En
esta ocasión me ha parecido que Turguéniev escribe un tanto forzado durante
determinados fragmentos. Su tradicional forma de introducir la historia también
cambia, es más amplia, más descriptiva y pausada, más aburrida. La flor y nata
de la burguesía europea disfruta de las bondades de Baden Baden, una pequeña
ciudad del Rhin, entre Francia y Alemania, con baños termales, teatros,
casinos… y muchos rusos.
La
transición entre la introducción y la historia propiamente dicha siempre es
diáfana en Turguéniev. Aunque en este caso ambas se solapan, no por ello es
menos brusca. De pronto, como introducido con calzador, aparece un personaje,
Potúguin, no se sabe muy bien de dónde ni para qué, pero obvio nexo entre
transiciones. Potúguin representa la timidez, la indecisión, la extravagancia
incluso, es la herramienta que utiliza el escritor para conducir al
protagonista, Litvínov, hasta la mujer cruel que contiene toda historia de
Turguéniev que se precie.
Humo
es considerada una novela, supongo que por la extensión, pero me da por pensar
que hubiera quedado mejor como nouvelle, sin esas digresiones que no vienen a
cuento. Sin embargo, la editorial me contradice en la contraportada.
Sirviéndose
de un elegante y desdeñoso sentido del humor, Turguéniev realiza un impecable
retrato satírico de la «buena sociedad» de la época, de la hipocresía
generalizada y la cerrazón de las clases dominantes ante el progreso
inevitable, para dar lugar a la novela más lúcida y emocionante de uno de los
mejores escritores rusos del siglo XIX.
Y
así sucede en buena parte de la novela, a través de la cual el maestro satiriza
sin piedad a una serie de personajes que son trazados con unas pocas
pinceladas gruesas.
Litvínov
encontró en casa de Irina bastantes invitados. En un rincón, ante la mesa de
juego, permanecían sentados tres generales de los de la excursión: el obeso, el
irritable y el condescendiente. Estaban jugando al whist con un imbécil y no
hay palabras en la lengua humana para expresar la importancia con que repartían
las cartas, recogían la baza, jugaban los triunfos, tiraban las cartas… ¡Igual
que hombres de Estado!
No
pretendo obviar que la novela fue escrita poco después del 19 de febrero de
1961, el día en que Alejandro II decreta la emancipación de los siervos.
Semejante suceso tuvo que afectar a la mentalidad rusa de una manera brutal.
Quizás
sucedió que Turguéniev tomó posiciones ante la nueva situación, lo cual vino a
redundar en una mayor complejidad estructural, o quizás, simplemente, no fue
otra cosa que la salida del genio.
Comienza
la historia con el protagonista, Litvínov, mezclado en la sociedad de Baden
Baden. A su alrededor demócratas, aristócratas, revolucionarios, reaccionarios,
eslavófilos u occidentalistas. Quizás de ahí el título, Humo. Incluso hay quien
habla de literatura comprometida.
Sin
embargo, y después de 50 páginas, la historia da un giro afortunado. Entonces nos
encontramos con un Turguéniev más cómodo, reconocible, que vuelve a sus eternas
obsesiones, la frustración de un primer amor.
Litvínov,
a punto de casarse, se encuentra, casualmente, con la que fue su primer amor,
una mujer cruel que traicionó sus buenas intenciones.
Inexplicablemente
Litvínov se viene abajo de nuevo. Su amigo Potúguin lo define a la perfección.
―No se
puede evitar. El hombre es débil, la mujer es fuerte, la casualidad tiene un
poder absoluto, someterse a una vida insignificante es difícil, olvidarse de
uno mismo resulta imposible… Y aquí está la belleza y el interés, el calor y la
luz. ¿Cómo resistir? Y uno echa a correr lo mismo que la criatura hacia el ama.
Después, como es lógico, vienen el frío, la oscuridad, el vacío… según
corresponde. Y uno acaba habituándose, y no comprende nada. Al principio no se
comprende cómo se puede amar y luego no se comprende cómo se puede vivir.
Litvínov,
tan inocente a nuestros ojos, cae en el ridículo más espantoso. Ya les sucedió
lo mismo a otros protagonistas de Turguéniev. En este caso, el ridículo quizás
es todavía mayor.
Otra
vez Potúguin interviene para avisar a nuestro buen Litvínov, otra vez artífice
de la transición. La mujer es la misma víbora de otras nouvelle de Turguéniev,
incluso tiene un marido que consiente, diferente en algunos aspectos pero muy
similar al que aparece en Lluvias primaverales.
Me
queda la sensación de que la novela más comprometida de Turguéniev no es sino
otra salida a su permanente obsesión, a la que vuelve una y otra vez, lo cual
me agrada.
Litvínov
representa el amor ideal, una caballerosidad que no parece de este mundo, algo
así como el beso de amor verdadero de los cuentos. Por contra la mujer, que
representa la falsedad más abyecta, la mentira, el interés… No os vayáis a
pensar que es un asunto de misoginia porque siempre hay también una mujer
bondadosa que sirve para enfrentar los caracteres.
Quizás
no os llame la atención la obsesión de Turguéniev, pero que eso no suponga
obstáculo para que os acerquéis a sus fabulosas historias.
«Humo,
humo», repitió unas cuantas veces. Y de pronto todo le pareció humo, su propia
vida, la vida rusa, todo lo humano y, en particular, todo lo ruso. Todo es humo
y vapor, pensaba; todo parece que cambia continuamente, por doquier surgen
imágenes, los fenómenos suceden a los fenómenos, pero en realidad todo es lo
mismo. Todo se precipita, se apresura a alguna parte y todo desaparece sin
dejar huella, sin conseguir nada. Cambiará el viento y todo se marchará a otro
lado, y allí de nuevo el mismo juego incansable, inquieto e innecesario.
Recordó muchas cosas que había visto en los últimos años con tormentas y
estruendos… humo. Murmuraba: humo.
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