domingo, 23 de agosto de 2020

La gaviota, (1896), Chejov

 

Me ha sucedido a lo largo de la lectura que me perdía con los personajes. Le di toda mi confianza a Chejov y no me defraudó. No necesité retroceder para dominarlos. Sí que llevé a cabo una lectura atenta, pausada, que por otro lado era lo que pedía el texto. Finalmente dominé a los protagonistas y los personajes secundarios ocuparon su posición.

Mi humilde edición no ofrece prólogo ni pautas de lecturas, ni siquiera el típico apéndice que define a los personajes de una obra de teatro. Se trata de un ejemplar de 10x15 que cabe perfectamente en el bolsillo de una camisa. Apenas nos importan media docena de personajes, en realidad creo que son cinco, el protagonista escritor, su madre y su tío, otro escritor y una muchacha bonita.

La Wikipedia nos cuenta que recibió un sonoro abucheo en su estreno, mientras que en posteriores representaciones tuvo un éxito completo. Gran contradicción; no es de extrañar. El abucheo es lógico porque se trata de una obra destinada a minorías. El éxito posterior pudo ser consecuencia de una opinión general positiva que obligó al resto a opinar de la misma manera bajo riesgo de quedar en ridículo. En realidad la novela va un poco de esto, de la recepción del arte, del escaso entendimiento del público en general, de la vaguedad de las opiniones, de la consideración del artista...

 Los personajes son profundos, bien representados a través del diálogo, sin necesidad de más. El personaje de la madre del protagonista, la famosa actriz, parece fácil de definir después de que lo haya hecho ya Chéjov a partir de una especie de leitmotiv que se repite con variaciones a cada rato. Constantemente presume de admiradores:

 

«―¡Ah, qué recibimiento me hicieron en Jarkov! ¡Todavía me da vueltas la cabeza!

ARKADINA―Los estudiantes me dieron una ovación. ¡Tres cestas de flores, dos coronas y esto! (les muestra un broche que lleva prendido)»

 

Pero todavía se define mejor cuando responde a la siguiente pregunta que le hacen sobre su hijo:

 

«―¿Se alegra de que su hijo sea escritor?

ARKADINA―Todavía no he leído nada suyo. ¡Estoy tan ocupada!»

 

En realidad se trata de una obra bastante interesante para aquellos que de vez en cuando agarramos la pluma, entiéndase el portátil. Hay reflexiones en forma de diálogo bastante interesantes. Se habla del arte, del escritor, del actor de teatro, del éxito y el fracaso.

 

NINA. ―¡Qué extraño es ver llorar a una artista célebre! Por una causa trivial… También es raro que un escritor famoso, sobre el que escriben todos los periódicos y cuyas obras se traducen a todos los idiomas, se pase el día entero pescando y sea feliz cuando coge dos carpas… (Pausa) Yo imaginaba que la gente célebre, orgullosa, inabordable… despreciaba todo lo que es vulgar y mediocre… Pero, en realidad, lloran, pescan, juegan a las cartas, se ríen y se enfadan como todo el mundo.

 

Es genial la respuesta de Trigorin a Nina, que piensa que la vida del escritor es maravillosa mientras que la de los demás mortales es vulgar:

 TRIGORIN.― ¿Qué hay en ella de bueno?... ¡Hablemos de mi maravillosa vida! ¿Por dónde empezamos? Mire: a veces a uno le da por pensar de día y de noche… en la luna, por ejemplo. ¡Pues bien! Yo también tengo mi luna. De día y de noche vivo dominado por este pensamiento fijo: ¡Tengo que escribir! ¡Tengo que escribir!... Apenas he escrito un libro, ya… sin saber por qué tengo que empezar otro. Luego un tercero y después un cuarto. Escribo sin descanso, y no puedo obrar de otro modo. ¿Quiere decirme lo que hay en todo esto de maravilloso? Aquí estoy ahora, hablando animadamente con usted, pero no dejo de recordar que mi novela, aún no terminada, me espera. Si veo, por ejemplo, pasar una nube cuya forma me recuerda la de un piano, pienso que habré de señalar en alguna novela el paso de una nube semejante… ¡Huelo a heliotropo!... y enseguida mi mente registra: “Olor dulzón”, “el símbolo de la viudez”, “recordar citarlo en la descripción de un anochecer de veran

o”… ¡Yo atrapo, ahora, cada una de sus frases, de sus palabras; incluso las mías propias, y las encierro en mi despensa literaria, por si algún día me sirven para algo. Aquí, donde he venido a descansar, no he tenido un instante de sosiego. Dentro de mi cabeza comienza a dar vueltas un nuevo argumento. Ya empieza a atraerme la mesa de trabajo y aislamiento. ¡De nuevo hay que escribir, escribir, escribir!... Y así siempre. ¡Yo soy el gran obstáculo a mi tranquilidad! Siento que devoro mi propia vida. Ya que para elaborar la miel, que luego entrego a alguno de los seres que pueblan el espacio, he de libar antes el polen de mis mejores flores y pisotear sus raíces. ¿Acaso no soy un loco?

 

La verdad que solamente por fragmentos como este ya doy por más que satisfactoria esta pequeña y recomendable lectura.

 

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