martes, 1 de diciembre de 2020

La hermana (1946), Sándor Márai

 

Otra espléndida novela de Sándor Márai, entre las más logradas de todas ellas. Sus personajes reflexionan constantemente, nos ofrecen perlas de sabiduría aquí o acullá, un sinfín de placeres.

 

Viajar es renacer, olvidarse de las responsabilidades, evadirse, encontrarse con las imágenes perdidas de la juventud.

 

La calumnia tiene la peculiaridad de hacerse realidad aunque carezca de fundamento.

 

Puede que a veces no nos interesen sus obsesiones, pero son tan abundantes que siempre encontraremos una de nuestro gusto. A mí, personalmente, me obsesiona el destino:

 

Yo estaba con los brazos cruzados junto a la ventana, y en la atmósfera cargada del salón en penumbra percibí el sombrío silencio de mis compañeros, la furia que emana de las personas golpeadas por el destino, aunque los enmudeciera la impotencia. El destino, aquel vulgar destino navideño, ahora resultaba casi ridículo, pero no por ello dejaba de ser húmedo, embarrado y aburrido. En ocasiones el destino se presenta de manera ridícula; eso lo intuíamos todos, casi rebozados en el mal humor de aquella circunstancia fangosa y caprichosa.

 

Pero vayamos a la novela propiamente dicha. Esta novela exige paciencia al principio, y lo apunto porque el planteamiento de la novela es extraño, quizás excesivamente enrevesado. Imagino a Márai tratando de poner orden en semejante confusión. La novela nos despista al comienzo. Nada que ver, un pequeño hotel de la montaña suiza, es Navidad, una tormenta aísla al grupo del resto del mundo, la guerra de fondo, 1943, una guerra que se difumina totalmente, eclipsada por el individuo, aunque la editorial la use como efecto llamada.

 

…¿qué sería del mundo?, era una pregunta poco pertinente cuando el género humano se comportaba como un psicópata peligroso que se empeña en destruirse a sí mismo y a su entorno.

 

Se nos describe ampliamente una situación, unos personajes que luego desaparecen en la nada. Incluso me quedo con la sensación de que tal vez algo se me haya escapado. Luego está Z., el personaje que se convierte en protagonista absoluto, un famoso pianista.

Se trata de una cuarta parte o de un tercio de la novela que podríamos decir que sobra, una mala excusa para presentarnos un manuscrito que le llega al narrador de la mano de Z., en el cual explica su experiencia con una larga y terrible enfermedad sin nombre, que ataca al sistema nervioso y produce un gran dolor. No era necesario que el dolor sacudiera a un artista, pero ese detalle sirve de apoyo para aumentar el paroxismo de las sensaciones descritas.

Para más inri, el confinamiento en una cama de hospital sucede en una ciudad que flirtea con la belleza, Florencia. Tampoco es mera casualidad.

Y aquí comienza una maravillosa novela corta, el hombre, la enfermedad, el dolor, y el alivio de la morfina. También están los médicos y las enfermeras, cuatro monjitas, “hermanas”.

 

La enfermedad da tanto como quita.

 

La prosa de Márai constituye la expresión de ese arte que emanaba de la exquisita burguesía que constituían los profesionales liberales, hoy apenas descollantes entre la masa que constituye la clase media.

 

El dolor.

 

Siempre era cruel, torpe, despiadado, y en ocasiones jugueteaba conmigo, como un animal salvaje con su presa o un verdugo con el condenado que le entregan para que haga con él lo que le venga en gana. Pero a veces incluso el animal salvaje o el verdugo se cansa, se aburre, bosteza, se harta. De igual manera, en ocasiones el dolor se agazapa, porque el enfermo se arma de valor y le grita, le exige que lo deje tranquilo. Entonces, astuto, se calla, se recoge, se esconde en su cobijo. Por otro lado, según he experimentado, es muy curioso y revisa con agilidad y habilidad de ladrón cauteloso la zona donde se introduce. Palpa por aquí, aprieta por allá. Se interesa por los ojos, los oídos, el estómago, el corazón. Hace incursiones inesperadas a los intestinos, luego se cobija en las extremidades. A continuación se harta y por un tiempo le pierdes el rastro. Como si se hubiera marchado. ¿Dónde se oculta en tales ocasiones? No da señales de vida durante horas. El cuerpo no baja la guardia, pero el alma se reanima, piensa que se ha producido un milagro, que se ha salvado. Ya elabora planes para la noche, para el día siguiente… Luego, en el sopor del primer sueño, de forma inesperada y desgarradora, con una crueldad infantil, el dolor golpea el pecho de la víctima, como un adolescente de fuerza colosal que jugara brutalmente con un compañero débil y desprevenido. Vuelve a pellizcar, quemar, desgarrar y mortificar con nuevas fuerzas, se ríe a mandíbula batiente…

 

Y así sigue, embelesando al lector, párrafo tras párrafo, sin escatimar talento, planteando preguntas a un lector activo.

 

La morfina.

 

La enfermera sostenía una bandeja con los brazos extendidos, en una postura similar a la de las sacerdotisas griegas que llevaban ceremoniosamente al altar los enseres necesarios para el sacrificio;

 

… la inyección surtía un efecto rápido: mis ojos aún no se habían habituado a la oscuridad cuando ya empezaba a vibrar aquella peculiar excitación, una beatífica ansiedad en cuyo aturdimiento el dolor arrojaba sus instrumentos de tortura y se alejaba de mi cama, como un guerrero abatido. ¿Qué sucedía entonces? Muy poco y todo. Primero, el cuerpo se desvanecía: ocurría gradualmente, las extremidades, el torso, la cabeza, luego los sentidos, la vista y el oído. La garganta se me secaba y tenía una sensación de ahogo y de no poder tragar. Después de esta ansiedad venía una especie de caída libre: como si me precipitara de espaldas por un abismo suave y oscuro, donde no me lastimaría ya que carecía de fondo. Era el infinito, la nada, un lugar entre el cielo y la tierra…

 

La resaca.

 

Por la mañana aparecían con diabólica fuerza todos los síntomas ―náuseas, abatimiento y odio a mí mismo― derivados de los alcaloides…

 

El médico.

 

Médicos de verdad hay y ha habido muy pocos, en todas las épocas. Hipócrates era uno de ellos, Paracelso también. Yo conocí a uno en Praga. No era famoso, era simplemente un médico que ejercía su profesión, pero sabía algo que a veces no saben ni los más famosos. El buen médico es un chamán.

 

In crescendo. Una vez terminada me doy cuenta de que el artificio del manuscrito sirve a la libertad de Márai para completar una absoluta obra maestra. No encontrarás una novela que profundice con semejante precisión en algunos de los temas que más nos importan, la enfermedad, el dolor, el alivio de la morfina, una precisión que solamente está al alcance de la literatura.

 

4 comentarios:

  1. Me gusta mucho Sándor Márai, pero este libro en concreto no lo he leído. Tomo nota de él, aunque, por lo que cuentas, parece un libro un tanto extraño y como errático hasta que se centra. El dolor, la crueldad, el alivio de la morfina y toso ello en Florencia... Difícil resistirse.
    Un beso.

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    1. Sí, a mí personalmente el comienzo me ha despistado, luego da un giro tremendo y concluye con una obra maestra acerca del dolor, la enfermedad, la morfina. Entre las mejores páginas del maestro.
      Besos

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  2. Gran reseña, Rubén, de un autor que me encanta como Marai, pero que es difícil por esa brizna de hiel que late en sus obras. Da gusto como diseccionas esta novela, que sin ser de lo más significativo de su producción, es uma muestra más de la brillantez del autor húngaro. Sandor pertenece a esa casta de literatos centroeuropeos, que por prosa y tenas tratados, merecen de esa labor indagatoria de editoriales valientes. Un saludo. Un placer leerte.

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    1. A ver Sergio, yo hablo como lector independiente. A mí esta novela del maestro me parece uno de sus trabajos más incisivos. La forma de introducir el tema es curiosa, despista mucho, quizás no es la mejor manera, pero es la manera que Márai encontró en ese momento, y el núcleo de la novela está, para mí, entre lo mejor de su novelística, su recorrido por el dolor, la enfermedad, el alivio de las drogas... es sencillamente insuperable.
      Por otro lado a mí Sándor Márai me resulta fácil de leer. Hay otros autores clásicos que me exigen cierto esfuerzo para penetrar en sus novelas, pero no es este el caso. Cada vez que leo a Márai me regodeo, lo disfruto mucho. Un punto a favor del maestro.
      Se agradece te pases por aquí. Saludos.

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