Curioso
ejemplar el que traigo a la palestra, combustible para el debate de cómo los
clásicos alcanzan dicho estatus. Técnicamente no se trata de una obra de arte,
pero el relato conmueve, y lo hace no solo por lo truculento de la situación y del
desenlace sino que también conmueve por el desparpajo de la niña que elabora un
diario supuestamente secreto que, a la postre, ha sido distribuido en un número
superior a 30 millones de ejemplares.
Que
este diario seguirá leyéndose dentro de cien años es más que obvio, y en verdad
que lo merece. Desde un primer momento llama la atención la ebullición de un
alma humana que abandona la infancia, la pubertad, para hacerse adulta. Soy
consciente de que los avatares de su publicación nos han legado un texto
corregido y abreviado, sin los cuentos escritos por la niña pero también con
correcciones relativas al lenguaje e incluso al estilo de la autora. No me
parece importante acudir a otros textos porque la versión que manejo, la de
Círculo de Lectores, me parece suficiente.
Ana
se nos muestra al principio del diario como una persona extraordinariamente
extrovertida, parlanchina, ¡feliz!
Para
ser más clara tendré que añadir una explicación, porque nadie entenderá cómo
una chica de trece años puede estar sola en el mundo. Es que tampoco es tan
así: tengo unos padres muy buenos y una hermana de dieciséis, y tengo como
treinta amigas en total, entre buenas y menos buenas. Tengo un montón de
admiradores que tratan de que nuestras miradas se crucen o que, cuando no hay
otra posibilidad, intentan mirarme durante la clase a través de un espejito
roto. Tengo a mis parientes, a mis tías, que son muy buenas, y un buen hogar.
Al parecer no me falta nada, salvo la amiga del alma.

Luego,
demasiado pronto, viene el ocultamiento de la Gestapo de dos familias juntas en
“las habitaciones de atrás”, en las traseras de una fábrica de mermelada, con
la complicidad de unos vecinos.
Nada,
pero absolutamente nada de lo que yo hago les cae bien: mi comportamiento, mi
carácter, mis modales, todos y cada uno de mis actos son objeto de un tremendo
chismorreo y de continuas habladurías, y las duras palabras y gritos que me
sueltan, dos cosas a las que no estaba acostumbrada, me los tengo que tragar
alegremente, según me ha recomendado una autoridad en la materia. ¡Pero yo no
puedo! Ni pienso permitir que me insulten de esa manera. Ya les enseñaré que
Ana Frank no es ninguna tonta…
El
carácter de Ana resulta deliciosamente retratado por ella misma.
Me
tratan de forma poco coherente. Un día Ana es una chica seria, que sabe mucho,
y al día siguiente es una borrica que no sabe nada y cree haber aprendido todo
en los libros. Ya no soy el bebé ni la niña mimada que causa gracia haciendo
cualquier cosa. Tengo mis propios ideales, mis ideas y planes, pero aún no sé
expresarlos.

No hay comentarios:
Publicar un comentario