lunes, 31 de marzo de 2014

Guy de Maupassant. Cuentos. Mención especial a Bola de sebo.

   
He aquí una nueva reseña de un autor que acabo de descubrir, guiado como siempre por las recomendaciones de otros escritores, en este caso a partir de Patricia Highsmith, sí, oídlo sus fans, Patricia fue lectora fanática de Guy.
      Antes de abordar la lectura de sus cuentos leí una pequeña biografía que me resultó tan endiabladamente dramática como la mejor novela decimonónica. Su vida es complicada, como su carácter, sumamente excéntrico, libertino y extrovertido, lo que hace extrañar a propios y extraños cómo tuvo tiempo para escribir tanto en tan poco tiempo. Guy de Maupassant murió en 1893, a los 43 años, culminando un proceso de locura al que lo llevó una sífilis contraída en sus innumerables aventuras eróticas, y fue a lo largo de los últimos 10 cuando publicó prácticamente su ingente obra: 7 novelas, 3 obras de teatro, varios libros de viajes y crónicas, así como innumerables artículos y, sobre todo, 17 libros de cuentos escritos para los periódicos con una inventiva asombrosa.
            También esta biografía me hizo reflexionar sobre un hecho que me sangra, que para un escritor tener un padrino resulta fundamental, y mientras más reconocido éste sea mucho mejor. Guy tuvo a su lado ni más ni menos que a Flaubert. No quiero ni imaginarlo, pero de no haber tenido semejante padrino, es más que probable que nos hubiéramos perdido su prosa. ¿Cuántos otros autores no nos habremos perdido?, ¿cuánta bazofia llena las estanterías de las librerías debido al apadrinamiento de mediocridades? Es lo que hay, no queda más que adaptarse, pues esto sucedió ayer, sucede hoy y sucederá mañana. De todas maneras, si acaso ustedes, que me leen, se dedican al mecenazgo o cuando menos conocen a un buen padrino, ¡recomiéndenme por favor!.
            ¡Fuera bromas! Flaubert luchó contra viento y marea por proteger a su favorecido libertino, cuando solamente él atisbó el genio que llevaba dentro. Otros amigos de Flaubert trataron incluso de hacerle ver su equivocación, y en verdad que después de la publicación de su primer relato importante, Bola de sebo, algunos de ellos tuvieron a bien retractarse y reconocer su talento, entre ellos Turgueniev.
            Reconozco que de no haber sido Bola de sebo uno de los primeros relatos que leí de Guy de Maupassant, tal vez hasta hubiera abandonado presto su lectura. Guy hubiera pasado para mi sin pena ni gloria, como uno de esos escritores de escenas un tanto grotescas como es el caso del relato La mano disecada. Pero Bola de sebo es un relato que consideraré siempre entre esos 4 o 5 mejores relatos que jamás leí, y haber topado con él ya merece la mayor de las penas. Consta de casi 50 páginas, relato extenso pues, que merece la pena, y mucho, leer. Luego supe que John Ford se inspiró en él para rodar la diligencia, y también averigüé la influencia de Guy en Chejov y Clarín, y que muchísimos de sus cuentos han sido llevados al teatro y a la gran pantalla, ¡más de 100!.
            ¿Os hacen falta más motivos para acercaros a este clásico? La verdad que allá cada cual con sus lecturas, yo prefiero leer a aquellos autores inmortales que una vez leídos tengo la seguridad que volveré a leer. ¿Y vosotros?, ¿leéis a los clásicos?


P. D. Con estas preguntas finales hago un guiño a Mientras Leo y su blog Entre montones de libros.

martes, 25 de marzo de 2014

El talento de Mr. Ripley - Patricia Higsmith

Una y otra vez podemos insistir en la incertidumbre que nos provoca el término “clásico” cada vez que hablamos de literatura. También podemos llegar a un acuerdo tácito mediante el cual todos estemos de acuerdo en que es un término subjetivo. Al final prácticamente todos coincidimos en la mayoría de esos tan
amados “clásicos”.
Pero, si saco a colación la definición de clásico es porque ahora me encuentro con uno de esos que podríamos calificar de “dudosos”. En este caso la duda reside fundamentalmente en su modernidad. Difícilmente sabremos que una novela alcanza la categoría de clásico si no ha pasado el tiempo suficiente como para valorar su supervivencia. En el caso que nos ocupa, El talento de Mr. Ripley data de 1955 y goza de espléndida salud entre los lectores modernos.
Para mi Patricia Highsmith significaba una de tantas entre los escritores de best-sellers contemporáneos, y llegué a su lectura de casualidad, por diversas recomendaciones de escritores que considero serios, como es el caso de Graham Green, que dijo de ella: “Uno no cesa de releerla. Ha creado un mundo original, cerrado, irracional, opresivo, donde no penetramos sino con un sentimiento personal de peligro y casi a nuestro pesar, pues tenemos enfrente un placer mezclado con escalofrío”. Ciertamente que me he dado de bruces con una tremenda sorpresa. No es una novela corta precisamente, y sin embargo su lectura no me ha llevado más de 4 días. La intriga se gana al lector desde el primer instante. La profundidad psicológica de los personajes crece sin pausa, hasta la última página. El personaje protagonista, Mr. Ripley, es tan complejo que incluso cuando la novela termina aún está por ver su desarrollo posterior, aún nos queda la incógnita de cómo evolucionará su personalidad. De hecho he descubierto que hay 4 novelas más que continúan abordando a Mr. Ripley. En cuanto a los personajes secundarios, el desarrollo es moderado pero bien interesante.
Sin embargo, y huyendo de la norma y el academicismo, me gusta valorar el empaque de una novela por la calidad de su prosa, término también completamente subjetivo y que permite a cada cual llegar a sus propias conclusiones.
Valga aquí como comparación otra novela, Cumbres Borrascosas. No me pareció esta novela británica un dechado de perfección técnica, y sin embargo transmite tanto y con tanta pasión que no dudo ni tan siquiera un instante de ponerle la etiqueta de clásico. Algo así, supongo, me ocurre con Patricia Highsmith.
No tengo ningún reparo en defender el uso de la prosa que hace Patricia Highsmith en El talento de Mr. Ripley, aunque a decir verdad que necesitaría de una lectura más a fondo de la novela, y a ser posible de otras obras de la autora, para llegar a semejante conclusión, pero esto es un blog y me puedo permitir y me permito afirmaciones a la ligera. La prosa es sencilla, sin artificio alguno, atrevida y moderna en el uso de las técnicas de introspección, que son las más utilizadas. No usa comillas ni nada semejante para hacernos ver el pensamiento de Mr. Ripley, pero el lector no necesita en absoluto de técnica alguna para hacerse una idea en todo momento de cuál es su estado anímico. Igualmente sucede con el diálogo, que está presente en toda la novela con una sencillez abrumadora, que no simpleza. Sospecho que los guionistas que han adaptado las novelas de Highsmith para la gran pantalla no han tenido gran problema en ello, si acaso a la hora de cortar aquí o allá para que no sucedan tantas cosas como suceden en la novela.

Por último también destaca, a mi modo de ver, en la descripción de las acciones. Hay una serie de momentos clave que marcan toda la trama, y que están trazados de forma sencilla y ágil, con un correcto uso del adjetivo y el verbo, sin excesos ni alambicamientos. También me ha gustado la descripción que hace de los paisajes, concisa pero correcta. En ningún momento se hacen digresiones que no sirvan al fin último y esencial, que no es otro que atrapar al lector en la intriga. Sucede que Patricia Highsmith se esfuerza en atrapar al lector entre sus redes, y que no se arriesga por nada del mundo a darle siquiera una pequeña tregua.
Patricia Highsmith, siempre en el centro de la polémica.

En definitiva, y sin ir más allá de este somero análisis, considero que Patricia Highsmith ha entrado de lleno entre mis favoritos. Me es de gran ayuda para progresar en mi escritura, y en lo que resta de año volveré a ella para repasar alguna de sus obras más afamadas, y así tendré la oportunidad de corregir o afirmar mi decisión de incluirla entre los “clásicos”.

Un fragmento:
Clavó su mirada en los párpados de Dickie, sintiendo que en su interior hervía una mezcla de odio, afecto, impaciencia y frustración, impidiéndole respirar libremente. Sintió deseos de matar a Dickie. No era la primera vez que pensaba en ello. Antes, una o dos veces, lo había pensado impulsivamente, dejándose llevar por la ira o por algún chasco, pero luego, a los pocos instantes, el impulso desaparecía dejándole avergonzado. Pero ahora pensó en ello durante todo un minuto, dos minutos ya que, de todas formas, iba a alejarse de Dickie y no tenía por qué seguir avergonzándose. Había fracasado con Dickie, en todos los sentidos. Odiaba a Dickie, y le odiaba proque, como quiera que mirase lo sucedido, el fracaso no era culpa suya, ni se debía a ninguno de sus actos, sino a la inhumana terquedad de Dickie, a sus escandalosas groserías. A Dickie le había ofrecido amistad, compañía y respeto, todo lo que podía ofrecer, y Dickie se la había pagado con ingratitud primero, ahora con hostilidad. Dickie, sencillamente, le estaba echando a empujones. Tom se dijo que si le mataba durante aquel viaje, le bastaría con decir que había sido víctima de un accidente.

martes, 18 de marzo de 2014

Diógenes Laercio. Vidas, opiniones y sentencias de los filósofos más ilustres.

         
  La consideración de clásico para este libro es más cuestionable que en otros casos. Desde luego que no es literatura, sino más bien un ensayo u obra de historia de la filosofía. Su trascendencia radica en que nos ha llegado prácticamente completa (data del siglo III d. C.) y, de no ser por ella, ignoraríamos una parte importante de la filosofía clásica y primera, la de la antigüedad.
            Lo bueno, para unos, y lo malo, para otros, de esta obra, es que se caracteriza por su falta de rigor filosófico. Contiene un poco de filosofía, si, y muchas anécdotas y chismes que luego han sido contrastados con otras versiones y que nos permiten acercarnos, con admirable detallismo, a la personalidad de los filósofos más afamados de la antigüedad.
            No va a ser esta una entrada larga, como las otras, pues no voy a recomendar, ni mucho menos, su lectura. El que sienta curiosidad porque ya la conozca, un día u otro la abordará, y el que solamente a través de estas líneas la conozca difícilmente encontrará en ella entretenimiento digno de mención. Creo que es más su valor humanístico que literario, para aquellos que consideren el saber como un fin en sí mismo. A menudo oí hablar de que se trataba de una lectura amena, pero a mi modo de ver eso solamente se dará en el caso de andar picoteando entre capítulos, porque de hacerse una lectura lineal puede resultar agotador.
            Por supuesto será útil a aquellos que gusten de la historia, pues nos hace ver que por mucho que cambie la tecnología, las aspiraciones y los vicios de los hombres son hoy los mismos que hace 2500 años, y con toda probabilidad serán. A mi, que he estudiado y leído mucha filosofía como parte de la Licenciatura en Humanidades, particularmente me ha servido para conocer a filósofos ilustres que antes desconocía, con lo cual mi visión de la filosofía griega y latina se ha enriquecido en gran manera. A partir de ahora, qué duda cabe que haré más hincapié en filósofos no tan afamados pero no por ello menos importantes en su tiempo.
 
            He leído el libro gracias al préstamo de la biblioteca, pero trataré de adquirirla en alguna feria de libros o similar, porque me apetece leerla sin orden, picoteando aquí y allá y subrayando pasajes y sentencias como las que siguen:

-¿Cómo sufrirá uno más fácilmente sus infortunios? Viendo a sus enemigos peor tratados de la fortuna (Tales).
-Las leyes, como las telarañas; pues éstas enredan lo leve y de poca fuerza, pero lo mayor las rompe y se escapa (Solón).
-No te familiarices con los malos (Solón).
-Era cosa difícil ser bueno (Pítaco).
-Contra el hombre malvado debe salir el bueno bien armado (Pítaco).
-A un hombre impío que le preguntó qué cosa es piedad no le respondió palabra. Y como éste le dijese cuál era la causa de no responderle, dijo: callo porque preguntas cosas que no te pertenecen (Biante).
-En tus prosperidades no te ensorbebezcas, ni en las adversidades te abatas de ánimo (Cleóbulo).
-Todo lo consigue el trabajo (Periandro).
-Sorprendido en el campo de improviso riéndose solo, se le preguntó por qué reía sin haber nadie presente. - por eso mismo, -respondió (Misón).
-¿Por qué los filósofos visitan a los ricos y no al revés?: Porque los filósofos saben los que les falta, pero los ricos no (Aristipo).
 -No es pernicioso el entrar, sino el no poder salir, contestó cuando le reprendieron el entrar a un prostíbulo (Aristipo).
               -Era mejor caer en poder de cuervos, que en el de aduladores; pues aquellos devoran los muertos, éstos los vivos (Antístenes).
-Aconsejaba a los atenienses hiciesen un decreto de que los asnos eran caballos; y teniendo ellos esto por cosa irracional, dijo: "Pues entre vosotros también se crean generales de ejército que nada han estudiado, y sólo tienen en su favor el nombramiento (Antístenes).
 -A uno que le decía: "Muchos te alaban", le respondió: "Pues yo ¿qué mal he hecho? (Antístenes).
 -Conviene precaverse de los enemigos, pues son los primeros en notar nuestros pecados (Antístenes).
-En más se ha de tener un justo que un pariente (Antístenes).

martes, 4 de marzo de 2014

Bizancio - Ramón J. Sender


 Mi intento es describir la memorable expedición que los catalanes y aragoneses hicieron a las tierras de Oriente cuando su fortuna y valor competían en el aumento de su poder y estima. Llamados por Andrónico Paleólogo, emperador de los griegos, en socorro y defensa de su imperio y casa, favorecidos y estimados en tanto que las armas de los turcos le tuvieron casi oprimido y temió su perdición y ruina, cuando por el esfuerzo de los nuestros quedó libre de ellas, maltratados y perseguidos con gran crueldad y bárbara fiereza, nació la obligación natural de mirar por su defensa y conservación como causa para volver sus fuerzas invencibles contra los mismos griegos y su príncipe Andrónico. Dichas fuerzas fueron tan formidables que causaron temor y asombro a los mayores príncipes de Asia y Europa, y la perdición y total ruina a muchas naciones y provincias.
Prefacio de Francisco de Moncada
               Para mejor completar esta reseña he leído también la obra de Francisco de Moncada (S. XVI) Roger de Flor y los almogávares, en la que Sender se basa, y mucho, para la realización de la novela, basada a su vez en otra de Ramón Muntaner, que participó de todas estas aventuras increíbles.

Las conquistas de los almogávares a lo largo de más de un siglo. No conocieron la derrota.
                No, no me parece justo que se lea tanta novelilla histórica y no leamos a Sender. Toda esta novela histórica que tanto abunda me recuerda a la novela barata de kiosko de la segunda mitad del siglo XX, de vaqueros, rosa o policíaca. En calidad andan parejas.
           
Cuando se afronta a Sender hay que tener en cuenta que fue un autor despreciado por el bando ganador de la guerra civil española. Perdió a gran parte de su familia en la guerra, y su literatura gira en torno a una evolución política muy de la época, anarquista, luego comunista, después socialista, en fin, que no es de extrañar que la censura hiciera desaparecer su amplísima producción de las librerías españolas de post-guerra.
            Obviando sus simpatías políticas, Sender es una de las mejores plumas de la narrativa española contemporánea, y sus novelas históricas, que son las que aquí me ocupan, no han sido superadas en la actualidad ni de lejos. Yo he leído cuatro, La aventura equinoccial de López de Aguirre, Mr. Witt en el Cantón, Imán y la que nos ocupa. La primera narra la búsqueda del dorado, la segunda una insurrección cantonal (prácticamente guerra civil) en el marco de la I República Española, Imán es una novela antibelicista que narra las guerras de Marruecos, con protagonismo del desastre de Annual, y por último Bizancio relata la increíble aventura de los almogávares. Son todas, a mi entender, verdaderas obras maestras de la narrativa castellana. Pérez Reverte ni se acerca a su nivel. Que conste que él mismo lo dice, y que le dedica varias columnas del semanal, pues es, como yo, rendido admirador de la prosa de Ramón J. Sender.
Unos pocos soldados almogávares salvan primero el Imperio de Bizancio y luego lo saquean.
            Probablemente sea esta la más irregular de sus novelas históricas, también la más extensa, pero si la he elegido es porque la tengo fresca en el recuerdo y porque me dejó honda huella y curiosidad. Tengo que confesar que me fascina la historia, más aún la política que la social o económica, y aún resuena a veces en mi memoria el grito de guerra de los almogávares: "desperta ferro, desperta ferro". No entiendo muy bien el por qué los almogávares no han hecho más fama de la que tienen, que en verdad es poca. No quiero entrar en disquisiciones políticas sobre Cataluña y demás, pues siempre he considerado que la política para los que de ella viven, pero me temo que algo tiene que ver con el olvido en que cayeron este grupo de héroes. Después de ellos los tercios dominaron el campo de batalla europeo durante 150 años, el mismo tiempo que los almogávares dieron pábulo a su leyenda. Si queremos buscar otros hechos fantásticos como los que ellos realizaron tenemos que fijarnos en Hernán Cortés, los 300 de Leónidas o la expedición de los 10.000, la Anábasis que tan bien relata Jenofonte y que dará lugar más tarde o temprano a otra entrada de este blog.

            Para los apasionados de la historia quedan estas leyendas donde unos pocos pueden tanto. (Os dejo un reportaje de la radio que no tiene desperdicio y que explica cómodamente toda la historia de los almogávares).


            En cuanto a lo puramente narrativo, en verdad que la novela presenta claroscuros, momentos de grandísima fuerza narrativa y otros más flojos, donde Sender cae en la autocomplacencia y se centra en las desventuras amorosas del héroe principal de la historia, Roger de Flor, pero sobre todo de su enamorada y mujer de leyenda María Asanina. Pero salvando estos ligeros contrapuntos, la novela se deja leer bien, y ojalá que genere en vosotros lo que en mi, una curiosidad tremenda por saber más sobre esos guerreros legendarios llamados almogávares.


sábado, 1 de marzo de 2014

El asno de oro - Apuleyo

1. Oh, lector, me gustaría hilvanar para ti, en esta charla milesia, una serie de historias y acariciar tu benévolo oído con un placentero murmullo; dígnate tan sólo recorrer con tu mirada este papiro egipcio escrito con la fina caña crecida junto al Nilo y podrás admirar a criaturas humanas que cambian de forma y condición, y, viceversa, que posteriormente recuperan su estado primitivo. Comienzo.

La evidencia de esta buena prosa nos lleva a una literatura diferente. ¡Qué avatares no habrá vivido esta novela hasta llegar a nosotros! No, El asno de oro, de Apuleyo, no es una novela corriente. Tuve la gran suerte de descubrirla a temprana edad, en el Bachillerato, dentro de las lecturas obligatorias que acompañan al estudio del Latín. Supuso una lectura divertida, sorprendente, fresca y desenfadada. ¡Ja!, dirán ustedes si no la han leído, pues pensarán quizás que se trata de un aburrido libro de épocas pretéritas que no hay quien entienda. Pues no, se equivocan, es una lectura ágil, numerada en capítulos cortos y asequibles. ¿La recomiendo? Pues depende de lo que busquen en ella. Difícil cuestión es pensar en los beneficios culturales o intelectuales que nos pueda regalar. Desde luego que podrán presumir de una lectura clásica como pocas, pues estáis ante la única novela latina que nos ha llegado completa, junto con el Satiricón atribuido a Petronio, verdaderas obras maestras de la narrativa de su tiempo.
El asno de oro fue escrita en el siglo II después de Cristo, último período brillante de la historia política de Roma, preludio de la catástrofe, caracterizada por experimentar un extraordinario desarrollo de las religiones del Próximo Oriente, conocidas bajo el apelativo de mistéricas, y que venían a llenar el vacío dejado por el paganismo oficial. En este caldo, judaísmo y cristianismo se abrían camino en esas conciencias desangeladas.
Y aquí entra en liza nuestro gran Apuleyo, que nació en una colonia romana del interior de la actual Argelia, mal llamado Lucio porque ya se le confunde con nuestro asno-protagonista. Fue Apuleyo sabio reconocido en su tiempo, brillante abogado, orador, poeta, filósofo..., erudito en definitiva, dominador del griego, púnico y latín. No es este lugar aquí para extenderme en su biografía, que daría para una entrada, pero viene al caso decir que tenía una imparable curiosidad hacia lo mágico y lo oculto, tanto que fue acusado ante los tribunales de ejercer hechicería y encantamientos. Tener en cuenta que Apuleyo alcanzó una enorme fama en su tiempo, y que después de su muerte fue lectura favorita de hombres ricos y emperadores.

TRAMA: Apuleyo nos relata la divertida historia de Lucio, muchacho de noble familia que movido por una curiosidad malsana con respecto a la magia, se convierte en asno al embadurnarse con un ungüento equivocado, pero conservará todas las facultades humanas salvo el habla. A partir de este planteamiento, mientras pasa por distintos amos a través de una larga serie de peripecias y golpes, se nos muestra la evolución psicológica del personaje. Desde su especial posición observa, analiza y juzga todo aquello que le rodea hasta que, arrepentido y purificado, será devuelto a su forma humana gracias a la intervención de su protectora Isis.
Psique y Cupido esculpida por Antonio Cánova
Dentro de la novela aparecen multitud de cuentos (divertidas historias folklóricas de esposas adúlteras, cornudos, listas amantes, comerciantes sin escrúpulos y farsantes de todo tipo), algo así como sucede en el Quijote, de tal manera que si elimináramos todos los cuentos la novela se reduciría aproximadamente a la mitad. Especial atención requiere la fábula de Eros/Cupido y Psique, símbolo también del ascenso del alma humana en busca de la divinidad, fuente de inspiración no solo para los romanos sino posteriormente reelaborada una y otra vez hasta la actualidad. San Agustín, Dante, Boccaccio incluso hizo una copia de la obra con sus propias manos y en su Decameron introduce tres picantes historias de maridos cornudos que provienen directamente de la obra de Apuleyo. En España se encuentra la primera traducción de El Asno de oro a una lengua vernácula, y no hay que ser muy imaginativo para ver su influencia en la picaresca castellana: como el "asno de muchos amos", a través de sus peripecias, critica la sociedad de su tiempo. Calderón y Lope de Vega adaptarán para la escena el cuento de Amor y Psique, y se han escrito libros sobre su influencia en Cervantes y su Quijote, así que no hace falta decir más para que sepáis de la necesidad de leer esta novela.
Probablemente una de las sorpresas que os deparará la obra es su "modernidad". La Santa Inquisición censuró duramente la novela, por lo caliente de su contenido. Hay que tener en cuenta que la sexualidad en la Roma antigua nada tenía que ver con el casticismo cristiano. Os prometo que si prestáis la atención debida reiréis, pues es una novela a veces seria, casi siempre irreverente, descarada y divertida. Del erotismo más sencillo llegaremos hasta la misma zoofilia, pero nunca se atraviesa la línea de lo escabroso o soez. El lenguaje es bello y cuidado, lleno de metáforas luminosas, rimas y onomatopeyas.

No dejaremos de reírnos con las ridículas aventuras de Lucio, pero además se trata de un retrato al natural de la vida cotidiana del siglo II después de Cristo, algo que ningún manual de historia puede legar.
Tened cuidado con Apuleyo, porque nos hará leer historia tan rara, y luego nos hará creer que la conversión de Lucio en Asno es tan verosímil como nuestra vida misma. Tal vez Apuleyo fue hechicero, y cuidad lo que bebéis no vaya a ser que rebuznéis.

Fragmentos:
Mis sentidos, tranquilos hasta entonces, se inflamaron al instante. Finalmente le digo: "¡Qué gracia y salero tienes, querida Fotis, para armonizar el movimiento de la sartén y el de tus caderas! ¡Qué delicioso guiso preparas! ¡Feliz, mil veces feliz, quien consiga de ti permiso para meter la punta del dedo!
 
...y su lengua que salía al encuentro de la mía tenía un sabor a néctar de amor que me embriagaba.

Hubo gran expectación entre los comensales. Pero sin sofocarme lo más mínimo, con mucha tranquilidad y no poda inspiración, estirando y redondeando mi labio inferior en forma de lengua, me bebí de un trago aquel enorme recipiente. Surgió un clamor unánime de felicitación entre los asistentes.