jueves, 24 de abril de 2025

Gog (1931), Giovani Papini

 

 

Satán será liberado de su prisión y saldrá a seducir a las naciones, a Gog y a Magog...

(Apocalipsis XX, 7)

 

El narrador nos describe su encuentro con un loco excéntrico y millonario que habita voluntariamente en un manicomio. El supuesto loco le entrega al narrador un amasijo de textos, que no son sino los 70 relatos que componen esta novela o lo que demonios sea esto.

A mi modo de ver enlaza con los libros de Utopías, o con el Cándido de Voltaire, o los Viajes de Gulliver, por tratar de buscarle un acomodo en la ironía satírica.

Trata de un excéntrico millonario que utiliza su fortuna para buscar un sentido a la vida y a su existencia. Reflexiona sobre todos los ámbitos de la vida humana, al tiempo que hace una crítica, a veces sagaz, a veces absurda e incomprensible, pero siempre sarcástica. Aborda cualquier tema, lo mismo la religión que el canibalismo, los sistemas políticos económicos, las costumbres, la civilización o la no civilización, la astronomía y la poesía, la literatura, el arte, la filosofía, el esoterismo y la metempsicosis…

 

En su búsqueda de respuestas no deja de hacer preguntas. Gracias a su fortuna se acompaña, a golpe de talonario, de grandes celebridades en todos los campos, Henry Ford, Gandhi, Einstein, Sigmund Freud, Lenin, Edison, H. G. Wells, El Conde de Saint Germain, George Bernard Shaw, Knut Hamsun, Lenin o Ramón Gómez de la Serna.

Así nos caen 70 relatos sin orden ni concierto, aunque sí que hay una especie de progreso, o mejor dicho decadencia, o quién sabe qué, porque de la búsqueda de la razón se llega a la confianza en la sinrazón o la locura. Y la verdad que esta parte de la locura es la más cuerda. Hay un capítulo dedicado a la “Filomanía” o ciencia contraria a la filosofía y que busca una ciencia basada en la locura. Así a lo tonto hace una crítica tremenda de la filosofía occidental, errada o no, qué más da, no es más que un diabólico juego intelectual.

 

¿Qué es lo que habéis ganado… siguiendo la razón y adoptando la inteligencia?

La verdad no se ha alcanzado, el hombre es cada vez más infeliz, y la filosofía, que debía ser, según los antiguos farsantes griegos, la corona de la sabiduría, se retuerce entre las contradicciones o confiesa su impotencia.

…El monstruoso Sócrates se ha vengado de la cicuta ateniense intoxicando a los pasivos europeos, durante veinticuatro siglos con su dialéctica. Los resultados están a la vista. El ejercicio testarudo y estéril de la razón ha llevado al escepticismo, al nihilismo, al aburrimiento, a la desesperación.

…Si la inteligencia lleva a la duda o a la falsedad es de presumir que la insensatez, por idéntica ley, conduzca a la certidumbre y a la luz.

…A la Filosofía ―amor a la sabiduría― es preciso la sustituya la Filomanía, el amor a la locura.

 

Gog puede parecer un hipócrita, un cínico, desprecia todo lo humano, pero de repente nos muestra una réplica, y titula un relato: NADA ES MÍO. Y en un alarde de cordura se integra en la humanidad, porque es imposible separar a un hombre del conjunto.

Así que el misántropo consigue, ocasionalmente, despertar nuestras simpatías. Quizás porque es uno más, parte de la sociedad, parte del entramado de mentiras, traiciones y venganzas que todo lo componen.

Otro ejemplo. Compra una República.

 

En apariencia las Cámaras siguen legislando, en apariencia libremente, los ciudadanos continúan imaginándose que la República es autónoma e independiente y que de su voluntad depende el curso de las cosas.

… Pero tengo fundadas sospechas de que otros países son gobernados por pequeños comités de reyes invisibles, conocidos solamente por sus hombres de confianza, que continúan recitando con naturalidad el papel de jefes legítimos.

 

Sorprendente Papini, lo mismo retrata pasado que futuro o presente, humanista de libertad e imaginacióna desbordantes, un escritor valiente. 

Paso por alto sus afinidades políticas fascistas, que perjudicaron su reputación con la derrota. No somos quién para juzgar otra época; ni siquiera somos capaces de ver los grandes defectos de la nuestra.

domingo, 13 de abril de 2025

Hotel Savoy (1924), Jospeh Roth

 


Este Hotel Savoy era como el mundo; hacia el exterior irradiaba una poderosa ostentación; la magnificencia parecía imperar en los siete pisos, pero en el interior habitaba la pobreza. Los pobres estaban en la pare de arriba, enterrados en tumbas bien ventiladas, y las tumbas se amontonaban sobre las cómodas habitaciones de los ricos, instalados abajo, tranquilos y holgados, sin preocuparse por los ataúdes de frágil construcción.

 

El Hotel Savoy viene a ser como una metáfora de la sociedad centroeuropea al final de la Primera Guerra Mundial. Los combatientes vuelven a casa, y la maltrecha economía erige los pilares de un cambio político que degenerará en el fascismo, réplica al bolchevismo oriental.

No es de las mejores novelas de Roth. No se desanime el lector que comience con esta obra, las tiene mucho mejores, fascinantes en grado sumo. Y es que en realidad no se trata de una novela (lo que pasa que el concepto de novela lo engloba todo). Se publicó por entregas, una vez terminadas pasaron a formato libro. La primera traducción al español data de 1971. Me resulta curioso cómo los grandes autores centroeuropeos llegan a España tan tarde, menoscabo para nuestra literatura, o sucedió que el menoscabo lo trajo la dictadura.

 

Un joven judío vienés regresa a casa después de visitar los campos de prisioneros rusos. Según mis superficiales pesquisas, el hotel se encuentra situado en Lodz, una de las principales ciudades de Polonia, un lugar perfecto para enclavar un hotel habitado por un variopinto grupo humano. La gran Polonia de la Edad Moderna es borrada del mapa durante el siglo XIX; renace en el siglo XX, reconocida por el Tratado de Versalles.

Allí se desenvuelve el joven Gabriel Dan. La novela no es más que una galería de personajes que desfila ante nosotros. El rector del hotel es un misterioso Kaleguropulos, griego repatriado al que nadie conoce, al que nadie ha visto, pero que se las arregla para visitar las habitaciones y controlar a los inquilinos a su antojo. El ascensorista Ignatz negocia la estancia en el hotel a cambio de la entrega a cuenta de las maletas de los inquilinos. La bailarina de variedades, Stasia, Wladimir Santschin, payaso que muere a causa de las malas condiciones de vida del hotel para los que viven en los pisos superiores.

En realidad, nos dan igual los personajes, que vienen y van, con la sola argamasa del protagonista. En la segunda parte del libro aparece un repatriado, otro soldado sin trabajo, un croata gigantesco, Zwonimir Pansin, que será amigo inseparable del protagonista y que representa la Revolución. 


En la tercera parte viene el señor Bloomfield, un rico americano al que todos solicitan ayuda. Se viene encima una nueva oleada de repatriados, consecuencia poco conocida de todas las guerras, y finalmente, en la cuarta parte, estalla una revolución, rápidamente reprimida por el ejército, que significa el fin del hotel y de la historia.

 

Venían de Rusia, llevaban consigo el impulso de la gran Revolución; era como si la Revolución los hubiese escupido hacia el oeste, como un cráter en erupción escupe lava.

 

En conclusión, una especie de collage, mezcla de relatos unidos en torno a un joven y optimista muchacho en una Europa que no muestra síntomas de recuperación tras la Gran Guerra, una novela prescindible, del gran Joseph Roth, que no debe ser óbice para descubrir al maestro.

 

sábado, 5 de abril de 2025

Un día en la vida de Iván Denísovich (1962), Aleksander Solzhenitsyn


 

El autor se da a conocer con esta novela corta. Publicada, curiosamente, en la URSS, en pleno proceso de desestalinización, en tiempos de Nikita Kruschev, y en un momento de apertura clave. Ciertamente el autor suavizó las críticas al régimen soviético, aunque resulta difícil por razones obvias.

Pero, el éxito nacional e internacional de la novela puso al autor en el disparadero, de tal manera que ya no pudo publicar nada más en su país. A ver, la desestalinización pretendió un cambio de aires, pero la gente hizo colas para comprar la novela, y el debate sobre el estalinismo fue más allá de lo tolerable.

En resumidas cuentas, el período de apertura política duró poco, se impidió que obtuviera el Premio Lenin y la novela fue prohibida en la URSS, el autor vigilado por el KGB. El premio nobel en 1970 contribuyó a dificultar su situación. Le dieron el Nobel «por la fuerza ética con la que ha continuado las tradiciones indispensables de la literatura rusa».

En 1974, fue expulsado de la Unión Soviética y no regresaría hasta el colpaso de la URSS en 1991.

En otro orden de cosas, interesante saber que el autor pretendía titularla SCH-854, placa de identificación del protagonista en el Gulag. Me gustaba más ese título.

A mí personalmente me gustó mucho más, Archipiélago Gulag, que semeja un ensayo. En todo caso la lectura me ha resultado interesante. Es una novela corta, sin división de capítulos. Cuesta entrar en la trama, pero luego resulta satisfactoria.

Seguimos a Iván en un día de trabajo. Las condiciones de trabajo y de vida son míseras, pero Archipiélago Gulag es mucho más crudo y realista. Las necesidades del guion. Es por ello cuando leemos clásicos, o cualquier libro en realidad, saber las circunstancias de la escritura es importante.

 

¿Cuál es el peor enemigo del preso? Pues otro preso. Si los presos no anduvieran a la greña unos con otros, no tendrían fuerza sobre ellos las autoridades.

 

El protagonista forma parte de una cuadrilla de albañiles. La madrugada, el frío extremo (entre 15 y 20 bajo cero) y la falta de ropa adecuada nos da una idea aproximada de que si nosotros hubiéramos sobrevivido en esas condiciones. Se veían obligados a calentar con estufas los espacios de trabajo, no para la supervivencia del personal sino para que pudiera cuajar el cemento y poder así levantar las paredes de bloque.

 

Que se quede congelado un preso en la nieve, les importa un bledo, pero, ¿y si se fuga?

 

La comida es poco nutritiva y escasa, contada por gramos, aguada. Los presos apuran las escudillas de comida de tal manera que parecen recién fregadas.

 

¡Tantísima avena como había dado Shújov de joven a los caballos, y nunca pensó que un día estaría deseando con toda su alma un puñadito de ella!

 

La comida es la obsesión diaria.

 

La tripa es muy canalla, lo pasado no lo recuerda, mañana te vuelve a pedir.

 

Solamente los que reciben ayuda del exterior se permiten una alimentación saludable o disfrutar de tabaco. Diríase, incluso, que el autor suaviza su relato para ser publicado. El lector tiene que rellenar los silencios, y eso porque ya he leído la obra cumbre del maestro, Archipiélago Gulag, que es la clave. 


A mitad del relato se nos dan algunos detalles de la vida del protagonista, Shújov:

 

En el expediente dice que Shújov cumple condena por traición a la Patria. Y hasta ha firmado una confesión de que sí, que se había rendido con intención de traicionar a la Patria, y que había regresado a sus líneas para cumplir una misión de espionaje alemán. Que qué misión, eso ni Shújov fue capaz de inventarlo, ni el juez de instrucción tampoco. Lo dejaron así: una misión.

En Contraespionaje, a Shújov le pegaron y mucho. Y se hizo una composición de lugar muy sencilla: si no firmas, el traje de madera; si firmas, al menos vivirás otro poquito. Firmó.

 

El protagonista salva su día haciendo alarde de técnicas especiales para sobrevivir en su situación, asumiendo riesgos por naderías y tratando de no llamar la atención.

El final de la novela me ha gustado. Es una escritura muy sencilla, que va al grano.

 

Se dormía Shújov plenamente satisfecho. Muchas cosas le habían salido bien en el día: no lo metieron en el calabozo, no mandaron al equipo a Viviendas Socialistas, al mediodía se guadañó unas gachas, el jefe cerró bien la porcentada, la pared la levantó Shújov con alegría, no lo pillaron con la hoja en el registro, por la noche se ganó algo con César y compró tabaco. Y no se puso enfermo, pudo consigo.

Había pasado un día sin disgustos ningunos, casi feliz.

Días así había en su condena, de timbrazo a timbrazo, tres mil seiscientos cincuenta y tres.

Con los años bisiestos, le salían tres días de más…

 

domingo, 30 de marzo de 2025

El marino que perdió la gracia del mar (1963), Yukio Mishima

 


Mishima cumple con las condiciones que yo suelo pedir a una novela, entretenimiento y profundidad. Mishima nos ofrece una novela corta, contundente e intensa. Alguien diría que abunda en las descripciones, pero siempre sirven al contexto, al ambiente misterioso, a la trama psicológica. Las digresiones son justas, concisas, exactas, y sirven a la intención de crear un clima asfixiante, que conduce hacia un final apabullante.

Una vez concluida la novela, uno puede reunir las piezas e imaginar por qué Mishima no llevó a cabo un relato más lineal. Es como si el autor hubiera construido la historia con anterioridad, y no satisfecho la hubiera roto en pedazos para volver a unir estos de diferente manera. Así, comienza la novela presentándonos al mismo tiempo a los tres personajes que llenan toda la trama. Aunque nos pueda parecer que el marino, Ryuji, es el protagonista principal, la declaración de intenciones del autor es clara, es un triángulo.

Al tiempo que se narra la vida en el mar de Ryuji, su agrio carácter, también se nos describe a la bella Fusako, viuda, y su hijo, Noburu. Es una historia de amor, un encuentro de dos almas que se necesitan. En medio Fusako, un joven adolescente que trata de asimilar al marino que se interpone en la relación con su madre.

Luego aparece la exclusiva moral, o mejor diríase falta de moral, de Mishima. Si ya hemos leído algo más del autor, sabremos algo de su extraordinaria biografía. A mí me parece fundamental conocer unas pinceladas sobre el autor y la época que le tocó vivir, pues somos parte de nuestro entorno. En este caso más si cabe. Basta con acudir a la Wikipedia. 


No tengo mucho más que decir, cuesta menos leerla. Una novela corta, una buena piedra de toque para introducirse en el autor y en la cultura japonesa, de la mano de un autor que despreció la cultura occidental al mismo tiempo que se formaba en ella. Estamos ante una fábula sin moral, de clima opresivo y pesado, como la humedad del mar. Una novela que no deja a nadie indiferente.

Ya es la segunda novela que leo del autor, y no dudaré en leer todas las que caigan en mis manos.

 

lunes, 24 de marzo de 2025

En busca del tiempo perdido. Por el camino de Swann (1913), Marcel Proust.

 

Cuando sale a conversación este libro, raro es que no se mencione la famosa magdalena. Pues si te digo la verdad, se puede leer el libro y el asunto de la magdalena te puede pasar del todo desapercibido. Que no, porque estás atento y sale enseguida, que no al principio, pasadas unas docenas de páginas. Pero, son tantos los recursos narrativos de Proust para evocar el pasado, que el té con la magdalena no constituye sino una anécdota más.

Desde luego que no es un libro fácil de leer, la antítesis de lo que la gran mayoría de lectores persigue, eso que llaman literatura adictiva y que consiste en devorar página tras página hasta un forzoso y sorprendente final.

No, Proust pasa de la evocación de un recuerdo a otro sin solución de continuidad, sin poner un párrafo de por medio para aligerar la lectura. A veces enlaza con brillantez, en otras ocasiones el cambio es brusco, cambia de tema y allá el lector que le sigua en su verborrea poética.

Obviamente, es literatura de ricos, permitidme la expresión, diríase arte por el arte. Comparémoslo con London, por ejemplo, o Kafka. Se decantan estos por una prosa desnuda, se decantan por el mensaje, por el contenido, mientras que Proust se regodea en el continente. No quiero decir que sea una constante, ni siquiera una hipótesis; el escritor que acude a la literatura para ganarse la vida siente la necesidad de comunicar algo a los demás, aunque pase por el tamiz de sí mismo.

Proust tiene padres cultos y adinerados, no necesita trabajar. Coge fama de snob en el París de la época, sufre de homosexualidad, porque en la época es como una enfermedad, la misma que da con los huesos de Oscar Wilde en la cárcel, porque en la democrática Gran Bretaña no se le permite a uno ser homosexual. Aunque no lo parezca, se trata de la hipócrita Europa que se arma a toda pastilla para desangrarse en dos guerras mundiales.

Cierto que al final de su vida Proust se encierra y se entrega a la literatura, pero lo hace en unas condiciones que ya hubieran querido para sí muchos otros grandes escritores (sus necesidades vitales las cubren dos criados). E insisto, Proust se entrega a sí mismo y a un afán, a la literatura, pero no a nosotros. Se regodea en sus recuerdos, eso sí, como quizás nadie lo hizo, ni antes ni después. Ahí reside su mérito.

Cualquier escena de la vida cotidiana le sirve. Comienza con la espera en la noche, el niño que ansía el beso de buenas noches de su madre. Y luego, sin una solución lineal, nos dispara con impresiones diversas, aunque todas centradas en uno o varios períodos vacacionales en Combray, un pueblito no demasiado lejos de París. No puedo hacer un análisis exhaustivo, dejo a los críticos la labor de tener que leer varias veces esta novela tan centrada en la impresión del recuerdo, cual prolongación del arte pictórico impresionista.

A cada uno de nosotros nos llamará la atención un recuerdo u otro, aunque siempre que hablemos con lectores que han leído, o no, la novela, se mencionará la anécdota de la magdalena como detonante del recuerdo.

Sin embargo, cualquier asunto sirve a Proust como detonante de millares de reminiscencias, un paseo cerca de un castillo, un acercamiento al mar, un sendero multicolor de espinos. Supongo que el autor entremezcla esos recuerdos a su discreción, y trae a su gusto la lluvia o el estallido de la primavera. No puede ser de otra manera. Y como en una espiral sin fin evoca la naturaleza y la compara con una portada románica o los restos de un castillo.

Eso sí, no dejamos de asombrarnos de su capacidad poética, de su metafórico uso de cualquier comparación. Aquí nos describe las floridas capillas de una iglesia, acullá el comienzo de un campo de amapolas como si se tratara de las casas que anuncian el pueblo, o una barca que nos avisa del primer avistamiento del mar. En eso Proust no tiene parangón. 

El seto formaba como una serie de capillitas, casi cubiertas por montones de flores que se agrupaban, formando a modo de altarcitos de mayo; y abajo, el sol extendía por el suelo un cuadriculado de luz y sombra, somo si llegara a través de una vidriera; el olor difundíase tan untuosamente, tan delimitado en su forma, como si me encontrara delante del altar de la Virgen, y las flores así ataviadas sostenían, con distraído ademán, su brillante ramo de estambres, finas y radiantes molduras de estilo florido, como las que en la iglesia calaban la rampa del coro o los bastidores de las vidrieras, abriendo su blanca carne de flor de fresa.

 

Perseguía en el talud, que por detrás del seto sube casi vertical hacia el campo, a alguna amapola extraviada, a algún anciano rezagado, que decoraban la escarpa con sus flores como la orla de un tapiz donde aparece diseminado el tema rústico que luego triunfará en todo el paño; unas cuantas sólo, espaciadas como esas casas aisladas que ya anuncian la proximidad de un poblado, me anunciaban la vasta extensión donde estallan los trigos y se rizan las nubes, y una sola amapola, que izaba en lo alto de sus jarcias y entregaba al azote del viento su llama roja, por encima de su boya negra y grasa, me aceleraba el latir del corazón, como al viajero que al ver en un terreno bajo la primera barca varada que está arreglando un calafate, grita: «¡El mar!», antes de ver el agua. 

Y podríamos señalar mil fragmentos, porque si abriéramos una página al azar encontraríamos dos o tres símiles en una prosa poética sin fin.


No, no es un autor que me resulte atractivo, pero cualquiera reconocerá en Proust un estilo maravilloso e inimitable. Incluso tengo que reconocer que de alguna manera Proust se preocupa de no perder al lector, pues nos tiende alguna cuerda para que le sigamos y no nos perdamos entre tanto deslumbrante y aparente candor, de tal manera que, aunque a veces nos perdemos, no nos cuesta continuar, sin ser necesario retroceder, pues para qué, si no hay trama que perder.

En todo caso, Proust no tiene imitadores, y eso que hoy vivimos en Occidente los últimos estertores de una clase media que dispone a raudales del valor más precioso que tenemos, el tiempo, pero generalmente la gran mayoría de los lectores sigue prefiriendo, como ayer o mañana, lecturas adictivas que les aíslen del mundo y no que les conecten con él.

Y cuando uno menos se lo espera acaba la primera parte, Combray, y Proust da un giro que más bien parece una nueva novela. La segunda parte, Unos amores de Swann, ya no trata sobre los recuerdos de un niño, sino que se regodea en los amores, o los celos, del señor Swann con Odette, preludio y significado de una tercera parte, cortita, titulada Nombres de tierras: el nombre, y que trata someramente del amor del joven narrador hacia la hija de Swann y Odette, Gilberta.

Los recuerdos dan paso al reflejo de una sociedad rica, a veces aristocrática, a veces burguesa, las dos caras de una misma moneda. En realidad, dos novelas dentro de una. Insana curiosidad quizás me lleve a leer la segunda parte.

jueves, 20 de marzo de 2025

Nuevas páginas de mi vida (1957), Ramón Gómez de la Serna

 

Más que la propia obra, me ha llamado la atención la personalidad y vida del escritor. Autor de gran personalidad, que se atraía tanto grandes simpatías como antipatías. Su obra es enorme, novela, biografías, ensayo, periodismo…, pero es conocido fundamentalmente por las greguerías, enunciados breves, a la manera de aforismos, que generalmente constan de una oración expresada en una o dos líneas, y que expresan de forma original un pensamiento o chascarrillo.

Tanto su obra como su personalidad, ejercieron gran influencia, entre los creadores de su tiempo y, especialmente, en los poetas de la generación del 27, una gran época para la literatura española, extirpada de raíz por la guerra civil.

Gran líder, fundó y cohesionó la famosa tertulia del Café Pombo, inmortalizada por la pintura de José Gutiérrez Solana, activa desde 1914 a 1936, que se reunía cada sábado después de cenar. Conocer el funcionamiento de esta tertulia sirve para conocer la bohemia literaria de la época. 


Por lo demás, la obrita que tengo entre manos no es más que una bagatela, pero buena muestra de las greguerías de don Ramón. Viene a ser como una continuación de una especie de autobiografía, Automoribundia. En definitiva, una excusa para conocer la personalidad del escritor, un extraño talento que disfrutó del éxito y que vivió la segunda parte de su vida en el exilio, como tantos otros. Y se trata de un talento que hoy también tendría su hueco en televisión y redes sociales.

He dado con un libro algo subrayado, y es curioso como unos subrayan unas greguerías u otras, cada cual según su gusto.

 

Tiene que haber en el más allá tormentos graves para los malos novelistas.

 

Antes todo era más lento, porque lo hacían lento los seres humanos como una facultad que tenían y siguen teniendo; pero ahora la incertidumbre es inquietante y aprieta el acelerador.

 

El castellano, en su leal franqueza, exige que la interrogante comience su duda desde el principio de párrafo y no se deja a la sorpresa final de ese único interrogante que emplean otros idiomas.

 

Que mi manera de entender las cosas es a la luz de la luna, no a la luz de la ciencia.

 

Que este es un mundo de monstruos, en el que quien menos lo es, es el que quien más lo parece: el poeta: Hay que escribir con aire divagatorio porque sólo el divagar es vivir.

 

 

jueves, 13 de marzo de 2025

Nada (1945), de Carmen Laforet.

 

 

Me llama la atención cómo se gestan los clásicos, antiguos o modernos. Se le puede seguir la pista al proceso, sin necesidad de llevar a cabo una labor de investigación. En el caso que nos ocupa es fácil. La novela ganó la primera convocatoria, en 1944, del Premio Nadal, editorial Destino. Supuso un gran éxito de público y crítica, que llevó a Carmen Laforet a la fama y que convirtió la novela directamente en un clásico literario.

Carmen no era persona de orígenes humildes. Su padre era arquitecto, su madre profesora de lengua, en la España de la época clase media muy alta, fuente de influencia probable para la obtención del premio. No nos engañemos, un premio que inicia su andadura, una persona jovencísima, para más inri, mujer, una arriesgada apuesta para editor y editorial, asunto para nada baladí.

Desde un primer momento, la novela ha pasado a ser considerada obra maestra de la narrativa española. Carmen alcanzó el estrellato, el libro tuvo su película, adaptaciones teatrales, múltiples reediciones.

Las alabanzas llegan a enlazar la novela con clásicos universales, con la novelística de Galdós o Baroja. Se describe la novela en innumerables ocasiones como una obra de valores universales que aborda el descubrimiento del mundo, de la primera juventud, fiel reflejo de la incertidumbre del momento.

La crítica también pone el acento en que es fiel reflejo de la sociedad resultante del franquismo, un prodigio de realismo social. También se habla de novela existencial, intimista. Por supuesto, se ensalza el uso de herramientas literarias como la metáfora, el símil, la comparación…

Por otro lado, la acción es mínima, la intriga psicológica escasa. Cierto que pudo destacar en el desolador panorama que presenta la literatura del período, no por la ausencia de grandes figuras españolas, sino porque se mueren en el exilio y su literatura no enriquece de forma directa la cultura española.

 

A mí, personalmente, la novela no solo no me ha entusiasmado, sino que además me ha parecido simple, de magro interés.

En favor de Carmen decirlo todo. Su juventud fue arrasada por la fama. Por un lado lo tuvo todo a favor, por otro una presión enorme. Si tuvo talento o no, esa no es la cuestión, el caso que no tuvo un apropiado terreno para su desarrollo. Huyó del mundillo literario, de la exposición pública, cae en una crisis de creación profunda.

Desde luego que Nada se va a seguir leyendo en abundancia. Puedo certificar que la gente compra la novela, pues he vendido personalmente docenas de ejemplares, especialmente entre el público femenino, el mayoritario. Ya antes de leerla los lectores dicen que es buenísima. Luego de leerla, o no, se mantienen en tal afirmación, en un alarde de astucia.

Hay mucho miedo a criticar un clásico, pero no debiera ser así. Hay que tener más prudencia al criticar a un escritor que recién comienza, o que es humilde, pues se le puede hacer mucho daño. A los clásicos, en cambio, incluso una crítica negativa les ayuda, todo lo que sea hablar de ellos los eleva. En todo caso, y como siempre digo, qué mejor homenaje se le puede hacer a cualquier escritor que leerlo con atención.

En todo caso, cuídense los docentes de obligar a su lectura, que hay mejores libros en pro de la incentivación. No cause preocupación una mala reseña; de Nada se seguirá hablando, y podremos leer abundantes estudios que escudriñan la vida y andanzas de Carmen Laforet, a la caza de nuevos significados y enigmas.