Unas
simples notas como recuerdo de la lectura.
El
pueblo de Israel, tras cuatrocientos años de vida en Egipto, resulta peligroso
para la estabilidad del propio país del Nilo. Entra en escena la novelesca
figura de Moisés, personaje nuclear de la Biblia que da forma a la alianza que
Dios pactó antes con Abraham. En general el Éxodo es un libro de guerra y
aventuras, con tintes épicos. Se lucha con el faraón y se entrevén los peligros
antes de llegar a la tierra prometida, pero el enemigo del pueblo judío está
siempre en el interior, en la idolatría y en la no adoración de su único Dios,
Yahvé.
Pero
el pueblo, sediento, murmuraba contra Moisés y decía: “ Por qué nos hiciste
salir de Egipto, para matarnos de sed a nosotros, a nuestros hijos y a nuestros
ganados?”
Moisés
clamó a Yahvé diciendo: “¿Qué voy a hacer yo con este pueblo? Poco más y me
apedrean”.
Éxodo
17, 3-4
Ahora,
si oís mi voz y guardáis mi alianza, vosotros seréis mi propiedad entre todos
los pueblos, porque mía es toda la tierra.
Pero
vosotros seréis para mí un reino de sacerdotes y una nación santa. Tales son
las palabras que has de decir a los hijos de Israel.
Éxodo
19, 5-6
Reconozco
que he podido sacar provecho del Levítico gracias a la edición escogida, Biblioteca
de Autores Cristianos, de Miñón, S.A. Cientos de pinturas, mapas y todo tipo de
reproducciones me han permitido interpretar las normas que Dios dicta a su
pueblo y que constituyen la religión judía. No me cabe duda de que hubiera
pasado por alto esta parte si mi edición hubiera carecido de dichas
explicaciones y entretenimientos gráficos.
El
libro de los Números narra la travesía de cuarenta años por el desierto (que
bien pudieron ser en la realidad 40 días) del pueblo de Israel. Se trata de una
historia extraña y peculiar, de paradas y rodeos inexplicables. No soy capaz de
interpretar si se trata de un castigo de Dios o de una purificación a través del
sufrimiento, del hambre y la sed. Digamos que Dios ha elegido a un pueblo pero
se da el gusto de ponerlo constantemente a prueba, sin dudar en castigarlo con
sanguinaria violencia al mínimo signo de desobediencia. El caso que resulta
lógica la rebeldía y el deseo de desentenderse de Dios, que los sacó de las
fértiles tierras de Egipto para someterlos a una vida de torturas y
padecimientos. La misericordia de Dios es colérica y soberbia. Cambiemos a Dios
por un líder humano y nos da como resultado una postura perfectamente
maquiavélica.
Yahvé
habló a Moisés y Arón, diciendo:
“¿Hasta
cuándo voy a estar oyendo lo que contra mi murmura esta turba depravada, las
quejas contra mí de los hijos de Israel?
Diles,
pues: Por mi vida, palabra de Yahvé, que lo que a mis oídos habéis susurrado,
eso haré yo con vosotros;
en
este desierto yacerán vuestros cadáveres. De todos vosotros, los que en vuestro
censo fuisteis contados de veinte años arriba, que habéis murmurado contra mí,
ninguno entrará en la tierra que con juramento os prometí por habitación…
…Vuestros
hijos errarán por el desierto cuarenta años, llevando sobre sí vuestras
rebeldías, hasta que vuestros cuerpos se consuman en el desierto.
Tantos
como fueron los días de la exploración de la tierra, cuarenta, tantos serán los
años que llevaréis sobre vosotros, vuestras rebeldías: cuarenta años, año por
día; y experimentaréis así mi aversión por vosotros.
Yo,
Yahvé, yo lo he dicho. Eso haré con esta perversa muchedumbre que se ha
confabulado contra mí. En este desierto se consumirán; en él morirán”.
Números
14, 26-34
Entiendo
que los líderes del pueblo de Israel respondieran a las penalidades de la única
manera posible, con una férrea disciplina.
Los
mapas de mi edición son tan fabulosos que la travesía por el desierto me ha
despertado gran curiosidad. Son tantos los detalles y tantas las coincidencias
que no nos queda otro remedio que imaginar que dicha travesía tuvo que tener
algo de real. Quizás fueran 40 días y no 40 años, pero el caso que el pueblo de
Israel pasó un tiempo indeterminado vagando de aquí para allá, acosado por la
hostilidad de sus vecinos.
En
cuanto al Deuteronomio, guarda muchas semejanzas con el Levítico. Los
sacerdotes, los levitas, tratan de inculcar al pueblo de Israel una serie de
preceptos, que no son otros que los propios de los judíos, que conservan en
gran medida hasta el día de hoy. Digamos que solamente a través de la estricta
observancia de dichos preceptos se logra la gracia divina.
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