jueves, 1 de marzo de 2018

América (1927), de Franz Kafka




De la mano de la crítica más superficial comienza uno la lectura de América con la idea de que se trata del libro menos kafkiano del autor. Y sí, parece que el escritor se mueve como pez en el agua en un registro más clásico, más optimista, pero no es más que una ilusión, un espejismo, quizás una trampa, simplemente la antesala escogida por el autor para que nos sintamos cómodos.
Un muchacho alemán de 15 años, Karl Rossmann, acaba de llegar a América en un barco. Al parecer fue seducido por una criada, con la que tuvo un hijo, y sus padres lo mandaron a América para que se buscase la vida y se apartara de lo que consideraban una fechoría. Ya empieza el pobrecillo a sufrir los avatares del destino. En el barco conoce al fogonero (El primer capítulo es publicado, en 1913, como relato independiente, con el título de El fogonero), y comienzan una serie de afortunadas casualidades que desembocan en el conocimiento de un tío suyo que ha triunfado en América. Su tío se lo lleva con él a su casa y lo trata como a un hijo, pero esto sucede durante dos meses, porque de buenas a primeras, sin que uno lo espere, comienza la trama kafkiana y Karl Rossmann se ve arrastrado de aquí para allá por una serie de situaciones absurdas e inexplicables.
Primero de todo está la actitud sorprendente de su tío, que tras un incidente nimio decide desvincularse de él sin una explicación congruente. Aquí comienza, realmente, el relato kafkiano.

«Querido sobrino: como ya lo habrás advertido durante nuestra convivencia, por desgracia en exceso breve, soy íntegramente un hombre de principios. Esto no es sólo muy desagradable y triste para quienes me rodean, sino también para mí; pero a mis principios debo todo lo que soy y nadie tiene el derecho de exigir que yo niegue mi existencia sobre la tierra tal como soy…»

Un día conoce a un amigo de su tío. Éste tiene una hija de su misma edad que le invita a pasar una noche en su casa. Allí se encuentra en una mansión gigantesca poblada por personas que se conducen de una manera extraña, desde la niña hasta el amigo de su padre. Sí, es Kafka en estado puro. Otra novela comienza aquí. La América de las oportunidades se convierte en el infierno de las desavenencias. El sueño americano es agrio, ¿una pesadilla?
La novela se abre a un terreno abonado para la crítica: alienación, surrealismo, absurdo. Se intentan buscar paralelismos con lo que le sucedió a un familiar de Kafka que emigró a América, pero lo que a nosotros, lectores, nos importa, es lo que Kafka pretende comunicarnos, la atmósfera de opresión, de absurda fatalidad. El protagonista comienza a ser llevado de aquí para allá, como una bolsa de plástico a merced del viento. Karl pierde toda iniciativa y se ve arrastrado por una serie de personas y acontecimientos que degeneran en situaciones patéticas. Quizás el protagonista peque de ingenuidad; no esté del todo preparado para el gran mundo. Es una persona honrada que a duras penas consigue mantener el equilibrio sobre la cuerda floja de la vida. Aquí y allá se topa con personajes que lo mangonean. Todos son, pese a lo extraño de su conducta, piezas que encajan a la perfección en el engranaje del gran mundo. En cambio Karl, pese a su honradez, pese al sentido común con el que se conduce, pese a toda su cordura, o precisamente debido a ella, no encaja en ese mundo. Cierto que se trata de un mundo mecanizado y obtuso que deja un espacio reducido al individuo.
 
Había allí, por ejemplo, seis porteros frente a seis teléfonos. Podía advertirse al instante que allí todo estaba distribuido de manera que uno solamente recibiera las conversaciones mientras que su vecino daba curso, telefónicamente, a los pedidos anotados en los registros que había recogido el primero. Tratábase de esos teléfonos novísimos para los que no se necesitaba ninguna casilla telefónica, pues la llamada de la campanilla no era más fuerte que un zumbido: podía hablarse al micrófono del teléfono en tono susurrante y, sin embargo, surgían las palabras con voz de trueno en su lugar de destino, merced a los amplificadores eléctricos especiales.

Querrás decir que, tal vez, que yo no soy tu superior inmediato; bien, tanto mejor hecho de mi parte que tome yo a mi cargo este asunto que de otra manera quedaría abandonado. Por lo demás, en mi calidad de portero mayor soy en cierto sentido el superior de todos, puesto que a mi cuidado están todas las puertas del hotel: esa puerta principal, por lo tanto, las tres del medio y las diez puertas laterales, y ni qué hablar de las innumerables portezuelas ni de las salidas sin puertas.

A menudo uno siente la misma asfixia que rodea al protagonista, y supongo que este es el objetivo primordial de Kafka. La conducta de los hombres es absurda, y la atmósfera en que se mueven puede resultar sofocante, pero ¿acaso no es absurda por lo general la conducta humana? A veces, un simple saludo, puede provocar consecuencias devastadoras.

―¡Y aunque realmente no le haya saludado a usted, cómo es posible que un hombre adulto se vuelva tan vengativo por la omisión de un simple saludo!

Todos estos desatinos afectan al personaje. Su cordura se ve puesta en entredicho de manera tal que desemboca en una tremenda falta de autoestima.

No obstante, el cartel implicaba para Karl una gran tentación. «¡Todos serán bienvenidos!», decía. Todos, de manera que también Karl. Sería olvidado todo lo que hasta aquel momento había hecho, nadie pensaría en reprochárselo. ¡Allí podía él presentarse y solicitar un trabajo que no era ninguna vergüenza, sino al contrario, ya que era uno invitado públicamente a hacerse cargo de él.

No sé si estoy atinando con la trascendencia kafkiana. Quizás yo también me vea afectado por el absurdo de la situación de tratar de interpretar al maestro. ¡A veces he leído alguna crítica de Kafka que es tan absurda como sus propios relatos! Ay, la crítica literaria ¡Cuánto se reiría nuestro buen Franz si levantara la cabeza y escuchara!
He tratado de dejarme llevar durante la lectura sin reflexionar, pero no puedes dejar de pensar en el origen de la trama, que se vuelve más farragosa y pesada según avanza, como ocurre con El proceso. Hay que esforzarse para seguir la puntillosa trama. Quizás el mismo Kafka no estaba satisfecho de su obra, pues todo hay que decirlo, se trata de una novela inconclusa publicada contra su voluntad. Me queda, con las novelas largas de Kafka, esa sensación de que se extiende en demasía, y quizás el hecho de que sea una novela inconclusa me deja sensaciones todavía más agridulces.

4 comentarios:

  1. No leí la novela, interesante reseña.

    Es curioso eso de las novelas incompletas. En cierto modo podría decirse que ninguna novela está conclusa, si se tiene en cuenta que muchos autores se pasan la vida escribiendo la misma pero con algunas variantes.

    Lo que cuentas de esta en concreto (aunque la comparación es obvia) me recordó a la Alicia de Carroll defendiendo su lucidez frente a la locura del gato de Cheshire y compañía. Lo que pasa es que lo de Alicia fue un sueño subterráneo del que ella despertó. Pero lo de Kafka parece más bien una pesadilla a ras de suelo y sin salida (quizá también por eso la dejó sin concluir. Quién sabe).

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    1. ¡Quién sabe! Kafka es misterioso. Escribe desde una posición de madurez, qué duda cabe que su visión de la realidad es lúcida, que sus personajes protagonistas se mueven con sentido común pero el mundo que los rodea les resulta incomprensible, absurdo. A mí me queda la sensación de que el autor insiste en una etapa de su vida en la que realmente se daba esa situación en un estado muy elevado, situación a mi modo de ver superada, porque esa superación es requisito indispensable para poder escribir sobre ella con lucidez. Quién sabe.
      En cuanto a lo de inacabada... la publicación de la obra kafkiana tiene un tanto de kafkiano. Quizás no debería haberse publicado nada más que una quinta parte de lo publicado. Sin ahondar, pero me he esforzado en leer al maestro (que más a menudo de lo que me gustaría me he tenido que esforzar por seguir leyendo) y me da por concluir que quizás se debería haber sido más cuidadoso al publicar una parte de su obra.
      Un abrazo Boni.

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  3. La edición que leí de "América" pertenece a una colección titulada "Novelas inmortales" (el caretablismo de algunas editoriales es de nivel cedro amargo).Creo que no hay que ser una autoridad en Kafka para percibir que estamos ante una narración menor (hay que recordar su caracter de obra inconclusa), lo que no significa en absoluto que sea desechable; al contrario, me quedo con los innumerables pasajes en que el absurdo conspira de manera desenfrenada en cada una de las acciones que ejecuta Karl Rossmann, ese príncipe del desamparo que protagoniza el relato en cuestión. Leyendo la novela, no pude evitar pensar en las obras que Samuel Beckett escribió muchas décadas después (Delamarche y Robinson, esa pareja de desvergonzados bribones, si hallán acá a su particular Godot en la figura del desgonzado Rossmann, aunque también el franchute y el irlandés podrían sustituir con facilidad a los protagonistas de "Final de partida"). También hay algo de chaplinesco en varias escenas de la novela (sobre esto ya se pronunció de manera espléndida Guillermo Cabrera Infante en el libro "Cine o sardina").

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