jueves, 5 de diciembre de 2019

Divorcio en Buda, (1935), Sándor Márai





 Esta novela la encuentro un tanto deslavazada. Quizás también que es el tercer libro seguido que leo del autor, quizás que la novela no encuentra un objetivo diáfano.
Comienza presentándonos al protagonista por medio de una anécdota, Kristóf Kömives es juez y se encuentra en su despacho ante un expediente de divorcio. Casualmente conoce a los dos divorciados, Imre Greiner y Anna Fazekas. Sin embargo dicha anécdota no vuelve a revelarse hasta el último tercio, o cuarto, de la novela, cien páginas después. Entretanto cien páginas que reflejan la vida del juez y protagonista absoluto de la novela, Kristóf Kömives. Juez, como lo fueron su padre y su abuelo. Lleva una vida sencilla y agradable, aunque extraordinariamente neutra, digamos que vacía. Se nos describe su trabajo, y con él su modo de vida, pues van unidos.

Desde el instante en que ocupó su puesto en el sillón reservado para él fue considerado un juez serio. No era severo ni campechano, sino más bien solemne; se refugiaba en ese comportamiento. Formulaba sus preguntas y sus veredictos mediante frases cortas e inequívocas, era siempre formal y distante. Ni la estupidez, ni la mala voluntad, ni la mentira conseguían alterar su actitud, y si lo hubiesen interrogado habría reconocido que cada día entraba en la sala con el mismo pánico del primer juicio… El miedo, el fervor, la solemnidad no disminuían con la práctica. Admiraba el carácter campechano, apasionado y severo de los jueces de edad avanzada, y le habría gustado imitarlos.

Los Kömives hacen siempre lo que se espera de ellos, nunca desean nada inapropiado, nada fuera de lugar, nada indeseable…

El ritmo es pausado. Se nos describe lentamente la atmósfera que envuelve la vida de la alta sociedad austrohúngara. La decadencia reside en los personajes al mismo tiempo que en la sociedad. No se trata de la desintegración del Imperio Austrohúngaro, se trata de la crisis de la sociedad europea en general, de la familia. Así lo veo yo. Quizás sucede en realidad que Sándor Márai impregna a todos sus personajes de una pátina de su propio escepticismo. No sé explicarlo con certeza. El escritor no nos ofrece tesis, solamente las reflexiones que destilan los personajes. Seguro que cualquiera escena lo explica mejor que yo.

Él, el hijo mayor, se sentía bien el colegio de curas y no echaba de menos su casa. Entre sus compañeros había muchos en una situación parecida: veían las vacaciones como un deber pesado y penoso; llegaban a sus casas con la cara larga para pasar la navidad o las vacaciones de verano y se apresuraban a volver antes de tiempo, contentos y felices, con la alegría del descanso merecido después de las fatigas de las semanas pasadas en el hogar y tan hastiados de festividades que se entusiasmaban con la idea de ponerse las pantuflas y poder relajarse en el seno de esa familia del internado más amplia, extraña y sin embargo más íntima, entre sus educadores y compañeros.
Kristóf no era el único que había encontrado un hogar en el internado. Ese hogar no ofrecía el calor de una familia, pero brindaba un ambiente tibio, de calefacción central, donde los niños nunca sentían el calor suficiente, pero tampoco pasaban frío. Muchos volvían de sus casas temblando y necesitaban semanas enteras para sentirse seguros de nuevo, para comprobar que pertenecían a algún lugar, a una pequeña comunidad donde el carácter y la capacidad determinaban el puesto en la jerarquía. Durante semanas, sentían gravitar sobre sus cabezas el ambiente familiar, la excitación del regreso, la inseguridad que se apoderaba de ellos en sus casas, el reflejo de sus miedos y sus envidias. La mayoría de aquellos niños provenían de familias rotas y sin afecto. Debía de existir otra clase de familias, puesto que entre los externos había niños equilibrados, serenos y felices de los que emanaba una inocencia pueril.

El caso que Sándor Márai vuelve a su línea y nos describe la vida de sus personajes, como si fuera ese fin el motivo de la anécdota del divorcio. Insisto, solamente vuelve a aparecer dicha excusa al final de la novela, durante el último cuarto. Encuentro a Márai un tanto maniatado, forzado, o tal vez lo que sucede que el personaje protagonista resulta un tanto irreal. No he llegado a creérmelo. Es más, estaba esperando que se desatara en él alguna incertidumbre, la locura incluso.
Márai ha dejado los paisajes rurales para describir la gran ciudad, Budapest, aunque el majestuoso barrio del castillo se contrapone a la ciudad nueva, de hormigón, así que nos mantenemos en un ambiente tranquilo, casi rural.

Insisto. El narrador se regodea, quizás en demasía, alrededor de la vida de Kristóf Kömives. Incluso diríase que el personaje vive como ensimismado, como si la nebulosa de un sueño le impidiera ver la realidad. No sé si esta sensación es pretendida por el autor o es más bien una dificultad con la que se encuentra.
Un buen día Kristóf Kömives regresa a casa después de una reunión social y se encuentra con el disgusto de que Imre Greiner, el cual estaba incurso en la causa de divorcio, su amigo de la infancia, uno entre tantos, le espera en su casa. Con esta irrupción se añade intriga a la trama, a mi modo de ver insuficiente para lo que nos tiene acostumbrados.
Nuestro ordenado Kömives se encuentra fuera de lugar.

La vida, a veces, es contraria al procedimiento judicial, piensa malhumorado, y con el ceño fruncido contempla esa «vida irregular» que ha irrumpido en su estudio en mitad de la noche y ha originado un juicio contra toda norma, contra todo procedimiento.

De manera indirecta aparece ahora Anna Fazekas.

En aquel tiempo también volvió a ver alguna vez a Anna Fazekas. La joven tenía un cuerpo espléndido, quizá hasta era bella… ¿Bella?

El discurso del nuevo personaje, Imre Greiner, no tiene desperdicio. Es un largo monólogo, lleno de interés, de temas interesantes que son desarrollados puntillosamente. Aquí sí veo bien a Sándor Márai, pero a mi modo de ver llega tarde, ajeno al extenso relato de la vida de Kömives.

No hay cosa más difícil en este mundo que ayudar a alguien. Ves únicamente que una persona que quieres o que es importante para ti se dirige a un precipicio, que actúa en contra de sus intereses, que se vuelve loca o triste, que se atormenta, que no puede más, que está a punto de caerse…, y tú corres hacia ella, te gustaría ayudarla y de golpe te das cuenta de que no es posible. ¿Acaso eres débil? ¿No sirves para ello? ¿No eres lo bastante bueno, lo bastante sincero, lo bastante abnegado, apasionado y humilde? Claro, nunca somos lo bastante… pero aunque fueras un profeta con poderes sobrenaturales y hablaras el idioma de los apóstoles, tampoco bastaría… No se puede ayudar a nadie porque el «interés» de los hombres no es lo mismo que lo que es bueno o es lógico. Quizá necesitemos el dolor. Quizá necesitemos aquello que, según todos los síntomas, es contrario a nuestros intereses. No existe nada más complicado que determinar los intereses de un ser humano…

La resolución de la novela es un tanto descabellada, ¿onírica? Imre Greiner asedia a nuestro protagonista, Kristóf Kömives, con una pregunta que se repite en formas variadas:

¿Has soñado con ella?... ¿Has soñado con Anna durante estos últimos años?...

Va más allá incluso en el interrogatorio:

¿Ha ocurrido, durante estos diez años y tres meses, que alguna vez, mientras mantenías relaciones con alguien…, me refiero a relaciones físicas…, hayas visto con claridad el rostro de Anna?

En resumidas cuentas, siento una falta de coherencia. A mi modo de ver el nivel de esta novela es menor en comparación a las otras que he leído. Quizás he llegado al final de la novela un tanto cansado, y este final constituye precisamente la clave, donde se pueden encontrar las obsesiones que empujan a Sándor Márai a escribir.

4 comentarios:

  1. Pues esta novela no la he leído. Lo que cuentas me disuade, en parte, de hacerlo, pero, por otra parte, el tema y la vida del juez y el final del Imperio Austrohúngaro (que resume el final de toda una época en toda Europa) me resultan de lo más atrayente.
    Un beso.

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    1. Yo apenas he viajado por Europa, pero desde luego que ahora me atrae Budapest gracias a esta novelita. Tiene su aquel. Yo quiero pensar que Sándor estaba ya en la senda del éxito y que le venía bien publicar novela por año. No se puede alcanzar una calidad superior cuando se escribe mucho. Por lo demás, no es más que mi opinión, mi lectura.

      Besos

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  2. Rubén, ¿has leído “La hermana”? Para mí de lo mejor de Márai. Un saludo.

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    1. Muchas gracias por la recomendación. Seguro que la leeré en breve, si doy con ella, porque me ha frenado el elevado número de títulos de Márai y no quiero saturarme de su lectura.
      Me alegra ver que otros buenos lectores aprecian a Sándor, porque bajo la aparente determinación de mis reseñas no hay más que dudas.
      Un abrazo

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