lunes, 23 de octubre de 2017

Edipo Rey (430 a. de C.), de Sófocles.




Sófocles vive aproximadamente del año 496 al 406 a.C. uno de los períodos más convulsos y exuberantes de la historia de la humanidad. Guerras Médicas y formación de un Imperio ateniense que, partiendo de una democracia, somete (como tiranía) a persas y otros pueblos así como a los mismos griegos, hasta la confrontación devastadora entre Atenas y Esparta. Al mismo tiempo que se desarrolla una sucesión tremenda de acontecimientos políticos se crean obras que serán eternas en todos los órdenes de la vida: Sócrates y Platón, Demócrito, Heródoto y Tucídices, Esquilo, Eurípides y el mismo Sófocles, Fidias, Mirón y Polícleto, Pericles, Alcibíades… ¡qué más decir!
El tema de Edipo entra en el terreno del mito, ya referenciado en la misma Odisea. No entraré a resumirlo porque ya es de todos bien conocido. Valga decir que los mismos griegos, espectadores de la tragedia de Sófocles, también conocían a la perfección el transcurso de la historia en sus detalles más truculentos. Pese a ello el autor utiliza magistralmente sus bazas para mantener al espectador alerta y expectante ante los sucesos que agitan al más desgraciado de entre los mortales.
Las formas del teatro son primitivas, pues estamos ante el origen del teatro; hay un prólogo y un coro que sirven a la narración.
Hay ironía y sarcasmo:

TIRESIAS. ― ¡Ay, ay! ¡El saber qué tremendo es cuando no reporta beneficio al que sabe!

Hay sabiduría:

CREONTE. ― …Todavía no ando tan trastornado que busque otras cosas que las bellas y útiles a la vez. Ahora me llevo bien con todos, ahora todo el mundo me saluda, ahora los que te necesitan a ti me llaman a mí, pues todo su éxito está aquí.

El destino es tema principal de la obra. A lo largo de la historia la idiosincrasia de los pueblos bascula entre el desprecio y la adoración de este abstracto, desde la idolatría que le rinden los griegos hasta el desprecio más absoluto de la ilustración, y me acuerdo aquí de la novela de Diderot, Jacques el fatalista. Por mi parte considero el destino un tema enigmático, por el que me siento muy atraído. Trato de quedarme en un término medio y considerar el destino un asunto que tiene mucho que ver con la genética y la herencia, así como con el fondo social y familiar que limita a los hombres hasta someterlos a una suerte de predestinación.
Es digno de ver cómo Edipo se encoleriza contra los adivinos:

EDIPO.Cuando estaba aquí la perra (la Esfinge), que cantaba cuestiones bien urdidas, ¿cómo no indicabas a estos tus conciudadanos alguna solución? Y, sin embargo, descifrar el enigma no era cosa de un hombre que acababa de llegar, sino que exigía el arte de la adivinación, que tú evidenciaste no haber aprendido ni de las aves ni de ninguno de los dioses. En cambio yo, Edipo, el que según tú no sé nada, nada más llegar le puse freno acertando con mi inteligencia y sin aprenderlo de las aves,…

Y cómo los hombres se resisten a su destino tratando de manipularlo a su antojo sin éxito:

YOCASTA. ― ¿Por qué había de temer un hombre en quien mandan las circunstancias de su destino y cuya previsión no es clara en nada?

Y a medida que la obra avanza, crece en tensión dramática, y no importa que sepamos lo que va a suceder porque nos dejamos arrastrar por la tremenda humanidad de los personajes:
 
YOCASTA. ― Te aseguro que te quiero muy bien y por eso te aconsejo con cocimiento de causa lo mejor.
EDIPO. ― Entonces tienes que saber que ese mejor me está irritando hace rato.
YOCASTA. ― ¡Oh desdichado! ¡Ojalá nunca llegues a enterarte de quién eres!
EDIPO. ― ¿Irá alguien y me traerá aquí al pastor? A ésa dejadla que se recree en su acaudalada familia.

Imagino (sin temor a equivocarme; que es muy probable que lo haga sin entrar de lleno en academicismos) estas obras de arte como un acto social de suma importancia para la sociedad, una manera de inculcar en los jóvenes una filosofía de vida, de perpetuar unas costumbres y promover el temor y el respeto por la ley de los hombres extrapolándola a la ley divina.

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