jueves, 23 de marzo de 2017

Hesíodo, Teogonía, Los trabajos y los días, Escudo (siglo VIII a.C.)




Después de Homero, el más antiguo de los poetas helénicos. Podríamos decir que Homero es el poeta de la guerra y Hesíodo el de la paz, pero mejor no entrar en valoraciones insustanciales porque todos nos decantamos por la grandiosidad de La Odisea y La Ilíada que, aún hoy en día, podemos leerlas con fruición. Preciso apuntar aquí que en la antigüedad se admiraba tanto al uno como al otro.
Tampoco voy a entrar en estudios más hondos, que para eso está la introducción de Aurelio Pérez Jiménez correspondiente a la magnífica colección de clásicos griegos y latinos de bajo coste que publicó Planeta DeAgostini.
En este tipo de trabajos me suele suceder que disfruto más con las extensas introducciones críticas que con los textos propiamente dichos. Cierto que conozco los entresijos de la historia y no me pierdo en este terreno para otros movedizo.
La Teogonía viene a ser una genealogía de los dioses griegos, mitología propiamente dicha. Zeus personifica la justicia, desde el caos inicial hasta que su poderoso brazo viene a poner orden en el mundo venciendo a los Titanes en la denominada Titanomaquia. La mayoría de ellos terminan encerrados en el Tártaro, la región más profunda del inframundo. Se trata de una historia que todos hemos oído alguna que otra vez y aquí está el relato original.
Trabajos y días. El hermano de Hesíodo, Perses, pretende arrebatar al propio autor su herencia y éste trata de disuadirle advirtiéndole de la necesidad de trabajar como único medio legítimo para eludir la pobreza y el hambre. En realidad lo que hace Hesíodo es ofrecer a su hermano y a los lectores consejos de conducta en sociedad, y un calendario para cosechar la tierra o lanzarse a la mar a comerciar.

…pues nada mejor le depara la suerte al hombre que la buena esposa y, por el contrario, nada más terrible que la mala, siempre pegada a la mesa y que, por muy fuerte que sea su marido, le va requemando sin antorcha y le entrega a una vejez prematura.

Es más dudosa la atribución de Escudo a Hesíodo. Como el resto de su obra, obtuvo una enorme repercusión en la cultura grecolatina, y con eso nos basta para zambullirnos en sus páginas y saciar nuestra curiosidad. Zeus, Anfitrión, Ificles, Heracles o Ares son los protagonistas de una historia difícil de atrapar de no ser por las notas al pie. La descripción del escudo se lleva el protagonismo del relato:

Tomó con sus manos el resplandeciente escudo. Nadie lo consiguió rasgar, haciendo blanco en él, ni lo abolló, maravilla verlo. Todo él, en círculo, por el yeso, el blanco marfil y el ámbar, era reluciente…
Allí había doce cabezas de terribles serpientes, indecibles, que infundían terror a las tribus de hombres que habitan sobre la tierra…
Allí había manadas de jabalíes y de leones que se miraban fijamente, furiosos y dispuestos al ataque…
Allí estaba el combate de los lanceros Lapitas en torno a su rey Ceneo, a Driante, a Pirítoo, a Hopleo…

Si no somos capaces de disfrutar de las figuras literarias al estilo de Electriona, la de bellos tobillos, Anfitrión incitador de ejércitos, Ares insaciable de guerra, Atenea de ojos glaucos o Zeus el portador de la égida, mejor a otra cosa, porque a veces tenemos que enfrentar a los clásicos grecolatinos con lentitud y como pasatiempo.


3 comentarios:

  1. Coincido en que las introducciones son más jugosas a veces que el texto, cuando se trata de clásicos griegos (y latinos).

    Con ellos me pierdo en las intrincadas genealogías, por eso tardé en atreverme a afrontarlos, y sigo con lagunas.

    Lo primero que leí fue el teatro de Sófocles, que me sigue gustando. La Odisea etc, vinieron luego.

    Creo que los clásicos griegos siguen conservando una caótica pureza poliédrica que entremezcla lo humano y lo divino, lo real y lo fabuloso... Y que sobrevivió a la imposición del rodillo católico como racionalista dogma unívoco, donde todo (cielo/tierra/infierno) está más ordenado y tiene un lugar propio y estanco, también en el arte.

    Por eso los clásicos (y no sólo los griegos) siguen siendo una buena materia prima para la creación (y recreación): porque son una madeja enmarañada pero libre, y en ellos sigue estando todo lo que existe (también lo nuevo).

    Y por otro lado, nos atraen porque nos evocan un mundo más brutal, desproporcionado e irracionalmente mitológico. Pero también más sincero (y a veces inocente, como los "bellos tobillos") que el nuestro. Y añoramos eso, en fondo.

    Saludos, buen artículo.

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Supongo que me quedó un regusto amargó allá cuando disfrutaba de los 17 añitos, que tuve que estudiar a los clásicos griegos y latinos sin que me dieran, como quien dice, la oportunidad de conocer los textos.
      Ahora, con pausa, me permito saciar la curiosidad de perderme en algunos de ellos así, escogiendo al azar.
      Como tú pienso que los clásicos griegos y latinos constituyen una inagotable fuente de inspiración.
      Saludos

      P.D. Es, quizás, más contundente tu respuesta que la reseña (o lo que sea) propiamente dicha.

      Eliminar
    2. Yo elegí estudiar griego antiguo, que todavía es más fuerte. Y hago como tú, voy picando cosas.

      De mi contundencia no te fíes, a veces me apasiono un poco. Tu reseña es lo que importa, espero la próxima.

      Saludos.

      Eliminar