La
lectura de este relato me ha llamado especialmente la atención. Primero de todo
que la crítica le resta importancia con respecto a los demás relatos
peterburgueses, lo cual puede conducir de lleno a cualquier lector (incluido
yo) hacia el camino del prejuicio. Sin embargo, a medida que se ahonda en el
relato, adquiere este mayor interés y una magnífica multiplicidad de puntos de
vista.
Inicialmente
se topa uno con un tema muy manido ya, un cuadro, un retrato, en el cual los
ojos del personaje contienen tal viveza que lo hacen parecer real. Aquí uno
comienza a encontrar similitudes con Poe. Curioseando vía Wikipedia me
encuentro que nacen ambos genios el mismo año y llevan una vida llena de
paralelismos; fíjense en este articulillo si gustan http://cunadeporqueria.blogspot.com/2014/10/las-vidas-paralelas-de-gogol-y-poe.html.A
mí personalmente no me interesan las similitudes vitales, que pueden ser fruto
de la casualidad o de los tiempos, pero sí me interesan las similitudes de forma
y contenido. Se parte de una temática que podríamos denominar “paranormal”,
onírica o fantástica para desarrollar una serie de temas de enjundia como son
la búsqueda de la perfección en el arte, la delgada línea que separa la cordura
de la locura, la contraposición entre teoría y praxis, entre riqueza material y
espiritual o entre pragmatismo e idealismo. Cada cual tiene su estilo, pero es
innegable que Poe y Gógol guardan semejanzas.
Un
pintor, Chartkov, entra a curiosear a una tienda de cuadros.
Sin
embargo, le cohibía un poco no llevarse nada después de haber pasado tanto
tiempo en la tienda…
Así
que terminó por comprar un retrato magnetizado por la viva impresión que
desprendían sus ojos.
Chartkov
era un pintor que buscaba la perfección técnica en su oficio.
De
tiempo en tiempo era capaz de olvidarse de todo cuando tomaba los pinceles, a
los que se agarraba como quien se agarra a un sueño maravilloso interrumpido.
Pero
el cuadro resulta esconder unas propiedades mágicas, esotéricas, tales que, de
un día para otro, Chartkov pasa de ser un miserable a un hombre rico.
Sin
saber cómo, compró unos costosos impertinentes, sin saber cómo compró también
un montón de corbatas de todas clases ―muchas de las cuales no necesitaba―; se
hizo rizar el cabello en una peluquería; dio dos paseos en coche por la ciudad
sin ningún objeto, se pegó un atracón de bombones en una confitería y entró en
un restaurante francés del que hasta entonces había oído hablar tan vagamente
como del imperio chino.
La
riqueza le presentó dos opciones. Una vez cubiertas sus necesidades básicas
podía dedicarse a desarrollar su arte, que era su mayor deseo, o por el
contrario, podía dedicarse a vivir la vida. Obviamente se decide por la fama
fácil, otorgada por el dinero, y durante muchos años todo le marchará
fenomenal.
Cuando
las revistas le dedicaban elogios, se alegraba como una criatura, aunque esos
elogios los había comprado con su dinero. A todas partes iba provisto de la
revista en cuestión y, como quien no quiere la cosa, la mostraba a conocidos y
amigos, procurándose así la más ingenua de las satisfacciones
Quizás
Gógol nos ofrece la disyuntiva entre una vida cómoda y plena de riquezas pero
vacía de ideal, porque no vayáis a creer que la amargura llega en un par de
años, sino que Chartkov llega a la plenitud de la edad adulta:
Llegaba
ya la época en que la inteligencia y los años dan compostura, había empezado a
tomar peso y a ensanchar a ojos vistas. En los periódicos y en las revistas
leía ya su nombre acompañado de epítetos halagadores. «Nuestro respetable
Andréi Petrovich», «Nuestro emérito Andréi Petróvich». Empezaban ya a ofrecerle
cargos honoríficos e invitaciones para formar parte de comités y jurados de
exámenes. Como siempre ocurre al pasar los años, ya iba inclinándose mucho por
Rafael y los maestros antiguos, no porque se hubiera persuadido de su gran
valor, sino para zaherir a los artistas jóvenes. Como todos los que entran en
esa edad, empezaba ya a reprochar a la juventud su amoralidad y su descarrío
espiritual. Empezaba ya a creer que todo se hace de una manera muy sencilla en
este mundo, que la inspiración no viene de arriba y que todo debe obedecer a la
rigurosa ordenación de la meticulosidad y la uniformidad.
Se
hace rico y famoso y la amargura le llega solamente al final de sus días, en
forma de envidia dirigida a aquellos a los que eligieron un camino distinto del
suyo. ¿Es una moraleja? Porque muchos podrían pensar que antes es preferible
una vida de comodidades que una vida de pesares adornada con fastuosos ideales.
Cuando
el relato parece llegar a su fin, se nos abre una segunda parte, que no es otra
cosa que la siniestra historia del cuadro. Se trata de la ya conocida temática
de vender el alma al diablo, y la moraleja está en la ventaja de lograr las
cosas por el esfuerzo y no por otras vías. El tema sirve a Gógol para expresar sus
ideas estéticas acerca del arte. Nos habla de la necesidad de ser fiel a uno
mismo, sin dejarse traicionar por el éxito fácil y superficial, o por las
demandas y gustos volátiles del público, una tentación demasiado fuerte para la
mayoría.
Quien
ha recibido el don del talento debe tener el alma más pura que cualquiera.
Muchas cosas que perdonarían a otros a él no se las perdonan. Al hombre que ha
salido de casa con traje claro de fiesta, basta la mancha de barro que le
salpica la rueda de un vehículo al pasar para que la gente lo rodee, lo señale
con el dedo y hable de su desaliño. En cambio esa misma gente no se fija en la
multitud de manchas que llevan otros transeúntes vestidos de diario, porque las
manchas no llaman la atención en la ropa de diario.
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