Me
hacía falta una lectura ágil después de Woolf y Joyce, y he atinado de plano con
la novela que os presento. Frente a los anteriores, Crane nos ofrece alta
literatura al tiempo que un hilo narrativo clásico, explícito y ameno. Un joven
se alista en la Guerra de Secesión estadounidense pese a la oposición de su
madre. Primero hay una pequeña introducción para la espera, para los
prolegómenos de la sanguinaria batalla que se avecina.
Al
muchacho le habían dicho que el hombre se convertía en algo completamente
diferente en una batalla. En este cambio veía él su salvación. Por lo tanto,
esta espera era insoportable. Se hallaba en un frenesí de impaciencia.
El
núcleo de la narración está en las reacciones psicológicas, en la visión de la
guerra propiamente dicha de nuestro joven protagonista en el interior de lo más
crudo del conflicto.
¡Ojo!,
la prosa es magistral. Tengo entendido que S. Crane no tuvo experiencia alguna
en combate. Lo basó todo en su intuición y en la documentación, llegando a
describir sutilmente a esa hidra de las cien cabezas que es la guerra. Tanto
fue así que varios periódicos se interesaron y lo contrataron como corresponsal
de guerra, para la guerra Greco-Turca de 1897 y la Hispano-Americana de 1898.
Su
cuerpo yacía extendido en la posición de un hombre exhausto que descansa; pero
en su cara había una expresión atónita y dolorosa, como si un amigo le hubiera
jugado una mala pasada. Al hombre que balbuceaba le rozó un disparo, que hizo
que un chorro de sangre corriera abundante por su cara.
Tenían
los brazos doblados y las cabezas torcidas de modo increíble. Parecía que los
hombres muertos habían tenido que ser lanzados de grandes alturas para alcanzar
tales posiciones, como si desde el cielo los hubieran dejado caer sobre la
tierra.
Los
cañones estaban en fila, en cuclillas como jefes salvajes.
Era
sorprendente que la naturaleza hubiera continuado avanzando tranquilamente en
su dorado proceso en medio de tanta destrucción…
Sin
miedo al spoiler, que no debe haberlo con los clásicos, el argumento central
gira en torno a la inocente conducta del protagonista, los móviles de la
vergonzosa huida del peligro por parte del joven protagonista y su reacción
posterior. Atentos a esta frase que titula la novela.
A
veces miraba a los soldados heridos con envidia. Le parecía que las personas
con cuerpos lacerados debían de ser peculiarmente felices. Deseaba que él
también hubiera podido ostentar una herida, un rojo emblema del valor.
El
tratamiento de la huida y de la vergüenza que soporta el protagonista es de una
profundidad insuperable.
No
podía dejar de reconocer que una derrota del ejército en este momento podría
significar muchas cosas favorables para él. Los golpes del enemigo astillarían
los regimientos, convirtiéndolos en fragmentos; como consecuencia, muchos
hombres de valor, pensó, se verían obligados a desertar la bandera y a
escurrirse como conejos. Él no sería más que uno de tantos. Todos serían hermanos
entristecidos en la desgracia, y él podía llegar a creer fácilmente que no
había corrido ni más lejos ni más rápidamente que los demás.
A
mí me ha recordado particularmente a mi infancia y adolescencia, cuando me
dejaba llevar por ensoñaciones bélicas y devoraba todo lo relativo a la
historia de la guerra, a los conflictos y al estudio de las características del
armamento utilizado en diferentes siglos, a la lectura de las novelas de Sven
Hassel.
Desde
luego, había soñado con batallas toda su vida, imaginando vagos y sangrientos
conflictos que le habían estremecido profundamente con su arrebato y su ardor.
En sueños se había visto a sí mismo en muchas batallas…
Desde
su hogar, sus ojos juveniles habían contemplado la guerra en su propio país con
desconfianza. Tenía que ser algo ficticio. Hacía ya mucho tiempo que había
perdido la esperanza de contemplar una lucha al estilo griego. Aquello ya no
volvería a suceder, se había dicho. Los hombres eran mejores o más tímidos. La
instrucción seglar y religiosa había borrado el instinto del hombre de lanzarse
a la garganta de su vecino, o quizá una economía sólida mantenía fuertemente
cogidas las riendas de las pasiones.
Para
terminar, algunas imágenes escuetas de gran belleza:
Una
granada, gritando como un alma en pena atormentada, pasó por encima de las
cabezas encogidas de los reservas.
Empezaron
a silbar las balas entre las ramas y a morder los árboles. Hojas y tallos
descendían flotando. Era como si se empuñaran miles de hachas, menudas e
invisibles.
El
rojo sol estaba pegado en el cielo como una oblea.
https://www.youtube.com/watch?v=SArSDYoBTFI
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