jueves, 26 de diciembre de 2019

El buen soldado, (1915), Ford Madox Ford





Soy consciente de haber contado esta historia con muy poco orden, de manera que tal vez resulte difícil encontrar el camino, por lo que quizá no sea más que una especie de laberinto. No está en mi mano evitarlo. Me he atenido a la idea de que me encuentro en una casa de campo con un silencioso oyente que, entre las ráfagas de viento y los ruidos del lejano mar, va escuchando la historia a medida que brota de mis labios. Y cuando se analizan unas relaciones amorosas ―unas largas y tristes relaciones amorosas―, tan pronto se retrocede como se va hacia adelante. Al recordar de repente aspectos olvidados, se tiende a explicarlos con mayor minuciosidad porque se es consciente de que no se los mencionó en el sitio adecuado y de que, al omitirlos, quizá se haya dado una impresión falsa. Me consuelo pensando en que se trata de una historia verdadera y en que, después de todo, la mejor manera de contar una historia verdadera es hacerlo como quien se limita a contar una historia. Será entonces cuando parezca más auténtica.

Novela entretenida, correctamente escrita, pero que no me ha entusiasmado. De ahí que salga una reseña rudimentaria, diríase mejor una “huella de lectura”.
Dice la edición de cátedra en la contraportada que «Ha sido definida como un cuadro fracturado, deliberadamente subjetivo y ambiguo, una imagen que refleja el fin de una época y de una clase social, y que da expresión al escepticismo y nostalgia de su autor: “la historia más triste” y una obra cómica a la vez. Es también un ejercicio de estilo, un alarde de técnica en manos de un hábil prestidigitador.»
No hay que perder la perspectiva, principios del siglo XX. Imaginaba yo experimentos al estilo Joyce o Woolf, y nada que ver. Continuos flash back y un planteamiento moderno, pero luego me he encontrado con una novela que se lee bien, con un autor preocupado porque el lector le siga, porque se entretenga. Cierto que hay momentos de desconcierto, personajes que se nos escapan de las manos, pero el resultado es comprensible, una bagatela humorística para nada tan triste como hace prever su primera, y famosa, frase:

Esta es la historia más triste que jamás he oído.

Así que, no se arredre el lector ante tanto modernismo, porque la novela tiene mucho de clásico. Es más, las continuas intervenciones del narrador, en las cuales se dirige directamente a nosotros, los lectores, nos retrotraen más allá del siglo XIX.

El problema de las primeras impresiones siempre me ha preocupado mucho…, aunque de una manera muy teórica. Quiero decir que de cuando en cuando me he preguntado si era bueno o malo fiarse de las primeras impresiones en el trato con las personas.

Porque, ¿quién hay en este mundo que pueda garantizar la hombría de bien de nadie? ¿Es que hay alguien en este mundo que conozca el corazón de otra persona…, o el suyo propio? No quiero decir con esto que uno no pueda hacer una valoración aproximada de la forma en que cualquier hombre se comportará. Pero no se puede estar seguro en todos los casos de cómo reaccionará…, y hasta que eso se pueda hacer, una «reputación» no le sirve de nada a nadie.

El narrador, John Dowell, comparte protagonismo con su mujer y otra pareja de burgueses muy bien acomodados que se pasan la vida en un balneario. El mismo John Dowell se retrata a sí mismo como un estúpido, y ciertamente que pasa la mayor parte de su vida hundido en la más absurda inocencia con respecto a las relaciones de su esposa. Dada su posterior intuición, el lector puede llegar a plantearse si tamaña candidez ha podido ser real. Quizás esto carezca de importancia para el autor, dado el tono jocoso y sarcástico de la trama, y desde luego que no es óbice para servirnos en bandeja un cuadro de lo más gracioso relativo a las miserias humanas.
Cuando menos la novela nos ofrece, a través de una técnica depurada, giros continuos, matrimonios fracasados, adulterio, engaños, herencias, venganzas. No pocas notas he tomado durante su lectura.

Nadie me visita porque yo no visito a nadie. Nadie se interesa por mí, porque carezco de intereses.

Por ultimo destacar la figura casi mítica de Ford Madox Ford, conocido editor de revistas en las cuales dio a conocer el talento de grandes escritores como D.H. Lawrence o Ezra Pound. Asimismo, y por poner un ejemplo, trabajó mano a mano con Conrad durante casi 10 años, escribiendo libros a cuatro manos. En fin, que su biografía aparece entremezclada con la de muchos otros escritores que me importan, y ello supone motivo más que suficiente para abordar su lectura.

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