miércoles, 23 de octubre de 2019

Humo, (1867), Iván Turguéniev




En esta ocasión me ha parecido que Turguéniev escribe un tanto forzado durante determinados fragmentos. Su tradicional forma de introducir la historia también cambia, es más amplia, más descriptiva y pausada, más aburrida. La flor y nata de la burguesía europea disfruta de las bondades de Baden Baden, una pequeña ciudad del Rhin, entre Francia y Alemania, con baños termales, teatros, casinos… y muchos rusos.

La transición entre la introducción y la historia propiamente dicha siempre es diáfana en Turguéniev. Aunque en este caso ambas se solapan, no por ello es menos brusca. De pronto, como introducido con calzador, aparece un personaje, Potúguin, no se sabe muy bien de dónde ni para qué, pero obvio nexo entre transiciones. Potúguin representa la timidez, la indecisión, la extravagancia incluso, es la herramienta que utiliza el escritor para conducir al protagonista, Litvínov, hasta la mujer cruel que contiene toda historia de Turguéniev que se precie.

Humo es considerada una novela, supongo que por la extensión, pero me da por pensar que hubiera quedado mejor como nouvelle, sin esas digresiones que no vienen a cuento. Sin embargo, la editorial me contradice en la contraportada.



Sirviéndose de un elegante y desdeñoso sentido del humor, Turguéniev realiza un impecable retrato satírico de la «buena sociedad» de la época, de la hipocresía generalizada y la cerrazón de las clases dominantes ante el progreso inevitable, para dar lugar a la novela más lúcida y emocionante de uno de los mejores escritores rusos del siglo XIX.



Y así sucede en buena parte de la novela, a través de la cual el maestro satiriza sin piedad a una serie de personajes que son trazados con unas pocas pinceladas gruesas.



Litvínov encontró en casa de Irina bastantes invitados. En un rincón, ante la mesa de juego, permanecían sentados tres generales de los de la excursión: el obeso, el irritable y el condescendiente. Estaban jugando al whist con un imbécil y no hay palabras en la lengua humana para expresar la importancia con que repartían las cartas, recogían la baza, jugaban los triunfos, tiraban las cartas… ¡Igual que hombres de Estado!



No pretendo obviar que la novela fue escrita poco después del 19 de febrero de 1961, el día en que Alejandro II decreta la emancipación de los siervos. Semejante suceso tuvo que afectar a la mentalidad rusa de una manera brutal.

Quizás sucedió que Turguéniev tomó posiciones ante la nueva situación, lo cual vino a redundar en una mayor complejidad estructural, o quizás, simplemente, no fue otra cosa que la salida del genio.



Comienza la historia con el protagonista, Litvínov, mezclado en la sociedad de Baden Baden. A su alrededor demócratas, aristócratas, revolucionarios, reaccionarios, eslavófilos u occidentalistas. Quizás de ahí el título, Humo. Incluso hay quien habla de literatura comprometida.

Sin embargo, y después de 50 páginas, la historia da un giro afortunado. Entonces nos encontramos con un Turguéniev más cómodo, reconocible, que vuelve a sus eternas obsesiones, la frustración de un primer amor.

Litvínov, a punto de casarse, se encuentra, casualmente, con la que fue su primer amor, una mujer cruel que traicionó sus buenas intenciones.

Inexplicablemente Litvínov se viene abajo de nuevo. Su amigo Potúguin lo define a la perfección.



―No se puede evitar. El hombre es débil, la mujer es fuerte, la casualidad tiene un poder absoluto, someterse a una vida insignificante es difícil, olvidarse de uno mismo resulta imposible… Y aquí está la belleza y el interés, el calor y la luz. ¿Cómo resistir? Y uno echa a correr lo mismo que la criatura hacia el ama. Después, como es lógico, vienen el frío, la oscuridad, el vacío… según corresponde. Y uno acaba habituándose, y no comprende nada. Al principio no se comprende cómo se puede amar y luego no se comprende cómo se puede vivir.



Litvínov, tan inocente a nuestros ojos, cae en el ridículo más espantoso. Ya les sucedió lo mismo a otros protagonistas de Turguéniev. En este caso, el ridículo quizás es todavía mayor.

Otra vez Potúguin interviene para avisar a nuestro buen Litvínov, otra vez artífice de la transición. La mujer es la misma víbora de otras nouvelle de Turguéniev, incluso tiene un marido que consiente, diferente en algunos aspectos pero muy similar al que aparece en Lluvias primaverales.

Me queda la sensación de que la novela más comprometida de Turguéniev no es sino otra salida a su permanente obsesión, a la que vuelve una y otra vez, lo cual me agrada.

Litvínov representa el amor ideal, una caballerosidad que no parece de este mundo, algo así como el beso de amor verdadero de los cuentos. Por contra la mujer, que representa la falsedad más abyecta, la mentira, el interés… No os vayáis a pensar que es un asunto de misoginia porque siempre hay también una mujer bondadosa que sirve para enfrentar los caracteres.

Quizás no os llame la atención la obsesión de Turguéniev, pero que eso no suponga obstáculo para que os acerquéis a sus fabulosas historias.



«Humo, humo», repitió unas cuantas veces. Y de pronto todo le pareció humo, su propia vida, la vida rusa, todo lo humano y, en particular, todo lo ruso. Todo es humo y vapor, pensaba; todo parece que cambia continuamente, por doquier surgen imágenes, los fenómenos suceden a los fenómenos, pero en realidad todo es lo mismo. Todo se precipita, se apresura a alguna parte y todo desaparece sin dejar huella, sin conseguir nada. Cambiará el viento y todo se marchará a otro lado, y allí de nuevo el mismo juego incansable, inquieto e innecesario. Recordó muchas cosas que había visto en los últimos años con tormentas y estruendos… humo. Murmuraba: humo.


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