miércoles, 17 de abril de 2019

No soy Sidney Poitier (2009), de Percival Everett



 
Quizás en esta ocasión me dejo llevar por el prejuicio para traer al blog al primer escritor de color, y lo digo tal cual porque la novela me ha dejado un tanto descolocado. Tiene un principio arrollador, de esos que detesto cuando se trata de ofrecer un golpe de efecto que luego se difumina.

Soy el fruto malhadado de un embarazo histérico, y sorprendentemente, por raro que pueda parecer, no soy ningún histérico. De hecho, soy una persona bastante tranquila, algunos dirían que imperturbable. Soy alto y negro, y el mundo me ve parecido al señor Sidney Poitier, algo que mi pobre madre, trastornada y ya fallecida, no podía saber cuando nací y me puso por nombre No Soy Sidney Potier. Nací al cabo de dos años de una gestación histérica, y quién sabe lo que pasa por la mente de una mujer embarazada que lleva tanto tiempo esperando el momento. Dos años. Al menos eso fue lo que me contaron.

Luego ofrece algunas buenas escenas, otras no tan buenas, quizás fruto del uso (abuso) del absurdo, que en algunas ocasiones me ha recordado a Chesterton (apenas dispongo de herramientas para la comparación). A mí personalmente la segunda parte de la novela me ha agotado. La mayoría de las notas que he tomado provienen de las primeras páginas.

El médico, en su neblina de vino barato, pensó que estaban todas locas, mientras que las vecinas apiñadas creían que solo mi madre estaba loca. A continuación el médico sacó su estetoscopio y auscultó la tripa un buen rato. Volvió a ponerse en pie y dijo:
―Esta mujer va a dar a luz.
Otro aullido de mi madre.
―Y yo diría que de manera inminente.
―¿Quiere que hierva un poco de agua? ―dijo una de las mujeres.
―Si no le importa ―dijo el médico―. Me tomaría un té.

Se trata de un muchacho negro con un nombre estrambótico, una negación, “No Soy Sidney”, que nace después de una gestación de 20 meses que da pábulo a la superstición. Su madre es una mujer extraña y de carácter que por circunstancias del destino se hace con una fortuna que deja en herencia al muchacho. La parodia está planteada. El muchacho negro crece acogido por un hombre rico que lo educa en libertad. El muchacho es extremadamente inteligente e incluso cultiva unos extraños poderes (fesmerismo) que no tienen otra utilidad que darle ritmo a la historia cuando el autor precisa de ello. Grandes virtudes pero aparente inadaptación social.
Después viene el viaje y las peripecias, al sur profundo de los Estados Unidos. Con gran naturalidad se construye una burla de la todavía caliente tensión racial que habita en los Estados Unidos. No hay credibilidad en los sucesos. Desconozco si el autor lo pretende o simplemente si se regodea en la parodia. La exageración es constante, actúa como una lente que ridiculiza las convenciones sociales. A mi manera de ver la novela se abre tanto que se difumina.
Primero hay una aventura carcelaria. La situación es sencilla. El protagonista decide dejar los estudios; es rico y no le hacen falta. Se decide por la aventura y de buenas a primera la policía lo detiene, simplemente por ser negro. Aquí comienza una aventura penitenciaria y un escape de película que resulta revelador y que nos recuerda al mejor Hollywood.

―¿Habéi oío eso? ―preguntó a sus adláteres―. ¿Lo habéi oío? ―A continuación se acercó aún más a mí y me echó el aliento, que olía a algo muerto―. Bueno, pa empezá, por hablarle con descaro a un agente de la ley, que por aquí é lo mimmo que resistirse a un arresto. Luego tenemos exceso de velocidad y no haberte parao enseguía cuando he encendío la lú. Y luego está lo de ser un puto negro.
―Eso no es ningún delito ―dije, y entonces me di cuenta de lo que estaba diciendo―. Yo no soy ningún puto negro.
Todos se rieron.
―Esto é Peckerwood County, muchacho ―dijo George―. Y aquí ere un puto negro. Y é un delito si yo digo que lo é.

No satisfecho con el escarmiento, No Soy Sidney se decide por acudir a la Universidad, a la cual accede por medio de sobornos (la sátira es obvia y constante).
En tercer lugar conoce el amor. Una desafortunada visita a la familia de su novia el Día de Acción de Gracias viene a precipitar una ruptura con exagerados tintes melodramáticos. Tengo que reconocer que esta parte no tiene desperdicio y me ha resultado muy vívida y divertida. Conclusión previsible pero cargada de efecto.
Por último una vuelta al sur profundo y una estrambótica aventura en la que nuestro protagonista se ve mezclado en un asesinato al tratar de ayudar a unas extravagantes monjitas.

No puedo sino concluir con dudas. Percival Everett me ha dejado del todo descolocado. Qué duda cabe que se trata de un escritor ingenioso que se maneja bien en el entorno de la parodia. Observo que es, además, prolífico, así que esperaré a leer alguno de sus trabajos de mayor prestigio para ahondar en mi opinión. Tampoco se trata de elogiar porque sí a un escritor del cual se presume que no es comercial pero que ya se ha traducido a un buen puñado de idiomas.

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