A veces, la vanidad del lector no nos deja ver más allá. ¿Os habéis preguntado alguna vez si somos buenos o malos lectores? ¿Se puede aprender a leer? ¿Leemos bien o leemos mal?
No fue fácil la lectura de La experiencia de leer, de C.S. Lewis, pero abrió en mi estos y muchos más interrogantes. No se si se trata de un manual, o de un tratado místico-filosófico, pero ciertamente que no me había topado nunca con un estudio semejante, centrado en esa tarea tan difícil de analizar la lectura. De la huella que me dejó deriva esta entrada. Aquí iré recopilando todas aquellas frases, sentencias o reflexiones relacionadas de alguna manera con esa digna evasión que nos regala la lectura.
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Leer bien, es decir, leer verdaderos libros con
un espíritu verdadero, es un noble ejercicio, que atareará al lector mucho más
que cualquier otro de los estimados por las costumbres de las épocas. Requiere
un entrenamiento similar al de los atletas, la firme dedicación de casi toda
una vida a este objetivo.
No todos los libros son tan planos
como sus lectores.
Más de un hombre ha iniciado una nueva época de
su vida a partir de la lectura de un libro.
Henry David Thoreau
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Para el buen lector, leer un libro significa aprender a conocer la manera de ser y pensar de una persona extraña, tratar de comprenderla y quizás ganarla como amigo.
El efecto de los libros es algo misterioso. Todos los padres y educadores han hecho la experiencia de creer que daban a un niño o a un adolescente un libro excelente y escogido en el momento adecuado y luego han visto que había sido un error. Cada cual, joven o viejo, tiene que encontrar su propio camino hacia el mundo de los libros, aunque el consejo y la amable tutela de los amigos puede ayudar mucho. Algunos se sienten pronto a gusto entre los escritores y otros necesitan largos años hasta comprender lo dulce y maravilloso que es leer. Se puede comenzar con Homero y acabar con Dostoievski o al revés; se puede ir creciendo con los poetas y pasar al final a los filósofos o al revés; hay cien caminos. Pero sólo existe una ley y un camino para cultivarse y crecer intelectualmente con los libros, y es el respeto a lo que se está leyendo, la paciencia de querer comprender, la humildad de tolerar, escuchar.
El que solamente lee como pasatiempo, por mucho y bueno que sea lo que lea, leerá y olvidará y luego será tan pobre como antes. Pero al que lee como se escucha a los amigos, los libros le revelarán sus riquezas y serán suyos. Lo que lea no resbalará, ni se perderá, sino que se quedará con él y le pertenecerá y consolará, como sólo los amigos son capaces de hacerlo.
Hermann Hesse
El lector que busca pasatiempo y recreo y el lector que se interesa por la cultura, presienten que en los libros hay fuerzas secretas de solaz y estímulo intelectual que no conocen ni saben valorar exactamente. Por eso hacen como un enfermo imprudente que sabe que en la farmacia hay muchos remedios buenos, y que se ponen a probar estante por estante, y frasco por frasco. Sin embargo, tanto en la farmacia real, como en la librería y la biblioteca cada uno podría encontrar la hierba adecuada y en lugar de envenenarse y empacharse podría sacar de allí fuerzas y estímulos.
Hermann Hesse
La lectura de los malos libros forma el gusto, siempre que se hayan leído buenos libros.
Es posible que la lectura de los malos libros sea una catarsis de muy preciosa utilidad moral.
Cultivemos en nosotros el odio al libro estúpido. El odio al libro estúpido es un sentimiento muy inútil en sí, pero que tiene valor si aviva en nosotros el amor y la sed de los que son buenos.
Émile Faguet
Los libros son las cosas mejores cuando se usan bien; cuando se usan mal figuran entre las peores.
Ralph Waldo Emerson.
Nueve décimas partes de toda nuestra literatura actual –sentenció- no
tiene otra finalidad que sacar algún dinero del bolsillo del público y
autores, editores y críticos están coaligados con este fin”.
El arte de no leer es de los más importantes.
Para leer lo bueno existe una condición: no leer lo malo, pues la vida es corta y el tiempo y las fuerzas limitadas.
Apenas hemos tomado uno en las manos, aunque sólo sea durante media
hora, enseguida nos sentimos refrescados, aligerados, purificados, con
el espíritu más elevado y reforzado.
Schopenhauer
Un
libro es un espejo: si un asno se mira en él, no cabe esperar que un apóstol le
devuelva la mirada.
C.
G. Lichtenberg.
Sólo
leemos bien aquello que leemos con un propósito personal. Puede ser para
adquirir algún poder. Puede ser por odio a su autor.
Los
intereses de un escritor y los intereses de sus lectores jamás coinciden y, si
alguna vez lo hacen, no es más que un golpe de suerte.
El
placer no es ni mucho menos un guía crítico infalible, pero sí el menos
falible.
Una
de las razones de que los buenos críticos literarios sean más escasos que los
buenos poetas o novelistas es la naturaleza del egoísmo humano. Un poeta o un
novelista ha de aprender a ser humilde ante el tema de su escritura, que es la
vida en general. Pero el asunto del crítico, el tema ante el cual debe aprender
a ser humilde, está compuesto de otros escritores, es decir, de individuos
humanos, y esta clase de humildad es mucho más difícil de adquirir. Resulta
infinitamente más fácil decir: «La vida es más importante que cualquier cosa
que pueda decir sobre ella ―que afirmar―: la obra del señor A es más importante
que cualquier cosa que pueda decir sobre ella»
La
moda y el esnobismo son una defensa valiosa contra la indigestión literaria. Al
margen de su calidad, siempre es mejor leer unos pocos libros con atención que
hojear muchos con prisa y, en ausencia de un gusto personal que no puede
formarse de la noche a la mañana, el esnobismo es un principio limitador tan
bueno como cualquier otro.
W. H. Auden.
de las epidemias, de horribles blasfemias
de las Academias,
¡líbranos, señor!
Rubén Darío.
El principio de la sabiduría es tratar de adquirirla.
(Proverbios 4,7)
Es él, el buen lector, el lector excelente, el
que una y otra vez ha salvado al artista de su destrucción a manos de
emperadores, dictadores, sacerdotes, puritanos, filisteos, moralistas
políticos, policías, administradores de Correos y mojigatos. Permítaseme
describir a ese lector admirable. No pertenece a una nación ni a una clase
concretas. No hay director de conciencia ni club del libro que mande en su
alma. Su actitud ante una obra narrativa no se rige por esas emociones
juveniles que llevan al lector mediocre a identificarse con tal o cual
personaje y «saltarse las descripciones». El buen lector, el
lector admirable, no se identifica con el chico ni con la chica del libro, sino
con la mente que ideó y compuso ese libro. El lector admirable no acude a una
novela rusa en busca de información sobre Rusia, porque sabe que la Rusia de
Tolstoi o de Chéjov no es la Rusia promediada de la historia, sino un mundo
concreto, imaginado y creado por el genio personal. Al lector admirable no le
preocupan las ideas generales: lo que le interesa es la visión particular. Le
gusta la novela, pero no porque le ayude a vivir integrado en el grupo (por
emplear un diabólico cliché de la escuela progresista); le gusta porque absorbe
y entiende todos los detalles del texto, porque goza con lo que el autor deseó
que fuese gozado, porque todo él se ilumina interiormente y vibra con las
imaginerías mágicas del falsificador, el forjador de fantasías, el mago, el
artista. A decir verdad, de todos los personajes que crea un gran artista, los
mejores son sus lectores.
Nabokov. Curso de literatura rusa.
Aquel que acumula conocimiento acumula dolor.
Eclesiastés.
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