lunes, 28 de agosto de 2017

Una belleza rusa (1973), de Vladimir Nabokov




 Un conjunto de relatos de gran potencia narrativa, con variedad de tipos humanos, por lo general exiliados rusos, como él, por causa de la Revolución Rusa, la mayoría en Alemania. Un pequeño prefacio escrito por el autor antecede a cada relato, en algunos casos de gran interés; como ejemplo:

Es una de mis obras breves de ficción ambientadas en el mundo de los exiliados rusos en Berlín entre 1920 y finales de los años treinta. Los aficionados a buscar conexiones autobiográficas han de saber que, al escribir esos relatos, lo que me producía más placer era inventar sin la menor compasión personajes de exiliados que, por su carácter, clase, rasgos externos y demás, no tenían absolutamente nada que ver con ninguno de los Nabokov.

Como en todo compendio de relatos, unos gustan y otros no. La maestría del ruso sobresale en lo inesperado. “Una belleza rusa” no deja de ser un ligero pasatiempo, pero fijaos con qué naturalidad Nabokov deja pasar el tiempo:

Pero al poco tiempo su vida se ensombreció. Algo había terminado, la gente se levantaba ya para marcharse. ¡Qué pronto! Su padre murió y ella se fue a vivir a otra calle. Dejó de ver a sus amigos, hacía en casa unos gorritos de punto que estaban de moda entonces y daba clases de francés por poco dinero en algún club de mujeres. Y así arrastró su vida hasta la edad de treinta años.

Y así termina el primer relato:

Eso es todo. Desde luego es posible que hubiera algún tipo de secuela, pero no estoy informado. En estos casos, en lugar de calentarme la cabeza haciendo conjeturas, suelo repetir las palabras del rey alegre en mi cuento de hadas favorito: ¿Qué flecha no deja nunca de volar? La flecha que ha alcanzado su objetivo.

Otras veces Nabokov se recrea en los bajos fondos. Los desafortunados suelen ser los inocentes, esas personas poco perspicaces que se dejan engañar o que no caen en la cuenta de cuál es el verdadero sentido de la vida. En cambio los maleantes y sinvergüenzas se nos presentan como espabilados que agarran la vida de las solapas sin pararse en mientes. “El Leonardo” (falsificador en el argot) resulta un relato estremecedor por su salvajismo, así como “El elfo patata” viene a ser el relato de las desventuras amorosas que acechan a un enano de circo.
Otro relato sui géneris es “La visita al museo”, que quizás quede pendiente de una segunda lectura y es el que más se acerca al Nabokov que a mí me gusta, ese que juega entremezclando locura y cordura; quizás, y solo quizás, no se trate de otra cosa que de poner en su lugar a la Revolución Rusa.
Un relato que parece sacado de contexto histórico como es “El duelo” destaca por las descripciones de los personajes y su ambiente:

Estaba solo. Los muebles, la cama, el lavabo parecieron despertar, mirarle ceñudamente y volverse a dormir. En aquella habitación de hotel adormecida y totalmente insignificante, estaba al fin solo Antón Petróvich.

A los amantes de lo metaliterario (a los lectores en general) les encandilará “Labios vs labios”. Un anciano escribe una novela y se deja llevar por el ego que se alimenta de la promesa de su publicación en una prestigiosa revista. Quizás sea de los mejores relatos. Nabokov expresa como nadie los lugares comunes. Es un relato verdaderamente actual.
Fíjense cómo termina el relato “El seductor”, realmente escalofriante para tratarse de un tema tan venal.

Pero en cuanto hayamos comido y dormido, la vida volverá a tener el buen aspecto que tenía antes y sonará la música de los instrumentos americanos en el alegre café descrito por nuestro amigo Lange. Y luego, algún tiempo después, nos morimos.


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