jueves, 16 de abril de 2020

Las desventuras del joven Werther (1774), Goethe.



Más de una vez había emprendido sin éxito la lectura de esta pequeña joya. No conocía a Goethe y mi admirado Hesse me redirigía a él una y otra vez. Una buena prosa y la promesa de un descalabro amoroso con trágico final no significaron suficiente acicate para continuar. Quizás era eso, la fama excesiva, el conocer que desató una plaga de suicidios, de imitaciones del joven Werther. Grande fue mi equivocación, lógica también; olvidé que hay tantas lecturas como lectores.
Comienza la novela con una somera descripción del carácter de Werther:

Por lo demás, la gente es buena. Si algunas veces me entrego con ella a placeres que áun quedan a los hombres, como son el charlar alegre, franca y cordialmente en torno a una mesa bien servida, organizar una expedición al campo, un baile u otra diversión cualquiera, me encuentro en mi elemento, con tal que no se me ocurra entonces la idea de que hay en mí otra porción de facultades que debo ocultar cuidadosamente, por más que se enmohezcan no ejercitándolas. ¡Ah!, esto desgarra el corazón, pero el hombre nace para morir sin que le hayan conocido.

Aquí y allá se comienzan a entrever perlas de sabiduría:

Cuantos se dedican a la enseñanza convienen en que los niños no saben darse cuenta de su voluntad; pero, por más que para mí sea una verdad inconcusa, no creerán muchos que los hombres, como los niños, caminando a tientas sobre la tierra, ignorando de dónde vienen y adónde van, son poco menos que autómatas y, exactamente como los niños, se dejan gobernar con juguetes, confites y azotes.

De forma hermosa, ágil e inteligente se nos describe el amor entre Werther y Charlotte. Se conocen durante la ausencia del prometido de Charlotte, que está de viaje por asuntos familiares. Debido a la honestidad de unos y otros, dicho amor nunca llega a fructificar. Regresa Albert, el prometido de Charlotte y resulta ser, para el joven Werther, un dechado de virtudes. Y eso es todo, se casan y Werther huye a la ciudad para trabajar, para labrarse un porvenir.
Aquí termina el primer libro y comienza el segundo, y aquí germina mi particular lectura.
Según se desprende de la crítica general, el joven Werther se muestra incapaz de olvidar su amor por Charlotte, lo cual le encaminará al suicidio. Sin embargo, a mí me parece obvio que Werther supera perfectamente su desamor, pero lo que no llega nunca a superar es su incapacidad para adaptarse a la sociedad.
Werther es un personaje no tan extraño a la literatura, un hombre tan honesto y sincero que no soporta la hipocresía de sus semejantes. Podríamos definir a Werther como un hombre sensible y virtuoso que, inmaduro para la sociedad, se muestra incapaz de guardar las formas. Obviamente que la sociedad no conoce la piedad y castiga este extraño tipo de intolerancia.
Este es el primer párrafo del libro segundo:

Llegamos ayer. El embajador está indispuesto y guardará cama algunos días. Si al menos fuera un hombre de buen trato, todo marcharía bien. Veo que la suerte me ha reservado rudas pruebas; pero, ¡ánimo! Un carácter ligero lo soporta todo. ¡Un carácter ligero! Risa me da al ver que esta frase se ha escapado de mi pluma. ¡Ah!, si yo fuera algo más superficial, sería el hombre más feliz de la tierra. Pero, ¡no! Otros, pobres de fuerza y de espíritu, se pavonean delante de mí con aire de suficiencia, y yo me aburro con mi superioridad y mis conocimientos. Tú, Señor, que me has dado estos bienes, ¿por qué no me negaste la mitad de ellos concediéndome, en cambio, la confianza y satisfacción de mí mismo?

El amor por Charlotte pasa inmediatamente a lugar secundario. Ahora lo es todo la inadaptación a la sociedad de un adolescente. Quiero entender (aquí, insisto, introduzco mi particular lectura) que si al joven Werther le hubiera ido bien en la mundana sociedad, tarde o temprano hubiera encontrado otra mujer que le hubiera ayudado a olvidar aquel maravilloso primer amor. De hecho Charlotte, al final de la historia, le llega a reprochar al muchacho que no hubiera sido capaz de reponerse, de casarse con otra mujer, pero para entonces nuestro joven protagonista ya está del todo perdido. Werther en ningún momento encontró el camino para darle la vuelta a su inadaptación.
No soporta aquello que nos da el sustento, su trabajo:

Y toda la culpa es de los que me habéis amarrado a este yugo, contándome maravillas de la actividad. ¡Actividad! Remaría voluntariamente diez años más en la galera donde ahora estoy sujeto, si el que no tiene otra ocupación que la de plantar patatas y el que va a vender sus granos a la ciudad no hiciera más que yo.

A Werther le irrita la división social, la hipocresía, la lucha de los unos contra los otros.

¡Necios!, no ven que el lugar no significa nada y que el que ocupa el primer puesto hace muy pocas veces el primer papel. ¡Cuántos reyes gobernados por sus ministros! ¡Cuántos ministros por sus secretarios! ¿Y quién es el primero? Yo creo que aquel cuyo ingenio domina al de los demás, de que por su carácter y destreza convierte las fuerzas y las pasiones ajenas en instrumentos de sus deseos.

Desgraciadamente, Werther es tan sincero que se muestra incapaz de ocultar el desprecio que siente por sus semejantes, por las convenciones sociales. Ello le convierte en el centro de la atención, el objetivo de los cuchicheos y la maledicencia

Y como ahora, donde quiera que me presento, oigo decir que los que me envidian baten palmas; que me citan como un ejemplo de lo que sucede a los presuntuosos que se creen autorizados para prescindir de todas las consideraciones porque están dotados de algún ingenio, y oigo, además, otras majaderías semejantes, de buena gana me clavaría un cuchillo en el corazón. Digan lo que digan de los caracteres despreocupados, yo querría saber quién es el que puede sufrir que tanto bellaco murmure de él de este modo. Sólo cuando carece de fundamento la murmuración es fácil depreciar a los murmuradores.

Después encuentro otro párrafo interesante, especialmente en su parte final, donde se define muy bien a nuestro protagonista:

Estoy ahora en la casa de campo del príncipe. Se vive muy bien con este hombre: es la verdad y la sencillez personificada, pero está rodeado de gente singular que no acabo de comprender. Sin tener el aspecto de unos bribones, les falta el talento de los hombres de bien. Algunas veces me parecen muy respetables, y, sin embargo, no llego a fiarme de ellos. Me molesta que el príncipe hable con frecuencia de cosas que ha oído decir o que ha leído, copiando siempre servilmente lo que lee y lo que oye. Añade a esto, que tiene en más mi talento que mi corazón, este corazón, única cosa de que estoy orgulloso, única fuente de toda fuerza, de toda felicidad y de todo infortunio. ¡Ah! Lo que yo sé, cualquiera lo puede saber; pero mi corazón lo tengo yo solo.

Es a partir de aquí cuando Werther regresa en busca de Charlotte, como si pudiera significar ésta la salvación de todos sus males. Abandona la posibilidad de medrar en sociedad para volver a su localidad de origen, diríase que se rinde.

Una buena parte de la novela, para mí la más dramática, describe la angustiosa caída.

Sólo Dios sabe cuántas veces me he dormido con el deseo y la esperanza de no despertar jamás. Y al día siguiente abro los ojos, vuelvo a ver la luz del sol y siento de nuevo el peso de mi existencia.
¡Ah! ¿Por qué no soy uno de esos maniquíes que se amoldan a todo, a todo, menos a sí mismos? Entonces, al menos, el insoportable fondo de mi desolación no pesaría sobre mí más que a medias. Por desgracia, comprendo que la culpa es únicamente mía. ¡La culpa!

Pero ya Werther está desequilibrado, y diríase que todo lo que toca lo destruye. Progresivamente, también en el pueblo comienza a ser rechazado por los unos y los otros. Sus actos no guardan equilibrio con la marcha de los asuntos propios de nuestra sociedad “civilizada”. Toca fondo cuando también Charlotte se vea obligada a rechazar su presencia.
Se dice Werther:

A veces pienso: «Tu destino no tiene igual: comparados contigo, los demás hombres son felices; porque jamás mortal alguno se vio atormentado como tú.»

Igual me estoy equivocando, y resulta que no he hecho otra cosa que redundar en lo obvio, o quizás se trate de un buen ejemplo de la maleabilidad de los clásicos. Perfecta lectura para iniciarse en Goethe. Toda la trascendencia de esta novela no es casualidad, sino fruto de su profundidad. A mi modo de ver, guarda hoy toda su frescura.


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