lunes, 27 de junio de 2022

La peste (1947), Albert Camus.

 

Cuando estalla una guerra, las gentes se dicen: «Esto no puede durar, es demasiado estúpido». Y sin duda una guerra es evidentemente demasiado estúpida, pero eso no impide que dure. La estupidez insiste siempre, uno se daría cuenta de ello si uno no pensara siempre en sí mismo.

 

Este pequeño fragmento vale para el conflicto de Ucrania, y para tantos otros…

El coronavirus puso de moda la presente novela, que describe el nacimiento, evolución y erradicación de una epidemia de peste en Orán, la tierra del autor. La crítica se extiende con los simbolismos, como es la relación con la Francia ocupada, o las teorías del absurdo que más tarde desarrollará el maestro (la forma de actuar de la peste representa a lo absurdo). En principio se puede leer sin profundizar, de manera llana y simple, como el desarrollo de una peste cualquiera que aterriza en una sociedad que ve paralizada sus movimientos.

Según parece Orán sufrió varias epidemias durante el siglo XIX, aunque en el presente caso se traslada al siglo XX. El narrador se presenta como testigo, digamos que parecido en cierto modo a Defoe en su novela sobre la peste de Londres, pero con un tono menos periodístico y más reflexivo. Se podría decir que Camus profundiza más en los sentimientos de las personas; que si el abandono de Dios o el surgimiento de la solidaridad humana como resolución de los conflictos. Aunque, a decir verdad, que no por escribir sobre los sentimientos se consigue ahondar más en ellos.

Las diferencias con respecto a la novela de Defoe son enormes. La del inglés se trata de una novela más dinámica, con carácter histórico, con más anécdotas, referidas a la lucha contra la enfermedad propiamente dicha, mientras que Camus se detiene en los aspectos emocionales de una serie de personajes, Rieux, el médico protagonista (a su vez cronista de los hechos), el juez Tarrou, el cura Paneloux, el periodista Rambert, el funcionario Grand, y multitud de secundarios. No hay justicia, todo es puro azar. Sobrevuela un halo de desesperanza, de absurdo existencial. Solamente queda la esperanza en la solidaridad humana, en la pura honestidad individual.

Por otro lado, nada que ver Orán, una ciudad dinámica, sí, pero sin la trascendencia que tenía Londres en la segunda mitad del siglo XVII. Diríase que nadie se preocupa por Orán en el resto del mundo, sus habitantes abandonados a su propia suerte.

En líneas generales me quedo con la de Defoe. La de Camus se lee bien, aunque coincido con parte de la crítica, que se decanta por otras novelas del escritor francés (se trata de la primera novela que publica). Con todo, se obtienen interesantes reflexiones.

 

Así, durante semanas y semanas, los prisioneros de la peste se debatieron como pudieron. Y algunos de ellos, como Rambert, llegaron incluso a imaginar que seguían siendo hombres libres, que podían escoger.

 

Por razones evidentes, la peste se encarnizaba más con todos los que vivían en grupos: soldados, religiosos o presos. Pues, a pesar del aislamiento de ciertos detenidos, una prisión es una comunidad y lo prueba el hecho de que en nuestra cárcel municipal pagaron su tributo a la enfermedad los guardianes tanto como los presos. Desde el punto de vista superior de la peste, todo el mundo, desde el director hasta el último detenido, estaba condenado y, acaso por primera vez, reinaba en la cárcel una justicia absoluta.

 

4 comentarios:

  1. La leí muy joven por primera vez y recuerdo que a media lectura, súper enganchada, de pronto faltaba un capítulo. Salí corriendo a la librería y afortunadamente les quedaba otro ejemplar. Pero la segunda vez que lo leí, le saqué mucho más significado y vi mucha profundidad que se me había escapado antes. No he leído el de Defoe, pero el de Camus me gusta mucho, bien es cierto que prefiero El Extranjero o El primer hombre.
    Un beso.

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    1. Como es esto de la lectura, que recuerdo perfectamente que de joven me entusiasmó El extranjero pero apenas lo recuerdo. Es probable que lo lea pronto.
      Besos

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  2. En el Orán de Camus eran "ayusistas": los cafés siempre estaban abiertos y concurridos. (Creo que en la reseña se desliza un Sartre por un Camus).

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