jueves, 29 de noviembre de 2018

El retrato (1835-1842), de Nikolái Gógol




La lectura de este relato me ha llamado especialmente la atención. Primero de todo que la crítica le resta importancia con respecto a los demás relatos peterburgueses, lo cual puede conducir de lleno a cualquier lector (incluido yo) hacia el camino del prejuicio. Sin embargo, a medida que se ahonda en el relato, adquiere este mayor interés y una magnífica multiplicidad de puntos de vista.
Inicialmente se topa uno con un tema muy manido ya, un cuadro, un retrato, en el cual los ojos del personaje contienen tal viveza que lo hacen parecer real. Aquí uno comienza a encontrar similitudes con Poe. Curioseando vía Wikipedia me encuentro que nacen ambos genios el mismo año y llevan una vida llena de paralelismos; fíjense en este articulillo si gustan http://cunadeporqueria.blogspot.com/2014/10/las-vidas-paralelas-de-gogol-y-poe.html.A mí personalmente no me interesan las similitudes vitales, que pueden ser fruto de la casualidad o de los tiempos, pero sí me interesan las similitudes de forma y contenido. Se parte de una temática que podríamos denominar “paranormal”, onírica o fantástica para desarrollar una serie de temas de enjundia como son la búsqueda de la perfección en el arte, la delgada línea que separa la cordura de la locura, la contraposición entre teoría y praxis, entre riqueza material y espiritual o entre pragmatismo e idealismo. Cada cual tiene su estilo, pero es innegable que Poe y Gógol guardan semejanzas.
Un pintor, Chartkov, entra a curiosear a una tienda de cuadros.

Sin embargo, le cohibía un poco no llevarse nada después de haber pasado tanto tiempo en la tienda…

Así que terminó por comprar un retrato magnetizado por la viva impresión que desprendían sus ojos.
Chartkov era un pintor que buscaba la perfección técnica en su oficio.

De tiempo en tiempo era capaz de olvidarse de todo cuando tomaba los pinceles, a los que se agarraba como quien se agarra a un sueño maravilloso interrumpido.

Pero el cuadro resulta esconder unas propiedades mágicas, esotéricas, tales que, de un día para otro, Chartkov pasa de ser un miserable a un hombre rico.

Sin saber cómo, compró unos costosos impertinentes, sin saber cómo compró también un montón de corbatas de todas clases ―muchas de las cuales no necesitaba―; se hizo rizar el cabello en una peluquería; dio dos paseos en coche por la ciudad sin ningún objeto, se pegó un atracón de bombones en una confitería y entró en un restaurante francés del que hasta entonces había oído hablar tan vagamente como del imperio chino.

La riqueza le presentó dos opciones. Una vez cubiertas sus necesidades básicas podía dedicarse a desarrollar su arte, que era su mayor deseo, o por el contrario, podía dedicarse a vivir la vida. Obviamente se decide por la fama fácil, otorgada por el dinero, y durante muchos años todo le marchará fenomenal.

Cuando las revistas le dedicaban elogios, se alegraba como una criatura, aunque esos elogios los había comprado con su dinero. A todas partes iba provisto de la revista en cuestión y, como quien no quiere la cosa, la mostraba a conocidos y amigos, procurándose así la más ingenua de las satisfacciones

Quizás Gógol nos ofrece la disyuntiva entre una vida cómoda y plena de riquezas pero vacía de ideal, porque no vayáis a creer que la amargura llega en un par de años, sino que Chartkov llega a la plenitud de la edad adulta:

Llegaba ya la época en que la inteligencia y los años dan compostura, había empezado a tomar peso y a ensanchar a ojos vistas. En los periódicos y en las revistas leía ya su nombre acompañado de epítetos halagadores. «Nuestro respetable Andréi Petrovich», «Nuestro emérito Andréi Petróvich». Empezaban ya a ofrecerle cargos honoríficos e invitaciones para formar parte de comités y jurados de exámenes. Como siempre ocurre al pasar los años, ya iba inclinándose mucho por Rafael y los maestros antiguos, no porque se hubiera persuadido de su gran valor, sino para zaherir a los artistas jóvenes. Como todos los que entran en esa edad, empezaba ya a reprochar a la juventud su amoralidad y su descarrío espiritual. Empezaba ya a creer que todo se hace de una manera muy sencilla en este mundo, que la inspiración no viene de arriba y que todo debe obedecer a la rigurosa ordenación de la meticulosidad y la uniformidad.

Se hace rico y famoso y la amargura le llega solamente al final de sus días, en forma de envidia dirigida a aquellos a los que eligieron un camino distinto del suyo. ¿Es una moraleja? Porque muchos podrían pensar que antes es preferible una vida de comodidades que una vida de pesares adornada con fastuosos ideales.

Cuando el relato parece llegar a su fin, se nos abre una segunda parte, que no es otra cosa que la siniestra historia del cuadro. Se trata de la ya conocida temática de vender el alma al diablo, y la moraleja está en la ventaja de lograr las cosas por el esfuerzo y no por otras vías. El tema sirve a Gógol para expresar sus ideas estéticas acerca del arte. Nos habla de la necesidad de ser fiel a uno mismo, sin dejarse traicionar por el éxito fácil y superficial, o por las demandas y gustos volátiles del público, una tentación demasiado fuerte para la mayoría.

Quien ha recibido el don del talento debe tener el alma más pura que cualquiera. Muchas cosas que perdonarían a otros a él no se las perdonan. Al hombre que ha salido de casa con traje claro de fiesta, basta la mancha de barro que le salpica la rueda de un vehículo al pasar para que la gente lo rodee, lo señale con el dedo y hable de su desaliño. En cambio esa misma gente no se fija en la multitud de manchas que llevan otros transeúntes vestidos de diario, porque las manchas no llaman la atención en la ropa de diario.

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