jueves, 17 de diciembre de 2020

El rojo y el negro (1831), Stendhal

 


Recuerdo perfectamente mi primera lectura de El rojo y el negro. Tendría alrededor de 20 años. Había recortado de la revista el Semanal una relación de los cien libros preferidos de Pérez Reverte. Entre ellos, no por casualidad sino por la grandilocuencia de título y seudónimo, escogí este. Explotó mi pasión por los clásicos. Ahora, con más pausa, la leo por tercera vez. Supongo volveré a leerla dentro de unos años.

Qué decir de esta novela que no se haya dicho. He aquí mis sensaciones.

A medida que me adentraba en su universo, mudo de asombro, ciertos aspectos ocupaban mi atención. Parece ser que Stendhal conformó el tema a partir de la unión de varias crónicas de sucesos de su tiempo. Igualmente me supongo que hizo para trazar su personaje principal, que sin duda posee rasgos de su propia personalidad al tiempo que de otras personas que conoce. Yo utilizo una técnica similar para montar mis personajes.

Muy pronto choqué con ciertos aspectos de la novela que me sorprendían. No entendía ciertas acciones o actitudes del propio Julien Sorel. Dado su extraordinario cinismo, me resultaba chocante que pudiera caer en las redes de semejante amor pasional. Los humanos somos sorprendentes, pero hay actitudes que tienen más credibilidad que otras.

Asuntos similares a este me venían descolocando. Especialmente chirriante encontré la segunda parte de la novela. Obviamente se escribió después, pero también hay que tener en cuenta que se publicaron de manera separada la primera y la segunda parte, o así se cree. No os puedo ofrecer mucha fidelidad en aspectos tan técnicos. El caso que el propio Julien Sorel es otro, más cínico si cabe. Y todavía resulta más sorprendente que, con toda la hipocresía que lo soporta, caiga en las redes del amor por una mujer tan fatua como Mathilde. Y qué decir del desenlace tan pasional de la novela, digamos que increíble se queda corto en una persona como Julien Sorel.

Todas estas cuestiones me llevan a caer en cierto academicismo, pues no en vano se dice que Stendhal es “realista” pero que todavía se encuentra influenciado por el “romanticismo”. Si lo comparamos con Flaubert, ¿alcanza tan elevadas cotas de realismo?, ¿acaso nos importa? ¿qué más da si el tema es o no una invención? Sobre estas y otras cuestiones me interrogaba sanamente mientras leía la novela. Probablemente a ti, lector, estas cuestiones te importen un comino; te importarán otras. El caso que a Stendhal le interesaba reflejar fielmente la realidad, y demonios si la reflejó. No solo refleja a la sociedad del momento sino que describe perfectamente al hombre tal y como fue, es y será. Por poner un simple ejemplo, hace una crítica de la educación que valdría perfectamente para el día de hoy.

 

Con un alma de fuego, Julien tenía una de esas memorias asombrosas, tan a menudo emparejadas a la tontería. Para atraerse al viejo párroco de Chélan, del cual veía que dependía su suerte en el porvenir, había aprendido de memoria todo el Nuevo Testamento en latín;

 

No es más que un ejemplo que me ha llamado la atención a mí. La ignorancia general acoge con estruendosos aplausos la memoria prodigiosa del protagonista, una memoria que por otro lado no tiene ninguna utilidad. A esto se alude en numerosos fragmentos geniales de la novela. Hoy no nos hemos curado de la ignorancia y nos dejamos asombrar de igual manera por los superdotados de diferentes ámbitos.

Pero la novela está llena de párrafos grandiosos en los que se describe a la sociedad de manera magistral, por medio de diálogos, pensamientos o digresiones propias del narrador. Aquí, el cura que promociona a Julien, le advierte de cómo es la vida. Párrafos como este deberían motivar a cualquier escritor actual a meditar sobre la posibilidad de cambiar de oficio.

 

―Hijo mío, cuidado con lo que pasa en tu corazón… Te cuento este detalle para que no te hagas ilusiones acerca de lo que te espera en el estado sacerdotal. Si piensas halagar a los hombres que ocupan el poder, tu perdición eterna es segura. Podrás hacer fortuna, pero tendrás que perjudicar a los débiles, adular al subprefecto, al alcalde, al hombre importante, y servir sus pasiones. Este proceder, que en el mundo se llama saber vivir, para un laico puede no ser absolutamente incompatible con la salvación; pero, en nuestro estado, hay que elegir; se trata de hacer fortuna en este mundo o en el otro, no hay término medio. Mi querido amigo, reflexiona y vuelve dentro de tres días a darme una respuesta definitiva. Entreveo con dolor en el fondo de tu carácter un ardor sombrío que no me anuncia la moderación y la perfecta renuncia de las ventajas terrenales necesarias a un sacerdote. Tengo confianza en tu talento; pero permíteme que te diga ―añadió el buen cura con lágrimas en los ojos― que si eliges el estado de sacerdote temblaré por tu salvación.

 

Por otro lado, Stendhal no se obsesiona por copiar la realidad sino por ofrecernos un todo más o menos coherente, en construir una novela. Julien Sorel es hijo de la sociedad de su tiempo. Apenas ha pasado una década de la muerte de Napoléon, ¡Napoleón!, la elevación por el mérito y la capacidad, una carrera fulgurante por igual en ambición, auge y caída. Obviamente se hace apología de Napoleón, o cuando menos es Julien Sorel el héroe que echa abajo los gruesos muros de la clase, imponiéndose a todos los enemigos que le salen al paso, espoleado por una ilimitada ambición.

Julien Sorel, absoluto protagonista de la novela, cínico, malvado, negras ropas, como una sotana, aspiración a la nobleza aristocrática. Por otro lado Julien Sorel es rojo, un pobre desgraciado rechazado por todos, herido por un destino cruel que afronta con pasión, un valiente, un revolucionario que escoge el camino de la lucha y la sangre.

¿Héroe o antihéroe? Yo lo tenía por lo segundo cuando comencé la novela, pero a medida que avanzaba me replanteé la cuestión para concluir que es héroe, un héroe atípico, cierto, un héroe que nos es antipático, pero un héroe sin culpa, fruto de la sociedad hipócrita y corrupta que lo ve nacer.

 

He tomado muchas notas y seleccionado muchos fragmentos. Obviamente aquí no se trata más que de dejar una emoción. El mismo Stendhal utiliza citas para enarbolar cada uno de los cortos capítulos a lo largo de toda la novela (hasta en esto se preocupa Stendhal por el lector). Qué mejor que uno de ellos para terminar este desordenado comentario de una de las mejores novelas de la literatura universal que se escribirán jamás.

 

Si ahora soy sensato es porque entonces fui un loco. Filósofo, tú que no ves más que lo momentáneo, ¡qué corta es tu vista! Tus ojos no están hechos para ir siguiendo la acción subterránea de las pasiones.

W. GOETHE.

 

2 comentarios:

  1. Cuarenta años hace casi que la leí. Y no es de las que he releído aunque siempre está en mi mente. magnífica reseña. Es curioso lo que cada lector se pregunta cuando lee una novela, que nada tiene que ver con lo que se puede preguntar otro lector ante la misma historia.
    Si vuelvo a leerla me fijaré en lo que a mí me resulta chirriante.
    Un beso.

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    1. Hay tanto por leer... Cada cual disfruta a su manera de esta nuestra pasión. Los libros no cambian, pero nosotros sí, así que una lectura pasados diez o quince años nunca será la misma. Desde luego que si me pides a bote pronto que te enumere las mejores novelas que he leído, entre ellas estará esta, sin duda.
      Besos

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