lunes, 21 de mayo de 2018

Almas muertas (1842), de Nikolái Gógol




Todavía impresionado, no me siento capaz de reseñar una obra tan fresca y novedosa como la que os presento. Son los prejuicios; a veces sucede que afrontas una lectura con bajas expectativas y te preguntas el porqué de no haberla conocido antes. A la dama del perrito, a Ana Karenina o Iván Ilich, a Roskolnikov, a todos estos héroes rusos se suma ahora Pável Ivánovich Chichikov.
Chichikov se nos presenta en una capital de provincias como un viajero amable y circunstancial. Dice hacer un alto en el camino mientras presenta sus respetos a la flor y nata de la provincia, pero lo que en realidad pretende es comprar “almas muertas”. Almas es el nombre que se les da a los siervos en Rusia, y la causa de querer comprarlos ya bien muertecitos es debido a los agujeros legales que habitan en el irregular censo ruso. Nuestro buen Chichikov es un majadero. Si consigue un importante número de almas muertas podrá aspirar a tierras y dinero porque el gigantesco Estado Ruso no alcanza a averiguar el estado vital de sus siervos y estará dispuesto a concederle un préstamo para promover la colonización de nuevas tierras.
Gógol es consciente de que ha encontrado un argumento verdaderamente rico e ingenioso, pero la explotación del filón es la que demuestra su absoluta maestría. Gógol convierte sutilmente el argumento en perfecta excusa para exponer a los protagonistas de la sociedad rusa a una situación peculiar, por lucrativa y desconcertante, que no es otra que la avaricia, la venta de unos siervos que ya no están, porque han muerto. Si el protagonista es un antihéroe, el resto de personajes le van a la zaga.
El sarcasmo de este párrafo resulta paradigmático:

No le faltaba nada a la fiesta. Al entrar en el salón inundado de luz, Chichikov tuvo que cerrar un instante sus ojos, cegados por los destellos violentos de las velas, de las lámparas, de los atuendos. Los trajes de etiqueta negros parecían mariposas revoloteando de aquí para allá, como moscas sobre un pan de azúcar partido por una anciana, una tarde cálida del mes de julio, en trozos brillantes cerca de una ventana abierta. Los niños que la rodean observan atentamente los movimientos de su brazo nudoso que alza el martillo, mientras un enjambre de moscas se arremolina en el aire y se lanza sobre los trozos apetitosos, contando con la complicidad del sol que ciega a la anciana, de vista ya cansada. Ahítas por los alimentos sabrosos que el estío generoso les ofrece, piensan más en lucirse que en comer de verdad. Vuelan sobre el montón de azúcar, frotan sus patas una contra otra, se hacen cosquillas debajo de las alas, acarician sus cabezas con sus patas delanteras extendidas y se van volando, por fin, para regresar otra vez con importantes escuadrones de refresco.

Al decir de la crítica, Gógol se arrepintió cuando fue consciente del alcance social de su novela. No entro aquí a valorar la naturaleza del carácter del autor, que al parecer sufría de arrebatos religiosos o místicos, pero desde luego que tanta genialidad no puede ser sino resultado de un violento intento por conocer los límites del alma humana y del propio yo.
El mismo Gógol habla de la sorpresa que provoca en sí mismo su propia novela cuando se la lee a Pushkin:

Me bastará decirte que, cuando leí a Pushkin, en su forma primitiva, los primeros capítulos de mis Almas muertas, este que gustaba reír y sonreía siempre, al oírme leer se puso serio. Su cara se fue crispando poco a poco. Cuando acabé, me dijo con voz triste: «¡Dios mío, qué triste es nuestra Rusia!»

Y es que solamente las grandes novelas admiten diferentes lecturas.
Gógol se decidió por romper la segunda parte de esta novela, lo cual da lugar a una novela inacabada. Pero no os llevéis a engaño; podéis prescindir de leer la segunda parte, incompleta y corta, pero no es necesario que la historia resulte acabada. Se cumple aquí, como en pocas novelas, aquello que se dice que lo mejor del viaje es el camino y no llegar a destino. Podemos detenernos en cualquier pasaje, cualquier digresión o giro de la historia y disfrutar del enorme sentido del humor que desborda Gógol, del sarcasmo más absoluto, de ese desapego con el que pinta a sus inolvidables personajes. Gógol es un narrador que participa en la historia, que se inmiscuye constantemente comentando aquí y allá, añadiendo interesantes digresiones. Y sin embargo es neutral, o trata de serlo. Describe a los personajes con una verosimilitud asombrosa y nos deja a nosotros decidir dónde reside el mal o el bien, si es que acaso podemos juzgar a sus personajes con puntos de vista éstos tan insuficientes y maniqueos, y es que nadie está libre de pecado, nadie está libre de la corrupción que conlleva toda vida en sociedad.
Chichikov_and_Sobakevich.
 
Pese a todo lo dicho, no os vayáis a pensar que la presente novela es un tostón; ¡ni mucho menos! Aunque el final nos lo tengamos que imaginar la trama nos atrapa en todo momento, escena tras escena, como en una gigantesca obra de teatro.
Para qué decir más. Aún estoy tocado por la varita mágica de Gógol. En unos años volveré a leerla y a buen seguro que mi mirada cambiará. No os perdáis esta novela aquellos que amáis los clásicos. Casi sin pretenderlo Gógol penetra, a través de su templado escepticismo, en lo más abyecto y natural que habita en el ser humano, y lo hace con una gracia y una perfección inusitadas.

Difícil me resulta seleccionar unos fragmentos concluyentes, así que aquí dejo caer un par de ellos, prescindibles, al azar.

Hasta entonces, aun reconociendo justamente su perfecta educación, las señoras de la ciudad de N… se habían ocupado poco de Chichikov, pero en cuanto lo hicieron millonario empezaron a encontrarle otras cualidades. Sin embargo, no eran interesadas. Pero dejando aparte la cuestión del dinero, el encanto secreto de la palabra millonario opera sobre la gente honrada igual que sobre los patanes. El millonario tiene el privilegio de conocer la bajeza desinteresada, conocerla al desnudo. Mucha gente sabe que no puede esperar nada de él y, sin embargo, vuelan a su encuentro, lo saludan, le sonríen y no paran hasta que le invita el millonario a cenar en su compañía.

Las dos se cogieron de las manos, se besaron, dieron gritos de alegría, como dos amigas de colegio a las que sus mamás todavía no han dicho que el padre de la una es inferior en rango y fortuna al de la otra.

3 comentarios:

  1. Me ha parecido muy interesante tu reseña. Me apunto a Gogol para la próxima tanda de lecturas. Reconozco que 1) aún no lo he leído y 2) se trata sin duda de una omisión imperdonable. Un abrazo

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    1. Sin hacer un drama de ello..., si te gusta leer los mejores libros que se han escrito, o sea los clásicos, pues "Almas muertas" está, qué duda cabe, entre los más destacados.
      Abrazo de vuelta.
      (Fantástica foto de perfil)

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  2. La tengo anotada hace tiempo. Llegará su momento. Gracias por tan buena reseña.

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