martes, 25 de noviembre de 2025

Amy e Isabelle (1998), Elizabeth Strout.

 

Elizabeth me sorprendió gratamente con Me llamo Lucy Barton. La presente novela se me ha hecho más lenta, más dispersa. Se trata de su primera novela publicada; rebosa de temas, que le cuadrarán más o menos a cada lector, su prosa resulta exquisita. A mí, personalmente, me agrada, aunque a veces no me encajen sus temáticas.

Sus personajes son femeninos, como debe ser, ¿no? Isabelle es una madre soltera que huye de sí misma, o de la sociedad, que ejerce presión insana. Su hija, Amy, florece, y pugna por abrirse camino en un ambiente asfixiante, el propio de un pueblo pequeño, me da igual europeo que estadounidense.

La relación entre madre e hija es francamente interesante. El tema sin el cual la novela dejaría de girar es el abuso sexual de los hombres sobre criaturas inocentes menores de edad. No pinta a los hombres como extraordinariamente malvados. Cierto que los pinta como seres egoístas y despreocupados de las consecuencias de sus actos. La que recibe las críticas es la sociedad. Strout no se regodea en distribuir culpas; se limita a transmitirnos una historia humana, demasiado humana.

Por supuesto que los abusadores salen malparados, pero tampoco los pinta como asesinos sin piedad. Sus actos se imponen porque la sociedad lo permite de forma silenciosa; es ésta la que destruye la vida de las dulces niñas. Por un lado, está el hombre que abusa de Isabelle, que pasa de puntillas por la novela. Mucho más definido aparece el profesor de matemáticas, que seduce a la dulce Amy. Malos tipos los dos, obviamente, pero no la reencarnación del mal. Uno de ellos esconde su vulgaridad bajo una gran cultura, el otro bajo su aparente afabilidad. Incluso hay una segunda historia que atraviesa la novela, una muchacha desaparecida que aparece luego muerta en el maletero de un coche, quizás de manera un tanto artificiosa y que sirve a las necesidades del guion.

Dos generaciones se ven retratadas. La ignorancia, el impulso animal, sexual, propio de la adolescencia, lo empaña todo. Un simple error pone patas arriba la vida de una mujer. 

 

Sin embargo, después de este pequeño batiburrillo temático, pese a su riqueza e interés, no ha sido lo que más me ha llamado la atención de la novela. Si tengo que quedarme con algo es con el tratamiento que hace de los personajes secundarios, que ya quisiera yo para la mejor de mis novelas. Casi todos los hombres son personajes secundarios, pero los conocemos de forma certera con unas pocas pinceladas. Y lo mismo sucede con los personajes femeninos. Isabelle trabaja en una oficina, y a su alrededor revolotean varias mujeres entre las que destaca una, por su carácter y su volumen, la gorda Fat Bev, para mí tan inolvidable como la pequeña Amy.

Muchos puntos interesantes para a leer a Elizabeth Strout.

 

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