. Trata de explicar que se
puede controlar, y que en tal caso su uso es maravilloso. No es raro que en su
tiempo resultara extraordinariamente controvertido. Mejor dejo que hable De
Quincey:
Sólo
tú le otorgas tales dones al hombre; tú posees las llaves del Paraíso. ¡Ah,
justo, sutil y poderoso opio!
De Quincey tendrá una
gran repercusión en toda Europa gracias a Charles Baudelaire. Vuelvo a decir
que no soy ni mucho menos un experto en estos temas, así que corregidme si me
equivoco, pero creo que el autor tiene un relación estrecha con poetas de la
talla de Wordsworth y sobre todo
Coleridge, este último otro famoso opiómano.
En definitiva, a la
pregunta de si recomiendo o no la novela, la respuesta es un rotundo SI. Los
sueños de De Quincey y sus experiencias con el consumo del opio aspiran a ser
literatura, se trata de ejercicios de estilo y prosa apasionada, esfuerzos por
describir experiencias verbales extremadas, y eso le abre un hueco entre los
grandes pioneros del lenguaje.
Para los amantes de
los clásicos, ya pueden ir haciendo un hueco en sus librerías. No sólo no les
defraudará, sino que les abrirá caminos.