A
principios del siglo XIX, cuando no había ferrocarriles, carreteras, alumbrado
de gas, velas de estearina, divanes de muelles, ni más muebles que los pintados
de laca; cuando no existían los jóvenes desengañados con monóculo, las mujeres
filosófico-liberales ni las damas de las camelias que tanto abundan en nuestros
días; en esa época ingenua en que, para ir de Moscú a San Petersburgo se
utilizaba un carro o un coche de caballos y se viajaba ocho días con sus respectivas
noches por caminos polvorientos o cubiertos de barro, con toda una provisión de
platos caseros; cuando en las largas veladas de otoño, familias formadas por
veinte o treinta personas se alumbraban con bujías de sebo; cuando se colocaban
simétricamente los muebles; en esa época en que nuestros padres no sólo eran
jóvenes, por no tener arrugas ni cabellos grises, sino porque estaban
dispuestos a suicidarse por una mujer y se precipitaban al extremo opuesto del
salón para recoger pañuelitos que no siempre caían por casualidad; cuando
nuestras madres llevaban el talle alto y mangas enormes, y resolvían los
problemas familiares echándolos a suerte, y las encantadoras damas de las
camelias se ocultaban de la luz del día; en esa ingenua época de las logias masónicas
y de los martinistas, en los días de los Miloradovich, de los Daydov y de los
Pushkin…
Hay ocasiones en que hacer una simple reseña puede
modificar por completo la opinión que uno se forma sobre un escrito. Quizás se
parezca a una segunda lectura. Por eso disfruto escribiendo este blog. Estaba
dispuesto a decir que no está, ni mucho menos, entre mis preferidos del
maestro, y sin embargo ahora estoy reconsiderando las fortalezas del relato,
que son tremendas. Valga este comentario, además, para que minusvaloréis mi
opinión y no las tengáis, cuando menos, en más de lo que yo la tengo.
El
relato trata de mostrar un contraste generacional, la variación de la
idiosincrasia de una generación a la otra, cuestión probablemente prejuiciosa,
la típica idealización del pasado (cualquier tiempo pasado fue mejor). Y sin
embargo, una vez planteadas las pegas vienen los aplausos. Se trata de un
relato fabuloso, que se lee de un tirón, cien por cien recomendable. Solamente
la introducción arriba transcrita es una absoluta maravilla.
La primera parte del relato sigue al Conde Turbin, un
oficial y noble ruso bien dotado de lo que más importa, carácter y atractivo.
Es un hombre repleto de presencia física, impulsivo, violento si hace falta,
pasional pero justo, que se hace querer, digamos que es un hombre afortunado.
En
contraste, su hijo, en la segunda parte del relato, sigue casualmente los pasos
de su padre, pero “no hay color”.
Han
transcurrido aproximadamente veinte años. Mucha agua ha corrido desde entonces;
han muerto muchas personas; muchas otras han nacido; muchas han llegado a
mayores y muchas han envejecido. Pero han sido aún más numerosas las ideas que
han nacido y han muerto, han desaparecido muchas cosas malas y buenas de los
tiempos antiguos, y han aparecido muchas nuevas y magníficas.
Hacía
tiempo que el conde Turbin había muerto en un duelo con un extranjero, al que
había azotado con la fusta en plena calle. Su hijo, que se parecía a él como se
parecen dos gotas de agua, era ya un oficial de caballería de veintitrés años.
Sus cualidades morales eran muy diferentes a las de su padre. No tenía la menor
sombra de las inclinaciones turbulentas, pasionales y, a decir verdad,
depravadas de la pasada generación. Sus rasgos característicos eran la inteligencia,
la cultura, el talento y, junto con eso, el buen sentido y la previsión.
Como podéis ver, estos dos párrafos definen perfectamente
el relato. No hace falta extenderse mucho más (¡mejor leerlo!). Ambas partes reflejan
el transcurso de un par de días. En la primera parte la casualidad lleva a
Turbin a hacer noche en una pequeña ciudad de provincias. Baile, juego, y como
colofón una orgía desenfrenada en la que incluso participa un clan de gitanos.
Obligatorio mencionar que Turbin no abandona la ciudad sin dejar su semilla en
la joven más hermosa del lugar.
La
segunda parte otra casualidad, pero ahora es el hijo el que da a parar en la
misma localidad y con la misma familia. Se trata de una simple parada del
regimiento de húsares al que pertenece el joven y apuesto Conde Turbin.
Sólo
una cosa me desagrada, y es que esa señora haya conocido a mi padre; siempre
tengo que avergonzarme de él; siempre hay por medio alguna aventura escandalosa
o alguna deuda, ―continuó Tubin con una sonrisa que dejó al
descubierto sus dientes, de un blanco deslumbrador―. Por eso no soporto el
trato con personas que lo conocieron. Pero, por otra parte, así era aquella
época ―añadió en tono serio.
Una
tensa intriga envuelve el relato. Cualquiera diría que un relato no da para
gran cosa, y sin embargo, con pocos trazos, nos son definidos multitud de
personajes secundarios. Un personaje que me ha fascinado es Liza, ¿el nexo de
unión entre las dos familias?
Al
tercer vaso de té, después de haberse encontrado los tímidos ojos de Liza con
los de turbin y de haber sostenido éste su mirada con una sonrisa imperceptible
y expresión tranquila, la muchacha experimentó hostilidad hacia él: Pensó que
no tenía nada de particular y que no se distinguía en nada de los hombres que
había conocido hasta entonces. Se dijo que no tenía por qué intimidarse ante
él. Ni siquiera era guapo; lo único era que tenía las uñas largas y muy pulcras. Liza acabó tranquilizándose al
decidirse abandonar su sueño, no sin cierta pena en su fuero interno. Sólo la
inquietaba ligeramente la mirada del silencioso corneta, que sentía fija sobre
sí. «Tal vez
no sea éste, sino el otro», pensó.
Uno
de los trabajos más tempranos de Tolstói, una muestra válida de su enorme
genio. Si hoy me preguntaran cuál es mi escritor favorito, diría, sin dudar,
Tolstói.
Una reseña que anima a leer esa obrita de Tolstói. Afortunadamente he localizado "Los dos húsares" en la una biblioteca virtual. A mí también me gusta mucho este escritor ruso, así que seguramente pasaré un buen rato con esa lectura.
ResponderEliminarPues supongo que te gustará, o eso espero. También te digo que si no has leído "Amo y criado"... ¡Oh!, ¡Qué grande! O "Iván Ilich"... Tolstoi es mucho más que "Ana Karenina" y "Guerra y Paz".
EliminarLos libros de Tolstoi que más me han gustado han sido : Kolstomero, y el músico Alberto.
EliminarKolstomero, historia de un caballo es un relato genial. En cuanto al músico Alberto me ha picado la curiosidad y espero tener la oportunidad de leerlo.
EliminarEsa introducción es maravillosa. Me avergüenza decir que he leído poco a Tolstoi. “Guerra y paz” y “Anna Karenina” las he leído dos veces cada una. Aparte he leído “Recuerdos”. Eso es todo. Tomo nota de esta historia de húsares y generaciones porque por lo que cuentas y por lo que citas, debe de ser muy buena.
ResponderEliminarUn beso.
¿Avergonzarte? Alégrate de lo bueno que tienes por leer :) Amo y criado o La muerte de Iván Ilich están entre lo mejor que he leído. Otra cosa, por supuesto, que te gusten a ti, pues cada lector entra en un libro con sus propios motivos.
EliminarUn beso