lunes, 24 de abril de 2023

La madre (1907), Makxim Gorki

 

Novela esta que admite muchos y variados comentarios por sus implicaciones sociopolíticas. Comencé su lectura con ciertos prejuicios, fruto del desconocimiento. Ahora creo que es una novela muy recomendable.

Gorki, de orígenes humildes, fue activo revolucionario, que no miembro del partido bolchevique. Se opuso a la Rusia Zarista, pero luego se opuso también a las políticas represivas de Lenin. En los últimos años de su vida, después de un largo exilio, regresó a la URSS, invitado por el propio Stalin, utilizado como una victoria cultural del régimen. Juzgue quien guste tan azarosa vida, en semejantes circunstancias; a mi modo de ver la biografía más verídica de un escritor reside en su propia obra.

La novela está ambientada en la fracasada revolución rusa de 1905, y viene a ser una idealización de la revolución. El lector de hoy ya sabe del fracaso de la revolución rusa en su conjunto, de su degeneración en dictadura, pero cuando Gorki construía la novela, se confiaba ciegamente en el triunfo del socialismo. A lo largo de la novela circula una procesión de personajes que lo da todo por un ideal, muy semejante al cristiano, con el que se compara abiertamente. Se construye el mito mesiánico con paralelismos constantes entre el sacrificio de los revolucionarios y el de Cristo,

Independientemente del mensaje, y de la obvia calidad literaria de la novela, hay que prestar atención a la construcción y a la simbología.

Gorki va directamente al grano. Comienza la novela describiendo a la causante de la alienación de los hombres, la fábrica.

 

En el arrabal obrero, la sirena de la fábrica lanzaba cada día al aire, saturado de humo y grasa, su vibrante rugido; obedientes a su llamada, unos hombres sombríos, de músculos entumecidos por la falta de sueño, salían de las casuchas grises, corriendo como cucarachas asustadas. A la luz fría del amanecer, iban por la calleja sin empedrar hacia los altos jaulones de la fábrica, que les esperaba, segura, indiferente, alumbrando el fangoso arroyo con sus docenas de ojos cuadrados y grasientos…

 

La mala vida que llevan los trabajadores justifica la revolución. Pero el pueblo no es consciente de la alienación, entiende que es la condena universal que sufren los humildes. Se supone que la madre simboliza al pueblo.

Pelagia, la madre de Pável, sufre constantes palizas y humillaciones por parte de su marido, hasta que este muere. Entonces adquiere protagonismo el hijo, que no quiere ser como su padre, que estudia y llega a convertirse en líder socialista en la clandestinidad.

La madre cuida a su hijo. Observa sus cambios, sus actividades. Su casa se convierte en lugar de reunión de sus amigos comunistas. Pelagia lo da todo por su hijo, pero progresivamente abre los ojos, aprende a leer, aprende el mensaje que traen los comunistas, como si se tratara del mensaje de Jesús, del Mesías.

De mera espectadora, la madre adquiere cierto protagonismo, transportando pasquines, periódicos y libros para que otros vean también la luz.

La novela está partida en dos, y en el medio justo de la novela se escenifica de forma grandiosa la celebración del 1 de mayo, con la bandera, la canción de la internacional, y la madre como símbolo del despertar del proletariado ruso a la realidad de la Revolución.

Fuera de prejuicios políticos, da gusto leer la novela, que se lee de un tirón. No hay excusa, pues se puede adquirir una buena edición a un precio módico en cualquier librería de segunda mano.

 

martes, 18 de abril de 2023

La Conjuración de Catilina; La guerra de Jugurta (circa 43-40 a. C.), Cayo Salustio Crispo.

 

Estas dos pequeñas monografías históricas se ubican en una franja temporal francamente interesante, la crisis de la ya vetusta República romana. De alguna manera, todo el trabajo como historiador de nuestro buen Cayo Salustio sirve al entendimiento de dicha casuística. Aparte de los presentes, del resto de escritos del autor no nos han llegado sino fragmentos; ni qué decir que nuestro conocimiento de la historia del período se hubiera visto enriquecida sobremanera con sus aportaciones. Cierto que la manera de hacer historia de este momento histórico está muy por debajo del nivel de Túcídides, por poner un ejemplo. Se busca entretener, entresacar las escenas más dadas al dramatismo, lo cual no es óbice para reflejar el trasfondo general de una época.

Fíjense en este párrafo de Jugurta, en el que se nos da un resumen espléndido de la crisis del sistema político republicano:

 

Este abuso de divisiones y partidos entre los del pueblo y el Senado, y todos los desórdenes que después se experimentaron, tuvo principio en Roma pocos años antes, y era efecto de la paz y de la abundancia de las cosas que el mundo más estima. Porque mientras estuvo en pie Cartago, el Senado y el pueblo romano administraban la república con gran moderación y templanza; ni entre ciudadanos se disputaba sobre quién había de sobresalir en la gloria o en el mando; el miedo del enemigo contenía a la ciudad en su deber. Pero luego que sacudió de sí este cuidado, se apoderaron de ella la soberbia y la lascivia, males que trae regularmente consigo la prosperidad. De esta suerte el descanso por que anhelaron tanto en los tiempos trabajosos, después de alcanzado, fue para ellos más duro y amargo que los trabajos mismos. Porque así la nobleza como el pueblo hicieron servir, aquélla su elevación, éste su libertad a sus antojos; robando unos y otros y apropiándose cuanto podían. De esta suerte todo se dividió en dos bandos, y la república, cogida en medio de ellos, fue despedazada. Pero el partido de los nobles por su estrecha unión era más fuerte, la plebe, aunque mayor en número, por estar desunida y dividida su fuerza, podía menos. Gobernábase en paz y en guerra el Estado por el arbitrio de pocos. Éstos tenían en su mano el erario, los gobiernos, los magistrados, la gloria y los triunfos; el pueblo vivía oprimido con la pobreza y el peso de la guerra; los generales se apoderaban y a pocos daban parte de los despojos militares; y entretanto las mujeres y los hijos pequeños de los soldados eran echados de sus casas y posesiones, si confinaban con las de algún poderoso. De esta suerte la avaricia sin tasa ni vergüenza alguna, juntamente con el poder, lo invadía, manchaba y asolaba todo, no teniendo el menor miramiento ni respeto, hasta que se despeñó ella misma. Luego, pues, que entre los de la nobleza hubo quien antepusiese al poder injusto la verdadera gloria, comenzó a revolverse la ciudad y se vio nacer en ella la discordia, no de otra suerte que cuando vemos formarse un torbellino.

 

Imprescindible conocer la biografía de Cayo Salustio. Cuando se trata de la antigüedad, a mí, particularmente, me resulta tan interesante y revelador, o quizás más, conocer la biografía, las circunstancias del escritor, como su propio trabajo.

Dice el traductor en el prólogo, atreviéndose a opinar muy en contra de la persona de Salustio:

 

A Cayo Salustio Crispo hicieron famoso su vida y sus escritos. La memoria de éstos durará cuanto durare el aprecio de las letras. Aquélla debiera pasarse en silencio y aun sepultarse en el olvido.

 

De familia ilustre, optó por posturas políticas ambiciosas, pues según él mismo, la ambición “se acerca más a la virtud”. Alcanzó el tribunado de la plebe el mismo año en que Clodio fue asesinado en una reyerta callejera por los seguidores de Milón. Salustio se opuso a Milón, y por tanto a Cicerón.

De plebeyo (hombre nuevo) pasó pronto a ocupar cargos propios de la elite patricia, se cree que bajo la tutela de Craso y de Julio César, dos de los posteriores triunviros. Ejerció importantes cargos militares al lado de Julio César, contra Pompeyo. Como recompensa recibe el gobierno de una provincia africana, que no dudará en saquear, hasta el punto que fue acusado de corrupción a su regreso. Desgastado, tuvo que retirarse de la vida pública y no le quedó otro remedio que dedicarse al disfrute de sus enormes riquezas acumuladas, afortunadamente para nosotros, y para la historiografía.

Para cualquiera que esté mínimamente familiarizado con la historia romana, encontrará motivos más que suficientes para acercarse al maestro, al placer del encuentro con las fuentes primeras, donde sobran la emoción y reflexiones por doquier. Como muestra, un botón.

 

Tened, pues, entendido que no se logra el favor de los dioses con votos ni plegarias de mujeres; que cuando se vela, se trabaja y consulta desapasionadamente, todo sale bien; pero si nos abandonamos a la pereza y desidia, es ocioso clamar a los dioses: nos son entonces adversos y contrarios.

 

martes, 28 de marzo de 2023

La feria de las vanidades (1848), William Thackeray

 

Novela publicada por entregas (en 20 mensualidades), lo cual se hace notar. Está el estilo del narrador, que constantemente se dirige a nosotros mostrándonos que el mundo es una feria de vanidades, y está la profusión de detalles en lo que respecta a vestimentas, viviendas, diálogos y vida en sociedad.

 

…en la feria de las vanidades, un título y un coche tirado por cuatro caballos son juguetes mucho más apreciados que la felicidad.

 

Al principio nos choca la multiplicidad de personajes que nos son presentados, pero luego nos vamos a haciendo con todos ellos.

A Thackeray se le considera un misógino empedernido, pero hay que tener en cuenta que se trata del siglo XVIII, y más aún que se trata de una historia protagonizada por mujeres. La indiscutible estrella de la novela es una mujer, la inolvidable Becky Sharp, aunque reza el subtítulo de la novela: “una novela sin héroe”. Por sí sola, Becky Sharp bien merece una lectura, pues es uno de esos personajes mencionados continuamente en la historia de la literatura universal. Es un ser perverso, inmoral, carente de escrúpulos, pero al mismo tiempo inteligente, sutil, seductora, de tal manera que no podemos evitar dejarnos arrastrar por su influjo. Todo apunta a un final moral al más puro estilo dickensiano, pero no cae Thackeray en tanto maniqueísmo.

Al lado de Becky Sharp, la otra estrella, Amelia Sedley, palidece; es su antítesis, una mujer inocente y tímida. Diríase que estamos ante una novela picaresca, Becky Sharp en el lugar de Barry Lyndon. Los maridos son tímidos coprotagonistas de la novela, casi comparsas. Si el comportamiento de la mujer se trata de forma sarcástica, no menos le sucede al comportamiento del hombre; Thackeray pone al hombre y a la mujer al mismo nivel de condenación. Estamos ante una novela dinámica y alegre, pero de un escepticismo desgarrador. La sociedad en su conjunto es hipócrita, e incluso los personajes bondadosos tienen sus puntos oscuros, como son los casos de Amelia Sedley o el buen capitán Dobbin.

 

Algún francés un tanto burlón dijo una vez que en todo asunto amoroso intervienen dos partes: una que ama y otra que se digna ser amada. Puede ocurrir que el amor parta unas veces del hombre y otras de la mujer.

 

¿No es cierto que las mujeres siempre prefieren un calavera a un afeminado?

 

Las mejores de entre todas las mujeres (le había oído yo decir a mi abuela), son hipócritas. Lo que ignoramos es la cantidad de cosas que ocultan, el grado de vigilancia que están ejerciendo cuando más despreocupadas nos parecen, la frecuencia con que convierten sus francas sonrisas en trampas destinadas a seducir o desarmar, o la intensidad de sus reiteradas expresiones apasionadas. Y no me estoy refiriendo a las simples coquetas, sino a las que suelen considerarse como modelos de buenas esposas y dechados de virtudes femeninas. ¿Quién no ha tenido ocasión de ver a una mujer disimular la falta de ingenio de un marido estúpido, o aplacar las furias de un esposo en exceso violento? Nosotros aceptamos esta bondadosa esclavitud, y elogiamos por ella a la mujer, llamando autenticidad a esta especie de agradable simulación. Una buena ama de casa ha de ser un tanto embaucadora.

 

Pronto olvidamos que se trata de una obra sarcástica. Yo creo que el sarcasmo nos inunda de tal manera, desde el minuto uno, que nos satura. Sucede que se naturaliza la hipocresía, el interés que mueve la conducta humana. Bueno, como en la vida misma.

Como síntesis de la lectura, decir que se me ha hecho un tanto espesa (Barry Lyndon me resultó mucho más divertida). Me pensé en un principio el abandonarla, por lo voluminoso y repetitivo, pero llevé a cabo una lectura atenta, quizás por pundonor. El blog ayuda. Cierto que sus personajes son más creíbles y realistas que los de Dickens, aunque carece de chispa y del efecto sorpresa.

Al final es inevitable cierto poso moral, aunque se aprecia el respeto por la picardía de Becky Sharp, lo cual yo creo que nos place, pues la simpatía que se desprende del escritor por su personaje es contagiosa.

Pese a los peros, me quedan las ganas de conocer algunas de las obras menos conocidas de Thackeray, por eso de contrariar a la crítica, ese tan sano ejercicio.

 

Este empeño por tener siempre razón, sin dudar ni vacilar un solo segundo, ¿no es acaso una de las grandes cualidades con las que la falta de inteligencia gobierna el mundo?