miércoles, 10 de octubre de 2018

El viaje de los argonautas (S. III a.C), de Apolonio de Rodas




Estamos, tanto por su cronología como por su valor literario, ante el tercer poema épico heroico del ámbito griego. Son 5 siglos de diferencia con respecto a las epopeyas de Homero y el público al que va dirigido no es el mismo. Homero se dirige al pueblo en su conjunto, un auditorio que ya conoce y admira a los héroes retratados. En cambio Apolonio, como erudito, se recrea en recuperar una saga antigua para unos pocos lectores, que no oyentes. De la poesía oral se pasa a la que se suele denominar “épica culta”, entre la cual destaca la Eneida de Virgilio.

La saga de los intrépidos héroes que navegaron a bordo de la Argo para conquistar el vellocino de oro es muy antigua. Homero menciona en la Odisea a «la nave Argo que cruzó el alta mar, celebrada por todos». Sin embargo los antiguos cantares sobre esta leyenda se perdieron y es gracias a Apolonio que nos han llegado. También nos ha llegado una versión parcial, el poema de Píndaro, la Pítica, y otra alusiva a un contexto más amplio, la tragedia Medea, de Eurípides.

De nuevo nos enfrentamos a las olas batiendo las naves de los héroes, las costas misteriosas, los monstruos gigantescos, las magas sabias, enamoradizas y peligrosas, y también la conquista de un botín, el ansiado regreso al hogar.
Todo el mundo griego participa. Apolonio incluye a 56 héroes que representan a una gran cantidad de ciudades y familias. Seguramente que otras versiones incluían a héroes de otras tierras o pueblos, de manera que todos los griegos se veían honrosamente representados. Heracles, Peleo, padre de Aquiles, Telamón, padre de Ayax, Orfeo, sin rival con la lira, un velocísimo corredor, incluso sobre la superficie del mar, el boxeador Polidectes, Linceo el de la vista extraordinaria… Nos puede causar risa tal desfile de héroes, como si hoy estuviéramos por encima de sueños de gigantes, como si no existieran los héroes de Marvel.

Ninguno de estos héroes míticos resta protagonismo a un indeciso Jasón, ni siquiera el mismo Heracles, al que abandonan muy pronto y de manera circunstancial en una isla y del que solo se acuerdan cuando acecha el infortunio. Y una vez que desembarcan en la Cólquide (Mar Negro) Jasón se las tendrá que ver a solas con su destino. Será Jasón quien realice las terribles pruebas impuestas por Eetes hasta conquistar el vellocino de oro, eso sí, contando con la ayuda mágica de Medea, más valiosa y poderosa que cualquiera de los héroes.

Para leer con calma si gustas del placer de perderte entre los mitos griegos.
 Dejo un fragmento curioso, al principio del canto primero, de cómo introducen la nave, la Argo, en el mar.

Trazaron un surco bajo la proa hacia el mar, de la anchura y largo en el que la nave iba a avanzar empujada por sus manos, y a medida que avanzaba, lo excavaban más profundo bajo la carena. En el surco colocaron los pulidos rodillos; empujaban la nava inclinando la proa hacia abajo sobre los rodillos delanteros, de modo que avanzara deslizándose sobre ellos. Luego, por arriba, colocaron los remos a ambos lados de modo que sobresaliera un codo el mango, y los ataron a los escálamos. Junto a aquéllos se distribuyeron en ambos costados y se aplicaron a empujar con el pecho y las manos. Luego subió Tifis, para enseñar a los jóvenes a empujar al compás. Daba las órdenes con grandes voces; y ellos, inclinándose, con toda la fuerza impulsaron la nave a un grito de marcha, con impetuosidad, desde sus puestos, mientras se esforzaban con los pies, hincándolos para el arrastre.

Y otros del ardor amoroso, que no le va a la zaga al guerrero:

Mientras tanto Eros llegó a través de una clara bruma invisible, tumultuoso, como se lanza sobre las jóvenes reses el tábano, al que los pastores de bueyes llaman el moscón. Rápidamente junto a la parte inferior de las jambas el vestíbulo tensó su arco y escogió e su carcaj un resonante dardo aún no usado. Desde allí cruzó con sus ágiles pies el umbral, sin que nadie le viera, mirando a uno y otro lado agudamente. Diminuto y oculto a los pies del propio Jasón, ajustó las muescas de la flecha al centro de la cuerda y, tensándola, directo don ambas manos disparó sobre Medea. El corazón de la joven se quedó atónito.

Ambos fijaban unas veces sus ojos sobre el suelo, vergonzosos, y otras veces se lanzaban entre sí sus miradas, mostrando una amable sonrisa bajo las cejas claras.

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