Son
relatos que se resisten a una primera lectura; cuando menos a mí se me han
resistido, y me consta que a otros lectores también. La primera vez que me
enfrenté a Colinas como elefantes blancos estuve atento al paisaje, que no es
otro que mi paisaje vital.
Las
colinas al otro lado del valle del Ebro eran alargadas y blancas. A este lado
no había sombra ni árboles, y la estación quedaba entre dos líneas férreas, al
sol.
La
estructura y los diálogos me parecieron muy buenos pero no me provocaron
mayores sensaciones. Lo que más me llamó la atención fue el título, la metafórica
maestría con la que había sabido identificar los rasgos fundamentales de los
conglomerados que acompañan al Ebro en su curso medio. Después de la lectura un
profesional de los talleres de escritura vino a destripar el relato y me mostró
un drama interno que, no os voy a engañar, me pasó completamente desapercibido.
Son
cinco páginas casi cubiertas de diálogo entre una joven y su amante que esperan
la llegada del tren. Hablan del aborto. No
están de acuerdo. La mujer nos cae bien mientras él nos parece egoísta. «Yo por
ti haría cualquier cosa», dice ella, mientras él le responde «¿Quieres callarte
por favor, por favor, por favor, por favor, por favor, por favor, por favor».
Los
elefantes blancos, regalo proverbial que hacía el rey de Siam a los cortesanos
que habían perdido su favor, pues el gasto de mantenerlos acabaría
arruinándoles, se vuelven aquí metáfora de los hijos no queridos, y más aún de
la relación sexual espiritualmente onerosa cuando el hombre no está a la
altura.
Me
hubiera pasado exactamente lo mismo con Gato bajo la lluvia de no estar sobre
aviso. Este relato, mejor que ningún otro, ilustra a la perfección la técnica
del iceberg, además de pasar la pelota al lector para que complete el relato
con su propio punto de vista. Lo dicho, un filón inagotable para un taller de
lectura o escritura.
La
esposa americana estaba sentada junto a la ventana, mirando a la calle. Fuera,
justo debajo de la ventana, una gata se acurrucaba bajo una de las empapadas
mesas verdes. La gata intentaba reducir al máximo su tamaño para no mojarse.
Estos
relatos me han llevado a una reflexión (ciertamente desordenada). Para empezar
no creo necesario entrar en valoraciones acerca de si es mejor un estilo que
otro. Hay críticos que han calificado a Hemingway de poeta menor, quizás por
priorizar la técnica sobre el tema, aunque no me cabe duda que algunos de sus
relatos han alcanzado ya la inmortalidad. Cierto que a mí me gustan más otros
relatos, los que me conducen directamente a la reflexión. Hace muchos meses que
leí Amo y criado, de Tolstoi. La calidad del relato de Tolstoi ni la comento.
Cierto que carece de la técnica de la síntesis de Hemingway, también que es explícito
y muchísimo más extenso que cualquiera de sus relatos, y sin embargo os aseguro
que sigue dando vueltas en mi cabeza. Hemingway enarbola el tema de la
paternidad desde variados puntos de vista. Apenas dice nada pero se bifurca en
senderos para más o menos abundamiento. En cambio Tolstoi expone a un hombre a
la muerte al mismo tiempo que cuestiona su vida entera. No os vayáis a creer, no
solamente Hemingway usa de la técnica del iceberg. Tolstoi no se queda atrás,
ni mucho menos, en la sugerencia.
Si
tengo que elegir me quedo con Tolstoi. La temática que Hemingway expone no
atrapó mi atención, aunque obviamente interesará a muchos otros. Qué duda cabe
que significó una obsesión para Hemingway en el entorno de sus relaciones
amorosas y matrimoniales; no puede ser de otra forma. De todas maneras
Hemingway no ofrece, ni mucho menos, soluciones; solamente plantea el problema,
si acaso lo expone. En cierta manera se trata de un acertijo que hay que
descifrar, o así lo he visto yo. Quizás en una próxima lectura opine de manera
diferente.
Dicho
lo cual, queden avisados los lectores de la profundidad de estos relatos. Para
nada se trata de spoiler sino de disfrutar en mayor medida de la prosa de
Hemingway, de avanzar, en la medida de lo posible, de sacarle más provecho a una
disciplina, la lectura, en la que invertimos, a veces, demasiado tiempo y
energías.
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