Solamente le falta el contenido moralizante para decir
que Gracián escribió en el siglo XVII un tratado de autoayuda. Se le puede
comparar perfectamente con El Príncipe, de Maquiavelo, pues, a través de sus
aforismos, nos conmina a conducirnos de forma “prudente” en sociedad, y por
prudencia entiendo, más que nada, hipocresía.
Este fragmento de Maquiavelo define a la perfección el
arte de la prudencia:
Porque
hay tanta diferencia de cómo se vive a cómo se debería vivir, que quien deja a
un lado lo que se hace por lo que se debería hacer aprende antes su ruina que
su preservación: porque un hombre que quiera hacer en todos los puntos
profesión de bueno labrará necesariamente su ruina entre tantos que no lo son.
Por todo ello es necesario a un príncipe, si se quiere mantener, que aprenda a
poder ser no bueno y a usar o no usar de esta capacidad en función de la
necesidad…
En la iconografía religiosa la prudencia es representada
con el espejo y la serpiente, que definen la doblez del término. El prudente
debe moverse por la vida con precaución y astucia. No hay sitio para la moral.
¿Prudencia es sinónimo de sabiduría? Desde luego que hablamos de una sabiduría
eminentemente práctica.
Nunca
por la compasión del infeliz se ha de incurrir en la desgracia del afortunado.
Es desventura para unos la que suele ser ventura para otros, que no fuera uno
dichoso si no fueran muchos otros desdichados.
A ver, seamos realistas, si pretendemos que un libro
solucione nuestros problemas cotidianos estamos listos. Gracián se limita a
exponer una serie de aforismos que, a mi juicio, son fiel reflejo de la
realidad, del funcionamiento de la sociedad. A ver si consigo explicarme. Lo
que pretendo decir es que Gracián no nos ofrece un tratado de autoayuda, ni
siquiera denuncia, solamente un reflejo de la realidad, y no encuentra mejor
manera de hacerlo que a través del aforismo, de la ironía y el sarcasmo.
Hay quien piensa que los que triunfan en sociedad lo
hacen gracias a su sagacidad y astucia, gracias a su inteligencia. Son estos
los defensores del libre albedrío. Otros piensan, al contrario, que el libre
albedrío es muy limitado, que es el destino el que marca nuestras vidas,
llámese a éste herencia genética y social si se prefiere. Es una dicotomía que
existe desde los primeros tiempos, hoy velada por el predominio absoluto de la
ciencias exactas sobre las del espíritu. Quizás desbarro.
Supongo que todos sabemos que la vida en sociedad es una
pugna constante de los unos para imponerse sobre los otros. Por supuesto que
todos sabemos que para la lucha diaria es conveniente disponer de amistades. Obvio.
No se trata de un consejo sino de la corroboración de una realidad:
Saber
usar de los amigos. Hay en esto su arte de discreción; unos son buenos para de
lejos, y otros para de cerca. Búsquense tales que hayan de durar, y aunque al
principio sean nuevos, baste para satisfacción que podrán hacerse viejos. No
hay desierto como vivir sin amigos. La amistad multiplica los bienes y reparte
los males, es único remedio contra la adversa fortuna y un desahogo del alma.
Nunca
acompañarse con quien le pueda deslucir, tanto por más cuanto por menos. Lo que
excede en perfección excede en estimación. Hará el otro el primer papel
siempre, y él el segundo; y si le alcanzare algo de aprecio, serán las sobras
de aquél. Campea la luna, mientras una, entre las estrellas; pero en saliendo
el sol, o no parece o desaparece. Nunca se arrime a quien le eclipse, sino a
quien le realce.
Cierto
que estos aforismos nos pueden servir para estar atentos y no bajar la guardia,
para que no nos pillen desprevenidos.
Nunca
descomponerse. Gran asunto de la cordura nunca desbaratarse. Son las pasiones
los humores del ánimo, y cualquier exceso en ellas causa indisposición de
cordura; y si el mal saliere a la boca, peligrará la reputación. Sea, pues, tan
señor de sí, y tan grande, que ni en lo más próspero, ni en lo más adverso
pueda alguno censurarle perturbado, sí admirarle superior.
A
mí, personalmente, me ha parecido una lectura enriquecedora. Como habéis
observado, ha sido motivo para la reflexión. He intuido en Gracián una tremenda
ironía. A menudo utiliza el término “cuerdo” para referirse a las mayorías, y
en este mundo de cuerdos quede claro que no impera la justicia sino la ley del
más fuerte, del sagaz.
Son
tontos todos los que lo parecen y la mitad de los que no lo parecen. Alzóse con
el mundo la necedad, y si hay algo de sabiduría, es estulticia con la del
Cielo; pero el mayor necio es el que no se lo piensa y a todos los otros
define. Para ser sabio no basta parecerlo, menos parecérselo: aquél sabe que
piensa que no sabe, y aquél no ve que no ve que los otros ven. Con estar todo
el mundo lleno de necios, ninguno hay que se lo piense, ni aun lo recele.
Tener
un punto de negociante. No todo sea especulación, haya también acción. Los muy
sabios son fáciles de engañar, porque aunque saben lo extraordinario, ignoran
lo ordinario del vivir, que es más preciso. La contemplación de las cosas
sublimes no les da lugar para las manuales. Procure, pues, el varón sabio tener
algo de negociante, lo que baste para no ser engañado, y aún reído ¿De qué
sirve el saber si no es práctico?
Para
terminar esta horrible reseña una cita de Elogio de la locura, de Erasmo de
Rotterdam. Sirva como enlace a una próxima lectura:
Nada
más insensato que una sabiduría a destiempo, ni nada más imprudente que una
prudencia fuera de lugar. Obra mal el que no toma las cosas como vienen, el que
no baja a andar por la calle, el que no quiere acordarse, al menos, de aquella
sabia norma de los banquetes «O bebes, o te vas»; o el que pretende que la
comedia no sea comedia. Es, por el contrario, signo del hombre prudente, como
mortal que es, no querer una sabiduría superior a su condición humana común,
estar dispuesto a hacer la vista gorda, y a reírse de sus desaciertos con todos
los demás.
Pero esto
precisamente ―se me dirá― es de necios. No intentaré negarlo, con tal que se
admita que en esto consiste la representación de la comedia de la vida.
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