miércoles, 15 de abril de 2020

Walden (1854), Henry David Thoreau.



No me gusta perder más de dos o tres horas escribiendo una de estas humildes reseñas. Suelo elaborarlas en tres actos separados en el tiempo. Primero expongo todas las ideas y las redacto más o menos globalmente. Segundo, completo, sintetizo y ordeno. Tercero reviso. No tiene sentido para mí resumir lo que ya otros han hecho con mayor dedicación y acierto. Lo que yo pretendo aquí es asentar las lecturas, dejar una huella que quizás le sirva a alguien, encontrar afinidades, cuando menos a mí me agrada y sirve.

Esto viene a colación de que esta lectura viene de la mano del blog El infierno de Barbusse, que precisamente anuncia su retirada con este magnífico trabajo. En parte me salté las normas y realicé una lectura libre, ora rápida, ora con calma. Luego vino la relectura, necesaria para responder a los trabajos que imponía dicha “lectura ilustrada”.

El caso que la lectura de Walden se ha prolongado en el tiempo durante alrededor de un trimestre. Si a ello añadimos su talento perturbador, y que ha despertado en mí incógnitas e inquietudes, ahora me encuentro con que no es posible hacer una reseña al uso.

¿Walden es un ensayo? ¿Lo son Las analectas de Confucio? Me cuesta calificarlo como ensayo. ¿Filosofía? Walden es Thoreau, y Walden es una pequeña laguna donde Thoreau decide darse un tiempo, separarse de la vida en Concord para reconstruirse. Walden es un pensador, un pequeño sabio. Es tan honesto que nos ofrece todos los por qué:

«No impondría mis propios asuntos a la atención de los lectores si no hubiera recibido muchas preguntas y muy concretas por parte de mis conciudadanos en relación a mi modo de vivir.»

«No hablaría tanto sobre mí mismo si hubiera otra persona a quien conociera tan bien. Por desgracia, estoy limitado a ese asunto debido a la escasez de mi experiencia.»

Fui a los bosques porque quería vivir deliberadamente, enfrentándome sólo a los hechos esenciales de la vida, y ver si podía aprender lo que la vida tenía que enseñar, no fuera que cuando estuviera por morir descubriera que no había vivido. No quería vivir nada que no fuera la vida, pues vivir es algo muy valioso, ni tampoco practicar la resignación, a no ser que fuera absolutamente necesario. Quería vivir intensamente y extraer el meollo de la vida, vivir de manera tan dura y espartana como para apartar todo lo que no fuera la vida, surcar una divisoria y lleva la vida hasta un rincón y reducirla a sus elementos básicos y, si resultaba mezquina, obtener entonces toda su genuina mezquindad y hacerla pública al mundo; y si fuera sublime, saberlo por experiencia y poder dar cuenta de ello en mi próxima excursión.

No se arredre el lector ante las primeras cien páginas, que encierran toda la filosofía vital de Thoreau y que exigen la pausa que nosotros queramos darle. Lo mejor es leerlo de un tirón y luego volver si te apetece a determinados fragmentos. Nos habla Thoreau de las personas, de sus sueños y ambiciones, sobre el trabajo y la ociosidad, sobre el progreso y la civilización, sobre lo que es o no justo, en fin, sobre lo que en verdad importa. Incluso dedica un pequeño y fabuloso capítulo a la lectura de libros.

No voy a entrar en disquisiciones acerca de la sabiduría, pero Thoreau impele a la reflexión. Dice la Biblia: «El principio de la sabiduría es tratar de adquirirla» (Proverbios 4,7). Luego con Thoreau se puede o no estar de acuerdo, pero insisto, no se puede poner en tela de juicio su honestidad:

«En cualquier caso, quizá estas páginas estén escritas sobre todo para estudiantes pobres. En cuanto al resto de lectores, se quedará con aquellas partes que le incumban. Espero que ninguno fuerce las costuras del abrigo al ponérselo, pues sólo le será útil a quien realmente le siente bien.»

Y por si alguien se ve tentado a tildarlo de soberbio, Thoreau se reafirma:

Por nada del mundo quisiera que alguien adoptase mi modo de vida; pues, al margen de que yo podría haberme hecho con uno nuevo para cuando el otro hubiera aprendido el antiguo, es mi deseo que haya tantas personas diferentes en el mundo como sea posible; que cada uno tenga el máximo cuidado en descubrir y perseguir su propio camino, en lugar del de su padre, su madre o su vecino.

Obviamente la sabiduría no es fácil de transmitir. De hecho yo creo que más que nada se experimenta, y que no se trata de una sensación por completo estimulante. Por ello Thoreau es enigmático y oscuro:

Y perdonaréis ciertas oscuridades, porque en mi oficio hay más secretos que en el de la mayoría de los hombres y, sin embargo, no los he guardado intencionadamente, sino que son inseparables de su naturaleza.

Qué más os podría decir. En la wikipedia, en cualquier lugar encontraréis un estupendo resumen. El mito Thoreau sigue vigente, en especial entre los activistas ecologistas que han visto en él un ejemplo de vuelta a la naturaleza. Martin Luther King, Gandhi o Tolstoi lo leyeron con pasión. También ha tenido detractores. Los hay que critican su excesiva moralina, incluso tildan sus reflexiones como propias de un adolescente. Su amigo Emerson consideraba que no había que tomárselo demasiado en serio:

«Is a boy, and will be an old boy»

Cada cual con su opinión. Igual a algunos lectores les parece la historia idílica de un hombre que regresa a la naturaleza. Hay lectores que se conforman con la belleza de la prosa, sin darle importancia al contenido. A mí en cambio no me parece una lectura propia para lectores contentadizos, y sí en cambio para aquellos que cultivan inquietudes, ni qué decir para aquellos que pretenden darle un nuevo rumbo a sus vidas.
¿Manda Thoreau un mensaje a sus semejantes? No pretende, como un profeta, redimir a la humanidad, sino algo mucho más sencillo: «para vivir en sociedad hay que saber primero vivir con uno mismo cordial y respetuosamente» (me tomo la libertad de tomar una respuesta de la lectura ilustrada de El infierno de Barbusse).
Resulta ilustrativa al respecto una frase de Thoreau a propósito de la lectura de libros:

Más de un hombre ha iniciado una nueva época de su vida a partir de la lectura de un libro.

Y finalmente el blog El infierno de Barbusse se despide con una frase del propio Walden como si se tratara de un mago que desaparece dejándonos boquiabiertos:

Abandoné los bosques por una razón tan buena como la que me trajo a ellos. Me pareció que quizá tenía otras vidas que vivir y que no podía dedicar más tiempo a ésta. Es llamativa la facilidad e insensibilidad con la que tomamos un determinado camino y lo convertimos en un sendero trillado.



2 comentarios:

  1. Veo que hemos sido compañeros de lectura. Walden ha sido un digno colofón de Barbusse. He disfrutado con su lectura, en este contexto tan singular, que la he hecho si cabe más valiosa. Conserva su vigencia y es un remanso para sentir, pero un acicate para pensar y que cada uno se replantee si de verdad está viviendo la vida que quiere o la que le imponen. Te dejo un link con la visita de dos lectores a la laguna de Walden y sus reflexiones, está en inglés: https://www.pbs.org/video/thoreau-at-walden-pond-au0mlo/
    Saludos.

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    1. Se agradece el enlace. Mi inglés es limitado pero las imágenes de la laguna y el entorno son magníficas. A mi la figura de Thoreau me ha fascinado. Recuperaré su lectura más adelante. Una pena que no habrá más lecturas ilustradas, pero ahí quedan los buenos libros.
      Saludos

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