lunes, 1 de octubre de 2018

El perseguidor (1959), de Julio Cortázar



Sin tratar, ni mucho menos, de llevar a cabo un exhaustivo análisis de este fantástico relato de Cortázar, me atrevo a plantear dos puntos de vista, uno sencillo, el del argumento, y otro, más complejo, el de los símbolos.

Desde el primer punto de vista el argumento es sencillo y lo bastante interesante como para servir de acicate para la lectura. El protagonista, Johnny Carter, es un excepcional saxofonista de jazz al cual le pierde la marihuana y el alcohol. Es un genio que permite la comparación con Mendel el de los libros, de Stefan Zweig o con el fabuloso jugador de ajedrez de Nabokov, Luzhin. Como ellos es un genio, en este caso de la música, y como ellos se muestra incapaz de salir airoso de cualquier situación cotidiana.

Bruno, amigo suyo, periodista y crítico musical que acaba de escribir su biografía, “persigue” a Johnny constantemente y trata de ayudarle. En cambio Johnny, que no se deja ayudar, vive en su propio mundo, “persiguiendo” al tiempo, atacado por una eventual esquizofrenia que le hace plantearse continuamente una concepción extraña del espacio y del tiempo que le toca vivir y a partir de la cual desarrolla sus teorías musicales sobre la improvisación. 


El segundo punto de vista es inmarcesible. Cortázar se basa en la figura de Charlie Parker, como reza en el epígrafe de entrada:



In memoriam Ch. P.



Los otros dos epígrafes dan mucho de sí también. El primero admite muchas interpretaciones:



       “Sé fiel hasta la muerte”

        Apocalipsis, 2, 10.



El segundo pertenece a un poeta a menudo mencionado a través del relato.



        “O make me a mask”

         Dylan Thomas.



Este epígrafe, en relación con el anterior, se refiera a la propia biografía que escribe Bruno sobre el saxofonista, que es ajena al propio artista al ocultar todo lo escabroso de su personalidad, su esquizofrenia y su desenfrenada afición a las drogas. La biografía puede ser la máscara del personaje. Bruno es la antítesis de Johnny.



Además está el propio título del texto, al que ya aludimos más arriba. Bruno persigue a Johnny pero Johnny persigue atrapar al tiempo, una concepción del tiempo que ni él mismo alcanza a entender. El tiempo, la descripción de la improvisación musical, las drogas, la locura. Este pequeño relato da mucho de sí porque la música viene a suponer una especie de momento místico de comunión con Dios, sustitúyase Dios por Absoluto.



No era pensar, me parece que ya te he dicho muchas veces que yo no pienso nunca; estoy como parado en una esquina viendo pasar lo que pienso, pero no pienso lo que veo. ¿Te das cuenta?



Nadie puede ser más vulgar, más común, más atado a las circunstancias de una pobre vida; accesible por todos lados, aparentemente. No es ninguna excepción, aparentemente. Cualquiera puede ser como Johnny, siempre que acepte ser un pobre diablo enfermo y vicioso y sin voluntad y lleno de poesía y de talento. Aparentemente. Yo que me he pasado la vida admirando a los genios, a los Picasso, a los Einstein, a toda la santa lista que cualquiera a admitir que esos fenómenos andan por las nubes, y que con ellos no hay que extrañarse de nada. Son diferentes, no hay vuelta que darle. En cambio la diferencia de Johnny es secreta, irritante por lo misteriosa, porque no tiene ninguna explicación. Johnny no es un genio, no ha descubierto nada, hace jazz como varios miles de negros y de blancos, y aunque lo hace mejor que todos ellos, hay que reconocer que eso depende un poco de los gustos del público, de las modas, del tiempo, en suma.



Y ya para los más avezados lectores, la crítica literaria abunda en la comparación de este pequeño relato con el Dr. Faustus, de Thomas Mann, a decir de algunos la mejor obra escrita donde la música es la absoluta protagonista y que probablemente abordaré en una próxima ocasión.


En lo personal, esta lectura ha sido todo un acicate para descubrir algunas piezas de jazz de un instrumento, el saxofón alto, que me es muy familiar.




3 comentarios:

  1. Me encantó este relato que tiene muchos rasgos autobiograficos del propio Cortázar, y a todo el aluvión de erudición que aportas, Rubén, añadiria que lo mejor del autor argentino, es el swing de su prosa. Muy acorde con el jazz que adoraba. Un placer leerte.

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    1. Prosa impecable, qué duda cabe. Desde luego que no se puede escribir sobre ajedrez o música sin sentir la pasión, o mejor diría que no se puede "escribir bien" como es el caso. Saludos Sergio.

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  2. Li este livro há anos passados .
    Com a leitura deste blog vou ler novamente .
    Excelente a publicação

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