Tenía
ganas de refrescar a Aristófanes porque me dejó un ácido recuerdo allá por la
adolescencia. Todos aquellos que habéis leído algo de Aristófanes ya sabréis
que me refiero a su tremendo descaro.
Tengo
que reconocer que con la comedia me pasa un poco como con la poesía, que me
cuesta; supongo que mi carácter se decanta por la tragedia.
Por
otro lado todos sabemos que leer una obra de teatro lleva poco más de un par de
horas. Cierto que antes o después tenemos que recurrir a la historia de la
literatura porque en caso contrario la lectura se nos puede quedar coja. Paz ,
y prácticamente toda la obra de Aristófanes, transcurre durante las Guerras del
Peloponeso entre Atenas y Esparta, probablemente uno de los períodos más feraces
y fascinantes de la historia de la humanidad. Al parecer Paz es consecuencia de
una tregua en aquel tan largo y convulso enfrentamiento que salpica por todo el
Mediterráneo y más allá.
Entiendo
que no es fácil entender el contexto y las circunstancias, tanto técnicas como
humanas, que conforman el teatro griego. Por mi parte apenas me hago una idea;
a mí me ha bastado con la lectura del prólogo de mi edición de Círculo de
Lectores, y no es mi labor resumir aquello que ya está explicado en cualquier
manual de literatura griega. Ojalá dispusiera del tiempo para estudiar, por
mero placer, todo lo relativo a los griegos, una civilización que me fascina.
Unas
pinceladas del prólogo me sirven para completar esta burda reseña. Para
comenzar un párrafo para ponernos en situación, pues el teatro no tenía para
los griegos el mismo significado que tiene hoy para nosotros:
Aunque
se nos cuenta que la preparación usual de los espectadores consistía en
desayunar y beber bien, nunca era demasiado temprano, ni la distancia demasiado
lejana para impedir que llegaran puntuales al teatro. El poeta era uno más del
pueblo, el teatro era un asunto que les concernía, y había alimento en
abundancia para su diversión natural en cualquier tipo de agon. El teatro era
la polis.
En
ninguna época o lugar se atacaron y ridiculizaron públicamente, y por su
nombre, a personas de todas las clases con tal libertad como ocurrió en la
comedia antigua ática. La verdadera razón de ello, aparte de la magnanimidad y
del sentido del humor inherentes al carácter ateniense, estriba en el hecho de
que la comedia era un asunto interno del conjunto del pueblo soberano, y por lo
tanto disfrutaba de una completa libertad de expresión o parresía.
Dos
biografías anónimas de Aristófanes registran una historia muy reveladora: el
tirano Dioniso quería saber todo acerca de la politeia de Atenas, es decir,
sobre su gente y sus instituciones, y Platón le envió las obras de Aristófanes.
Sirva
este fragmento como escueto resumen:
A
diferencia de la tragedia, la comedia antigua no toma sus temas de la mitología
heroica (aunque puede parodiar algunos motivos míticos, y lo hace con
frecuencia para diversión de su público), sino que inventa sus argumentos un
tanto disparatados. Es una farsa enormemente fantasiosa compuesta sobre un
esquema formal bastante fijo, en el que se alternan los episodios de la trama
cómica con los cantos del coro, que en algún momento central rompe la ilusión
escénica para dirigirse al público. Es la famosa parábasis donde el
comediógrafo mezcla su crítica social con alusiones a la realidad, ataca a sus
competidores, y discursea sobre el presente y sus fantasmas. El personaje
central de estas farsas es el héroe cómico, un héroe popular, ingenioso, que
con sus astutos planes logra encontrar remedio a una angustiosa situación,
yendo más allá de la penosa realidad. Ya sea emprendiendo un viaje a los cielos
montando en un escarabajo pelotero gigante, como Trigeo en la Paz, o bien
construyendo una utópica ciudad en medio de las nubes…
El
humor escatológico no tiene desperdicio. En vez de un caballo alado como Pegaso,
Trigeo se decanta por un “hipoescarabajo”, un gigantesco escarabajo pelotero
que da pie al sarcasmo más hilarante.
Como
colofón esta bella estrofa del coro, de tono antibelicista:
CORO
¡Qué bien, qué bien!,
ya estoy libre del
casco,
del queso y las
cebollas.
Yo no amo las batallas,
sólo beber
con los amigos
al fuego, leños
prendiendo secos,
raíces cogidas
en el verano;
y torrar los garbanzos
y tostar las bellotas
y besar a la tracia
si mi mujer se baña.
A mí me parece que Aristófanes siempre estará de actualidad.
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