Le quedan a uno sensaciones inexplicables tras
la lectura de una obra maestra. Qué mejor que escribir unas líneas para
intentar expresar dichas sensaciones al tiempo que las recupero y dejo huella
de las notas tomadas durante su lectura.
Introducción fabulosa que nada tiene que ver con la novela en sí, ciertamente larga y autobiográfica, y que se puede leer de forma independiente sin perder un ápice de su valor, una buena puesta en escena del autor y su mentalidad.
Introducción fabulosa que nada tiene que ver con la novela en sí, ciertamente larga y autobiográfica, y que se puede leer de forma independiente sin perder un ápice de su valor, una buena puesta en escena del autor y su mentalidad.
Había
dejado de ser un escritor de cuentos y ensayos relativamente buenos para
convertirme en un inspector de Aduanas relativamente eficiente.
Admirable
su descripción de los hombres que lo rodean, del funcionario tipo de aquel
entonces y del significado de una vida laboral gris (lo transcribe un
funcionario):
El
funcionario expulsado ―afortunado, a veces, al
recibir el brusco empujón que lo lanza a luchar en medio de un mundo difícil― puede
reponerse y volver a ser el mismo de siempre. Pero esto rara vez sucede.
Generalmente conserva su puesto el tiempo suficiente para labrar su ruina, y
entonces es despedido con los tendones rasgados, para seguir tambaleante por
los caminos de la vida y arreglarse como mejor pueda…
…
¿para qué trabajar y fatigarse, y esforzarse tanto, para salir del pantano en
que se halla enfangado, cuando dentro de poco el fuerte brazo del Tío Sam lo
levantará y le dará el sustento? ¿Para qué trabajar para ganarse la vida aquí o
ir a excavar oro en California, cuando muy pronto retornaría a la felicidad,
mensualmente renovada, de recibir un montoncito de relucientes monedas salidas
del bolsillo de su Tío? Es lastimoso observar cómo una pequeña experiencia en
estos cargos basta para infectar a esa pobre gente con una enfermedad tan
particular. El oro del Tío Sam tiene, en este respecto, una especie de magia
como la del salario del diablo.
La
letra escarlata es la historia de Hester Prynne, acusada de adulterio y
obligada a llevar una “A” en su pecho para que arrastre su pecado y todos sepan
de su condición. Está ambientada en la Nueva Inglaterra más puritana de
principios del XVII, cuando las colonias americanas apenas están dando sus
primeros pasos.
La
obra, como todas las grandes, obtuvo un nada desdeñable éxito comercial para su
época, así como provocó una agitada polémica dados los temas que pone sobre la
mesa. Incluso el mentado prólogo obtuvo un rechazo tremendo por parte de los
habitantes de Salem, sus conciudadanos, que se sintieron insultados.
Borges
y mis muy admirados D. H. Lawrence o Henry James se deshacen en elogios hacia
la novela. De hecho llegué a su lectura a través de una recopilación de ensayos
sobre literatura de Henry James, el cual concluye: «bella,
admirable, extraordinaria… Tiene el inextinguible encanto y misterio de las
grandes obras de arte».
A
mí, personalmente, me ha fascinado el enfoque del autor sobre los temas de la
culpa y la redención, que son los que mueven todo mi humilde trabajo como
escritor. La protagonista es una proscrita por la sociedad. El motivo es el
adulterio, pero el lector es libre de cambiar el motivo porque adquiere la
grandeza del símbolo. Cambia el motivo y las circunstancias, las consecuencias
de la proscripción, los detalles y las formas de sufrimiento, y los resultados
son semejantes. Incluso cambiamos el siglo XVII por el XXI y los móviles y la
experiencia de la proscripción son semejantes para el individuo proscrito. Las
personas no han cambiado y la proscripción se sigue dando. Ahora no vivimos en
una sociedad puritana, no en occidente, pero en cualquier momento podemos
regresar a una situación similar, y ahora las formas de proscripción son
diferentes, lo cual no quiere decir que no haya personas proscritas, rechazadas
por la sociedad por un sin fin de motivos. Este tema, el de la proscripción, el
rechazo de un individuo por el resto de la sociedad, es estudiado por Hawthorne
con generosidad ilimitada, como un regalo para los lectores hábiles e
inteligentes. El mismo Hawthorne fue consciente de que no escribía para
mayorías.
Podrá
parecer extraordinario que, teniendo ante sí todo el ancho mundo ―ya que
su condena no contenía cláusula alguna que la obligara a permanecer dentro de
los límites del poblado puritano, tan remoto y desconocido―, siendo libre de
volver a su país natal o a cualquier otro país de Europa y allí esconder su
reputación e identidad tan completamente como si se convirtiera en otra
persona, y teniendo, además, los caminos del oscuro e inescrutable bosque
abiertos ante ella, donde la fogosidad de su naturaleza podría asimilarse a las
gentes cuya vida y costumbres eran ajenos a las leyes que la habían condenado,
puede parecer extraordinario que esta mujer continuara considerándose en su
casa en aquel pueblo, el único donde era el obligado ejemplo de la vergüenza.
Pero hay una fatalidad, una sensación que casi invariablemente impulsa a los
seres humanos a deambular y penar como fantasmas alrededor del sitio donde
algún suceso grande e importante ha marcado sus vidas, y tanto más
irresistiblemente cuando más oscura sea la marca que les haya dejado. Su
pecado, su ignominia, eran las raíces que había echado en aquel suelo.
…
sentía o creía sentir, entonces, que la letra escarlata le había otorgado un
sexto sentido. Se estremecía al pensar, y sin embargo no podía evitarlo, que
había adquirido una percepción muy especial, llena de comprensión por los
pecados escondidos en otros corazones.
Los
hombres habían marcado el pecado de esta mujer con una letra escarlata que era
de una potencia y eficacia tan desastrosas, que no había compasión humana que
pudiera alcanzarla, a menos de ser pecaminosa como ella.
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