Quizás
en esta ocasión me dejo llevar por el prejuicio para traer al blog al primer
escritor de color, y lo digo tal cual porque la novela me ha dejado un tanto
descolocado. Tiene un principio arrollador, de esos que detesto cuando se trata
de ofrecer un golpe de efecto que luego se difumina.
Soy
el fruto malhadado de un embarazo histérico, y sorprendentemente, por raro que
pueda parecer, no soy ningún histérico. De hecho, soy una persona bastante
tranquila, algunos dirían que imperturbable. Soy alto y negro, y el mundo me ve
parecido al señor Sidney Poitier, algo que mi pobre madre, trastornada y ya
fallecida, no podía saber cuando nací y me puso por nombre No Soy Sidney
Potier. Nací al cabo de dos años de una gestación histérica, y quién sabe lo
que pasa por la mente de una mujer embarazada que lleva tanto tiempo esperando
el momento. Dos años. Al menos eso fue lo que me contaron.
Luego
ofrece algunas buenas escenas, otras no tan buenas, quizás fruto del uso
(abuso) del absurdo, que en algunas ocasiones me ha recordado a Chesterton
(apenas dispongo de herramientas para la comparación). A mí personalmente la
segunda parte de la novela me ha agotado. La mayoría de las notas que he tomado
provienen de las primeras páginas.
El
médico, en su neblina de vino barato, pensó que estaban todas locas, mientras
que las vecinas apiñadas creían que solo mi madre estaba loca. A continuación
el médico sacó su estetoscopio y auscultó la tripa un buen rato. Volvió a
ponerse en pie y dijo:
―Esta
mujer va a dar a luz.
Otro
aullido de mi madre.
―Y yo
diría que de manera inminente.
―¿Quiere
que hierva un poco de agua? ―dijo una de las mujeres.
―Si no
le importa ―dijo el médico―. Me tomaría un té.
Se
trata de un muchacho negro con un nombre estrambótico, una negación, “No Soy
Sidney”, que nace después de una gestación de 20 meses que da pábulo a la
superstición. Su madre es una mujer extraña y de carácter que por
circunstancias del destino se hace con una fortuna que deja en herencia al
muchacho. La parodia está planteada. El muchacho negro crece acogido por un
hombre rico que lo educa en libertad. El muchacho es extremadamente inteligente
e incluso cultiva unos extraños poderes (fesmerismo) que no tienen otra utilidad
que darle ritmo a la historia cuando el autor precisa de ello. Grandes virtudes
pero aparente inadaptación social.
Después
viene el viaje y las peripecias, al sur profundo de los Estados Unidos. Con
gran naturalidad se construye una burla de la todavía caliente tensión racial
que habita en los Estados Unidos. No hay credibilidad en los sucesos.
Desconozco si el autor lo pretende o simplemente si se regodea en la parodia.
La exageración es constante, actúa como una lente que ridiculiza las
convenciones sociales. A mi manera de ver la novela se abre tanto que se
difumina.
Primero
hay una aventura carcelaria. La situación es sencilla. El protagonista decide
dejar los estudios; es rico y no le hacen falta. Se decide por la aventura y de
buenas a primera la policía lo detiene, simplemente por ser negro. Aquí
comienza una aventura penitenciaria y un escape de película que resulta
revelador y que nos recuerda al mejor Hollywood.
―¿Habéi
oío eso? ―preguntó a sus adláteres―. ¿Lo habéi oío? ―A continuación se acercó
aún más a mí y me echó el aliento, que olía a algo muerto―. Bueno, pa empezá,
por hablarle con descaro a un agente de la ley, que por aquí é lo mimmo que
resistirse a un arresto. Luego tenemos exceso de velocidad y no haberte parao
enseguía cuando he encendío la lú. Y luego está lo de ser un puto negro.
―Eso no
es ningún delito ―dije, y entonces me di cuenta de lo que estaba diciendo―. Yo
no soy ningún puto negro.
Todos se
rieron.
―Esto é
Peckerwood County, muchacho ―dijo George―. Y aquí ere un puto negro. Y é un
delito si yo digo que lo é.
No
satisfecho con el escarmiento, No Soy Sidney se decide por acudir a la
Universidad, a la cual accede por medio de sobornos (la sátira es obvia y
constante).
En
tercer lugar conoce el amor. Una desafortunada visita a la familia de su novia
el Día de Acción de Gracias viene a precipitar una ruptura con exagerados
tintes melodramáticos. Tengo que reconocer que esta parte no tiene desperdicio
y me ha resultado muy vívida y divertida. Conclusión previsible pero cargada de
efecto.
Por
último una vuelta al sur profundo y una estrambótica aventura en la que nuestro
protagonista se ve mezclado en un asesinato al tratar de ayudar a unas extravagantes
monjitas.
No
puedo sino concluir con dudas. Percival Everett me ha dejado del todo
descolocado. Qué duda cabe que se trata de un escritor ingenioso que se maneja
bien en el entorno de la parodia. Observo que es, además, prolífico, así que esperaré
a leer alguno de sus trabajos de mayor prestigio para ahondar en mi opinión.
Tampoco se trata de elogiar porque sí a un escritor del cual se presume que no
es comercial pero que ya se ha traducido a un buen puñado de idiomas.
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