miércoles, 22 de octubre de 2014

La bendición de la tierra. Knut Hamsun.

Segunda reseña de Knut Hamsun consecutiva, pero es que cuando encuentro un autor que me arrebata procuro abarcar toda su obra. Próximamente abordaré Hambre.
Curiosamente, a mi modo ver, la novela no tiene nada que ver con Pan, ni en cuanto a contenido ni en cuanto a forma. Cuesta  imaginar cambio semejante de registro. Y sin embargo las dos historias me han apasionado.
Comienza La bendición de la tierra con un motivo que atrapa al lector de buena voluntad. Un hombre entra en posesión de un trozo de tierra inhabitada en las zonas boreales de noruega, ciénagas, piedras y frío. Sobrevive a las dificultades y, año tras año, con esfuerzo y frugalidad, aumenta sus riquezas pasito a paso, en un proceso narrado de manera exquisita. Aquí entran en escena mis recuerdos y mi educación, la correspondencia entre hombre honrado y trabajador que mi padre me inculcó.
Frente a la estética innovadora que destaca en Pan nos encontramos ahora con una narración más tradicional y romántica, una tercera persona omnisciente que nos cuenta la progresión de una granja, como si de una saga familiar se tratara. Hay un algo que siempre está en las novelas de Knut Hamsun, un aire de amenaza, un sentimiento de que la desgracia está a punto de caer sobre los hombres humildes y buenos.
Cierto que a mitad de la historia aumenta el número de personajes y los hijos adquieren protagonismo, así como que el páramo que comenzara a labrar Isak en solitario recibe nuevos colonos. La historia no pierde en ritmo pero se deslabaza en historias paralelas, flojea en cierto modo cuando la familia se enriquece y se pierde ese agradable sabor del progreso a costa del esfuerzo.

De hecho, Isak sólo entendía de trabajar en lo suyo. Se había convertido en un hombre rico, dueño de una extensa propiedad, aunque de todo ese dinero contante y sonante que la suerte le había concedido hacía poco uso: se limitaba a guardarlo…
Eleseus, que sabía más, había aconsejado a su padre que metiera el dinero en el Banco. A lo mejor era lo más sensato, pero el asunto se fue posponiendo hasta el punto de que tal vez nunca se llevara a cabo.

Isak, Inger, Oline, Os-Anders, Sivert, Eleseus… Los nombres de los protagonistas los recordaré durante mucho tiempo. Luego cada cual se quedará con su favorito. Yo me quedo con Oline, la mentirosa zaína, aduladora, cizañera y astuta.

Es imposible discutir con Oline, no hay manera de razonar con ella. Nunca se da por vencida, y nadie como esa vieja sabe mezclar lo terrenal y lo celestial en un caos total de amabilidad y de maldad, de sandeces y de veneno.

Fue como si una sola urraca hubiese presenciado que algo se depositaba allí y luego hubiera sido incapaz de cerrar el pico, como les suele ocurrir a los seres humanos.

Otros personajes tan peculiares como Brede también se me han quedado grabados:

Suerte que el bueno de Brede nunca se dejaba llevar por el desánimo durante mucho tiempo. Ésa era su mayor virtud, su encanto.

Y luego está el romanticismo germano. Me atrevo a entroncar esta literatura con la de Thomas Mann y Hermann Hesse. Probablemente me equivoque porque no soy experto en nada, pero para eso se trata éste de un blog de clásicos sin academicismos. La colonización de los páramos noruegos nos traslada a una era pretérita y a la vez cercana, parece que estemos en la Edad Media cuando de pronto se instalan las líneas del telégrafo, o Isak compra la primera cosechadora de la comarca. Como muestra un botón:

De la luna les enseñó que cuando podían cogerla con la mano izquierda era creciente y que cuando podían cogerla con la derecha era menguante.

El otoño está empezando, en el bosque todo se vuelve silencioso; allí se alzan las montañas, el sol también, por la noche saldrán la luna y las estrellas, todo sigue su curso, todo está lleno de amabilidad…

Para los que quieran introducirse con Knut Hamsun considero esta obra mucho más fácil de leer que Pan, aunque su extensión es por lo menos 5 veces mayor. Se trata de una obra más bien larga. A mí no me gustan las novelas de larga extensión pero con ésta he disfrutado una barbaridad. No os la perdáis. Para mí Knut Hamsum supone el descubrimiento del año.


miércoles, 8 de octubre de 2014

Pan. Knut Hamsun.





Cora, ¡estate quieta, me oyes, si te mueves te mato!

De nuevo cometo algún que otro error, piso terreno desconocido y no siempre sé cómo responder a las atenciones, a veces hablo sin coherencia o permanezco mudo, y eso me apena.

Estaba tan falto de sueño y tan extenuado que hablaba de un modo fútil e incontrolado.

Me levanto, cargo la escopeta, aprieto el cañón contra el empeine del pie izquierdo y disparo. El tiro me atraviesa el pie y perfora el suelo.

Desde el primer momento me fascinó la prosa romántica de Knut Hamsun, el aire de violencia latente que lo impregna todo y el clima nórdico, el sol que nunca se pone. Por momentos me recordó al Herman Hesse más romántico.

Llegué a su lectura a través de twitter y abordé la novela sin teoría previa, acción que nunca me cansaré de recomendar. Posteriormente acudí a la red para saber algo más del autor, 92 años de vida y de escritura compulsiva. Premio Nobel de Literatura en 1920 pero popularidad mermada debido a su adhesión pública al régimen nazi y a la figura de Hitler. A causa de todo ello Knut Hamsun fue ninguneado y hoy en día no existe en Noruega una sola calle o plaza importante con su nombre. Pese a ello, autores de la talla de Thomas Mann, Herman Hesse, Ernest Hemingway, Henry Miller o Kafka lo consideraron un maestro.

¿Que si lo recomiendo? Yo abundaré en sus novelas pero solamente lo recomiendo a aquellos que buscan algo diferente. La prosa es magnífica, innovadora, a veces romántica, siempre inquietante, concisa. La profundidad psicológica es peculiar, sorprendente en su definición de seres extraordinarios a la vez que insociables.


domingo, 20 de abril de 2014

Confesiones de un inglés comedor de opio. Thomas de Quincey.



La novela que presento es una de las más peculiares que he leído últimamente. Andaba tras ella desde hace tiempo, llamado por su extravagante título pero desconocedor de aquello que escondía entre sus páginas.
Lo primero es destacar su carácter novelesco, no vaya a ser que alguien piense que se trata de un ensayo. Sorprende en su inicio una prosa extraordinariamente rica a través de la cual Thomas de Quincey se confiesa para nosotros. Justifica desde el inicio De Quincey el consumo del opio a partir de las penalidades que experimenta durante una reducida etapa de su vida. Dice ser De Quincey hijo de un rico comerciante, el cual muere cuando contaba con tan solo 7 años de edad, marcando definitivamente su vida y obra. A partir de entonces recibe una esmerada educación en internados, de la que se encargan los rígidos administradores de la fortuna paterna. A los 17 años De Quincey se escapa del colegio con lo puesto y comienza, primero en Gales y luego en Londres, una temporada de penalidades en la que sufrirá el hambre y el frío. A menudo dirá De Quincey que debido a estas penalidades sufrirá de problemas estomacales durante toda su vida, y que por tal razón recurrió al opio, aunque luego también nos dice que fue un dolor de muelas la causa directa de que acudiera por primera vez a su consumo. Lo más probable es que sus dolores estomacales provinieran del abuso del opio, pero quién seré yo para juzgarle. Eso sí, desde este preciso momento comienzo yo a dudar de De Quincey, pero no es más que una apreciación personal. No está de más decir aquí que será muy admirado por los ambientes culturales de su tiempo, y muchos otros escritores tratarán de seguir la corriente por él iniciada explicando sus experiencias con otras drogas como el hachís. No es impedimento que Quincey se permita ciertas licencias en sus confesiones, pero también me está permitido a mi como lector creerle o no en todo aquello que nos cuenta. En su defensa digo que las circunstancias en que escribió la obra no debieron de ser las mejores, primero las prisas para editar y luego el abuso en el consumo de opio.

De Quincey comienza consumiendo opio de manera muy moderada, aproximadamente 20 gotas de láudano una vez cada tres semanas, pero después su consumo irá en crescendo hasta convertirse probablemente en el consumidor de opio más famoso de la historia (unas 8.000 gotas de láudano diarias, suficientes para matar a un caballo), hasta decir:

Un comedor de opio confirmado y habitual, a quien preguntarle si tal día en particular había o no había tomado opio equivaldría a preguntarle si sus pulmones habían respirado, o si su corazón había cumplido sus funciones.

Empieza aquí la parte más esperada de la novela, el consumo real del opio, y sin embargo es la parte que menos me ha entretenido. Me ha gustado mucho más el relato de su vida y penalidades. De pronto De Quincey se reconcilia con su familia y comienza el relato de su flirteo con el opio. Sí que es cierto que varias cosas me han llamado la atención en esta parte, y De Quincey ha logrado abrir una veta de curiosidad en mí, y es probable que pronto aborde lecturas para profundizar en asuntos como las guerras del opio en las que participa Gran Bretaña a lo largo de la segunda mitad del XIX
(Es Gran Bretaña la  que explota en su interés el consumo de opio en China, y son los intentos del Gobierno chino por impedir este comercio el origen de las guerras), así como asuntos más cotidianos como el consumo particular del opio que se hacía en Gran Bretaña, mezcla de láudano (alcohol) con granos de opio, o la demonización que se llevó a cabo por la opinión pública para erradicar su consumo, y esto lo digo porque al parecer se popularizó su consumo entre las capas más bajas de la sociedad:

En tal grado, que los sábados por la tarde los mostradores de las boticas se llenaban de píldoras de uno, dos o tres granos, en previsión de la demanda esperada por la noche. La causa inmediata de esta costumbre era la estrechez de los salarios, que en aquel momento no les permitía concederse cerveza o licores.


¿Acaso no os sorprenden las costumbres de la Inglaterra victoriana? A mi desde luego, que no soy un experto, sí me ha sorprendido.
De Quincey asegura que no sólo es que sus efectos fueran superiores en placer y profundidad a los que produce el alcohol, sino que al comienzo del siglo XIX el acceso al opio en Inglaterra era tan amplio como fomentado por las Instituciones.
La visión de De Quincey al respecto es muy interesante, libre de posicionamientos éticos o médicos, mucho menos legales con respecto al consumo del opio. De Quincey apuntará luego los efectos positivos y negativos con respecto al consumo del opio, aunque casi siempre desde la perspectiva de la creación literaria, con los efectos que produce en la mente humana. A mi desde luego que me han quedado las ganas de probarlo, pero también le sucedió lo mismo a otros como Flaubert, que confesó que no lo probó por puro miedo o cobardía.
Es sorprendente que nos habla bien de él, tanto que cuando nos habla de sus efectos negativos pasa desapercibido, o por lo menos así me ha parecido. Trata de explicar que se puede controlar, y que en tal caso su uso es maravilloso. No es raro que en su tiempo resultara extraordinariamente controvertido. Mejor dejo que hable De Quincey:

Sólo tú le otorgas tales dones al hombre; tú posees las llaves del Paraíso. ¡Ah, justo, sutil y poderoso opio!

Hay que tener cuidado y no perder nunca la perspectiva histórica, no dejarse llevar por los prejuicios y tratar de ponerse en la piel del escritor. Se trata de una época de experimentación y novedad, de primer flirteo con las drogas que nos llegan a través de la total dominación europea del mundo conocido, y más aún de una Imperial Gran Bretaña que impone su voluntad en el mundo.
De Quincey tendrá una gran repercusión en toda Europa gracias a Charles Baudelaire. Vuelvo a decir que no soy ni mucho menos un experto en estos temas, así que corregidme si me equivoco, pero creo que el autor tiene un relación estrecha con poetas de la talla de Wordsworth  y sobre todo Coleridge, este último otro famoso opiómano.

En definitiva, a la pregunta de si recomiendo o no la novela, la respuesta es un rotundo SI. Los sueños de De Quincey y sus experiencias con el consumo del opio aspiran a ser literatura, se trata de ejercicios de estilo y prosa apasionada, esfuerzos por describir experiencias verbales extremadas, y eso le abre un hueco entre los grandes pioneros del lenguaje.
Para los amantes de los clásicos, ya pueden ir haciendo un hueco en sus librerías. No sólo no les defraudará, sino que les abrirá caminos.


martes, 8 de abril de 2014

El diario de Edith, de Patricia Highsmith.

La dificultad de considerar clásicos a los modernos no es asunto baladí. Me encontré con dudas a la hora de calificar como tal El talento de Mr. Ripley, y no menos dudas me encuentro ahora cuando quiero calificar de la misma manera otras novelas de P. Highsmith. Y sin embargo me he animado, y trataré de actuar de la misma manera que con otros clásicos de renombre y poca duda, como son, por poner ejemplos, los casos de Conrad o Sender. Aceptamos como clásica toda su obra, y sin embargo ambos tienen tan vasta trayectoria que presentan claroscuros, diferencias entre las novelas más tiernas y las más maduras, entre las más trabajadas y esas por las que el escritor pasa de puntillas.
       Por esta razón, y otras que no elaboro por piedad hacia ti, lector, añado El diario de Edith entre mis clásicos. Es esta la segunda novela que leo de P. Highsmith, un producto de madurez. Aún siendo completamente diferente a El talento de Mr. Ripley, sus rasgos más característicos siguen presentes, el análisis minucioso, psicológicamente hablando, de los personajes, un análisis sutil y profundo de la moralidad, de las intenciones que mueven al individuo, motor de cada una de sus acciones.
       Al igual que en El talento de Mr. Ripley vence el mal; algo semejante sucede en esta otra novela. Se trata de una historia pesimista y despiadada. De alguna manera el lector se ve inmerso sin pretenderlo en un lugar en el que no quiere estar. Después de leer unos cuantos capítulos el lector se siente partícipe, espectador de unos sucesos tan cotidianos como la vida de cada cual. Por un lado quieres continuar pero por otro lado quieres abandonar aquella historia que te transmite angustia de alguna manera. Sin alharacas, sin grandes sucesos ni asuntos escabrosos, la novela te atrapa. En verdad que no se explicarlo muy bien. Me sucedió también con El talento de Mr. Ripley, pero aquí es diferente, una sensación de angustia, de inquietud, una sensación extraña de atracción y repulsión al mismo tiempo. Y claro, a mi lo que más me repugna de una obra de arte o de un libro es que me deje indiferente, y Patricia Highsmith me agita, me conmueve maravillosamente.
     Cambiando de tercio, y para los enamorados de la novela histórica, también la novela hace una incursión, de manera muy peculiar pero efectiva, en una época fascinante de la historia de los EE.UU. La novela contiene una crítica feroz del “american way of life” o lo que damos en llamar el “sueño americano”. El escándalo del Watergate, Vietnam, la dicotomía capitalismo – comunismo y el abandono del Tercer Mundo están siempre presentes.

      Probablemente la novela comienza despacio, lenta si cabe hablar de este término tratándose de Patricia Highsmith, pero sin llegar a resultar pesada. Hay muchos detalles, entran en liza buen número de personajes, aunque nunca demasiados como para perder el control. La maestría de la escritora para manejar todo tipo de situaciones está fuera de toda duda. El horror se palpa, se prevé en todo momento que algo va a pasar, y sin embargo las cosas suceden de forma natural, hasta un final sórdido y, esto es lo más sorprendente de todo, necesario.

lunes, 31 de marzo de 2014

Guy de Maupassant. Cuentos. Mención especial a Bola de sebo.

   
He aquí una nueva reseña de un autor que acabo de descubrir, guiado como siempre por las recomendaciones de otros escritores, en este caso a partir de Patricia Highsmith, sí, oídlo sus fans, Patricia fue lectora fanática de Guy.
      Antes de abordar la lectura de sus cuentos leí una pequeña biografía que me resultó tan endiabladamente dramática como la mejor novela decimonónica. Su vida es complicada, como su carácter, sumamente excéntrico, libertino y extrovertido, lo que hace extrañar a propios y extraños cómo tuvo tiempo para escribir tanto en tan poco tiempo. Guy de Maupassant murió en 1893, a los 43 años, culminando un proceso de locura al que lo llevó una sífilis contraída en sus innumerables aventuras eróticas, y fue a lo largo de los últimos 10 cuando publicó prácticamente su ingente obra: 7 novelas, 3 obras de teatro, varios libros de viajes y crónicas, así como innumerables artículos y, sobre todo, 17 libros de cuentos escritos para los periódicos con una inventiva asombrosa.
            También esta biografía me hizo reflexionar sobre un hecho que me sangra, que para un escritor tener un padrino resulta fundamental, y mientras más reconocido éste sea mucho mejor. Guy tuvo a su lado ni más ni menos que a Flaubert. No quiero ni imaginarlo, pero de no haber tenido semejante padrino, es más que probable que nos hubiéramos perdido su prosa. ¿Cuántos otros autores no nos habremos perdido?, ¿cuánta bazofia llena las estanterías de las librerías debido al apadrinamiento de mediocridades? Es lo que hay, no queda más que adaptarse, pues esto sucedió ayer, sucede hoy y sucederá mañana. De todas maneras, si acaso ustedes, que me leen, se dedican al mecenazgo o cuando menos conocen a un buen padrino, ¡recomiéndenme por favor!.
            ¡Fuera bromas! Flaubert luchó contra viento y marea por proteger a su favorecido libertino, cuando solamente él atisbó el genio que llevaba dentro. Otros amigos de Flaubert trataron incluso de hacerle ver su equivocación, y en verdad que después de la publicación de su primer relato importante, Bola de sebo, algunos de ellos tuvieron a bien retractarse y reconocer su talento, entre ellos Turgueniev.
            Reconozco que de no haber sido Bola de sebo uno de los primeros relatos que leí de Guy de Maupassant, tal vez hasta hubiera abandonado presto su lectura. Guy hubiera pasado para mi sin pena ni gloria, como uno de esos escritores de escenas un tanto grotescas como es el caso del relato La mano disecada. Pero Bola de sebo es un relato que consideraré siempre entre esos 4 o 5 mejores relatos que jamás leí, y haber topado con él ya merece la mayor de las penas. Consta de casi 50 páginas, relato extenso pues, que merece la pena, y mucho, leer. Luego supe que John Ford se inspiró en él para rodar la diligencia, y también averigüé la influencia de Guy en Chejov y Clarín, y que muchísimos de sus cuentos han sido llevados al teatro y a la gran pantalla, ¡más de 100!.
            ¿Os hacen falta más motivos para acercaros a este clásico? La verdad que allá cada cual con sus lecturas, yo prefiero leer a aquellos autores inmortales que una vez leídos tengo la seguridad que volveré a leer. ¿Y vosotros?, ¿leéis a los clásicos?


P. D. Con estas preguntas finales hago un guiño a Mientras Leo y su blog Entre montones de libros.

martes, 25 de marzo de 2014

El talento de Mr. Ripley - Patricia Higsmith

Una y otra vez podemos insistir en la incertidumbre que nos provoca el término “clásico” cada vez que hablamos de literatura. También podemos llegar a un acuerdo tácito mediante el cual todos estemos de acuerdo en que es un término subjetivo. Al final prácticamente todos coincidimos en la mayoría de esos tan
amados “clásicos”.
Pero, si saco a colación la definición de clásico es porque ahora me encuentro con uno de esos que podríamos calificar de “dudosos”. En este caso la duda reside fundamentalmente en su modernidad. Difícilmente sabremos que una novela alcanza la categoría de clásico si no ha pasado el tiempo suficiente como para valorar su supervivencia. En el caso que nos ocupa, El talento de Mr. Ripley data de 1955 y goza de espléndida salud entre los lectores modernos.
Para mi Patricia Highsmith significaba una de tantas entre los escritores de best-sellers contemporáneos, y llegué a su lectura de casualidad, por diversas recomendaciones de escritores que considero serios, como es el caso de Graham Green, que dijo de ella: “Uno no cesa de releerla. Ha creado un mundo original, cerrado, irracional, opresivo, donde no penetramos sino con un sentimiento personal de peligro y casi a nuestro pesar, pues tenemos enfrente un placer mezclado con escalofrío”. Ciertamente que me he dado de bruces con una tremenda sorpresa. No es una novela corta precisamente, y sin embargo su lectura no me ha llevado más de 4 días. La intriga se gana al lector desde el primer instante. La profundidad psicológica de los personajes crece sin pausa, hasta la última página. El personaje protagonista, Mr. Ripley, es tan complejo que incluso cuando la novela termina aún está por ver su desarrollo posterior, aún nos queda la incógnita de cómo evolucionará su personalidad. De hecho he descubierto que hay 4 novelas más que continúan abordando a Mr. Ripley. En cuanto a los personajes secundarios, el desarrollo es moderado pero bien interesante.
Sin embargo, y huyendo de la norma y el academicismo, me gusta valorar el empaque de una novela por la calidad de su prosa, término también completamente subjetivo y que permite a cada cual llegar a sus propias conclusiones.
Valga aquí como comparación otra novela, Cumbres Borrascosas. No me pareció esta novela británica un dechado de perfección técnica, y sin embargo transmite tanto y con tanta pasión que no dudo ni tan siquiera un instante de ponerle la etiqueta de clásico. Algo así, supongo, me ocurre con Patricia Highsmith.
No tengo ningún reparo en defender el uso de la prosa que hace Patricia Highsmith en El talento de Mr. Ripley, aunque a decir verdad que necesitaría de una lectura más a fondo de la novela, y a ser posible de otras obras de la autora, para llegar a semejante conclusión, pero esto es un blog y me puedo permitir y me permito afirmaciones a la ligera. La prosa es sencilla, sin artificio alguno, atrevida y moderna en el uso de las técnicas de introspección, que son las más utilizadas. No usa comillas ni nada semejante para hacernos ver el pensamiento de Mr. Ripley, pero el lector no necesita en absoluto de técnica alguna para hacerse una idea en todo momento de cuál es su estado anímico. Igualmente sucede con el diálogo, que está presente en toda la novela con una sencillez abrumadora, que no simpleza. Sospecho que los guionistas que han adaptado las novelas de Highsmith para la gran pantalla no han tenido gran problema en ello, si acaso a la hora de cortar aquí o allá para que no sucedan tantas cosas como suceden en la novela.

Por último también destaca, a mi modo de ver, en la descripción de las acciones. Hay una serie de momentos clave que marcan toda la trama, y que están trazados de forma sencilla y ágil, con un correcto uso del adjetivo y el verbo, sin excesos ni alambicamientos. También me ha gustado la descripción que hace de los paisajes, concisa pero correcta. En ningún momento se hacen digresiones que no sirvan al fin último y esencial, que no es otro que atrapar al lector en la intriga. Sucede que Patricia Highsmith se esfuerza en atrapar al lector entre sus redes, y que no se arriesga por nada del mundo a darle siquiera una pequeña tregua.
Patricia Highsmith, siempre en el centro de la polémica.

En definitiva, y sin ir más allá de este somero análisis, considero que Patricia Highsmith ha entrado de lleno entre mis favoritos. Me es de gran ayuda para progresar en mi escritura, y en lo que resta de año volveré a ella para repasar alguna de sus obras más afamadas, y así tendré la oportunidad de corregir o afirmar mi decisión de incluirla entre los “clásicos”.

Un fragmento:
Clavó su mirada en los párpados de Dickie, sintiendo que en su interior hervía una mezcla de odio, afecto, impaciencia y frustración, impidiéndole respirar libremente. Sintió deseos de matar a Dickie. No era la primera vez que pensaba en ello. Antes, una o dos veces, lo había pensado impulsivamente, dejándose llevar por la ira o por algún chasco, pero luego, a los pocos instantes, el impulso desaparecía dejándole avergonzado. Pero ahora pensó en ello durante todo un minuto, dos minutos ya que, de todas formas, iba a alejarse de Dickie y no tenía por qué seguir avergonzándose. Había fracasado con Dickie, en todos los sentidos. Odiaba a Dickie, y le odiaba proque, como quiera que mirase lo sucedido, el fracaso no era culpa suya, ni se debía a ninguno de sus actos, sino a la inhumana terquedad de Dickie, a sus escandalosas groserías. A Dickie le había ofrecido amistad, compañía y respeto, todo lo que podía ofrecer, y Dickie se la había pagado con ingratitud primero, ahora con hostilidad. Dickie, sencillamente, le estaba echando a empujones. Tom se dijo que si le mataba durante aquel viaje, le bastaría con decir que había sido víctima de un accidente.

martes, 18 de marzo de 2014

Diógenes Laercio. Vidas, opiniones y sentencias de los filósofos más ilustres.

         
  La consideración de clásico para este libro es más cuestionable que en otros casos. Desde luego que no es literatura, sino más bien un ensayo u obra de historia de la filosofía. Su trascendencia radica en que nos ha llegado prácticamente completa (data del siglo III d. C.) y, de no ser por ella, ignoraríamos una parte importante de la filosofía clásica y primera, la de la antigüedad.
            Lo bueno, para unos, y lo malo, para otros, de esta obra, es que se caracteriza por su falta de rigor filosófico. Contiene un poco de filosofía, si, y muchas anécdotas y chismes que luego han sido contrastados con otras versiones y que nos permiten acercarnos, con admirable detallismo, a la personalidad de los filósofos más afamados de la antigüedad.
            No va a ser esta una entrada larga, como las otras, pues no voy a recomendar, ni mucho menos, su lectura. El que sienta curiosidad porque ya la conozca, un día u otro la abordará, y el que solamente a través de estas líneas la conozca difícilmente encontrará en ella entretenimiento digno de mención. Creo que es más su valor humanístico que literario, para aquellos que consideren el saber como un fin en sí mismo. A menudo oí hablar de que se trataba de una lectura amena, pero a mi modo de ver eso solamente se dará en el caso de andar picoteando entre capítulos, porque de hacerse una lectura lineal puede resultar agotador.
            Por supuesto será útil a aquellos que gusten de la historia, pues nos hace ver que por mucho que cambie la tecnología, las aspiraciones y los vicios de los hombres son hoy los mismos que hace 2500 años, y con toda probabilidad serán. A mi, que he estudiado y leído mucha filosofía como parte de la Licenciatura en Humanidades, particularmente me ha servido para conocer a filósofos ilustres que antes desconocía, con lo cual mi visión de la filosofía griega y latina se ha enriquecido en gran manera. A partir de ahora, qué duda cabe que haré más hincapié en filósofos no tan afamados pero no por ello menos importantes en su tiempo.
 
            He leído el libro gracias al préstamo de la biblioteca, pero trataré de adquirirla en alguna feria de libros o similar, porque me apetece leerla sin orden, picoteando aquí y allá y subrayando pasajes y sentencias como las que siguen:

-¿Cómo sufrirá uno más fácilmente sus infortunios? Viendo a sus enemigos peor tratados de la fortuna (Tales).
-Las leyes, como las telarañas; pues éstas enredan lo leve y de poca fuerza, pero lo mayor las rompe y se escapa (Solón).
-No te familiarices con los malos (Solón).
-Era cosa difícil ser bueno (Pítaco).
-Contra el hombre malvado debe salir el bueno bien armado (Pítaco).
-A un hombre impío que le preguntó qué cosa es piedad no le respondió palabra. Y como éste le dijese cuál era la causa de no responderle, dijo: callo porque preguntas cosas que no te pertenecen (Biante).
-En tus prosperidades no te ensorbebezcas, ni en las adversidades te abatas de ánimo (Cleóbulo).
-Todo lo consigue el trabajo (Periandro).
-Sorprendido en el campo de improviso riéndose solo, se le preguntó por qué reía sin haber nadie presente. - por eso mismo, -respondió (Misón).
-¿Por qué los filósofos visitan a los ricos y no al revés?: Porque los filósofos saben los que les falta, pero los ricos no (Aristipo).
 -No es pernicioso el entrar, sino el no poder salir, contestó cuando le reprendieron el entrar a un prostíbulo (Aristipo).
               -Era mejor caer en poder de cuervos, que en el de aduladores; pues aquellos devoran los muertos, éstos los vivos (Antístenes).
-Aconsejaba a los atenienses hiciesen un decreto de que los asnos eran caballos; y teniendo ellos esto por cosa irracional, dijo: "Pues entre vosotros también se crean generales de ejército que nada han estudiado, y sólo tienen en su favor el nombramiento (Antístenes).
 -A uno que le decía: "Muchos te alaban", le respondió: "Pues yo ¿qué mal he hecho? (Antístenes).
 -Conviene precaverse de los enemigos, pues son los primeros en notar nuestros pecados (Antístenes).
-En más se ha de tener un justo que un pariente (Antístenes).

martes, 4 de marzo de 2014

Bizancio - Ramón J. Sender


 Mi intento es describir la memorable expedición que los catalanes y aragoneses hicieron a las tierras de Oriente cuando su fortuna y valor competían en el aumento de su poder y estima. Llamados por Andrónico Paleólogo, emperador de los griegos, en socorro y defensa de su imperio y casa, favorecidos y estimados en tanto que las armas de los turcos le tuvieron casi oprimido y temió su perdición y ruina, cuando por el esfuerzo de los nuestros quedó libre de ellas, maltratados y perseguidos con gran crueldad y bárbara fiereza, nació la obligación natural de mirar por su defensa y conservación como causa para volver sus fuerzas invencibles contra los mismos griegos y su príncipe Andrónico. Dichas fuerzas fueron tan formidables que causaron temor y asombro a los mayores príncipes de Asia y Europa, y la perdición y total ruina a muchas naciones y provincias.
Prefacio de Francisco de Moncada
               Para mejor completar esta reseña he leído también la obra de Francisco de Moncada (S. XVI) Roger de Flor y los almogávares, en la que Sender se basa, y mucho, para la realización de la novela, basada a su vez en otra de Ramón Muntaner, que participó de todas estas aventuras increíbles.

Las conquistas de los almogávares a lo largo de más de un siglo. No conocieron la derrota.
                No, no me parece justo que se lea tanta novelilla histórica y no leamos a Sender. Toda esta novela histórica que tanto abunda me recuerda a la novela barata de kiosko de la segunda mitad del siglo XX, de vaqueros, rosa o policíaca. En calidad andan parejas.
           
Cuando se afronta a Sender hay que tener en cuenta que fue un autor despreciado por el bando ganador de la guerra civil española. Perdió a gran parte de su familia en la guerra, y su literatura gira en torno a una evolución política muy de la época, anarquista, luego comunista, después socialista, en fin, que no es de extrañar que la censura hiciera desaparecer su amplísima producción de las librerías españolas de post-guerra.
            Obviando sus simpatías políticas, Sender es una de las mejores plumas de la narrativa española contemporánea, y sus novelas históricas, que son las que aquí me ocupan, no han sido superadas en la actualidad ni de lejos. Yo he leído cuatro, La aventura equinoccial de López de Aguirre, Mr. Witt en el Cantón, Imán y la que nos ocupa. La primera narra la búsqueda del dorado, la segunda una insurrección cantonal (prácticamente guerra civil) en el marco de la I República Española, Imán es una novela antibelicista que narra las guerras de Marruecos, con protagonismo del desastre de Annual, y por último Bizancio relata la increíble aventura de los almogávares. Son todas, a mi entender, verdaderas obras maestras de la narrativa castellana. Pérez Reverte ni se acerca a su nivel. Que conste que él mismo lo dice, y que le dedica varias columnas del semanal, pues es, como yo, rendido admirador de la prosa de Ramón J. Sender.
Unos pocos soldados almogávares salvan primero el Imperio de Bizancio y luego lo saquean.
            Probablemente sea esta la más irregular de sus novelas históricas, también la más extensa, pero si la he elegido es porque la tengo fresca en el recuerdo y porque me dejó honda huella y curiosidad. Tengo que confesar que me fascina la historia, más aún la política que la social o económica, y aún resuena a veces en mi memoria el grito de guerra de los almogávares: "desperta ferro, desperta ferro". No entiendo muy bien el por qué los almogávares no han hecho más fama de la que tienen, que en verdad es poca. No quiero entrar en disquisiciones políticas sobre Cataluña y demás, pues siempre he considerado que la política para los que de ella viven, pero me temo que algo tiene que ver con el olvido en que cayeron este grupo de héroes. Después de ellos los tercios dominaron el campo de batalla europeo durante 150 años, el mismo tiempo que los almogávares dieron pábulo a su leyenda. Si queremos buscar otros hechos fantásticos como los que ellos realizaron tenemos que fijarnos en Hernán Cortés, los 300 de Leónidas o la expedición de los 10.000, la Anábasis que tan bien relata Jenofonte y que dará lugar más tarde o temprano a otra entrada de este blog.

            Para los apasionados de la historia quedan estas leyendas donde unos pocos pueden tanto. (Os dejo un reportaje de la radio que no tiene desperdicio y que explica cómodamente toda la historia de los almogávares).


            En cuanto a lo puramente narrativo, en verdad que la novela presenta claroscuros, momentos de grandísima fuerza narrativa y otros más flojos, donde Sender cae en la autocomplacencia y se centra en las desventuras amorosas del héroe principal de la historia, Roger de Flor, pero sobre todo de su enamorada y mujer de leyenda María Asanina. Pero salvando estos ligeros contrapuntos, la novela se deja leer bien, y ojalá que genere en vosotros lo que en mi, una curiosidad tremenda por saber más sobre esos guerreros legendarios llamados almogávares.


sábado, 1 de marzo de 2014

El asno de oro - Apuleyo

1. Oh, lector, me gustaría hilvanar para ti, en esta charla milesia, una serie de historias y acariciar tu benévolo oído con un placentero murmullo; dígnate tan sólo recorrer con tu mirada este papiro egipcio escrito con la fina caña crecida junto al Nilo y podrás admirar a criaturas humanas que cambian de forma y condición, y, viceversa, que posteriormente recuperan su estado primitivo. Comienzo.

La evidencia de esta buena prosa nos lleva a una literatura diferente. ¡Qué avatares no habrá vivido esta novela hasta llegar a nosotros! No, El asno de oro, de Apuleyo, no es una novela corriente. Tuve la gran suerte de descubrirla a temprana edad, en el Bachillerato, dentro de las lecturas obligatorias que acompañan al estudio del Latín. Supuso una lectura divertida, sorprendente, fresca y desenfadada. ¡Ja!, dirán ustedes si no la han leído, pues pensarán quizás que se trata de un aburrido libro de épocas pretéritas que no hay quien entienda. Pues no, se equivocan, es una lectura ágil, numerada en capítulos cortos y asequibles. ¿La recomiendo? Pues depende de lo que busquen en ella. Difícil cuestión es pensar en los beneficios culturales o intelectuales que nos pueda regalar. Desde luego que podrán presumir de una lectura clásica como pocas, pues estáis ante la única novela latina que nos ha llegado completa, junto con el Satiricón atribuido a Petronio, verdaderas obras maestras de la narrativa de su tiempo.
El asno de oro fue escrita en el siglo II después de Cristo, último período brillante de la historia política de Roma, preludio de la catástrofe, caracterizada por experimentar un extraordinario desarrollo de las religiones del Próximo Oriente, conocidas bajo el apelativo de mistéricas, y que venían a llenar el vacío dejado por el paganismo oficial. En este caldo, judaísmo y cristianismo se abrían camino en esas conciencias desangeladas.
Y aquí entra en liza nuestro gran Apuleyo, que nació en una colonia romana del interior de la actual Argelia, mal llamado Lucio porque ya se le confunde con nuestro asno-protagonista. Fue Apuleyo sabio reconocido en su tiempo, brillante abogado, orador, poeta, filósofo..., erudito en definitiva, dominador del griego, púnico y latín. No es este lugar aquí para extenderme en su biografía, que daría para una entrada, pero viene al caso decir que tenía una imparable curiosidad hacia lo mágico y lo oculto, tanto que fue acusado ante los tribunales de ejercer hechicería y encantamientos. Tener en cuenta que Apuleyo alcanzó una enorme fama en su tiempo, y que después de su muerte fue lectura favorita de hombres ricos y emperadores.

TRAMA: Apuleyo nos relata la divertida historia de Lucio, muchacho de noble familia que movido por una curiosidad malsana con respecto a la magia, se convierte en asno al embadurnarse con un ungüento equivocado, pero conservará todas las facultades humanas salvo el habla. A partir de este planteamiento, mientras pasa por distintos amos a través de una larga serie de peripecias y golpes, se nos muestra la evolución psicológica del personaje. Desde su especial posición observa, analiza y juzga todo aquello que le rodea hasta que, arrepentido y purificado, será devuelto a su forma humana gracias a la intervención de su protectora Isis.
Psique y Cupido esculpida por Antonio Cánova
Dentro de la novela aparecen multitud de cuentos (divertidas historias folklóricas de esposas adúlteras, cornudos, listas amantes, comerciantes sin escrúpulos y farsantes de todo tipo), algo así como sucede en el Quijote, de tal manera que si elimináramos todos los cuentos la novela se reduciría aproximadamente a la mitad. Especial atención requiere la fábula de Eros/Cupido y Psique, símbolo también del ascenso del alma humana en busca de la divinidad, fuente de inspiración no solo para los romanos sino posteriormente reelaborada una y otra vez hasta la actualidad. San Agustín, Dante, Boccaccio incluso hizo una copia de la obra con sus propias manos y en su Decameron introduce tres picantes historias de maridos cornudos que provienen directamente de la obra de Apuleyo. En España se encuentra la primera traducción de El Asno de oro a una lengua vernácula, y no hay que ser muy imaginativo para ver su influencia en la picaresca castellana: como el "asno de muchos amos", a través de sus peripecias, critica la sociedad de su tiempo. Calderón y Lope de Vega adaptarán para la escena el cuento de Amor y Psique, y se han escrito libros sobre su influencia en Cervantes y su Quijote, así que no hace falta decir más para que sepáis de la necesidad de leer esta novela.
Probablemente una de las sorpresas que os deparará la obra es su "modernidad". La Santa Inquisición censuró duramente la novela, por lo caliente de su contenido. Hay que tener en cuenta que la sexualidad en la Roma antigua nada tenía que ver con el casticismo cristiano. Os prometo que si prestáis la atención debida reiréis, pues es una novela a veces seria, casi siempre irreverente, descarada y divertida. Del erotismo más sencillo llegaremos hasta la misma zoofilia, pero nunca se atraviesa la línea de lo escabroso o soez. El lenguaje es bello y cuidado, lleno de metáforas luminosas, rimas y onomatopeyas.

No dejaremos de reírnos con las ridículas aventuras de Lucio, pero además se trata de un retrato al natural de la vida cotidiana del siglo II después de Cristo, algo que ningún manual de historia puede legar.
Tened cuidado con Apuleyo, porque nos hará leer historia tan rara, y luego nos hará creer que la conversión de Lucio en Asno es tan verosímil como nuestra vida misma. Tal vez Apuleyo fue hechicero, y cuidad lo que bebéis no vaya a ser que rebuznéis.

Fragmentos:
Mis sentidos, tranquilos hasta entonces, se inflamaron al instante. Finalmente le digo: "¡Qué gracia y salero tienes, querida Fotis, para armonizar el movimiento de la sartén y el de tus caderas! ¡Qué delicioso guiso preparas! ¡Feliz, mil veces feliz, quien consiga de ti permiso para meter la punta del dedo!
 
...y su lengua que salía al encuentro de la mía tenía un sabor a néctar de amor que me embriagaba.

Hubo gran expectación entre los comensales. Pero sin sofocarme lo más mínimo, con mucha tranquilidad y no poda inspiración, estirando y redondeando mi labio inferior en forma de lengua, me bebí de un trago aquel enorme recipiente. Surgió un clamor unánime de felicitación entre los asistentes.


jueves, 13 de febrero de 2014

El cielo protector - Paul Bowles


A esta novela llegué gracias a un profesor de literatura de la universidad. Por lo menos alguno se salva de la quema, ¿verdad?. Ojalá que a alguien le encandile gracias a este blog, como a mi me sucedió.
Con muy pocas novelas me sucede lo que con esta, que no logro recordar el número de veces que la he leído, y no me preguntéis por qué. Desde luego que está bien escrita, tiene acción y diálogos trepidantes, pero también una enorme carga psicológica con respecto a los personajes protagonistas, y esa (no se muy bien cómo definirla) angustia del hombre occidental que se complica la vida a la hora de buscar la felicidad.
Sí, aunque por poco, sigo hablando de escritores muertos, (Nueva York 1910 - Tánger 1999) pero estamos ante un escritor muy actual, no os vayáis a creer que por el hecho de hablar de clásicos haya que remontarse al siglo XVI. De su actualidad habla también el hecho de que algunas de sus historias han sido ya llevadas al cine, especialmente la que tenemos entre manos, que fue adaptada ni más ni menos que por Bernardo Bertulocci.
            Insisto en recomendar la lectura de Paul Bowles, porque es casi un desconocido pero sin duda alguna está entre los grandes de la literatura norteamericana contemporánea. Bowles viajó mucho y vivió en varios países. Para aquellos que gustan de las novelas de viajes se darán de lleno con una narrativa arrebatadora y fácil de leer, que no simple. Pero además descubriréis unos personajes que os harán meditar, que os dejarán huella para siempre.
      Bowles introduce a sus protagonistas americanos en lo más hondo de la cultura africana, fundamentalmente musulmana. Al choque cultural se suma el paisajístico, con el desierto siempre de fondo «donde lo único que existe es el arriba y el abajo».

Trama: En un período inmediatamente posterior a la Segunda Guerra Mundial, una singular pareja neoyorkina, Port y Kit, viajan al desierto norteafricano del Sahara acompañados por un amigo. El viaje, planeado inicialmente para resolver las dificultades conyugales de Port y Kit, se convierte rápidamente en una situación peligrosa, debido a la ignorancia de los viajeros sobre las circunstancias que los rodean. Port, el protagonista, se define insistentemente como un viajero y no como un turista corriente. No está muy seguro de su destino pero está decidido a dejar atrás el mundo moderno, por lo que finalmente se adentran en el Sáhara esperando encontrarse también a sí mismos. Como afirmó el propio Paul Bowles, la acción transcurre en dos planos, el desierto africano exterior y el desierto interior de los protagonistas.

 
La película: Como curiosidad, la novela es en parte autobiográfica y el filme supuso el redescubrimiento del autor en su propio país, sacándole de las estrecheces económicas que empezaban a asediarlo. Trailer de la película.


Creo, sinceramente, que es una de esas novelas que debe guardar un lugar de honor en cualquier biblioteca que se precie. (Y por último, no quiero cerrar el hilo sin deciros que se me ha puesto la piel de gallina en varias ocasiones mientras escribía esta reseña. Estoy contento de haber recordado un libro que me ha provocado tantísimas emociones).

Un par de fragmentos:

            «No se consideraba un turista; él era un viajero. Explicaba que la diferencia residía, en parte, en el tiempo. Mientras el turista se apresura por lo general a regresar a su casa al cabo de algunos meses o semanas, el viajero, que no pertenece más a un lugar que al siguiente, se desplaza con lentitud durante años de un punto a otro de la tierra.»
  

       
     «Allí en el desierto, aún más que en el mar, tenía la impresión de que estaba sobre una gran mesa, de que el horizonte era el borde del espacio. Se imaginó un planeta en forma de cubo, suspendido en algún lugar sobre la tierra, entre ésta y la luna, donde hubieran sido transportados. La luz sería dura e irreal como aquí; el aire tendría la misma sequedad, como en toda esta vasta región, los contornos del paisaje carecerían de las reconfortantes curvas terrestres. Y el silencio alcanzaría su intensidad suprema; sólo quedaría roto por el sonido del aire al pasar. »

¡Buen provecho!