A
la hora de iniciar la lectura de novelas como la presente la prioridad es
llevar a cabo una buena limpieza de prejuicios. A mi manera de ver se le ha
sacado demasiada punta a su obra y es imprescindible despojarse de toda la
vestimenta propia de la crítica literaria. Su obra es más sencilla de lo que
nos quieren hacer creer todos esos personajillos kafkianos que comen de la Administración
y que pueblan la novelística de Kafka. Su mundo es muy particular, el de un
hombre que se interroga sobre sí mismo. Probablemente le cuesta explicarse, o
prefiere no hacerlo y se decanta por el sueño y la fantasía. Aunque refleja la
realidad cotidiana, se nos presenta ésta a través de la mirada particular de un
personaje protagonista. Los cuentos peterburgueses de Gógol horadaron antes el
camino; es de suponer que Kafka los leyó para labrar luego su propio camino.
Pero
que la fama de Kafka no obnubile nuestro entendimiento. Se trata esta (desde mi
punto de vista y desde el general) de su mejor obra, la más compacta y lograda,
pero vengo de leer otras obras del maestro así como de picotear aquí o allá
entre las arenas movedizas de la crítica literaria, y no quiero dejar pasar la
oportunidad de expresar mi asombro. He leído críticas (que provienen de altos
escalafones de la universidad) que hablan de fragmentos incompletos de la obra
de Kafka de la misma manera que un aficionadillo pudiera hablar de las
profecías de Nostradamus. Yo me he enfrentado desarmado y en solitario a la
obra de Kafka y a menudo he dudado, he estado tentado de pensar que no he sido
capaz de entender aquello que Kafka me quiere comunicar. Pero no me he dejado
engañar por fuegos fatuos. Nuestros más adorados escritores, los más grandes de
entre los grandes no han necesitado de terceras lecturas para darse a entender
al mismo tiempo que nos entretenían de las cuitas de este mundo, desde
Cervantes a Cormac McCarthy han logrado llevarnos en volandas por los mágicos
caminos de la lectura. También lo consigue Kafka, pero ni mucho menos meto en
el mismo saco toda su obra. Que un escritor logre escribir una sola obra
maestra ya lo sitúa entre los grandes, pero ello no quiere decir por extensión
que todo su trabajo goce del mismo estatus. Kafka, como los demás, tiene obras
muy buenas y otras no tanto. Para apoyar mi opinión no te olvides, estimado
lector, de la última voluntad de Kafka con respecto a sus escritos. A veces
pienso que al criticar la obra de los grandes maestros corro el peligro de convertirme
en el protagonista perseguido de alguna de sus novelas.
La
metamorfosis, qué duda cabe, una obra maestra que basta por sí sola para situar
a Kafka entre los más grandes.
Una
prosa sin florituras, ¿para qué?, un comienzo sin fuegos artificiales, sin adornos
que distraigan la atención. De hecho solo Gregorio Samsa se ha transformado
mientras que el mundo sigue su curso, disfrutamos del clima propio de la
estación, conocemos su cuarto, su familia. Como sucede en los relatos de Gógol
todo transcurre con normalidad a excepción de una pequeña irregularidad que nos
llena de asombro y que permite al escritor mirar de soslayo la realidad.
El
ojo atento puede ver que Kafka resuelve con soltura problemillas sin
importancia como el porqué de dormir con la puerta cerrada:
―Abre,
Gregorio; te lo suplico.
En lo
cual no pensaba Gregorio, ni mucho menos, felicitándose, por el contrario, de
aquella precaución suya ―hábito contraído en los viajes― de encerrarse en su
cuarto por la noche, aún en su propia casa.
Aunque
parezca un detalle sin importancia a mí me ha llamado poderosamente la
atención, me ha recordado que Kafka está ahí, que me ha cogido de la mano para
mostrarme su obsesión. El escritor trata de envolvernos en su “real fantasía”.
Imagina que todo ha sido una pesadilla grotesca pero la realidad de su nuevo
estado se hace presente a través de las novedades físicas:
Al
punto se sintió, por primera vez en aquel día, invadido por un verdadero
bienestar, las patitas, apoyadas en el suelo, le obedecían perfectamente…
Cuando
la familia de Gregorio descubre su nuevo aspecto se inicia un verdadero drama.
La puerta otra vez un símbolo.
Pero
no se percibió ningún portazo. Debieron de dejar la puerta abierta, como suele
suceder en las casas en donde ha ocurrido una desgracia.
Llegamos
a la mitad del corto relato y probablemente al núcleo de la historia. ¿Hay algo
más importante que las reacciones de los familiares, de su padre, su madre y su
hermana? Aquí se abre un campo abonado para la crítica, judaísmo,
homosexualidad, introversión… La verdad que es tremendo el abanico de
posibilidades, y lo más asombroso es que cualquiera de las causas de la
transformación es válida.
Sea
lo que sea, da igual, lo importante, el núcleo de esta novela está en el asco,
el desprecio que sienten hacia él los demás personajes, su familia, los
vecinos, los extraños. Es el rechazo el asunto central, más que las reacciones
del propio protagonista. Fijaos en la reacción de su propia madre:
¡Ay
Dios mío! ¡Ay Dios mío!
Y
se desplomó sobre el sofá, con los brazos extendidos, cual si todas sus fuerzas
la abandonasen, quedando allí sin movimiento.
Y
en la de su ser más querido, su hermana:
Ante
este monstruo, no quiero ni siquiera pronunciar el nombre de mi hermano; y, por
tanto, sólo diré esto: es forzoso intentar librarnos de él. Hemos hecho cuanto
era humanamente posible para cuidarle y tolerarle, y no creo que nadie pueda,
por tanto, hacernos el más leve reproche.
Realmente
no hay culpables, ¿acaso la culpa no es otra cosa que un concepto humano? Se
trata de una desgracia sobrevenida. Gregorio sacrificó su vida, su trabajo, su
bienestar, para contribuir a mejorar el estatus de su familia. No hay rencor,
solamente resignación. Gregorio Samsa se resigna, no se rebela, y los demás se
resignan también a vivir con el extraño bicho. Es el imperativo social.
Aquella
grave herida, de la cual tardó más de un mes en curar ―nadie
se atrevió a quitarle la manzana, que así quedó empotrada en su carne, cual
visible testimonio de lo ocurrido―, pareció recordar, incluso al padre, que
Gregorio, pese a lo triste y repulsivo de su forma actual, era un miembro de la
familia, a quien no se debía tratar como a un enemigo, sino, por el contrario,
guardar todos los respetos, y que era un elemental deber de familia
sobreponerse a la repugnancia y resignarse. Resignarse y nada más.
Es
curioso cómo Gregorio, en esta situación de manifiesta debilidad, incluso
siente compasión por los suyos porque ha quedado impedido para ganar el dinero
suficiente para su manutención. La autoculpa y la resignación son respuestas
muy humanas a la desgracia, ante las cuales Kafka se rebela, a todas luces, en
su escritura.
En
esta dolorosa situación, la familia siente un miedo visceral al qué dirán. La
sociedad queda definida perfectamente en unas pocas pinceladas. Una mudanza nos
pone perfectamente en situación:
No;
lo que detenía principalmente a la familia, en aquel trance de mudanza, era la
desesperación que ello le infundía al tener que concretar la idea de que había
sido azotada por una desgracia, inaudita hasta entonces en todo el círculo de
sus parientes y conocidos.
En
definitiva Kafka nos muestra un cuadro interior desgarrador, sí, pero también
consciente y revelador. Esto no quiere decir que cuando veamos una foto de
Kafka tengamos que hacernos a la idea de que estamos ante el ejemplo de hombre
desgraciado. También los hombres de vida insulsa sufren de agobios y otras asfixias.
Sus libros probablemente supusieron para él un alivio emocional; le sirvieron
para conocerse mejor, para entender su situación y sobrellevarla. Por mi parte
no me queda otra que agradecerle desde aquí tal despilfarro emocional. Qué
mejor homenaje al escritor que una lectura atenta y con la sana intención de
desterrar al prejuicio (se consiga o no).
Buen libo y buena reseña. Hay escarabajos peloteros y voladores. Y también escarabajos “trepas”, que son una mezcla de los otros dos.
ResponderEliminarA veces la realidad le da la vuelta a la novela, y son las (pocas) personas dignas las que tienen que encerrarse bajo llave para no ser marginadas en una sociedad de insectos. Que ya no sienten asco ni vergüenza de sí mismos, si es que lo han tenido alguna vez.
Un placer siempre escuchar tus comentarios. Comparto a menudo tus sensaciones y trato de no metamorfosearme de la misma manera que el rebaño.
EliminarQuizás sin querer tocas una tecla que suena con fuerza en mis lecturas, pues a menudo sucede que los grandes genios de la escritura son marginados en una sociedad de insectos.
Si
ResponderEliminarLeí la obra hace algunos años, y sin duda que impacta, no sólo por su originalidad, sino por las múltiples interpretaciones que pueden realizarse de la misma. El autor narra una situación intolerable -en palabras de Borges- con una maestría rayana en la perfección. Nada más comenzar la narración, el lector se hace uno con Gregor y sufre con los cambios que padece. Calificada de novela corta o relato largo, a mi juicio guarda ciertos paralelismos con algunos cuentos de Edgar Allan Poe, aunque en tono más personal y salvando las distancias entre ambos autores. Para mí, una lectura imprescindible. Salu2.
ResponderEliminarTodavía encontrarás más paralelismos con los relatos peterburgueses de Gógol, que mucho antes de Kafka prefiguran lo "kafkiano", imprescindibles.
EliminarSaludos