Hoy todo el mundo escribe, y no iba yo a ser menos.
A veces me arrepiento de haber publicado una sola de mis novelas, pero es que uno es muy inocente y solo avanza a fuerza de golpes.
Hace muchos años ya de la publicación de La escritura necesaria, un pastiche mezcla de géneros y temas que pretendía ser algo así como una prueba de que podía alcanzar a lograr la atención del lector. Es la favorita de aquellos que no se paran en cuestiones técnicas y lo único que buscan es una trama entretenida y sorprendente. Yo le encuentro errores de bulto, también algunas mimbres.
Luego escribí sobre dólmenes. En mi tierra hay unos cuantos, y pasé unos años explorando el entorno en un espectro kilométrico cada vez más amplio. Lo que pretendía ser un drama prehistórico acabó ahondando en mis obsesiones, raíces familiares y similares. Dicha novela, Memoria, permanece en el cajón, donde debe estar.
Aparte de esto había escrito varias novelas infumables, bildungsroman. Hesse era mi ejemplo. Guardaba entre los escombros una novela fallida de una experiencia laboral en un psiquiátrico, unas doscientas o trescientas páginas poco conectadas entre sí. Una anécdota me las trajo al recuerdo y volví a recuperarlas. No tardé en desechar dicho material como inservible. Sin embargo, me quedó un pequeño hilo del que tirar. Tiempo después, en apenas dos meses, redacté Elvira, que debería titularse La seguridad conduce al mal. Entonces sí, sentí que tenía algún remedo de talento. Por primera vez me sentí de veras orgulloso de mi trabajo.
Sin embargo, la publicación de Elvira, ciertamente polémica en mi entorno laboral, no me trajo ni mucho menos el éxito. Entendí, inocente de mí, que la escritura no me iba a traer éxito económico alguno, así que no tardé en buscarme otros métodos para alcanzar una incierta seguridad económica.
Además, me sucedió algo extraño. Mientras buscaba motivos para escribir releía Elvira y, al tiempo que renacía mi orgullo, encontraba que había alcanzado mi techo y que cualquier cosa que escribiera ya no tendría aquella calidad que yo me supongo.
Simplemente dejé de escribir. Yo siempre he considerado que eso del "pánico al papel en blanco" son paparruchas. Hay muchas buenas novelas escritas y demasiados escritores, así que, si no tienes nada que escribir, mejor no hacerlo.
Por supuesto que escribir, para mí, es sencillo. Basta con escoger un tema y desarrollarlo. Disfruto visitando ruinas medievales, romanas, celtibéricas. Cualquier pequeño vestigio puede ser motivo para una novela histórica o similar. Otra cuestión es quedar plenamente satisfecho del trabajo. ¿Merece la pena restar tiempo de otras facetas de la vida para realizar algo de lo que no estás plenamente convencido?
Volver a escribir no ha sido asunto premeditado. He terminado varias nouvelle y relatos cortos, por gusto nada más. Supongo que hay dos nouvelle que merecen ser publicadas, Autoayuda macabra y No cae muy lejos del árbol la manzana. Ninguna de las dos llega a las cien páginas, y os aseguro que hay muchos lectores que piensan que el tamaño importa. Sin embargo, tarea hercúlea es publicar en una editorial sin pagar, y nada más lejos de mi intención que obligar a familiares y amigos a comprar otra de mis novelas.
Así que, al cajón.
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Fiel a su estilo Rubén trata de atrapar al lector alejándole de los
cómodos cauces que horada el best-seller. Rubén prefiere sugerir antes
que explicar, prefiere confundir al lector y obligarle a rellenar los
espacios vacíos que va dejando como trampas en el camino.
Elvira comparte protagonismo con un hombre del que no sabemos ni
siquiera el nombre, ¿o sí? Desconcertante mezcla de realidad y ficción,
de erudición y sarcasmo, donde la ordinariez más aberrante queda
retratada con una prosa refinada y concisa.
Son solamente cien páginas, dos horas en tiempo real. Un hombre
sepultado bajo un montón de palés en el sótano de un psiquiátrico se
debate furiosamente entre la vida y la muerte. Dolor, arrepentimiento,
culpa, ¿locura o cordura?
Un saludo desde https://pensadores.live
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