miércoles, 13 de diciembre de 2017

La casa de las siete torres (1886), de Nathaniel Hawthorne.



Se dice en el prólogo de mi humilde edición de Planeta que tanto nuestro autor protagonista como su amigo Herman Melville consideran la presente obra como mejor y más amena que la precedente, La letra escarlata. Cuestión de gustos, y de las obsesiones del consumidor, pero hay que tener en cuenta que la precedente obtuvo tremendas críticas por parte de sus pueblerinos conciudadanos, que, no pasemos por alto, son los protagonistas de sus novelas, los comprensivos y benignos vecinos de Salem, cuyo pasado fanáticamente religioso tiene mucho que ver con la obra que tenemos entre manos.

De hecho el pasado obsesiona a Hawthorne:

… verá el lector cómo las cosas antiguas influyen en la manera de ser de las más flamantes novedades de la vida humana. Podrá, también, sacar una lección del hecho cierto y poco considerado de que las obras de las generaciones pasadas son el germen que producirá un buen o mal fruto en lejanos tiempos por venir y que, junto con la semilla de la cosecha puramente temporal llamada por los mortales oportunidad, sembrarán las bellotas de más demorado crecimiento que puedan echar oscuras sombras sobre las generaciones posteriores.

Uno de los protagonistas de la novela está muerto hace tiempo ya, el coronel Pyncheon, que arrebató unos terrenos a un humilde campesino para construir, precisamente, la casa de los siete gabletes. La manera de hacerlo fue la más vil y despreciable, acusándolo de brujería en el contexto de los famosos sucesos de Salem. La única venganza del campesino es en forma de maldición, que de forma directa o indirecta, afectará a la familia hasta los tiempos de la propia narración.

Leer a Hawthorne es un placer; su prosa puede resultar a veces recargada, pero a todas luces contiene una tremenda calidad. Nos lo va explicando “casi” todo (y subrayo el casi porque la puesta en escena tiene su complejidad y esmero), como es habitual en la prosa decimonónica, y si estamos atentos al detalle nos quedaremos con una aguda descripción de la sociedad y de las personas que la habitan, que tan poco cambia aunque lo hagan las circunstancias.
La ironía, el sarcasmo, la comprensión última de la sociedad están siempre presentes en Hawthorne. No hay pesimismo, más bien rehúyo de este vocablo cuando se trata de reflexionar de la mano de los clásicos de la literatura, y no por otra cosa sino porque la sensación que me transmiten es de sabiduría, de comprensión de la sociedad. Claro que la sociedad humana en general tiene mucho de vil y ruin, y los grandes escritores a través de su arte reflejan a la perfección aquello que la sociedad, con su hipocresía, esconde.

Éste era un rasgo de Nueva Inglaterra… la áspera tela de puritanismo con una cenefa de oro.

Las personas demasiado tímidas y temerosas para participar en la barahúnda del mundo, contemplan con auténtica admiración a los verdaderos actores de la agitada escena de la vida.

Otro aspecto a destacar es la descripción de la casa, como si de un protagonista de la trama se tratase:

El sombrío aspecto de la habitación y de sus muebles, especialmente las sillas altas y duras, invitaba a la devoción. Una de las sillas se erguía junto a la cabecera de la cama y daba la impresión de que un personaje a la antigua moda se hubiera pasado la noche sentado en ella y se hubiese desvanecido con el tiempo justo para no ser descubierto.

Los protagonistas de la historia se pueden contar con los dedos de una mano. Hepzibah, la primera y principal, la del arrugado ceño. Luego aparece su contrapunto, la pequeña Phoebe, descrita con delicadeza suma por Hawthorne:

La pequeña Phoebe era una de esas personas que poseen, como único patrimonio, el don de saberlo disponer bien todo. Es una especie de magia natural que permite a los que la tienen descubrir las posibilidades ocultas en las cosas y dar un tono de comodidad a todos los sitios en que, siquiera sea por poco tiempo, establecen su vivienda. Una choza de troncos, levantada en medio del bosque por unos caminantes, se convertiría en un hogar después de albergar, desde el crepúsculo al alba, a una mujer de tal clase…
Diríase que los agradables sueños de Phoebe exorcizaron la penumbra.

            Y además están Holgrave, el daguerrotipista, Clifford, el hermano de Hepzibah y desgraciado que nos recuerda a la Hester Prynne de La letra escarlata, y por último el malo, el hipócrita Jaffrey Pyncheon.
             Cierto que hay un momento de la historia en que las descripciones se nos hacen en exceso minuciosas. El propio escritor lo sabe e irrumpe en el relato para disculparse:

El autor necesita tener gran fe en la simpatía de sus lectores, de lo contrario vacilaría antes de dar detalles tan minuciosos y hechos aparentemente tan banales, pero que son esenciales para dar una idea de la vida en el jardín de los Pyncheon.

El que quiera disfrutar de las obsesiones de Hawthorne deberá dejarse llevar de su mano como una colegiala. No queda otro remedio porque se corre el riesgo de perderse las perlas que se esconden en cualquier recoveco del camino. Las obsesiones del autor, a mi manera de ver, son similares a las de La letra escarlata. Como telón de fondo están la fuerza o la debilidad como motores últimos de la sociedad.

Aparte de cualquier motivo de temor que pudiera radicar en su pasada experiencia, sintió por el excelente juez el horror nativo propio de los caracteres débiles, delicados y aprensivos, en presencia de la fuerza maciza. La fuerza es incomprensible para la debilidad y por esto resulta todavía más terrible.

Incluso hay una escena al final de la novela en que se da una especie de escapada balsámica de la sociedad, de la mala fama y del apremio de las gentes, que flota como una posibilidad nunca usada en La letra escarlata y que aquí en cambio se da de una manera sorprendente y puntual, y que incluso se transfigura en filosofía en labios de Clifford en un momento de casi enajenación por su parte en el cual compara la vida actual con la ideal de nuestros ancestros los cazadores-recolectores. Ensalza entonces la libertad que ofrece el tren para escapar de los monstruos de ladrillo que suponen las casas, los hogares. Se trata, quizás de un ataque a la casa centenaria, herencia y origen de rencillas mil ¿quién sabe?

Esta vida poseía un encanto que desde que el hombre la abandonó, se ha desvanecido de la existencia... Entonces el hombre sufría sed y largas marchas agotadoras por senderos peligrosos. En nuestra espiral ascendente, escapamos a esos inconvenientes. Estos trenes, si se logra que el silbido de la máquina sea más melodioso y que desaparezca el traqueteo, estos trenes son la bendición que nos tramiten las edades pasadas. Nos dan alas, nos libran de las fatigas…
… Si el trasladarse de sitio es tan fácil ¿cómo van los hombres a enterrarse en un lugar dado? ¿ Para qué, pues, construirían viviendas que no puedan llevar con ellos? ¿Para qué van a encarcelarse de por vida entre piedras, ladrillos y tablas carcomidas,…?
… Para mí es tan claro como el sol que las piedras más peligrosas que el hombre encuentra en su camino hacia la felicidad, son esos monstruos de ladrillo consolidados con argamasa…

No digo más. Entrar en el universo de Hawthorne es fácil, pero luego que se avanza en su lectura los impacientes que buscan intriga y constantes sobresaltos encontrarán truncadas sus expectativas. Leer a Hawthorne requiere pausa. A cambio el regalo de un autor agradecido que trata de ofrecernos entretenimiento, que se esfuerza a través de una trama trabajada y bien construida, a través de una prosa magnífica que ofrece valiosas perlas semiocultas en un paisaje que lo mismo se presenta utópico que desolador, como la vida misma.

6 comentarios:

  1. Buena entrada, Hawthorne es uno de esos autores densos de estilo pero que valen la pena, como bien subrayas. Me encantó esa novela en su día.

    Tiene gracia el párrafo que dice que los trenes (los de esa época) serían perfectos sin el silbato y el traqueteo, cuando esos defectos forman parte de su encanto. Al menos desde la perspectiva contemporánea, que ya no tiene que sufrirlos (además, aquellos vagones de madera no debían ser muy cómodos precisamente).

    “Aparte de cualquier motivo de temor que pudiera radicar en su pasada experiencia, sintió por el excelente juez el horror nativo propio de los caracteres débiles, delicados y aprensivos, en presencia de la fuerza maciza. La fuerza es incomprensible para la debilidad y por esto resulta todavía más terrible”.

    Excelente párrafo sin duda. Suena a darvinismo social pero es más profundo que eso. Da qué pensar.

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    1. A mí personalmente Hawthorne me ha encandilado, precisamente por eso, porque es un autor que abre interrogantes. Por ejemplo, esas teorías del viaje y de rehuir de vivir siempre en el mismo lugar hay que entenderlas como ideas flexibles, no unívocas.En realidad ni siquiera hay que pensar que sean ideas propias del autor porque aparezcan en el texto en boca de sus personajes; son, pues, ideas de sus personajes. Hawthorne, a mi manera de ver, como muchos otros autores, aprovechan a sus personajes para introducir sus propias ideas y cada uno lo hace a su manera, como por ejemplo Dostoievski, que es un caso extremo.

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  2. No he leído el libro en mención pero me gusta tu post :)

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  3. Hola, Rubén:
    Una excelente entrada que, al menos a mí, me empuja a leer a este autor del que -sí, así es, me disculpo de antemano- a día de hoy no he leído nada suyo. Sí, claro, la versión cinematográfica de "La letra escarlata" sí, pero ahí acaba mi conocimiento sobre él.
    Me prometo a mí mismo leer algo de este autor.
    Un abrazo

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    1. Hola Juan Carlos y bienvenido a mi lista de lecturas.
      Supongo que La letra escarlata es mejor obra, pero a saber... Al final lo importante es que si afrontas la lectura encuentres algo que te lleve a leer hasta el final, algo con lo que te identifiques plenamente, porque si no quizás no merezca la pena. La letra escarlata es un relato sobre la proscripción, probablemente el que más profundiza en el asunto, y esta otra novela también tiene el mismo tema como telón de fondo. Qué duda cabe que fue la obsesión del autor. Si no encuentras ahí algo con lo que te identifiques, pues a otra cosa, que el tiempo es oro.
      Por mi parte, encantado de que te haya motivado a conocer al maestro.
      Saludos

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