lunes, 25 de julio de 2016

Lev Tolstói, La muerte de Iván Ilich.

         

 Da igual que le llamemos relato largo o novela corta, el caso que La muerte de Iván Ilich es una novela escrita de forma magistral y que, al mismo tiempo, se lee de un tirón.
Lev Tolsói nos informa primero de la muerte de Iván Ilich, a partir de su funeral, y después se las arregla para que nos interesemos por cómo fue su vida y el transcurso de la terrible y dolorosa enfermedad que nos lo arrebata. Sin grandes alardes la trama se articula de tal manera que nos impele a querer conocer la trayectoria y conclusión de un personaje del que ya conocemos su cruel destino. ¿Ahí radica el genio de los escritores rusos? Uno se siente impelido a leer capítulo tras capítulo pero sin sufrir de la nociva ansiedad que provocan las tramas trepidantes. Yo prefiero que la novela me permita detenerme para reflexionar, y es que el tema de esta novela no es otro que la muerte y la vida, la suerte de angustia que nos provoca el sentido de la vida y su correcto aprovechamiento.
Tolstói nos sienta ante una escena sobrecogedora al tiempo que cotidiana, un hombre que se deja arrastrar por la corriente. Aparentemente obtiene el éxito profesional y social; se casa bien y obtiene un alto puesto dentro de la Administración rusa. La vida, sin embargo, no es lo sencilla y satisfactoria que Iván Ilich esperaba.
La transparencia con la que nos es transmitida su vida y su agónica muerte nos sobrecoge y sobresalta. No podemos permanecer indiferentes ante este relato, no creo que nadie sea capaz de leerla sin aplicarse el cuento, sin reflexionar acerca de la rectitud de sus actos.
Sin embargo, ¿las convenciones sociales nos agarrotan de la misma manera que a Iván Ilich? Probablemente sí, pero eso es algo que debemos plantearnos cada uno de nosotros tras su lectura.
Unos fragmentos:

 Aparte de las consideraciones que esta muerte suscitó en cada uno acerca de traslados y posibles cambios en los empleos, el hecho en sí del fallecimiento de una persona muy conocida despertaba en todos, como siempre, un sentimiento de alegría, pues resulta que “ha muerto otro y no yo”.

Si es así, se decía, y dejo la vida con la conciencia de que he malogrado cuanto se me había concedido y que ya no es posible reparar la falta, ¿qué pasa, en este caso?

Según el doctor, los sufrimientos físicos del enfermo debían ser terribles, y ello era verdad; pero más terribles eran aún sus sufrimientos morales, y en ellos radicaba su principal tortura.

Yo me quedo con una última reflexión dirigida a los escritores, que somos legión. Quiero pensar que esta novela permanecerá en mi memoria, que será una de esas a las que vuelvo una y otra vez, y eso me sucede cada vez que descubro una historia que me obliga, que me impele a escribir.


4 comentarios:

  1. Excelente invitación para recuperar la lectura de este clásico. Fantástica reseña y labor. Saludos

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    1. Se agradece el comentario. Esa es la idea.
      Saludos de vuelta.

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  2. Es una obra sobrecogedora, que da miedo. Miedo de verdad, miedo del bueno, del que te estremece hasta la médula porque sabes que lo allí se cuenta es verdad, la verdad, la única verdad que deberíamos tener en cuenta. Pero no, vivimos sin atender lo que nos insinúan, lo que nos dicen, lo que nos gritan los pocos sabios que en el mundo han sido.

    Probablemente uno de los libros más importantes que se hayan escrito.

    Un saludo.

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    1. Me alegro de no ser el único que quedó sobrecogido tras su lectura.
      Tolstói ofrece buen alimento, y con una presentación exquisita. Lo prefiero a la comida rápida ;-)
      Saludos y gracias por pasarte y más por el comentario :)

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