sábado, 5 de abril de 2025

Un día en la vida de Iván Denísovich (1962), Aleksander Solzhenitsyn


 

El autor se da a conocer con esta novela corta. Publicada, curiosamente, en la URSS, en pleno proceso de desestalinización, en tiempos de Nikita Kruschev, y en un momento de apertura clave. Ciertamente el autor suavizó las críticas al régimen soviético, aunque resulta difícil por razones obvias.

Pero, el éxito nacional e internacional de la novela puso al autor en el disparadero, de tal manera que ya no pudo publicar nada más en su país. A ver, la desestalinización pretendió un cambio de aires, pero la gente hizo colas para comprar la novela, y el debate sobre el estalinismo fue más allá de lo tolerable.

En resumidas cuentas, el período de apertura política duró poco, se impidió que obtuviera el Premio Lenin y la novela fue prohibida en la URSS, el autor vigilado por el KGB. El premio nobel en 1970 contribuyó a dificultar su situación. Le dieron el Nobel «por la fuerza ética con la que ha continuado las tradiciones indispensables de la literatura rusa».

En 1974, fue expulsado de la Unión Soviética y no regresaría hasta el colpaso de la URSS en 1991.

En otro orden de cosas, interesante saber que el autor pretendía titularla SCH-854, placa de identificación del protagonista en el Gulag. Me gustaba más ese título.

A mí personalmente me gustó mucho más, Archipiélago Gulag, que semeja un ensayo. En todo caso la lectura me ha resultado interesante. Es una novela corta, sin división de capítulos. Cuesta entrar en la trama, pero luego resulta satisfactoria.

Seguimos a Iván en un día de trabajo. Las condiciones de trabajo y de vida son míseras, pero Archipiélago Gulag es mucho más crudo y realista. Las necesidades del guion. Es por ello cuando leemos clásicos, o cualquier libro en realidad, saber las circunstancias de la escritura es importante.

 

¿Cuál es el peor enemigo del preso? Pues otro preso. Si los presos no anduvieran a la greña unos con otros, no tendrían fuerza sobre ellos las autoridades.

 

El protagonista forma parte de una cuadrilla de albañiles. La madrugada, el frío extremo (entre 15 y 20 bajo cero) y la falta de ropa adecuada nos da una idea aproximada de que si nosotros hubiéramos sobrevivido en esas condiciones. Se veían obligados a calentar con estufas los espacios de trabajo, no para la supervivencia del personal sino para que pudiera cuajar el cemento y poder así levantar las paredes de bloque.

 

Que se quede congelado un preso en la nieve, les importa un bledo, pero, ¿y si se fuga?

 

La comida es poco nutritiva y escasa, contada por gramos, aguada. Los presos apuran las escudillas de comida de tal manera que parecen recién fregadas.

 

¡Tantísima avena como había dado Shújov de joven a los caballos, y nunca pensó que un día estaría deseando con toda su alma un puñadito de ella!

 

La comida es la obsesión diaria.

 

La tripa es muy canalla, lo pasado no lo recuerda, mañana te vuelve a pedir.

 

Solamente los que reciben ayuda del exterior se permiten una alimentación saludable o disfrutar de tabaco. Diríase, incluso, que el autor suaviza su relato para ser publicado. El lector tiene que rellenar los silencios, y eso porque ya he leído la obra cumbre del maestro, Archipiélago Gulag, que es la clave. 


A mitad del relato se nos dan algunos detalles de la vida del protagonista, Shújov:

 

En el expediente dice que Shújov cumple condena por traición a la Patria. Y hasta ha firmado una confesión de que sí, que se había rendido con intención de traicionar a la Patria, y que había regresado a sus líneas para cumplir una misión de espionaje alemán. Que qué misión, eso ni Shújov fue capaz de inventarlo, ni el juez de instrucción tampoco. Lo dejaron así: una misión.

En Contraespionaje, a Shújov le pegaron y mucho. Y se hizo una composición de lugar muy sencilla: si no firmas, el traje de madera; si firmas, al menos vivirás otro poquito. Firmó.

 

El protagonista salva su día haciendo alarde de técnicas especiales para sobrevivir en su situación, asumiendo riesgos por naderías y tratando de no llamar la atención.

El final de la novela me ha gustado. Es una escritura muy sencilla, que va al grano.

 

Se dormía Shújov plenamente satisfecho. Muchas cosas le habían salido bien en el día: no lo metieron en el calabozo, no mandaron al equipo a Viviendas Socialistas, al mediodía se guadañó unas gachas, el jefe cerró bien la porcentada, la pared la levantó Shújov con alegría, no lo pillaron con la hoja en el registro, por la noche se ganó algo con César y compró tabaco. Y no se puso enfermo, pudo consigo.

Había pasado un día sin disgustos ningunos, casi feliz.

Días así había en su condena, de timbrazo a timbrazo, tres mil seiscientos cincuenta y tres.

Con los años bisiestos, le salían tres días de más…

 

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