jueves, 20 de marzo de 2025

Nuevas páginas de mi vida (1957), Ramón Gómez de la Serna

 

Más que la propia obra, me ha llamado la atención la personalidad y vida del escritor. Autor de gran personalidad, que se atraía tanto grandes simpatías como antipatías. Su obra es enorme, novela, biografías, ensayo, periodismo…, pero es conocido fundamentalmente por las greguerías, enunciados breves, a la manera de aforismos, que generalmente constan de una oración expresada en una o dos líneas, y que expresan de forma original un pensamiento o chascarrillo.

Tanto su obra como su personalidad, ejercieron gran influencia, entre los creadores de su tiempo y, especialmente, en los poetas de la generación del 27, una gran época para la literatura española, extirpada de raíz por la guerra civil.

Gran líder, fundó y cohesionó la famosa tertulia del Café Pombo, inmortalizada por la pintura de José Gutiérrez Solana, activa desde 1914 a 1936, que se reunía cada sábado después de cenar. Conocer el funcionamiento de esta tertulia sirve para conocer la bohemia literaria de la época. 


Por lo demás, la obrita que tengo entre manos no es más que una bagatela, pero buena muestra de las greguerías de don Ramón. Viene a ser como una continuación de una especie de autobiografía, Automoribundia. En definitiva, una excusa para conocer la personalidad del escritor, un extraño talento que disfrutó del éxito y que vivió la segunda parte de su vida en el exilio, como tantos otros. Y se trata de un talento que hoy también tendría su hueco en televisión y redes sociales.

He dado con un libro algo subrayado, y es curioso como unos subrayan unas greguerías u otras, cada cual según su gusto.

 

Tiene que haber en el más allá tormentos graves para los malos novelistas.

 

Antes todo era más lento, porque lo hacían lento los seres humanos como una facultad que tenían y siguen teniendo; pero ahora la incertidumbre es inquietante y aprieta el acelerador.

 

El castellano, en su leal franqueza, exige que la interrogante comience su duda desde el principio de párrafo y no se deja a la sorpresa final de ese único interrogante que emplean otros idiomas.

 

Que mi manera de entender las cosas es a la luz de la luna, no a la luz de la ciencia.

 

Que este es un mundo de monstruos, en el que quien menos lo es, es el que quien más lo parece: el poeta: Hay que escribir con aire divagatorio porque sólo el divagar es vivir.

 

 

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