martes, 27 de diciembre de 2016

Punto Omega, de Don DeLillo (2010).




 Iba tras Ruido de fondo pero alguien se me adelantó en la biblioteca. Salgo de mis clásicos para desperezarme y doy con esta novelita corta que me deja en su primer capítulo (mejor diría capítulo 0 o prólogo) patidifuso. Un hombre en un museo observa la proyección a cámara lenta de Psicosis, la película de Hitchcok. Segundo capítulo (primero) y volvemos a la normalidad. Bien. Diálogos inteligentes, una casa aislada en un paisaje desértico, un todo integrado a la perfección en la seca agonía que rodea a los personajes.

Esto es distinto, un retiro espiritual. La casa pertenecía a un familiar de mi primera mujer. Estuve años viniendo por aquí de vez en cuando. A escribir, a pensar. En cualquier otro sitio, en todas partes, siempre empiezo el día conflictivamente, cada paso que doy en la calle de una ciudad es un conflicto, las demás personas son un conflicto. Aquí es diferente.

La novela se compone más que de hechos, de sensaciones. No será porque no lo avise el autor:

La verdadera vida no es reducible a palabras habladas ni escritas, por nadie, nunca. La verdadera vida ocurre cuando estamos solos, pensando, sintiendo, perdidos en el recuerdo, soñadoramente conscientes de nosotros mismos, los momentos submicroscópicos.

No quiero ni pensar en el número de lectores que se habrán rendido a las primeras de cambio. Las solapas de la edición de Seix Barral significan un buen motivo para seguir adelante, críticas sobre humanas del Boston Globe, The Independent, The Times, de El País... ¡A ver quién se atreve a menospreciarla! A mí me ha gustado, aunque me ha dejado un poco confundido. Voy a pensar que dichas críticas tan encomiables provienen de novelas anteriores. Me sorprende (modo sarcasmo) que haya tantos críticos y que todos estén tan de acuerdo. No puedo menos que comparar Don DeLillo con los clásicos de siempre, pues como clásico se le trata ya, y ponerlo al lado de Tolstoi, Stendhal o Hesse, en los que no es difícil encontrar claras temáticas y obsesiones manifiestas que sobrevuelan todas sus narraciones. Con Don DeLillo, y muchos otros autores modernos los temas no están tan claros, no sé si es porque a los autores no les interesa nada en concreto o porque prefieren centrarse en la misma prosa que tanto encandila a los lectores incautos. Dicen por ahí que es el nihilismo moderno, aunque yo no creo que los tiempos hayan cambiado tanto como para que la literatura deje de presentarnos temas humanos.
¡Ojo! También puede ser que yo no haya alcanzado a apreciar el tema primario. A ver si consigo aclararme. El protagonista, Elster, es una especie de intelectual que trabajó como asesor para el Gobierno de los EE.UU en materia de defensa. Ahora se supone que está retirado. En su casa del desierto le hace compañía un peculiar director de cine que trata de convencerlo para rodar una película o documental en la que no aparezca otra cosa que el primer plano de su cara mientras divaga acerca de la guerra de Irak. Luego irrumpe una tercera persona, Jessie, la hija de Elster. Y después se genera cierta intriga, tampoco demasiada, la verdad. Válgame como baño de agua fría después de tanto abundar en Henry James y Edith Wharton.

El núcleo de la novela, o eso pienso yo, se destapa justo a la mitad, cuando el protagonista nos habla del Punto Omega, que es una teoría del padre Teilhard. Aquí sí que consiguió captar toda mi atención.

―Un día les hablé de la guerra. Iraq es un susurro, les dije. Estos coqueteos nucleares que hemos estado teniendo con tal o cual gobierno. Pequeños susurros ―dijo―. Te lo digo yo, esto va a cambiar. Algo se acerca. Pero ¿es esto lo que queremos? ¿No es esto el peso de la consciencia? Estamos todos exhaustos. La materia quiere perder la conciencia de sí misma. Somos la mente y el corazón en que esta materia se ha convertido. Ya es tiempo de dar todo por concluido. Esto es lo que ahora nos impulsa.

―Somos una manada, un enjambre. Pensamos en grupos, nos desplazamos en ejércitos. Los ejércitos vehiculan el gen de la autodestrucción. Una bomba nunca basta. El borrón de la tecnología, ahí es donde los oráculos planifican sus guerras. Porque ahora viene la introversión. El padre Teilhard lo sabía, el punto omega. Un salto al exterior de nuestra biología. Plantéate esta pregunta. ¿Tenemos que ser humanos para siempre? La consciencia está agotada. Toca ahora regresar a la materia inorgánica. Eso es lo que queremos. Queremos ser piedras del campo.

En fin, una escena de arte moderno que roza el absurdo, la pretensión de filmar un documental abstracto, un protagonista que ya está de vuelta de todo, quizás lo que pretenda el autor es hacer un fresco de la carencia de objetivos en este nuestro primer mundo, o quizás, simplemente, es que pierdo el tiempo buscando un tema que no tiene por qué existir. Leeré Ruido de fondo. Necesito leer algo más de Don DeLillo para ofrecer un veredicto. Es una cuestión personal. Una duda crece en mí, ¿acaso es necesario para triunfar hoy (me refiero al arte literario, por supuesto, no económico) escribir a través de un estilo manifiestamente complicado? McCarthy, Roth (quizás sea la excepción), Pynchon, Gaddis… Así a bote pronto se me ocurre la comparación con Tolstoi o Kafka, en cómo introducen los grandes temas que acosaron y acosarán a la humanidad sin grandes alharacas estilísticas. Ahí queda el debate abierto. Corríjanme.

3 comentarios:

  1. La complejidad ya la explotó bien Faulkner, y luego otros le han ido imitando. Lo que pienso es que, o escribes un relato de convencional forma y estructura (llano y transparente en apariencia, aunque tenga más capas ocultas entre líneas), o, si te vas a poner “estupendo” jugando a la abstracción y las deformidades, que sea para añadir auténtico significado al texto. O para “narrar lo inenarrable a lo que el lenguaje común no llega”, si es que eso existe como nos han querido vender.

    Y no para cubrir con un estilo rebuscado tu impotencia para contar una buena historia, como denunciaba Somerset Maugham en su tiempo. Y que me temo que es la treta más común hoy en día, también.

    A riesgo de ponerme yo “estupendo”, afirmaría que esa imposición del estilo alambicado que subrayas, procede de una alienada conciencia humana que (en Occidente al menos) se ha diluido en lo material hasta reducir el fondo a la forma; la poesía a un anecdotario esteticista sin introspección ni lírica alguna; la narrativa al inane extrañamiento estilístico como disfraz del (muchas veces) vacuo espíritu de quien la perpetra. Y en general, el arte a un tiburón metido en formol que (pese a la desidia de quien no duda en comprarlo, pese a todo) termina por pudrirse a la larga, y hay que sustituir por otro idéntico. Y claro, ese es el negocio...

    "Ready made" y obsolescencia programada,también en el arte.

    Al final (salvo por excepciones) la firma es lo que vale a la hora de vender, hoy más que nunca.
    Por eso, más que nunca también, hay que saber muy bien lo que uno compra (y lee).

    Por suerte, sigue habiendo bibliotecas.

    Saludos.

    P.D

    Me gustó tu blog “sin academicismos”. No son imprescindibles, salvo que publiques un ensayo en papel. Me asomaré de vez en cuando.

    Te invito al mío si quieres asomarte:

    www.paraguascongoteras.blogspot.com.es


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    1. Transcribo lo que dices. No hubiera sido capaz de decirlo mejor.
      Me paso por tu blog comopañero.
      Saludos de Año Nuevo.

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  2. Igualmente, feliz año y gracias por la visita. Vuelve cuando quieras, considéralo tu casa.

    Saludos.

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