martes, 16 de agosto de 2016

Memorias y aventuras de Barry Lyndon, de William M. Thackeray.





Casi todos estaremos de acuerdo en considerar El nombre de la rosa o Barry Lyndon entre ese escaso número de películas que logran estar a la altura de los libros que las han provocado. Sin embargo, me da por pensar que el film de Stanley Kubrick constituye impedimento para que mucha gente se acerque a la lectura de la increíble novela de Thackeray, o por lo menos para mí sí que lo significó. Y es que esta novela me ha entusiasmado, y no me cabe duda de que Barry Lyndon será uno de esos pocos personajes de ficción que permanecerá íntegro en mi memoria, lo cual ya es motivo más que suficiente para colocar la novela entre mis clásicos favoritos.
Disculpen por el academicismo, pero no quiero perder la oportunidad de ensalzar nuestra literatura, y es que considero clave apuntar que esta novela es continuadora del éxito de Lazarillo y Guzmán de Alfarache (vía Fielding, cómo no), así como también deudora de El Quijote. También decir que Thackeray fue eclipsado por Dickens, pero no en Gran Bretaña donde se le aprecia en su verdadera valía.
Nuestro protagonista, que no se llama en realidad Barry Lyndon sino Redmon Barry, atraviesa una vida llena de peripecias que lo llevan a escalar de lo más bajo a lo más elevado de la sociedad para luego volver a caer.
Y debo decir que Redmon Barry nos cae bien porque se hace a sí mismo, se nos hace un bribón de lo más simpático cuando en realidad es el hombre más vil y despreciable que pudiéramos encontrar. Quizás sucede que Thackeray se aprovecha de nuestra piedad para con los orígenes humildes, de nuestra comprensión del hecho de que los pobres no tienen otro remedio que saltarse la ley si ambicionan prosperar.

Redmon Barry no es solo un pícaro, no, Redmon Barry es un delincuente peligroso, un jugador profesional tramposo y eficaz que hace carrera y dinero por toda Europa, un seductor malévolo e interesado, un verdadero sinvergüenza.

Esa es mi forma de fascinar a las mujeres. Que el hombre que desee alcanzar su fortuna en la vida recuerde esta máxima: el ataque es su único secreto. Arriesgaos y siempre obtendréis algo del mundo…

El haragán sin ambiciones pretende que no vale la pena adquirir la eminencia, se niega a participar en la lucha y se llama a sí mismo filósofo. Lo único que digo sobre este tipo de hombre es que es un cobarde y un pobre de espíritu. ¿Para qué es buena la vida sino para alcanzar honores? Y eso es algo tan indispensable, que debemos conseguirlo de cualquier modo.

En mi opinión, toda la cuestión estriba en que a veces compramos el dinero a un precio demasiado alto.

De aventura en aventura, Thackeray lleva a cabo una crítica tremenda de la sociedad de su tiempo. Contra una sociedad como la británica que recomienda unas actitudes, Thackeray nos describe a un individuo que prospera practicando las actitudes contrarias.
Sí, Redmon Barry es un verdadero sinvergüenza. Solamente le salva que sus víctimas son personajes como él o peores, pero no siempre, porque Redmon Barry lo mismo aplasta a un hombre rico y poderoso que es mezquino y cruel con el débil que a un hombre virtuoso y trabajador, así que no temáis con una posible identificación con él.

Comienza la novela con una frase que puede parecer machista pero que para nada lo es si se continúa con la lectura. Digamos que Redmon Barry es un mujeriego impenitente pero a menudo sucede que son las mujeres la causa de su desgracia.

Desde los días de Adán, apenas si se ha cometido algún mal en este mundo en cuyo trasfondo no se encuentre una mujer.

En fin, que no me quiero alargar mucho. Solamente recomendaros su lectura. Quizás a algunos os pase como a mí, que no os acerquéis a ella mal influenciados por la movie de Kubrick. Y en verdad os digo que esta novela contiene el universo entero. No es especialmente larga pero lo contiene todo. No os defraudará. Tiene una trama llena de aventuras que os atrapará irremediablemente, con un lenguaje claro y preciso que nada tiene de arcaico, y con una estructura moderna y atractiva. No hay nada en esta novela que haya pasado de moda, os lo aseguro.
Incluso hay certera crítica literaria, y eso que nunca podréis imaginaros a Redmon Barry leyendo, si acaso cazando, jugando a cartas, bebiendo o peleando. Sirva este fragmento como ejemplo de su elegante al tiempo que vertiginosa prosa.

Esas personas ―me refiero a los novelistas―, toman por héroe a un simple tambor o a un basurero, y se las arreglan de algún modo para ponerlos en contacto con los principales lores y con las personas más notables del imperio. Y estoy seguro de que no hay uno solo de ellos que, al describir la batalla de Minden, no se las haya arreglado para introducir al príncipe Fernando, a milord George Sackville y a milord Granby. Hubiera sido muy fácil para mí decir que estaba presente cuando se ordenó a milord George que cargara con la caballería y terminara con el avance de los franceses, y cuando se negó a hacerlo así, por lo que echó a perder la gran victoria. Pero la verdad es que me encontraba a dos millas de la caballería cuando milord dudó de aquel modo tan fatal, y ninguno de nosotros, soldados de línea, supimos lo que había sucedido hasta que hablamos del combate con los cocineros, aquella misma noche, y descansamos de los trabajos de todo un día de lucha.
            Aquel día no vi oficial de rango más alto que mi coronel y un par de oficiales de órdenes cabalgando entre el humo ―aunque ninguno de ellos estaba a nuestro lado―. Como pobre cabo que era, cual tenía la desgracia de ser en aquellos momentos, no fui invitado a estar en compañía de los comandantes y los altos cargos. Como contrapartida, os aseguro que tuve muy buena compañía por parte francesa, pues sus regimientos de Lorena y de la Corbata Real cargaron contra nosotros durante todo el día, y en este tipo de melée los cargos elevados y los bajos son recibidos del mismo modo. No me gusta fanfarronear, pero debo decir que llegué a conocer estrechamente al coronel de las Corbatas, pues le metí mi bayoneta en su cuerpo y acabé igualmente con un pobre abanderado…
            …Además, maté a otros cuatro oficiales y hombres y en el bolsillo del pobre abanderado tuve la suerte de encontrar una bolsa con catorce luises de oro, y una caja de plata llena de ciruelas azucaradas, regalos éstos que me fueron muy agradables. Si la gente contara sus historias de guerra de este modo tan sencillo, creo que la causa de la verdad no sufriría nada con ello.

También me parecen muy adecuados sus comentarios históricos acerca de las guerras en las que participa.

Se necesitaría un filósofo e historiador mucho mejor que yo para explicar las causas de la guerra de los Siete Años, en la que estaba involucrada Europa. Sus orígenes me parecieron siempre tan complicados, y los libros que se escribieron al respecto tan curiosamente difíciles de entender, que raramente he acabado un capítulo sabiendo más que al principio. Así pues, no plantearé problemas al lector ofreciéndole mis disquisiciones personales sobre el asunto.

Es adecuado soñar con la gloria de la guerra sentado en un cómodo sillón, en el hogar, o hacerlo como oficial, rodeado de caballeros magníficamente vestidos y animados por las oportunidades de ascenso. Pero esas oportunidades no suelen brillar para los pobres hombres de rangos inferiores.

No es que el humor esté presente, sino que Redmon Barry vive la vida con un contundente sentido del humor:

Fue ella quien me enseñó a bailar el minué con solemnidad y gracia, sentando así las bases de mi futuro éxito en la vida.

…y si puedo evitar que alguno de vosotros se case, las Memorias de Barry Lyndon no habrán sido escritas en vano.

―Señor ―le dije a mister Johnson, en respuesta a la imponente y erudita cita en griego que pronunció― os imagináis que sabéis mucho más que yo porque citáis a vuestro Aristóteles y a vuestro Platón, ¿pero podéis decirme qué caballo ganará la semana que viene en Esom Downs? ¿Podéis correr seis millas sin jadear? ¿Podéis dar en el blanco en el as de espadas diez veces, sin fallar ni una? Si podéis hacer todo eso, habladme de Aristóteles y de Platón.
―¿Sabéis vos con quién estáis hablando? ―rugió entonces el caballero escocés, mister Buswell.
―Conteneos, mister Buswell ―le aconsejó el anciano profesor―. No tenía ningún derecho a fanfarronear de mi griego ante el caballero, y él me ha contestado muy bien.
―Doctor, ―le dije, observándole con una mirada zumbona―, ¿habéis brindado alguna vez por una rima de Aristóteles?
―¡Oporto, por favor! ―ordenó mister Goldsmith riendo.
Y aquella tarde, antes de abandonar el local, nos tomamos seis rimas por Aristóteles. Después, cuando conté la hitoria, se convirtió en un chiste usual, de tal modo que, con el paso del tiempo, resultó normal oír decir en el White’s, o en el Cocoa-tree:
―¡Camarero, traedme una de las rimas del capitán Barry, por Aristóteles!


Todo en Redmon Barry es elevado, incluso sus borracheras:

A la mañana siguiente ya no me acordaba de lo sucedido. Lo había olvidado tan completamente como se puede olvidar lo que nos ha ocurrido siendo niños de pecho.

Mi madre se sentía orgullosa de que yo pudiera beber más que ningún otro del país, tanto, me decía, como había bebido mi propio padre.

En fin, que no se me ocurren más motivos para que conminaros a la lectura de esta enorme y sorprendente novela. Algunos no estarán de acuerdo conmigo, y que conste que soy fan de Stanley Kubrick. Su película es buena, pero ni se os ocurra restarle un ápice de mérito al gran William M. Thackeray.


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