Estamos,
tanto por su cronología como por su valor literario, ante el tercer poema épico
heroico del ámbito griego. Son 5 siglos de diferencia con respecto a las
epopeyas de Homero y el público al que va dirigido no es el mismo. Homero se
dirige al pueblo en su conjunto, un auditorio que ya conoce y admira a los
héroes retratados. En cambio Apolonio, como erudito, se recrea en recuperar una
saga antigua para unos pocos lectores, que no oyentes. De la poesía oral se
pasa a la que se suele denominar “épica culta”, entre la cual destaca la Eneida
de Virgilio.
La
saga de los intrépidos héroes que navegaron a bordo de la Argo para conquistar
el vellocino de oro es muy antigua. Homero menciona en la Odisea a «la
nave Argo que cruzó el alta mar, celebrada por todos».
Sin embargo los antiguos cantares sobre esta leyenda se perdieron y es gracias
a Apolonio que nos han llegado. También nos ha llegado una versión parcial, el
poema de Píndaro, la Pítica, y otra alusiva a un contexto más amplio, la
tragedia Medea, de Eurípides.
De
nuevo nos enfrentamos a las olas batiendo las naves de los héroes, las costas
misteriosas, los monstruos gigantescos, las magas sabias, enamoradizas y
peligrosas, y también la conquista de un botín, el ansiado regreso al hogar.
Todo
el mundo griego participa. Apolonio incluye a 56 héroes que representan a una
gran cantidad de ciudades y familias. Seguramente que otras versiones incluían
a héroes de otras tierras o pueblos, de manera que todos los griegos se veían
honrosamente representados. Heracles, Peleo, padre de Aquiles,
Telamón, padre de Ayax, Orfeo, sin rival con la lira, un velocísimo corredor,
incluso sobre la superficie del mar, el boxeador Polidectes, Linceo el de la vista
extraordinaria… Nos puede causar risa tal desfile de héroes, como si hoy
estuviéramos por encima de sueños de gigantes, como si no existieran los héroes
de Marvel.
Ninguno
de estos héroes míticos resta protagonismo a un indeciso Jasón, ni siquiera el
mismo Heracles, al que abandonan muy pronto y de manera circunstancial en una
isla y del que solo se acuerdan cuando acecha el infortunio. Y una vez que
desembarcan en la Cólquide (Mar Negro) Jasón se las tendrá que ver a solas con
su destino. Será Jasón quien realice las terribles pruebas impuestas por Eetes
hasta conquistar el vellocino de oro, eso sí, contando con la ayuda mágica de
Medea, más valiosa y poderosa que cualquiera de los héroes.
Para
leer con calma si gustas del placer de perderte entre los mitos griegos.
Dejo
un fragmento curioso, al principio del canto primero, de cómo introducen la
nave, la Argo, en el mar.
Trazaron
un surco bajo la proa hacia el mar, de la anchura y largo en el que la nave iba
a avanzar empujada por sus manos, y a medida que avanzaba, lo excavaban más
profundo bajo la carena. En el surco colocaron los pulidos rodillos; empujaban
la nava inclinando la proa hacia abajo sobre los rodillos delanteros, de modo
que avanzara deslizándose sobre ellos. Luego, por arriba, colocaron los remos a
ambos lados de modo que sobresaliera un codo el mango, y los ataron a los
escálamos. Junto a aquéllos se distribuyeron en ambos costados y se aplicaron a
empujar con el pecho y las manos. Luego subió Tifis, para enseñar a los jóvenes
a empujar al compás. Daba las órdenes con grandes voces; y ellos, inclinándose,
con toda la fuerza impulsaron la nave a un grito de marcha, con impetuosidad,
desde sus puestos, mientras se esforzaban con los pies, hincándolos para el
arrastre.
Y
otros del ardor amoroso, que no le va a la zaga al guerrero:
Mientras
tanto Eros llegó a través de una clara bruma invisible, tumultuoso, como se
lanza sobre las jóvenes reses el tábano, al que los pastores de bueyes llaman
el moscón. Rápidamente junto a la parte inferior de las jambas el vestíbulo
tensó su arco y escogió e su carcaj un resonante dardo aún no usado. Desde allí
cruzó con sus ágiles pies el umbral, sin que nadie le viera, mirando a uno y
otro lado agudamente. Diminuto y oculto a los pies del propio Jasón, ajustó las
muescas de la flecha al centro de la cuerda y, tensándola, directo don ambas
manos disparó sobre Medea. El corazón de la joven se quedó atónito.
Ambos
fijaban unas veces sus ojos sobre el suelo, vergonzosos, y otras veces se
lanzaban entre sí sus miradas, mostrando una amable sonrisa bajo las cejas
claras.
No hay comentarios:
Publicar un comentario